domingo, 11 de enero de 2015

Alberto Barrera Tyszka: El año de los radicales

Cualquiera que vea a Nicolás Maduro diciendo en China que Venezuela es “una potencia moral”, siente de inmediato el estallido de la indignación. Cualquiera que lo escuche hablar de un nuevo préstamo por 20.000 millones de dólares, siente al instante cómo explota la palabra coraje debajo de su lengua. Cualquiera que observe cómo Diosdado Cabello abusa del poder y se burla de los otros; cualquiera que mire cómo la oligarquía viola constantemente la Constitución y, de manera descarada, se enriquece hablando de los pobres, siente enseguida un latigazo de rabia cruzando dentro de la piel. Es una rabia ética, profundamente revolucionaria.
Es muy difícil vivir en Venezuela y no ser un radical. ¿Cómo subsistir entre la inflación y la escasez, bajo un gobierno que cree que la inflación y la escasez solo son una ficción, una treta enemiga o una exageración oportunista? ¿Qué hacer frente los atropellos constantes del poder? ¿Cómo reaccionar ante la censura y ante la autocensura, ante el proyecto de una casta político-militar que se propone invisibilizar cualquier disidencia? ¿Cómo vivir tranquilamente sabiendo que hay presos políticos y que toda protesta ciudadana puede ser acusada de rebelión? ¿De qué manera digerir esa arbitrariedad llamada Tibisay Lucena? ¿Cómo hacer una cola y no recordar la lista de empresas fantasmas que –hace un año– Jorge Arreaza prometió mostrarnos? ¿Qué hacer con un Estado que permite que haya más balas que medicinas? ¿Cómo comportarse ante unas instituciones que sostienen que la justicia no es igual para todos y que la exclusión política es una forma de hacer patria? ¿Cómo sobrevivir a un gobierno que ha decidido ignorar la realidad? ¿Cómo vivir en este país sin masticar permanentemente la palabra arrechera?
Es muy difícil no ser un radical y es todo un desafío definir bien ese adjetivo. Hay demasiadas posturas fáciles y frívolas que solo sirven para producir confusiones. Los extremistas express, aquellos que todavía se resisten a entender que el país cambió y que ellos también deben cambiar, siempre están dispuestos a ofrecer recetas instantáneas. En el fondo, comparten con el oficialismo una misma ecuación del problema: “Ellos son los malos, nosotros somos los buenos”. Y ambos, a partir de esa premisa, pretenden patear el presente y organizar el futuro. Todo lo demás, siempre será un estorbo.
Pero al poder le convienen mucho estos extremismos. Una de las tragedias principales de Nicolás Maduro es que no tiene capacidad personal para repolarizar al país. El liderazgo que le regalaron se ha ido desinflando y lo ha dejado como una suerte de gerente menor, que solo puede producir más burocracia mientras repite de mala manera las fórmulas del manual de ventas de la compañía. Revolución S.A.
Los herederos de Chávez necesitan urgentemente volver a poner de moda la polarización. Por eso fueron a China. La realidad del país los tiene sin cuidado. Les preocupa más su futuro. Fueron a buscar financiamiento para la campaña electoral. A buscar dinero para relanzar publicitariamente la polarización. Porque a medida que la pugna cede, que la división política se vuelve blanda, comienza a aparecer otra realidad, menos favorable, una división más cruda e inquietante: no hay dos bandos sino una cúpula y una masa. La verdadera mayoría en Venezuela somos los civiles.
La historia demuestra que las realidades complejas no tienen salidas simples. El extremismo express ha querido apropiarse del término radical varias veces. Y varias veces ha fracasado en esta década y media. Pero el extremismo siempre es tentador. Se aprovecha del genuino malestar social para pregonar que la intolerancia es una virtud y que la impaciencia es una estrategia. Hacer política en serio es más radical que improvisar una guarimba o que llamar a la abstención. En tiempos de impotencia, abundan los espejismos. En el año de los radicales, lo primero que nos toca es aprender a administrar la indignación.
 
