domingo, 6 de septiembre de 2015

Manuel Malaver: El madurismo, fase terminal del castrochavismo

El madurismo parecería no ser otra cosa que una palabreja de las tantas que surgen en el mundo sin causalidad ni consecuencia, y quedan ahí, colgadas en el tiempo, criando moho e y en espera de que otra insignificancia venga a sustituirlas.
Sin embargo, no cayó de la nada, sino de la pesadilla del último socialismo, de que por aquí se llamó “Socialismo del Siglo XXI”, y el cual, enfrentado de nuevo a la inviabilidad de la utopía marxista, no procedió a decretar su defunción, sino a legársela a un payaso cuya peligrosidad mayor consiste en no conocer su identidad, ni la del tiempo, ni el país donde transcurre.
Pero es que no tiene partida de nacimiento, -por lo menos no una conocida y legal-, y así, no sabemos si se llama Nicolás Maduro, si nació en Venezuela, o cualquier otro país, edad, educación, profesión, o los vericuetos que le permitieron devenir en presidente.
son sospechas en torno a Maduro y la más gruesa es que secundó a Raúl Castro en la conspiración que sacó de a Hugo Chávez, el que había designado al “nowhere man” (don nadie), ministro de Relaciones Exteriores, pero solo para darle la oportunidad de llamar la atención de quienes después lo utilizarían como una pieza, instrumento o herramienta.
Pero, insistimos, son sospechas, rumores, legendas en torno a un “don nadie”, “nowhere man” u “hombre de ninguna parte”, igualmente, ambiguo en lo que se refiere a si es ateo o católico, percusionista o curandero, jugador de truco o bolas criollas y en tantas cotidianidades que Maduro no sabe explicar o confesar.
En lo que si no hay dudas es que, por órdenes de Raúl Castro -y quizá hasta del generalato de las FARC que desde hace meses pasa vacaciones en La Habana-, Maduro decretó y ejecutó la deportación de 10.000 colombianos que residían en cuatro municipios del estado fronterizo del Táchira, a quienes sacó a la fuerza de sus humildes viviendas, para ser aventados por trochas y baldíos y después cruzar un río que sería su tránsito final al territorio colombiano.
Escenas que, durante 15 días han sacudido a Venezuela, Colombia y América, que recorren al mundo, que se hicieron acompañar con la demolición de las viviendas de los deportados previo marcaje con la “D” de demolición, del robo de sus pocas pertenencias, de los abusos a las mujeres y de un discurso oficial, asumido por Maduro, según el cual, “se les echaba” por “narcotraficantes, contrabandistas, y bachaqueros”.
Niños fueron separados de sus padres, esposos de sus esposas, hermanos de sus hermanos, escolares de sus escuelas, enfermos de sus tratamientos, amigos de sus amigos, y seres humanos del conjunto del lar donde hicieron patrimonios, hábitos y querencias.
Pero Maduro, el “don nadie”, “nowhere man” , u “hombre de ninguna parte” no andaba preocupado de estas minucias, como lo demostró la tarde del vienes 28 pasado frente a una turba que convocó para celebrar en un espacio cercano al palacio Miraflores, y donde, subiendo a una tarima, bailó una cumbia, para decirle al mundo que una suerte de Idi Amín Dadá había reencarnado en estas tierras.
“Sobre una tumba una cumbia” parafraseó esa misma tarde una aturdida ciudadanía caraqueña ante la revelación de tal pillaje que, recordaba a un son retro cubano muy de moda aquí en los 70, y cuya letra original decía: “Sobre una tumba, una rumba”.
Y el ensamble de escena, recuerdo y música no era arbitrario, si se toma en cuenta que con, las deportaciones, miles de vidas, destinos y sueños quedaron destrozados.
Pero fue solo el inicio de las celebraciones de Maduro, quien, al otro día anunció el comienzo de una larga gira por países de Asia Oriental, Asia Menor y Eurasia que ya cuenta semana y días y seguro culminará en La Habana, donde lo esperan Raúl Castro y el generalato de las FARC para que les informe de las deportaciones, los bonches y los últimos gritos de la moda.
