martes, 25 de noviembre de 2014

Xabier Coscojuela: ¿Policía anticorrupción?

Los corruptos están temblando, pero de la risa. La semana pa sada el presidente Nicolás Maduro anunció la reforma a la ley Anticorrupción y la creación de una especie de policía especial que se encargará de poner tras las rejas a los que se apropien de lo que no es suyo. Ahora sí que estamos completos.

Alguien dijo que en Venezuela cuando hay un problema se dicta una ley. Que se cumpla es algo secundario. Eso explica que tengamos dos leyes para el desarme en menos de diez años, pero los malandros estén mejor armados hoy que antes de que se dictaran dichas normas.

Tenemos vigente una ley anticorrupción desde hace muchos años, el único problema con ella es que no se aplica o, en todo caso, se le aplica a algunos "chinitos" de Recadi que andan por ahí.

En el tema que nos ocupa queremos destacar que quien dicta la ley es el presidente del PSUV, partido con mayoría absoluta en la Asamblea Nacional, poder encargado de designar al contralor general de la República, funcionario que en teoría debe velar por la pulcritud administrativa. Pues bien, el titular de ese cargo falleció hace más de tres años y el partido oficial no ha movido un dedo para elegir a su sustituto. La razón es que no tiene los votos para imponer uno que se haga el loco cuando el corrupto es rojo rojito y le aplique cualquier artimaña legal a un opositor cuando a los cálculos electorales del PSUV les convenga.

Esos mismos diputados del PSUV son los que han negado con sus votos cualquier investigación de supuestos hechos de corrupción que se han producido en el país.

Votaron en contra de investigar el maletín de los 800 mil dólares decomisado en el aeropuerto de Buenos Aires.


 

Tampoco apoyaron investigar y determinar quiénes eran los responsables de la pérdida de miles de toneladas de alimentos importadas por Pudreval. Se negaron a indagar sobre el desfalco al fondo de pensiones de Pdvsa. Rechazaron investigar las denuncias hechas en Argentina que indicaban un sobreprecio en la compra de arroz.

No quisieron ni oír lo que dijo el cantante español Bertín Osborne, en una televisora española, sobre el hecho de que un general le había pedido comisión para comprarle carne. Los actos de corrupción roja rojita son como un batazo entre dos: pican y se extienden.

En resumen, los diputados del PSUV son como mínimo cómplices por omisión en los actos de corrupción que se han producido en Venezuela en todos esto años. Complicidad que se extiende hasta la Fiscalía General de la República y a los tribunales de justicia.

No hay duda de que en el período democrático también se cometieron gravísimos actos de corrupción y que la impunidad que los rodeaba fue una de las justificaciones que dieron los golpistas del 4 de Febrero para violar su juramento de respetar la Constitución, pero lo que se ha visto en "revolución" deja chiquito a lo ocurrido antes.

Compartimos lo dicho por Andrés Velásquez: este es el gobierno más corrupto de la historia nacional, y mire que ha tenido competidores fuertes.

Maduro anunció también la creación de un Cuerpo Nacional Contra la Corrupción, una especie de policía especial que investigará los casos que se presenten. El mismo estaría conformado por gente incorruptible.

Nos vamos a atrever a sugerirle algunos nombres. Creemos que Guido Antonini Wilson debe estar en ese equipo por su experiencia en el traslado de capitales. Los exmagistrados Aponte Aponte y Velásquez Alvaray deberían ser los asesores legales. Es imposible dejar fuera del grupo de Pudreval a quienes compraron la comida que después se pudrió. El grupo estaría incompleto si no se integra al mismo Elías Jaua, experto en el uso de aviones de Pdvsa.

No estamos diciendo que los mencionados sean corruptos, pero sí que saben de la materia y la experiencia es importante aprovecharla.



Xabier Coscojuela
Editorial
¿Policía anticorrupción?
Tal Cual. Caracas, 25 de noviembre de 2014.