Alberto Barrera Tyszka
El año de los radicales
El Nacional. Caracas, 11 de enero de 2015

Marta Colomina: Maduro pone a Venezuela en liquidación

Mientras la Conferencia Episcopal alerta sobre una crisis sin precedentes en el país y gigantescas colas de personas iracundas en busca de alimentos crecen a las puertas de los grandes supermercados y pequeños abastos con  anaqueles vacíos, Maduro emprende un caro periplo (nos costará más de 1 millón de dólares) por Rusia, China y países de la OPEP, con el fin de conseguir más de 20 millardos de dólares en efectivo y suplicar a Arabia Saudita y Emiratos Árabes que reduzcan la producción para estimular el alza de los alicaídos precios del crudo, cosa  negada de antemano.
El economista Orlando Ochoa advertía en las redes sociales que Maduro iba a China provisto de un detallado mapa de los recursos del país para “rematarlos” al precio que estableciesen los chinos. La MUD denunció también que el “tour de Maduro era para liquidar activos”, afirmación refrendada por el economista José Guerra, quien recordó que “mientras otros países petroleros, como Arabia Saudita o México, ahorraron durante la época de bonanza de los precios del crudo, Venezuela no lo hizo (…). No se ha visto a México o Colombia pidiendo dinero prestado o clamando para que aumenten el precio del petróleo porque, a diferencia de nosotros, ellos sí tienen sus reservas monetarias. Este gobierno acabó con la industria y la agricultura y ahora anda desesperado yendo a China con un sombrero en la mano a pedir ayuda”.
Nicolás fue a China a pedir dinero fresco que le permita eliminar pronósticos como el del Bank of America de un casi seguro default en el pago de la deuda externa (el tramo de 2015 supera los 10 millardos de dólares y las reservas internacionales no cubren ni la quinta parte del total adeudado); también necesita divisas para importación de alimentos, fármacos y otros para aplacar las protestas sociales cada vez más airadas e intentar ponerle freno a la vertical caída de su maltrecha popularidad. Así que el mendicante Maduro (quien no fue recibido en Rusia por Putin sino por un funcionario menor) llegó a China con una delegación de más de 70 personas y al poco de su arribo anunció que el gobierno chino le había aprobado acuerdos por más de 20 millardos de dólares, pero no dijo si esa promesa incluye una línea de crédito de financiación bilateral o se trata, como parece, de simples acuerdos comerciales a cambio de petróleo y otros recursos. Conocedores como somos los periodistas de las mentiras de Nicolás, contrastamos los partes oficiales chinos con lo dicho por el “hijo” de Chávez y, ¡oh sorpresa!, ¡no nos cuadran! Leemos que el presidente Xi Jinping apenas prometió a Maduro “una cooperación reforzada” (¿cómo se come eso?), y en la amplia reseña oficial de la agencia gubernamental china Xingua no hay mención alguna de los supuestos 20 millardos (apenas se mencionan préstamos anteriores por 50 millardos de dólares, de los cuales Venezuela aún debe 23 millardos de dólares que sigue pagando con petróleo). Muy distinto es el reporte oficial chino sobre el discurso de Xi Jinping en la apertura de la cumbre del Celac: “China invertirá 250.000 millones de dólares en América Latina en un plazo de 10 años”.
El Nuevo Herald de Miami señala que el gobierno chino le pidió a Maduro el control total de la CVG para aceptar su producción como aval del préstamo de 16 millardos de dólares solicitado por Maduro y que la producción de aluminio, hierro y oro del conglomerado estuvo entre las garantías que Caracas ofreció a Pekin, “pero las múltiples denuncias de corrupción y la caída de la producción en la CVG habrían sido la causa para que China negase el préstamo que podría oxigenar a Maduro y aliviar la ya insoportable escasez. María Corina Machado había enviado previamente al presidente Xi Jinping una carta en la que expresaba las dudas que ya tenía el gobierno chino: la posible incapacidad de repago que el dilapidador y corrupto régimen de Maduro tendría con la nueva deuda.
Analistas financieros nos explican que China no suele dar préstamos para déficit en balanza de pagos, que es la urgencia del  régimen de Maduro. Da préstamos comerciales como el premio de consolación anunciado este jueves por Nicolás sobre la “modernización de taxis en el país, con la adquisición de 20.000 vehículos chinos Chery ahorradores”, a los que, en pocos meses, les pasará lo que a la flota de autobuses de Transaragua, que tiene parados más de la mitad (77) de los 120 autobuses importados a través del convenio China-Venezuela. Lo mismo que los tractores chinos  para “la revolución agrícola”, hoy desvencijados e inservibles en fincas convertidas en peladeros. O el  primer satélite, que nadie sabe en qué galaxia está, o las neveras y demás cachivaches chinos, dañados y sin repuestos.
China no suelta sus dólares en efectivo. Ni siquiera sus yuan. Entrega a Maduro sus cachivaches como los conquistadores españoles ofrecían a nuestros indios espejitos a cambio del oro. Maduro, sin apoyo popular, está rematando lo poco que nos queda de país, frente a una  población indignada y empobrecida por la escasez, la inflación, la inseguridad y las enfermedades. 


