sábado, 31 de enero de 2015

Fausto Masó: ¿Quién me quiere a mí?

Como ya no encuentra periódicos para comprar, Nicolás Maduro ordenó hacer una oferta por la hojita parroquial que reparten en la misa. Anda molesto en estos días, le vendieron la peor campaña de publicidad que se recuerda en Venezuela: esos mensajes por televisión en vez de convencernos de aceptar el aumento de la gasolina sugieren que la inflación aumentará 37 veces. Un horror.
Una islita en Oceanía lo declara persona no grata. ¿Qué le ha pasado a nuestro presidente? Solo le queda un verdadero amigo, el impresentable Evo; Mujica, el uruguayo, critica solapadamente a Venezuela; Insulza lo acusa de andar insultando a la gente por el mundo; Colombia envía una nota de protesta en defensa del expresidente Pastrana, y hace lo mismo la socialista Chile. Estados Unidos acusa a Diosdado de narcotrafricante; Costa Rica desmiente que hubiera una conspiración para matar a Maduro; en Moscú lo recibe un viceministro, llegó a la ciudad en una fecha sagrada para los rusos. Esta vez, además de que Cortázar y García Márquez hayan pasado a peor, o mejor, vida, no se encuentran como antes cien intelectuales para firmar cualquier documento que les pongan enfrente.
¡Qué solo anda Maduro por el mundo! Al volver a Venezuela cuatro gatos lo recibieron. Empezó imitando la forma de hablar de Chávez, ahora se imita a sí mismo. El horror.
Los ministros hacen declaraciones dignas de la antología del horror, le echan la culpa de la escasez a los que hacen cola, afirma que dispararán contra las manifestaciones, algo que ni los peores gobiernos de derecha se atrevían a anunciar.
Existió el chavismo no habrá madurismo, ni tampoco raulismo; ambas palabras suenan horrible. Hoy los Castro son conscientes de la farsa, viven del antiguo respeto hacia la lucha armada. Se esfumó una pasión que volvió a Cuba y a Venezuela, en mucho menor grado, noticia mundial.
Y el colmo, ¡ni Maduro ni Fidel quieren morirse! Desolada conclusión, todo se acabó. Castro murió políticamente cuando renunció a la lucha armada.
Por favor, comprendamos, ¡cansa ser héroe tanto tiempo!, solo que ese no es el final apropiado para quien habló de patria, socialismo o muerte. Con los ojos del mundo encima fue demasiado para Castro defecar, fornicar, cantar, escribir una carta, convertirse en un anciano. Ahora escribe artículos donde aprueba las conversaciones con Estados Unidos y no las aprueba.
En Brasil hablan de expulsar a Maduro del Mercosur, porque da pérdidas. Los cariocas tenían con Venezuela un superávit comercial solo superado por el de China y Holanda; ahora la deuda venezolana sobrepasa los 5.000 millones de dólares, empresas brasileñas están al quebrar. Aunque Lula visite Caracas o Dilma se retrate con Maduro no les pagará la deuda. Los brasileños andan desesperados.
A llorar al parque, así son las verdaderas revoluciones, catastróficas.
La pregunta de la década que hemos repetido en varios artículos, ¿por qué Chávez escogió a Maduro como sucesor? ¿Lo consideraba el peor? o creía que no se enamoraría de la presidencia. Chávez, como todos los enfermos, no pensaba morirse y buscaba un sucesor temporal.
Se equivocó Chávez y ahora Maduro repite el verso de la canción “nadie me quiere a mí”. Por eso quizá viaja con su esposa a todas partes. Cilia sí lo quiere.
Hay que buscar a alguien que quiera a Maduro. Por humanidad.
De paso, Maduro se ha quedado petrificado. Anuncia devaluaciones, la vuelta al permuta, pero de ahí no pasa. Asombroso. Es como el marinero que vio en la lejanía un témpano de hielo que avanzaba hacia el Titanic. Venezuela es el Titanic y Maduro el marinero.
¡A los botes, sálvese quien pueda!


Fausto Masó
¿Quién me quiere a mí?
El Nacional. Caracas, 31 de enero de 2015

José Domingo Blanco Mingo: El hijo de “Scarface”