Roberto Giusti: Los cómplices inocentes

No son pocas las dificultades que deben enfrentar los alcaldes y gobernadores de oposición, así como las autoridades de las universidades autónomas y/o experimentales, cuando se trata de cumplir el mandato que sus respectivas comunidades les trasfirieron  por la vía electoral. Y cuando hablo de obstáculos no me refiero a los usuales, propios de sus funciones básicas, sino a unos adicionales y poderosos a través de los cuales se  les escatima el presupuesto, se les arrebata atribuciones, se les crea estructuras paralelas de gobierno, se  les amenaza con los tribunales y se les sabotea permanentemente cualquier iniciativa dirigida a mejorar las condiciones de sus gobernados.

En esa tarea compleja, que en toda sociedad regida democráticamente implica la convivencia y el reconocimiento del otro en funciones de gobierno, las autoridades locales y universitarias, con posiciones distintas a las representadas en el  poder central, deben, primero que todo,  asegurar el presupuesto (y eso implica contacto permanente con  quien te lo niega de manera contumaz), evitar la caída en cualquier tipo de trampa dirigida a su destitución y si el tiempo, los recursos y su margen de acción  se lo permiten, cumplir las obligaciones con la comunidad a su cargo. Para ello con lo único que cuentan (y eso equilibra en algo las cargas porque no es poca cosa) es con el apoyo, a veces esquivo, de sus electores.

Existe, sin embargo, a un obstáculo adicional y no por eso menos importante, que se agrega a la acumulación de factores que atentan contra la estabilidad de los mandatarios locales, en este caso concreto, contra la Alcaldía del Municipio Chacao. Es así como un grupo de estudiantes en plan de protesta por la prisión de sus compañeros (causa más que justa), lograron la cancelación de la clausura  (y esto suena a redundancia pero así fue) del Sexto Festival de la Lectura, que se celebraba en la Plaza Altamira. Encapuchadas unas, a cara descubierta otras, algo así como cien personas pusieron fin, con su mera presencia,  a una actividad que, por decir lo menos,  es demostración de que tanto público en general, como gobiernos locales y, en este caso editores y libreros, no se han dejado llevar por la fatalidad de la polarización pura y dura. Con la importación de libros reducida al mínimo y la atención de la gente puesta en la adquisición de bienes indispensables, este tipo de eventos estaba demostrando, por la nutrida concurrencia, que el conocimiento, la lectura y el divertimento culto tienen cabida y demanda masiva en un país tan afligido como este.

Pues bien, no hicieron falta los camisas rojas para desmantelar la feria del libro porque un pequeño grupo de inconscientes provocó, casi que como una cita, la aparición de la parafernalia militar y policial. Aunque no se llegó a mayores, de ahí en adelante la feria se espichó en la soledad de la plaza, operó una forma, al menos singular, de censura  y los stands fueron levantados porque habría que tener nervios de acero para curiosear libros, leer solapas, decidirse por un título o por otro y llevarse algún ejemplar, mientras a cincuenta metros un guardia saliva de placer adelantado esperando el menor movimiento sospechoso para lanzarte un peinillazo.

Pero no se confundan. En absoluto estamos en contra de la protesta pacífica y eficaz y más en el caso de los estudiantes presos. Ahora, si se va a salir a la calle, ¿no sería mejor, mucho más útil y de mayor impacto hacerlo, por ejemplo, en la Plaza de Catia? Claro, allí el alcalde no es Ramón Muchacho.

