sábado, 25 de octubre de 2014

José Domingo Blanco (Mingo): Allá no hay queso telita

Una querida comadre, octogenaria ella, se lamenta y horroriza del estilo de vida que llevamos. Se espanta de solo ver cómo estamos viviendo los venezolanos. “Te puedo asegurar que esto es algo nunca visto, Mingo”, remarca para dejar por sentado su rechazo a lo que sufrimos y que, en la plenitud y lucidez de sus ochenta y pico, no justifica. Por supuesto, achaca las culpas de este empobrecimiento acelerado al despilfarro de los quince años de gobierno y a la mediocridad de quienes lo ejercen, “que ni primaria aprobada deben tener, porque al menos los bachilleres de antes salían bien preparados”. Mi comadre, se compadece de nosotros porque “a tu edad, Mingo, Elías, con su trabajo, lograba llevarnos de vacaciones todos los años, teníamos casa propia, comprada con un crédito que fue pagando mes a mes y cada cinco años también cambiábamos de carro, que también compraba a crédito”. ¡Caramba, qué distantes estamos de esa Venezuela y qué lejos estamos de la vida que Elías le dio a su familia! Pienso. Mientras, la oigo consciente de que su lamento y compasión son el calvario nuestro de todos los días, compartido por miles de venezolanos. La frustración, el desasosiego, el hastío, la depresión y sobre todo el miedo, son esos malos atributos, muy contagiosos, contra los que pareciera no haber repelentes en estos momentos.
Pero, a pesar de todo, a pesar de cuán negro luce el panorama, sigo bregando y apostando por esta tierra de queso telita... La tierra de mis Tiburones de La Guaira. No, no es masoquismo: lo que me hace estar en Venezuela son las ganas de verla levantarse de sus cenizas. Los deseos de reconstruirla junto con tantos otros compatriotas cuando superemos esta pesadilla que nos acogota. Sobre todo, ver que regresen los que se fueron, y aprovechar su experiencia adquirida para edificar un país que luzca una nueva cara de progreso.
Es verdad que el precio del barril de petróleo sigue bajando. Y que, cuando pensamos que ya estábamos tocando fondo, aparece la pala retroexcavadora para seguir abriendo el hoyo por el que seguimos hundiéndonos. Es típico que los economistas, cuando se acerca este último trimestre del año, siempre nos dan sus proyecciones para el venidero. De un tiempo para acá, el pronóstico nunca es esperanzador. Las cosas van mal y se pondrán aún peor según los expertos –esta suerte de profetas de una realidad que huele a desastre–. Todo parece indicar que están muy lejos los días en los que se resolverán la escasez y la inflación.
Razones para irse de Venezuela, en este momento, hay de sobra. Sin duda. Es más, respeto a quienes tomaron la decisión porque es válido apostar por un futuro mejor, que no aparece por ninguna parte en nuestra geografía. La vida en otros países, contada por los venezolanos que se fueron, no suena a vacaciones, folleto de viaje, turismo ni diversión. Para salir adelante, les toca apretarse los pantalones. Recuerdo que hace poco, en otro artículo que escribí, les pedía a esos centenares de compatriotas que regresaran, como en aquella época de la Fundación Gran Mariscal de Ayacucho. ¿Recuerdan? Los muchachos se iban, estudiaban y retornaban para derrochar talento de sobra en la patria. Soy consciente de que hoy no está nada fácil regresar.
Y cuando hago mención del queso telita, por cierto –aunque también pude citar a mi amada isla de Margarita, el Salto Ángel, el ají dulce, Los Roques, la cachapa, nuestros quesos blancos, la arepa pelada o el chocolate, y paremos de contar– lo hago porque hace poco me tropecé en el CCCT con un viejo amigo que tenía tiempo sin ver porque, como muchos otros, se había marchado del país. Lo vi pidiendo una empanada y un jugo de guanábana en un concurrido local de ese centro comercial. Me sorprendió encontrarlo porque la última vez me había dicho que se iba, a pesar de sus años, convencido por los hijos de que este ya no era un buen lugar para permanecer. Por supuesto, le pregunté por qué había regresado. Me respondió tajante: “Porque estoy muy viejo para vivir en un país donde no hay queso telita, vale”, y le metió tremendo mordisco placentero a esa empanada rellena con su razón para retornar.
También recuerdo que hace unos meses tuve la oportunidad de realizar unas entrevistas a tres exiliados cubanos que vivieron la represión y los desmanes de los primeros años de Fidel Castro. Todos coincidían en que, si bien al inicio comulgaban con el cambio que proponía Castro, no hizo falta que pasara mucho tiempo para que se dieran cuenta en qué depararía la nación en manos de Fidel. Luego de cumplir con sus condenas, abandonaron Cuba y vinieron a parar a Venezuela, a la que rápidamente asumieron como propia. A todos les hice la misma pregunta: ¿Qué les recomendarían a los venezolanos que sentimos que vamos directo al comunismo? Todos, sin excepción, respondieron: “Que no se vayan del país. Que se opongan a este régimen, que a todas luces, se perfila como Castro-comunista”. Obviamente, mi pregunta, después de escuchar estas respuestas, era obligatoria: ¿Pero ustedes lo hicieron? Ustedes se fueron de Cuba”. “Por eso sabemos lo que estamos recomendando: no debimos marcharnos nunca. Quizá la dictadura cubana no sumaría tantos años”.
 