Marta Colomina
Maduro pone a Venezuela en liquidación
El Nacional. Caracas, 11 de enero de 2015

Henry Ramos Allup: Hablando de transiciones

Comienzo por aclarar que estas líneas no tienen nada que ver con golpe de Estado ni nada que se parezca al derrocamiento del régimen por vías antidemocráticas, sino a las circunstancias que deben acontecer entre la previsible finalización de este gobierno por vías estrictamente constitucionales, pacíficas, electorales y democráticas y lo que debe afrontar el nuevo régimen surgido de la voluntad popular para poder gobernar. Es decir, no me refiero a la fulana transición que debe producirse en cuestión de horas, según vienen anunciándolo desde hace por lo menos diez meses políticos y profetas especialistas en no acertar, aunque tampoco pueda negarse que la dinámica perniciosa de la gravísima situación económica y política de nuestro país (he puesto deliberadamente primero “económica” y después “política”) pueda desembocar en situaciones intempestivas.
Una simple constatación histórica demuestra que en todos los países donde se han producido situaciones de transición de un régimen a otro, incluso de regímenes no democráticos a democráticos y de estados de guerra a situaciones de paz (pero no a la inversa), se han  desarrollado procesos públicos y no públicos de diálogo y subsiguientes negociaciones, transacciones y acuerdos entre las partes intervinientes para asegurar la viabilidad del régimen o sistema que sustituye al que fenece. Escribo esto a conciencia de la torsión maliciosa que en la política cotidiana se ha dado a términos tales como “diálogo”, “acuerdo”, “negociación” , “transacción”, “concesiones” y palabras parecidas, asignándoles sentidos inconfesables por parte de los extremistas de todo signo a quienes la paz condena a la ruina económica y a la vagancia.
Todas las transiciones han cumplido el curso descrito, con las especificidades propias de tiempo y lugar: después de la II Guerra Mundial entre los países vencedores y los derrotados; la Sudáfrica del régimen del apartheid al de Mandela;  España post Franco a la democracia del Pacto de la Moncloa; Venezuela al derrocamiento de Pérez Jiménez y el Pacto de Punto Fijo para asentar la democracia; Argentina de las dictaduras militares a los gobiernos constitucionales; Chile de Pinochet a la Concertación; de la URSS comunista y centralizada a las federaciones que agrupan a las ex-repúblicas soviéticas regidas por variantes democráticas de tipo occidental, igual que en los países ex-comunistas de Europa Oriental; las  negociaciones del gobierno de Colombia con las FARC y el ELN; entre EE.UU y Cuba a instancias del Presidente Barack Obama, previa la intermediación del Papa Francisco como culminación de un diálogo largo y silencioso entre los regímenes norteamericano y cubano para la normalización de sus relaciones suspendidas hace más de 50 años.
Es fácil conocer a través de las redes todos estos procesos y las leyes (algunas como las argentinas de “perdón y olvido” y “punto final” durante el gobierno democrático de Raúl Alfonsín),  reglamentaciones, organismos e instituciones implicadas, el nombramiento de comisiones de la verdad, el funcionamiento de la denominada justicia transicional, el castigo legal a los culpables de violaciones a los derechos humanos, las reparaciones a las víctimas, el restablecimiento de derechos vulnerados y de situaciones jurídicas infringidas. La finalidad siempre es la misma: finalizar o precaver guerras, matanzas y conflictos entre países o dentro de un mismo país. Nosotros decidimos.

Henry Ramos Allup
Hablando de transiciones
Página de Acción Democrática. Domingo, 11 de enero de 2015