@rgiustia
 
Roberto Giusti
Los cómplices inocentes
El Universal. Caracas, 25 de noviembre de 2014

Pablo Aure: La patria que queremos

Conversar acerca de Venezuela o escribir sobre cuál debe ser la estrategia para superar la grave crisis que padecemos, les confieso, no es tarea fácil. Si bien es cierto que creemos tener identificadas las prioridades en este momento, no es menos cierto que no tenemos un plan único para hacerles frente. Por ejemplo, sabemos que la situación económica, la inflación, la inseguridad, la salud, la educación y el desabastecimiento, son escollos que nos atormentan y que debemos abordarlos con tenacidad para solucionarlos. No tengo dudas de que esos son los problemas esenciales del venezolano, aunados a la calamidad que representa la impunidad, que destroza la esperanza de las víctimas; y si a eso le sumamos el control social ejercido por los grupos paramilitares, que evidentemente están  al margen de la Fuerza Armada y la institucionalidad, tenemos un panorama oscuro que pudiera desanimarnos en el firme propósito de construir una Venezuela distinta donde todos quepamos, nos respetemos y tengamos esperanzas de progresar en libertad y democracia. Ahí está el problema, pero no tenemos manera de solucionarlo fácilmente porque están rodeados de una espesa y tenebrosa neblina que nos impide avanzar y encontrar el camino que nos conduzca a la curación de esos males. 
Indiscutiblemente, además de la confusión que tenemos sobre la manera de cómo abordar esta gravedad, también sufrimos una falta de acuerdos entre los liderazgos existentes. Improvisación, apasionamiento, ambiciones de poder o componendas con el adversario, es lógico que surjan muchas propuestas. Desde mi concepción, todas lógicas. Pero al no tener fortaleza ninguna de ellas, jamás daremos al traste con los males que nos aquejan. Desunidos seguiremos siendo presa del bandidaje enquistado en el poder. 
La gran pregunta: ¿qué hacer entonces? 
 
Perseverancia y coherencia
Nada mejor que la constancia en tus propósitos. Tener siempre presente que la pasividad nunca será una opción válida para alcanzar las metas. 
Oportunidades para darle una vuelta a esta oscura telaraña aparecen constantemente, pero quienes anhelan que las cosas cambien siempre están desprevenidos o, peor aún, desunidos. 
Con vergüenza tenemos que reconocer que la principal fortaleza del régimen que nos oprime es nuestra propia desunión. No hemos aprendido, a pesar de los porrazos. Nos hemos empeñados en fabricar una unión que no refleja el sentir popular. Desatendemos por largos periodos a las bases populares, para atenderlas en épocas electorales. Y lo más lamentable, esa atención no es para sacarlas del abandono o resolverles sus problemas, sino para obtener un provecho electoral. Eso ya no funciona, porque en ese terreno el oficialismo lleva una gran ventaja cuando apela al peculado de uso para realizar sus campañas y conquistar votos con “favores”. Tiene los reales de la nación y los utiliza sin que se les agüe el ojo; total: al régimen nadie lo audita.
 
Nuevas leyes, nuevos impuestos
La semana pasada, horas antes de finalizar el plazo habilitante que se le dio al presidente para que supuestamente combatiera la desvergonzada corrupción que atosiga al país, el presidente aprovechó las últimas horas para  aprobar 28 nuevas leyes cuya finalidad nada tiene que ver con los motivos de la Habilitante, pues lo que se contempló fue incrementar los impuestos para llenar las arcas públicas con dinero de los contribuyentes debido a la caída de los precios del petróleo. 
No tengo ninguna duda de que el gobierno tratará de recuperar el equilibrio, o mejor dicho, su estabilidad y permanencia en el poder a fuerza de plata. Se nos ha amenazado varias veces con aumentar la gasolina, y con ello seguir llenando las alforjas, pero de bolívares, no de dólares. 
En bajada y sin frenos
Estamos transitando por un camino muy peligroso. Maduro está consciente de eso. Desde octubre, pudiéramos decir que maneja en medio de la oscuridad un autobús sin frenos, en bajada, sin luces y con el pavimento mojado. No sabe qué hacer. Y cosa más grave, de este lado parece que tampoco sabemos. 
Tratarán de aguantar hasta el próximo año para ver si el festín (y la división opositora) les proporciona oxígeno. Los impuestos son para eso, para seguir ofreciéndole al pueblo pan y circo, aunque cada vez menos pan y mucho más circo. 
Todos presentimos que el régimen agoniza y ni siquiera los impuestos lo salvarán. Claro que no. El problema de Venezuela no es en bolívares sino en dólares, y esos llegarán cada día en menor proporción porque el petróleo, que es lo único que exportamos, está perdiendo su valor. 
Las fábricas seguirán cerrando sus puertas, el costo de la vida seguirá aumentando, la escasez llegará a extremos insoportables. Cómo mantener una fábrica abierta sin nada que producir, recordemos que la materia prima de casi la totalidad de lo que se produce en el país, es importada, ¿y sin dólares cómo vamos a tener producción nacional? 
 