José Domingo Blanco (Mingo)
Allá no hay queso telita
El Nacional. Caracas, 25 de octubre de

Fausto Masó: Un motorizado en Miraflores

Quizá pronto el gobierno prohíba circular a los automóviles por la autopista. Además, ya no hay automóviles nuevos, excepto los chinos en manos de la verdadera élite socialista, los militares, ellos sí seguirían andando por donde les diera la gana. También cerrarán los automercados por la desleal competencia que les hacen a los buhoneros. Si el gobierno olvidara su base social y persiguiera a los buhoneros porque venden apenas 5 o 10 veces más que los precios oficiales, incendiarían la ciudad. Pronto sabremos si Maduro habla en serio cuando amenaza con prohibir a los buhoneros vender al precio que les da la gana. Veremos.
No ensamblarán automóviles para la burguesía, importarán cientos de miles de motos para el pueblo. Pronto un presidente llegará a Miraflores manejando su propia moto, o pondrá su puesto de buhoneros frente al palacio presidencial; reconocerá la verdad: los dueños del país son los buhoneros y los motorizados. Víctimas de prejuicios pequeñoburgueses, varios de mis conocidos de café con leche no se atreven a ser buhoneros y andar en motos; temen las críticas de la derecha. No llegarán lejos en la vida, quedarán para siempre en la mesa del café, en realidad no es un destino desagradable.
De haber nacido en Caracas Stalin hubiera sido buhonero y habría enviado al gulag a los dueños de carros. El que no está en un colectivo no está en nada. El chavismo sin Chávez dejó de ser un movimiento monolítico y las contradicciones entre civiles y militares saltan a la vista, colectivos contra Guardia Nacional, por ejemplo. Con razón los colectivos se quejan de que ya nos los consideran héroes, como cuando atacaban las manifestaciones de la oposición.
Sin haber leído a Lenin los motorizados son marxistas-leninistas, piensan que lo tuyo es de ellos, pero lo de ellos es de ellos, auténtico comunismo. Los buhoneros poseen un olfato para saber lo que escaseará, desde medicinas para la gripe a baterías. El gobierno crea legiones de inspectores para vigilar los centros comerciales, que se aburren revisando anaqueles vacíos. No se atreve con los buhoneros, porque defienden sus negocios como debe ser, en la calle, a como dé lugar, lo que no ocurre con la oposición que cuando le dan una bofetada ofrece la otra mejilla. Maduro ¡en qué lío te estás metiendo si tocas a un buhonero!
Solo corren un riesgo los motorizados, caerse de la moto, parece que duele. No alcanzan las camas en los hospitales para ellos. ¿Habría que prohibir a los que automovilistas usar clínicas y hospitales? Claro.
Los buhoneros solo corren el riesgo de que los atraquen camino de vuelta a sus hogares. No temen que la policía los obligue a salir de la calle, ni que los persigan por lo precios a que venden, el verdadero peligro para ellos es que esa policía en su función malandra los atraque, porque saben que cargan un motón de bolívares.
¿Es posible volver a ese pasado ignominioso donde no circulaban motos por las autopistas, la gente creía en las cifras que publicaba el Banco Central, en el Congreso se permitía la anarquía de dejar hablar a los diputados de oposición, funcionaban los baños del aeropuerto? No, jamás; no pasarán. Motorizados y buhoneros unidos jamás serán vencidos.
Si resucitaran Marx, Lenin y Gramsci sabrían lo que es darles poder a los motorizados y los buhoneros. Como en Venezuela existe un verdadero socialismo, prohíben ensamblar automóviles, se conceden dólares para importar motos a precios subsidiados. Avanza la revolución, pronto seremos otra Calcuta, la Calcuta de antes, porque el gobierno hindú está cometiendo el crimen de imitar a China, desarrollar el país; exportar, producir, en vez de que el pueblo viva de la buhonería, ¡hasta están cometiendo la canallada de abrir automercados!
Los buhoneros dicen que están en pie de guerra. Se aproxima un gran episodio para el madurismo.