Porque, el dizque presidente venezolano, tocó timbal y bailó salsa en Vietnam, en China, cuando apareció en un desfile militar dejó claro su gusto por las últimas creaciones de Chanel y Valentino, en Rusia y Dubai -y en compañía del seudoemperador ruso, Putin y de los jeques y primeros ministros de Qatar y Dubai, Abadullah bin Nasser bin Khalifa Al Thani y Mohamad bin Rashid Maktum-, siguió el bonche y dio declaraciones estrafalarias sobre la crisis humanitaria que había desatado en la frontera colombo-venezolana.
En efecto, la ONU, la OEA, la UE, y ONGs e instituciones internacionales se apresuraron a condenar y a pedir cuentas del genocidio que el “don nadie”, “nowhere man”, “hombre de ninguna parte” y timbalero había dejado en la frontera y amenazarle con una orden de captura que la procuraduría neogranadina envió al Tribunal Internacional Penal de La Haya en la idea de no permitirle el regreso a América de tan peligroso psicópata y criminal.
Mientras tanto, el presidente, Juan Manuel Santos, se convencía -¡al fin”- de terminar la relación “de comprensión” que durante todo sus dos períodos había sostenido con “los bárbaros de Caracas” y pasaba a denunciarlos, a exigir a la comunidad internacional que, al menos, los obligara a respetar las convenciones mínimas del trato humanitario y de respeto a los derechos humanos.
En otras palabras que, toda una crisis binacional que ha provocado que, por primera vez, países e instituciones del continente tomen noten de que en Venezuela se ha instalado un gobierno forajido, al margen de la constitución y las leyes y, contra el cual, habría que adelantar políticas para condenar, aislar y, eventualmente, ejectar del poder.
Por todo ello, y por los costos enormes que le está significando al neototalitarismo la ya conocida como “Crisis de la Frontera”, la interrogante más socorrida entre analistas políticos de Caracas y Bogotá es: ¿qué llevó a Maduro a promover tal escándalo, a producir tal estropicio, a descomponer un escenario que, no le estaba resultando adverso y le convenía mantener con miras a imponer o camuflar los resultados de las elecciones parlamentarias que se celebrarán el 8 diciembre próximo?
En esta tesitura, una teoría que tiende a imponerse es que, la conmoción fue promovida desde Cuba, y por Raúl Castro, quien, trata a toda costa de que el tema de la reclamación del territorio Esequibo salga de la agenda del gobierno y el pueblo venezolanos, y sus aliados, los guyaneses, se alcen con los 159.000 kms2 que las administraciones nacionales mantienen en litigio desde los años 60.
Otra tesis, versa sobre la urgencia del madurismo de no contarse en las elecciones de diciembre, pues, todas las encuestas le auguran una derrota con más del 70 por ciento de los votos a favor de la oposición.
Y una última es que, se trata de un “malvinazo”, para cohesionar a una FAN cada día más dividida y molesta porque Maduro no termina de aclarar si es venezolano o colombiano, así como a un partido oficialista abrumado por el fracaso del modelo y del régimen.
Quiere decir que, el “don nadie”, “nowhere man”, u “hombre de ninguna parte” está haciendo un esfuerzo supremo por convencer a algunos militares de que “no es colombiano”, y mucho menos “cucuteño”, y por eso hace fintas de anticolombianismo extremo, demostraciones de que está dispuesto a ir con todo contra sus connacionales y así dar pruebas de limpieza de sangre venezolana y venezolanista.
Para quienes arruguen el seño con relación a esta hipótesis definitivamente estrafalaria, les advierto que algunos historiadores sostienen que el antisemitismo enloquecido de Hitler procedía de su empeño en borrar sospechas de que tenía gotas de sangre judía, así como Stalin extremó la represión contra los georgianos para hacer olvidar que no era ruso, sino caucásico.
Ello explicaría lo del baile, los timbales, el viaje por Asia, Eurasia y Medio Oriente y de otras extravagancias y exageraciones que lo veremos hacer en los próximos días, semanas o meses.
Pero eso si venezolanos, colombianos y la comunidad internacional no mandan a la cárcel o al manicomio a tamaño aberrado y descuartizado mental que promete ahora “deleitarnos” con un concierto en la frontera donde cantará joropos y vallenatos.