Si fuera cineasta, ya estaría tras los derechos de lo que luego, sin temor a equivocarme, sería una superproducción, récord en taquilla. A mi película la llamaría “El hijo de Scarface”, algo así como una secuela de aquella que en su momento protagonizara Al Pacino, allá por los ochenta: Scarface, ¿la recuerdan? Solo que en la mía, en mi película –“El hijo de Scarface”– el protagonista no sería un cubano humilde con ansias de dinero y poder llegando a Miami en balsita; escalando posición a punta de malas juntas y negocios ilícitos; sino un criollito, tal vez un soldadito de poca monta –también de origen sencillo, humilde y sin mayores glorias o fortuna– que, de la noche a la mañana –bueno, tal vez, no tan de la noche a la mañana– se convierte, presuntamente, en Tony Montana II o Tony Montana “el Junior” o Scarfacito... el nombre lo decidiría después.
Por supuesto que tendría que hilar muy bien la trama, porque como toda noticia “en pleno desarrollo”, arrancada de la vida misma, cualquier desenlace podría pasar. De lo que sí estoy convencido es de que, en este caso, solo estamos viendo la puntica del iceberg. ¡Apenas se está asomando un rayito de sol! Tendría además que ponerle al guión su toque de humor, con algún personaje secundario que, en su afán de adular al “supuesto” capo y, por supuesto, defenderlo de las calumnias que están diciendo en su contra para desprestigiar al “santo varón”, abrirá la boca para decir alguna barbaridad con la que, creerá, se la está comiendo; pero que enfurecerá al mafioso, haciendo caer al segundón en desgracia. Pero, es que no podría esperarse nada menos del personajito de relleno, que gustara de decir sandeces –porque a eso nos habrá acostumbrado–; pero que, hecho el tonto, también habrá logrado amasar su nada despreciable fortuna, que exhibe –a pleno sol– luciendo sus relojes de marca, trajes de lujo y accesorios Louis Vuitton.
Película que se respete siempre tiene que tener algo de romance. Así que ingeniaré alguna subtrama con las aventuras amorosas de “El hijo de Scarface” a quien, a lo mejor, vinculo con alguna actriz o cantante que, quizá, en uno de sus arrebatos de celos por una montada de cachos in fraganti, decidirá autocancelarse los servicios brindados y las loas proclamadas en apoyo a la revolución. Ah, claro, en algún momento me tocará darle a mi guión algún contexto político, y hablar de revolución siempre ha tenido su toque de grandilocuencia. Volviendo a la subtrama, le indicaré al director que haga un primer plano de la cara de la actriz, la cual revelará sus paticas de gallo y sus continuas visitas al quirófano, esas que le borraron los rasgos con los que alguna vez logró un papel protagónico. La dama en cuestión caminará cautelosa hasta la caja fuerte. Tendrá miedo de ser descubierta por el hombre que todos temen por su discurso camorrero y amenazante; pero, a quien se unió, en principio, haciéndole creer que compartían ideales. Abrirá la caja fuerte, cuya combinación memorizó de tanto que vio al supuesto capo abrirla y cerrarla para guardar las pacas de billetes verdes que, hasta ese momento, todos desconoceremos de dónde sacó. Tal vez en ese instante, entre escena y escena, como hacían en el cine mudo, meto un cartel con algún refrán: “Ladrón que roba a otro ladrón, tiene cien años de perdón”…
En alguna toma, pondré a mi protagonista a repetir este diálogo, sobre todo, porque quiero aspirar al premio Oscar. Y de su actuación dependerá su nominación como actor principal:
—¿Llegó el alijo a los almacenes de la costa? –preguntará el protagonista a sus lacayos, sin sospechar que uno de esos serviles guardianes, está cogiendo dato de los movimientos y negocios del hijo de Scarface, para luego pirarse rumbo al viejo continente, abrir la boca y “cantar” todo lo que presenció. Un desertor al que el cártel en pleno tildará de vendido, en un afán por zafarse de acusaciones. Dirán, para quedar como niños de pecho, que el seguridad aceptó soborno para dañar la imagen de la revolución.
—Tenemos que cobrar los servicios por la mercancía entregada y distribuida, exitosamente –ordenará a otro de sus súbditos– y que ese dinerito me lo manden en efectivo. Yo prefiero tenerlo aquí, debajo del colchón.
Contando fajos y fajos de verdes –¿por qué será que esos billetes están impresos con el mismo color de los uniformes militares? ¿Será esa la razón por la que a los castrenses les gustan tanto? ¿Quizá porque combinan mejor con sus trajes y les engordan sabroso las billeteras?–, así es como lo recordarán sus allegados que, de flash back en flash back, me ayudarán a reconstruir la historia que voy a narrar.
Pero como quiero que mi largometraje se convierta en un filme de ciencia ficción –que nada tenga que envidiarle a los que hace George Lucas– pondré al hijo de Scarface vestido con una braga naranja, llegando a Washintong DC, para comparecer ante la justicia. La ciencia ficción siempre es un éxito de taquilla y los venezolanos merecemos una película con ¡final feliz! Si al menos no es feliz, algún final que nos haga creer que la justicia tarda pero llega, y que el delito, llámese narcotráfico o corrupción, no queda impune ni se sale con las suyas. 
mingo.blanco@gmail.com
@mingo_1




José Domingo Blanco Mingo
El hijo de “Scarface”
El Nacional. Caracas, 31 de enero de 2015

