lunes, 1 de diciembre de 2014

Orlando Ochoa Terán: Los mozárabes Fernández y los rebeldes Baduel

La más emblemática de las familias rebeldes, reminiscentes de aquellos astures como Don Pelayo y su hijo Alfonso, es la del general Raúl Baduel y su hijo Raúl Emilio Baduel.
La más emblemática de las familias rebeldes, reminiscentes de aquellos astures como Don Pelayo y su hijo Alfonso, es la del general Raúl Baduel y su hijo Raúl Emilio Baduel.
 
 
De la sinergia social que resultó de la invasión musulmana en la Península Ibérica en el siglo 8 surgieron variados estamentos sociales entre los cuales se destacaron los muladíes, hispano-godos cristianos que sin ambages se convirtieron al islam por razones prácticas. El mozárabe  era un grupo social que, si bien conservó la libertad de practicar la religión cristiana con ciertas restricciones, sus miembros se adaptaron a las costumbres, las tradiciones y a la cultura árabe de los invasores a fin de mantener sus propiedades y su posición de preeminencia. Diez siglos más tarde el darwinismo social sostendría que la adaptación era también clave para la sobrevivencia en crisis sociales.
La ocupación bolivariana de Venezuela no ha sido extraña a este fenómeno y por supuesto los mozárabes venezolanos no demoraron mucho en aparecer. Pero no todos se adaptaron, los astures, como se llamaba entonces a los habitantes de la agreste  geografía de lo que ahora es el Principado de Asturias, no tardaron muchos años en rebelarse. Fueron los pioneros de la Reconquista.
En esta analogía, de las familias mozárabes venezolanas no hay ninguna más representativa y simbólica que la representada por Eduardo Fernández y su hijo Pedro Pablo.  En contraste se podría decir que la más emblemática de las familias rebeldes, reminiscentes de aquellos astures como Don Pelayo y su hijo Alfonso, es la del general Raúl Baduel y su hijo Raúl Emilio Baduel. 
El mozárabe Fernández
Las similitudes de carácter y personalidad de un protegido con la de su mentor político no son inusuales. Pero el caso es que Eduardo Fernández se nutrió, creció y se modeló a imagen y semejanza del doctor Rafael Caldera. En biología evolucionista el mimetismo es la semejanza que adquiere una especie con otra diferente para efectos de protección y ocurre cuando un grupo de organismos evoluciona para compartir características que son percibidas en otro grupo al que llaman “modelos”. No cabe duda que este propósito de protección contra los predadores de la fauna política venezolana fue lo que condujo a Eduardo a desarrollar este camuflaje calderista que lo mantuvo a salvo por décadas a fuerza de mimetismo. Eduardo fue el único dirigente de cierta envergadura que renunció en ese tiempo a un curul en el Congreso Nacional para ocupar un puesto burocrático de segunda en Miraflores y seguir cerca del recién inaugurado presidente.
Más tarde, cuando alguien asomó la posibilidad de que fuera gobernador de Aragua, contestó sin turbarse que prefería 100 metros cuadrado en Miraflores que cien mil kilómetros cuadrados en la provincia. Entonces el cotarro de la cofradía socialcristiana se solazaban repitiendo que Eduardo tenía todos los defectos de Caldera pero ninguna de sus virtudes.
El contraste Baduel
Cabrujas, en un memorable artículo en 1992, a propósito de la rebeldía de Eduardo contra su protector, comentaba: “no hay calor en lo que dice, no hay verdad ni en sus conjunciones”. “Siente uno que el viento sopla y Fernández revolotea como una página de avisos clasificados extraviada hace seis meses…”. Veintidós años después se podría suscribir a Cabrujas como si fuera ayer.
El drama de Eduardo es que a fuerza de compartir las características percibidas en otro, dejó  de ser él mismo y cuando decidió despojarse del camuflaje no se encontró a sí mismo a salvo y muy probablemente, dominado por sus temores, comenzaron sus entuertos. Sólo su capacidad mimética le ha permitido sobrevivir a duras penas en este desbarajuste revolucionario. “Hay, en efecto, un Fernández, para cada oportunidad”, añadía Cabrujas. Cierto, una invitación a Miraflores y una declaración elogiando su “equilibrio” bastaron para que Chávez domesticara y convirtiera a este cachorro de tigre en uno de peluche. 
Hace unos meses, un veterano ex funcionario familiarizado con cuestiones de inteligencia vio salir a Eduardo de un lujoso hotel de Londres. Intrigado se las quiso arreglar para conocer cuánto pagaba por noche. Su sorpresa fue mucho mayor al constatar que quien pagaba la cuenta del lujoso hospedaje del matrimonio mozárabe era un prominente boliburgués venezolano, “darling” de la cúpula bolivariana. 
La ironía, y la tragedia de Venezuela, no puede estar mejor representada y caracterizada por estos dos grupos familiares, Eduardo Fernández y su hijo Pedro Pablo Fernández por  un lado y por el otro Raúl Isaías Baduel y su hijo Raúl Emilio Baduel. Los Fernández gozan de la simpatía y admiración en el gobierno y en la oposición. Los Baduel están en una prisión sufriendo humillaciones y torturas indiferentes a gobernantes que solían adularlos y a una dirigencia opositora que, como los mozárabes, están satisfechos que les permitan practicar el oficio y los rituales formales para aparentar que son opositores. 
Exactamente como mozárabe adeco, el “opositor” Edgar Zambrano, cuya duplicidad (quiere un cargo para su pareja Sobeya Mejía en el nuevo CNE) sólo es superada por la del sibilino Eduardo, el mozárabe ex visigodo social cristiano.
 
Orlando Ochoa Terán
Los mozárabes Fernández y los rebeldes Baduel
Soberania. Caracas, 29 de noviembre de 2014