viernes, 6 de junio de 2014

Antonio Sánchez García: La democracia despótica

La democracia ha estado, pues, abandonada a sus instintos salvajes... No es el uso del poder o el hábito de la obediencia lo que deprava a los hombres, sino el desempeño de un poder que se considera ilegítimo, y la obediencia al mismo si se estima usurpado u opresor”.
A. De Tocqueville, 1835.[1]

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De entre los grandes pensadores surgidos del crisol de la profunda crisis de la sociedad europea de entre guerras, un auténtico volcán totalitario que diera lugar a la Segunda Guerra Mundial y a la guerra civil que ha vivido el planeta desde la erupción de los totalitarismos, Karl Löwith merece un lugar destacado. Parte de esa brillante constelación de pensadores judíos nacidos al giro del siglo, asumió el discipulado filosófico primero en Friburgo junto a Husserl, el padre de la Fenomenología, y luego en Marburgo junto a Heidegger, el más brillante de sus discípulos.
Su obra fundamental, también del destierro al que fuera empujado por el nazismo, Von Hegel zu Nietzsche –De Hegel a Nietzsche–, dedicada a Edmund Husserl, fue escrita en su exilio en Japón, cuando se cumplían los pronóstico del Apocalipsis planteado por todos los pensadores judíos de su generación, publicada en Nueva York en 1941. Constituye una de las retrospectivas analíticas más deslumbrantes del pensamiento filosófico europeo del siglo XIX, al extremo de haberse convertido en obra de consulta de todas las escuelas de filosofía del mundo. El subtítulo lo dice todo: Der revolutionäre Bruch im Denken des neunzehnten Jahrhunderts (La ruptura revolucionaria en el pensamiento del siglo diecinueve) Marx und Kierkegaard.[2]
Quisiera destacar en esta ocasión, de entre las extraordinarias semblanzas filosóficas de su obra De Hegel a Nietzsche, el apartado 7 de la segunda parte dedicado a Alexis de Tocqueville –el diplomático e historiador francés a quien se debe el análisis premonitorio más deslumbrante de la nueva realidad política moderna, la democracia, titulada precisamente La democracia en América–, cuyo subtítulo destaca la trayectoria vital de una transformación aparentemente contradictoria, de cuyas consecuencias se han derivado brutales dictaduras, si no el totalitarismo mismo: Die Entwicklung der bürgerlichen Democratie zur demokratischen Despotie (El desarrollo de la democracia burguesa hacia la democracia despótica).
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El núcleo de su planteamiento se refiere a la profunda contradicción entre libertad e igualdad en que derivaría la Revolución francesa, contradicción que habría echado por la borda formas de existencia comparativamente muchísimo más libres que las impuestas por el capitalismo industrial posrevolucionario, propias aquellas de la sociedad estamentaria del feudalismo y el monarquismo prerrevolucionario, en aras de una igualdad que provocaría un doble fenómeno de consecuencias catastróficas para el decurso de la humanidad: la orfandad del individuo, desencajado violentamente de sus centenarios engranajes corporativos, gremiales y comunitarios y aherrojado al mundo de la abstracción de la sociedad burguesa –la universalización de la mercancía– hasta situarlo en la absoluta soledad del sujeto, por una parte, y en la completa sumisión del individuo así desprovisto de sus atributos identitarios al Estado centralizador, macrocefálico, despótico e igualitarista creado por la sociedad europea para llenar el vacío dejado por la extinción de la monarquía, por la otra. El leviatán, de Thomas Hobbes.
Más de dos siglos transcurridos desde la creación de esa yunta inseparable de la modernidad –Estado burgués y democracia representativa– han difuminado los contornos críticos subrayados por Tocqueville frente a ambas formas de organización sociopolítica: “El gran problema de sus investigaciones –se refiere Karl Löwith a las de Tocqueville– es el desequilibrio entre libertad e igualdad. La emancipación del tercer Estado ha nivelado e igualado, ciertamente, pero la pregunta es si la democracia burguesa también ha significado una mayor libertad para el individuo”. Continúa Karl Löwith: “Bajo el concepto de libertad comprende Tocqueville no simplemente la independencia, sino sobre todo la dignidad del ser humano que se ha hecho responsable de sí mismo, dignidad sin la cual ni hay verdadero dominio ni verdadero servicio. La Revolución francesa apostó originariamente no solamente por la igualdad, sino también por instituciones libres, aunque muy pronto perdió su pasión por la libertad y solo restó su pasión por la igualdad. No tienen ambas la misma edad ni han apuntado a las mismas metas, si bien en un determinado momento emergieron recta y poderosamente unidas. Más antiguo y constante ha sido el impulso hacia la igualdad. A lograr el igualitarismo han apuntado mucho antes que a la libertad la Iglesia cristiana, el comercio y el tráfico de mercancías, la economía monetaria, la invención de la imprenta y de las armas de fuego, la colonización de América y finalmente la Ilustración literaria. Mucho más joven e inconstante ha sido la creencia de que solo a través de la libertad se podía ser también libre”.