Fausto Masó
Un motorizado en Miraflores
El Nacional. Caracas, 25 de octubre de 2014

Nitu Pérez Osuna: Cuero Seco

Hay tres valores que debemos rescatar los venezolanos: la igualdad, la libertad y la solidaridad. Igualdad de oportunidades para desarrollarnos y ser productivos para el bien de nuestras familias y por ende del país, igualdad en la aplicación de la justicia, sin concesiones a la impunidad y solidaridad con los ciudadanos.
Encuentro una hermosa y real definición sobre la solidaridad de la Primera Visitaduría General de la Comisión de Derechos Humanos del Estado de Puebla. Que nos refiere que ésta se entiende como "el apoyo, la fraternidad y la empatía hacia quien sufre un problema o se encuentra en una situación desafortunada, o hacia quien promueve una causa valiosa... Y la misma  debe reflejarse en un compromiso con el otro, con su dignidad, su libertad y su bienestar, especialmente por lo que respecta a los más necesitados. Implica además, conservar nuestra capacidad de indignación ante las injusticias y estar listos para combatirlas, así como el compromiso con el respeto de los derechos de los demás".
Tengo aún vivo en mi memoria cómo salimos en masa en 1999 a auxiliar a los cientos de miles de varguenses que lo perdieran todo en aquel diciembre del deslave. Rescatistas, empresarios, deportistas, artistas, trabajadores, médicos, enfermeras, comunicadores, amas de casa, estudiantes nos organizamos para brindar apoyo a nuestros hermanos. Nadie en particular nos convocó, todos nos sentimos llamados a colaborar y dar lo mejor de nosotros para mitigar tal fatalidad.
Indignados nos sentimos cuando quien era el jefe del Gobierno en aquel momento, el teniente coronel Chávez, desechó la ayuda que los Estados Unidos nos quizo brindar porque -según él- no era necesaria. Han pasado casi 15 años de ese suceso y hoy, camino a la playa observamos calles y avenidas recuperadas con arbolitos y máticas bien bonitas, así como, algunos restaurantes y taguaras reconstruidas para atender al turista interno. Pero en la Guaira arriba, donde habita el pueblo que tanto mentan para conseguir votos, sigue con sus calles y acueductos destruidos. Toda ayuda era importante si contribuía a mitigar el dolor de los varguenses. Toda cooperación era necesaria para la pronta reconstrucción total del estado que es la puerta de entrada y salida de Venezuela.
El venezolano es un cuero seco. Lo pisan por un lado y se levanta por el otro. No tengo la menor duda de eso. Si no veamos la historia reciente, la de la llamada revolución. Los comunistas sentados en Miraflores han hecho todo para arrodillarnos, doblegarnos y adoctrinarnos. Nos persiguen y amenazan, nos encarcelan, torturan y hasta asesinan y, una y otra vez nos revelamos, luchamos en busca de la Justicia.
Y es que para el régimen, el no comulgar con la ruina provocada por ellos en el país, es un acto conspirativo y de traición a la patria. ¿Qué más ejemplo que Leopoldo López, ocho meses encarcelado e incomunicado en una cárcel militar por el delito de ejercer el sagrado derecho constitucional a la protesta y el libre pensamiento? ¿La del alcalde Ceballos y la de cientos de estudiantes por la misma razón?
La organización mas importante del mundo, la ONU, "ha exhortado a las autoridades venezolanas a liberar inmediatamente a los señores López y Ceballos, y a todos aquellos detenidos por ejercer su legítimo derecho a expresarse y protestar pacíficamente". Esta petición no es un acto de solidaridad, es un acto de Justicia.
A través de esta columna, con la única arma que poseo que es mi pluma, les pido a todos quienes creemos en la democracia, unidad en la solidaridad, para juntos ser la voz que retumbe en cada rincón de Venezuela hasta alcanzar la libertad plena de quienes, a razón de sus sueños de Justicia, se encuentran privados de libertad.


Nitu Pérez Osuna
Cuero Seco
Diario Las Américas. Miami, 22 de octubre de 2014