¿Estallido, golpe, parlamentarias o Constituyente?
Seguimos preguntándonos: ¿qué nos espera a los venezolanos? Cualquier cosa puede pasar. Eso sí, no esperen, ni siquiera lo piensen, que como está la situación el presidente Maduro pueda ser sustituido por un cabeza visible de la línea opositora. Eso ni lo sueñen. El asunto es entre ellos y solamente los rojos tendrán la posibilidad de sustituirlo. La oposición jugará un papel importantísimo, siempre y cuando sepa interpretar el momento. Y esto lo siento así. He venido insistiendo en la necesidad de tender puentes con el oficialismo, porque más temprano que tarde la conflictividad será irresistible. Puede ocurrir un estallido social, la mayoría de los analistas lo presagian, aunque también pudiera escaparse un gorila de los cuarteles en medio de esa conflictividad. Mientras eso quizá esté más cerca de lo que imaginamos, seguiremos distrayéndonos con el escenario de las elecciones parlamentarias. Ojalá la Mesa de la Unidad Democrática se ponga a la altura de los verdaderos intereses de la nación, y no nos obligue a seguir separados. No es el momento de las parcelas sino del país. 
Nunca auparía ningún golpe militar, pero sí les pediría a las Fuerzas Armadas que piensen en Venezuela y en su pueblo. Esto significa que en caso de producirse un estallido social, analicen las causas que lo originaron y colóquense del lado de la institucionalidad inspirada en los valores democráticos y jamás en ideales de quienes han utilizado el nombre de Bolívar para lucrarse sacrificando una nación que en algún momento fue próspera. 
Hemos dicho que varios son los escenarios que pueden presentarse en un futuro no muy lejano, pero, debemos estar claros que sea un estallido, un golpe o lleguemos a las parlamentarias, tengan la plena seguridad que la única manera de recuperar las instituciones y la confianza en el país será mediante un proceso constituyente. 
Estamos presenciando los estertores de un modelo que intentó perpetuarse en nuestro país. Es hora de reflexionar y entrar en razón. Basta de mentiras y de engaños. Basta de necias divisiones. Venezuela es una sola, aunque hoy un grupete se haya empeñado en dividirla.