En su momento, también Hannah Arendt compartiría las aprehensiones de Karl Löwith sobre esta primacía del igualitarismo por sobre el liberalismo con sus nefastos efectos sobre la fundamentación de los dos totalitarismos: el reino del igualitarismo a costas de la libertad en la Rusia soviética y en la Alemania hitleriana. Es esa supremacía del igualitarismo y el feroz ataque contra las diferencias específicas –étnicas, raciales, religiosas, económicas y sociales– la que terminaría por imponerse en la Alemania hitleriana y en la Unión Soviética estalinista. Mientras en Occidente, con las notables excepciones de Inglaterra y Estados Unidos, y particularmente en América Latina, tras la falsa identidad de democracia y libertad –un grave error de concepto– se apostaría también antes a la igualdad como elemento hegemónico de los sistemas de dominación de corte democrático representativo, que a la libertad como su médula constituyente, dejando sus instancias en segundo plano. Una grave desviación de los impulsos originarios de la Revolución francesa, pues “en una democracia la libertad es el único contrapeso a la nivelación, a la uniformización y a la centralización. En América e Inglaterra las democracias lograron crear instituciones verdaderamente libres, mientras que las democracias del continente europeo –y yo agregaría, particularmente en las de América Latina– no supieron, por causa de sus orígenes absolutamente diferentes, hacer uso de la libertad. Fue su destino, siguiendo las determinaciones de sus orígenes, empujar hacia el despotismo”. Que Simón Bolívar sea el testigo de cargo.
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Al estudiar una de las primeras encuestas de campo realizadas a poco andar el gobierno de Hugo Chávez me asombró constatar la casi insignificante preocupación que los encuestados sentían frente a la amenaza de perder su libertad. Tanto más insólito y asombroso para mí, cuanto que resultaba palmario que era el valor que más profunda y más tempranamente se vería afectado por la deriva dictatorial que el curso del régimen ya asomaba. Por lo visto, y según me fue siendo reafirmado por las sucesivas encuestas de opinión, al venezolano común le interesaban y afectaban mucho más los problemas materiales de la vida cotidiana inmediata, que la pérdida de su libertad. Dicho de modo un tanto brutal: a los venezolanos la libertad les traía sin cuidado. Lo que me hizo comprender la alarma que me expresara un político chileno de paso por Venezuela al filo del asalto al poder por el golpismo, al afirmarme que veía en nuestra sociedad rasgos mucho más comunes con la sociedad cubana que con cualquier otra sociedad latinoamericana. Desde luego, ninguno con la sociedad chilena.
También me llamó la atención el orgullo con que algunos de nuestros historiadores subrayaban el impulso igualitario de las luchas sociales del pasado antes que el esfuerzo por instaurar instituciones que reafirmaran la vocación libertaria de la sociedad venezolana. Lo que fundamenta la clara vocación igualitarista y socializante de partidos y sindicatos. La libertad no ha sido la consentida de los venezolanos: ha sido la igualdad. Más escandaliza a las dirigencias democráticas, incluso al día de hoy, la pobreza que la tiranía y la miseria que la esclavitud. Son genética, visceral, profundamente antiliberales. Es una de nuestras principales desgracias.
Puede que en ese desinterés por la libertad, en ese menosprecio por el valor del individuo como sujeto y protagonista de su propio, individual e intransferible destino  se encuentren las claves de la proclividad hacia las tiranías, la facilidad del trastrueque del valor de la libertad individual por la satisfacción de necesidades materiales y recompensas crematísticas, la disposición a sumarse al clientelismo que se siente con derechos de exigirle al Estado le resuelva sus problemas personales a cambio de su adhesión a una causa que pretende, he allí la contradicción, arrebatarle lo poco de libertad individual de que aún dispone.
Pareciera que a nuestros conciudadanos no les interesa tanto demostrar su libertad individual como su más preciado bien, la igualdad que ostentan ante quien enfrenten como interlocutor. Sea una autoridad, sea un semejante cualquiera. Igual ante la ley, igual ante el Estado. Igual por tradición, uso y costumbre, así se sea un desvalido, un esclavo del Estado, un minusválido y un mendigo ante el poder. Con un agravante de consecuencias verdaderamente apocalípticas frente a la cual estamos inermes: la falta de libertad es el primer impedimento para la consolidación de la institución de la propiedad, y en particular para la institución de la propiedad privada. “Existe una conexión íntima entre las garantías públicas de la propiedad y la libertad individual: que mientras que la propiedad en ciertas formas es posible sin la libertad, lo contrario es inconcebible” –escribe Richard Pipes en Propiedad y libertad, dos conceptos inseparables a lo largo de la historia.[3] Para subrayar luego que es posible señalar, así no contemos con una explicación basada en materiales histórico-concretos “de cómo la propiedad permite el desarrollo de la libertad y de cómo la ausencia de libertad hace posible la existencia de una autoridad arbitraria”.
De allí la trascendencia histórica y las imponderables consecuencias para la configuración de la identidad del venezolano del futuro que se derivan de la revolución libertaria que se ha desatado como un auténtico huracán en Venezuela. El objetivo primordial de quienes arriesgan sus vidas en las calles de Venezuela enfrentando inermes y a pecho descubierto el criminal poder del Estado no es, primariamente, la igualdad, como sucediera en el pasado: hoy es la libertad. La gran asignatura pendiente de la Venezuela igualitaria. Estamos ante una profunda transformación de los anhelos históricos de las nuevas generaciones. Estamos ante un fenómeno inédito y revolucionario. La conquista de la libertad. Que Dios las proteja.

[1] Alexis de Tocqueville, La democracia en América, Fondo de Cultura Económica, México, 2009, pág. 33.
[2] Karl Löwith, Von Hegel zu Nietzsche, W. Kohlhammer Verlag Stuttgart, 1950. Todas las citas, traducción de ASG.
[3] Richard Pipes, Propiedad y libertad, Turner Fondo de Cultura Económica, México, 2002.


@sangarccs


 La democracia despótica
Antonio Sánchez García
El Nacional. Caracas, 6 de junio de 2014