Raúl Benoit: Una buena dosis de patria

Prohibir la visita de dos ex presidentes latinoamericanos al opositor Leopoldo López, recluido en una prisión, fue un error táctico y estratégico. Al hacerlo, el gobierno de Venezuela sumó esa decisión a una cadena de equivocaciones vitales en política, diplomacia y economía.
El socialismo no necesariamente debe ser opresor y bravucón, aunque esa estrategia la usan ciertos gobiernos totalitarios en medio de la ansiedad para aferrarse al poder. Deberían seguir el ejemplo de algunos socialistas europeos que fueron y son maestros en gobernar sin ser absolutistas y tuvieron éxito.  
Aunque para los chavistas lo que le “dieron” a Andrés Pastrana, ex presidente de Colombia y a Sebastián Piñera de Chile, fue una “dosis de patria”, lo que realmente consiguieron con ese acto es avivar las dudas, revalidando lo que la oposición repite: En Venezuela hay un gobierno con marcado tinte dictatorial.
Además de que la frase “dosis de patria” suena arrogante, frente a la comunidad internacional fue un acto torpe y de total ausencia de tacto diplomático y político. La dignidad presidencial en el mundo entero debe seguir siendo respetada y los dos visitantes no son bandidos para tratarlos como tal. Impedir su visita deja una pésima imagen internacional, fortalece a la oposición y caldea al pueblo.
Si quieren defender un gobierno y mostrarlo democrático, no solo hay que serlo sino parecerlo. Si ganaron las elecciones por voto popular, tienen que gobernar para todos: los chavistas, los opositores y preferencialmente para la gente sin partido, porque ese es el caudal del gobernante: servir a la nación entera.
Ahora, respecto a la intervención del gobierno en la visita a un prisionero, dejando a un lado cómo lo perciben las partes, preso político o terrorista, la verdad es que se le violó el derecho constitucional a Leopoldo López, al impedir que los ex presidentes ingresaran a la cárcel de Ramo Verde.
Por otra parte, vale recordar, que la independencia de los poderes públicos es el principio básico de la democracia. Montesquieu enseñó que ningún poder público debe tener preeminencia sobre los otros si se desea promover de manera efectiva la libertad en un Estado. Si no lo hacen se ven como una dictadura totalitaria.
No siempre la oposición corroe un régimen. No son enemigos quienes en las tribunas denuncian los errores del presidente de turno. Es la manera como se gobierna y cómo se pierde la confianza del pueblo y eso, sin lugar a dudas, es lo que está pasando en Venezuela, cuando el presidente Nicolás Maduro pareciera no tener una solución a los problemas de escasez de alimentos y recurre como creyente confundido a la voluntad de Dios.
Dios provee si el gobierno hace lo que le corresponde y me parece que cargarle a Él el gran peso del error del manejo económico y al pueblo castigarlo con carestía, es injusto para todos. Por otra parte, creer que hay una “guerra económica” planeada a través de un complot empresarial, es delirante. Las milicias obreras y comunales, fundadas por el propio gobierno, los civiles armados motorizados, más los escuadrones policiales y militares al servicio del régimen, podrían descubrir dónde estarían escondiendo los alimentos los empresarios supuestamente conspiradores, como lo señala Maduro.
Los acusados alegan que no hay confabulación, explican que sencillamente no pueden producir a pérdida, frente a la regulación de precios del gobierno.
La primera medida que debe tomar Maduro es convocar, con una buena dosis de patria, a un consejo de expertos en economía (incluyendo a los empresarios e industriales) que diseñe un plan de emergencia, independiente y ajeno a la querellas políticas e ideológicas. En Venezuela ahora lo que importa es la necesidad evidente que tiene el pueblo de alimentarse.
Todos conocemos la leyenda bíblica de las épocas de vacas flacas. Los árabes históricamente le temen y por eso no regalan su fortuna, la guardan para enfrentar tiempos difíciles. Venezuela, en cambio, muy caritativa nación, derrochó el dinero del pueblo, apoyando a ciertos países aliados de América Latina, que muy probablemente le darán la espalda al chavismo, como evidentemente lo está haciendo Cuba. Frente a los bajos precios del petróleo en el mundo, Venezuela enfrenta una dura realidad.
Otro elemento grave que surgió y el cual he denunciado en el pasado, son las acusaciones sobre narcotráfico contra Diosdado Cabello, presidente de la Asamblea Nacional. Cuando la justicia gringa lo dice, hay que tomarlo muy en serio. En un gobierno democrático y de poderes independientes, se investigarían seriamente esas imputaciones.
Así como va el país, de castaño a oscuro pronto pasará al negro más negro y bajo ese panorama sombrío, será muy complicado conservar el poder, a menos que apliquen una verdadera y sincera dosis de patria.

Raúl Benoit
Una buena dosis de patria
Diario Las Américas. Miami, 31 de enero de 2015