Pablo Aure
La patria que queremos
El Nacional. Caracas, 25 de noviembre de 2014

Asdrúbal Aguiar: La democracia está en la cárcel

La idea de la justicia, en mayúsculas o minúsculas, alude, por ser un valor y no mera forma legal, a todo aquello que promueve la idea de la dignidad de la persona humana. En pocas palabras, la que le permite a todo hombre, varón o mujer, definir un proyecto legítimo de vida y de desarrollo personal.
Si la ley del mundo fuese sólo lo que ocurre cotidianamente, obra del voluntarismo humano, en medio de una realidad en la que cada quién y cada cual se mira su ombligo sin trascender, sin esperanza, la vida carecería de sentido y sería, no cabe duda, objetivamente, la casa de la maldad. Algo así como la Venezuela de la circunstancia.
Pero si la ley del mundo fuese un mero catecismo escrito, técnico, frío, que se redujese a lo que dicen las constituciones, sin más alma que las palabras hechas por los entendidos en leyes; la justicia mudaría en un acto de violencia institucional que impone lo legalmente escrito – probablemente injusto - sobre las realidades huidizas y arbitrarias que dominen.
En el primer caso, regiría la ley de la selva, la del manotazo. En el segundo caso, las constituciones “servirían para todo” por inefectivas y extrañas al comportamiento general de la gente.
La ley del mundo tampoco puede reducirse a lo sobrenatural, al deber ser, a lo que pueda dictar una apuesta por la perfección humana divorciada de las certezas, es decir, de la imperfección inequívoca de lo humano. Y si ello se tradujese o fuese trasplantado como aspiración a un texto constitucional, éste marcharía por un lado, mientras la cotidianidad lo haría por el otro. Tendríamos muchas normas justas y buenas, pero inefectivas e ineficaces.
De modo que, mirándonos en la realidad y describiéndola en leyes para la vida diaria, cabe que éstas, sin despegar hacia el espacio sideral, corrijan sobre lo humano todo aquello que humanamente puede pedirse del ser humano como ser racional y perfectible, que no perfecto. Y esa aspiración, susceptible de ser efectiva y eficaz, es, justamente, la medida humana de la justicia humana.
La cuestión anterior puede resultar rebuscada o acaso abstracta, pero vale como un esfuerzo conceptual necesario para entender que la hora agonal que vivimos los venezolanos tiene su origen no en un defecto – que si lo tiene – de quien tiene entre sus manos la fuerza bruta del poder, Nicolás Maduro, y tampoco en las falencias de una asamblea cuartelera que no legisla o mal legisla o prefiere que Maduro legisle, cargándose ella y éste a la misma Constitución.  Padecemos los venezolanos, antes bien, por ausencia total, de una idea cabal de la justicia. Rige entre nosotros la ley de la arbitrariedad y la arbitrariedad se hace ley – el propio Maduro fabrica leyes como salchichas – por falta de jueces, incapaces de tener una narrativa cultural acerca del valor justicia, que haga posible la Justicia en mayúsculas y les permita, además, reivindicar sus propias dignidades como seres humanos.
Si el Gobierno se comporta criminalmente, reina la impunidad y la Justicia oculta su rostro. Y si los legisladores no legislan o lo hacen mal e injustamente – sin mirarse en los derechos de las personas y ejecutando los dictados del gendarme a quien mal controlan, ello pasa por carencia de juzgadores. Los que se dicen tales, ni sancionan a la corrupción, ni anulan las leyes que contrarían a la Constitución y al principio ordenador de todo régimen constitucional y democrático: el respeto de la dignidad humana.
La reinvención de la democracia, en consecuencia, ha de cerrarle el paso a la idea actual de la “posdemocracia”, que es la síntesis cabal de la política deshumanizadora del espectáculo, que humilla a la razón y desprecia la libertad de pensamiento; por ser la mera suma de medios radioeléctricos y prensa controlados, finanzas sin control, y populismo a la orden y para la búsqueda del poder por el poder sin controles judiciales.
Reinventar la democracia demanda una clara idea de la Justicia, de la dimensión de los valores, de la moral como frontera que separa y en la que resuelve el antagonismo entre nuestra animalidad como especie sin destino y nuestra trascendencia, como hijos de la razón y objetos de la esperanza.
No por azar, al mirar el conjunto de nuestra gente y preguntarme por la democracia, estimo que ella medra tras las rejas. Está allí en el testimonio de nuestros presos políticos, como Leopoldo López, Enzo Scarano, Daniel Ceballos o Salvatore Lucchesse, emblemas de quienes han sido encarcelados o maniatados con medidas cautelares, como los estudiantes de febrero, por “jueces del terror” y por disentir. Vale, pues, lo dicho por Leopoldo, quien ahora sabe de derechos por haberlos perdido: “Tenemos sicarios, sí, sicarios de la Justicia”, enterradores de la democracia, nuestros jueces provisorios.
correoaustral@gmail.com

Asdrúbal Aguiar
La democracia está en la cárcel
Diario Las Américas. Miami, 25 de noviembre de 2014