Manuel Malaver
El madurismo, fase terminal del castrochavismo
Diario de Caracas, Caracas, 6 de septiembre de 2015

Héctor E. Schamis: Maduro, entre Galtieri y El Assad

Era 1981 en Argentina. Viola es presidente, un general. El régimen era brutalmente represivo pero débil. Las funciones y los cargos de gobierno estaban divididos en tres tercios, uno por cada rama de las Fuerzas Armadas. Ello incluía las tareas represivas, tanto como la distribución del botín robado en las casas de los desaparecidos. Era un incentivo para la fragmentación y la disputa que por supuesto quebró la cadena de mando.
El jefe del ejército era Galtieri, quien involucró a la fuerza con los contras nicaragüenses y en la guerra civil de El Salvador. Eso para que la Administración Reagan lo recibiera en Washington, el objetivo de todo funcionario que se precie de tal. Tuvo éxito, tanto que el entonces Secretario de Seguridad Nacional, Richard Allen, lo describió como “un general majestuoso”. Galtieri le creyó y ese diciembre removió a Viola con un golpe de Estado.
Además de politizadas, las Fuerzas Armadas eran ineptas. El gasto público estaba fuera de control, la inflación, persistente en los tres dígitos y la economía, en contracción. YPF tenía la exclusividad de ser el único monopolio estatal de petróleos en el mundo consistentemente en rojo durante el boom petrolero de los setenta. Para dar una idea del tamaño de la ineptitud.
La sociedad había comenzado a expresar su descontento. Ignorando el Estado de Sitio se formó la Multipartidaria, en demanda de “una transición democrática”, y el viejo músculo sindical volvió a las calles. Ante eso, Galtieri recurrió a una remanida estrategia: producir una crisis internacional para olvidar los problemas internos y cohesionar a la sociedad alrededor de su liderazgo.
Fue la guerra de las Malvinas, islas cuya recuperación era y es la reivindicación nacionalista más sentida en la historia del país. Con tanta majestuosidad y habiendo hecho el trabajo sucio en América Central, discurría Galtieri en sus largas vigilias bélicas que acompañaba con escocés en las rocas, Estados Unidos lo apoyaría, la flota británica no abandonaría el Mar del Norte y él podría convertirse en la mismísima resurrección de Perón. No sucedió exactamente así. El resto de la historia es conocido.
Galtieri es más que metáfora, a propósito de militares politizados e ineptos. Durante quince años, las disputas entre las instituciones militares, policiales y de inteligencia venezolanas han sido leyenda, ello sin mencionar las paraestatales, los colectivos armados. Buena parte de esas disputas es sobre el control de las rutas del contrabando y el narcotráfico, el botín de la ilegalidad. Maduro, sin embargo, culpa a los colombianos residentes en Venezuela de ello y ha procedido a militarizar y cerrar la frontera. La crisis internacional está en marcha. La foto de los puentes militarizados sobre el río Táchira evoca otra frontera, la del “Puente sin retorno” entre las dos Coreas. Que a nadie se le escape una bala.

Maduro produce una crisis internacional para (intentar) resolver una de sus crisis internas: acallar cualquier repercusión de la inminente sentencia a Leopoldo López
 
Como Galtieri, Maduro produce una crisis internacional para (intentar) resolver alguna de sus múltiples crisis internas: acallar cualquier repercusión de la inminente sentencia a Leopoldo López; que la prensa deje de mostrar las colas para conseguir comida; declarar el Estado de Excepción total o parcial en Táchira y otras zonas cercanas, y postergar o suspender las elecciones del 6 de diciembre. Como se la mire, es una crisis que le conviene.
Pero Maduro va mucho más allá. La siguiente foto de esta historia es de esos mismos colombianos cruzando el Táchira a pie, con el agua en la cintura y sus enseres a cuestas, hombres, mujeres, ancianos y niños. Y la tercera foto es de sus casas rodeadas por fuerzas militares y con una gigantesca “D” pintada en la puerta, para indicar la orden de demolición. Casi un relato bíblico o la historia del fascismo, según se prefiera.
Esto diferencia a Maduro de Galtieri y lo asemeja a El Assad. El régimen chavista produce una crisis internacional humanitaria con desplazados y refugiados. La magnitud de esa crisis no es comparable a la de Siria, pero en materia de derechos humanos y crímenes contra la humanidad la cuestión no es de cantidad. Una expulsión colectiva no es una deportación para el derecho internacional. Los expulsados no lo son por su status inmigratorio, una condición individual, sino por un dato de su identidad, su nacionalidad.
Venezuela viola así normas del derecho internacional y diversos tratados internacionales, todos ratificados por las Naciones Unidas. Entre ellos debe destacarse la obligación de la comunidad internacional de intervenir ante masivas violaciones, principio aprobado en 2005 en la propia Asamblea General. Esto importa en relación al rechazo de Venezuela a tratar el tema en la OEA, siendo miembro actual del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, y contando con el apoyo de Brasil, entre otros, país que aspira a un asiento permanente en un Consejo ampliado. El sinsentido latinoamericano.
Con esta crisis Maduro también se ha cargado a Colombia y no solo en la OEA. Mientras es garante de un plan de paz entre colombianos, abusa de colombianos y tiene seis millones que residen en Venezuela, todos potenciales rehenes. Maduro debe ser neutralizado cuanto antes para evitar que la crisis humanitaria en curso se convierta en catástrofe, es decir, antes que su parecido con El Assad se acentúe. En Siria, el desplazamiento forzado de la población civil ha sido parte de la táctica militar usada contra los rebeldes y, como tal, un crimen de guerra. Tal vez para el régimen chavista también termine siendo eso.
Además, el régimen tiene muchos más rehenes, otros 25 millones de oprimidos ciudadanos venezolanos, sin derechos ni alimentos y victimizados por una criminalidad fuera de control. Al borde de una crisis humanitaria, ellos también son refugiados.


Héctor E. Schamis
Maduro, entre Galtieri y El Assad
El País. Madrid, 6 de septiembre de 2015