miércoles, 25 de marzo de 2015
Carlos Blanco: ¿Cómo se sale de “esto”?
“Esto” no es sólo Maduro. “Esto” es “todo”. La conversación cotidiana se reduce a un punto en el cual se condensa toda la energía psíquica, espiritual y política del país: ¿tendrá fin esta pesadilla? Es una pregunta transpolítica; va más allá del régimen imperante; es casi como preguntarse si se podrá cambiar de piel, de alma, de demonios y de dioses. Es cuestionamiento que se hacen opositores y chavistas, independientes y miembros de partidos, pertenezcan a la República de los Inventarios Caseros o a la ciudadanía de las colas, esa de las estructuras tornadizas que serpentean, como asedios sudorosos, alrededor de mercados, tenderetes y bodegas.
En la encuesta de Alfredo Keller del primer trimestre de este año se encuentra que la demanda de cambio es del 70%, mientras los que quieren seguir con “lo mismo” se ubica en 20%. Esta insatisfacción se traduce en que 60% estima que Maduro debe irse del poder antes de 2019 frente a 36% que comparte que “hay que dejar que termine”. El chavismo pierde simpatías y la oposición también (más que el chavismo) en beneficio de “los independientes”. En la perspectiva electoral, 77% asegura que votará en las parlamentarias: 36% por la oposición, 24% por el oficialismo y una abstención potencial de 39%; pero si se va a los “votantes seguros”, la oposición obtendría 42% y el oficialismo, 31%. Aunque la disposición electoral opositora es mayor que la del chavismo por 12%, el hecho de que 60% de descontento no se traduzca sino en 36% de votación opositora indica un serio problema, sobre todo porque en experiencias electorales anteriores ha habido similares situaciones que al final, con las “ayudaítas” conocidas, se revierten a favor del gobierno.
El deseo de cambio es mayoritario y, a ojo de buen cubero, posiblemente mayor si se toman en cuenta las condiciones represivas del entorno. Se revela que la sociedad buscará cualquier oportunidad, incluida la electoral, para producir ese cambio, sobre todo en un momento en el cual otras no se muestran bajo su control (60% cree probable “un estallido social” vs 39%; 46% cree probable un golpe de Estado vs 51% que no cree).
La demanda de cambio es muy amplia; la mayoría estima que Maduro debe salir de la presidencia antes de 2019. La salida electoral se muestra como opción para una victoria opositora pero que, al menos hasta la fecha, no logra galvanizar el descontento. Pero no parece haber alternativa.
¿Qué debería hacerse antes y a propósito de las elecciones para que la voluntad de cambio se traduzca en cambio real?
Carlos Blanco
¿Cómo se sale de “esto”?
El Nacional. Caracas, 25 de marzo de 2015
Aníbal Romero: La gran victoria de Hugo Chávez
¿Perdió la brújula política la oposición venezolana, o acaso su brújula apunta firmemente en la dirección de apaciguar al régimen chavista y convivir junto al mismo, en lugar de confrontarlo? Formulo la pregunta a raíz de las reacciones opositoras ante la reciente decisión de Washington, dirigida de un lado a precisar de una vez por todas que el régimen venezolano constituye una amenaza a la seguridad nacional de Estados Unidos, y de otro lado a sancionar de manera específica a un grupo de funcionarios civiles y militares por acciones vinculadas a la violación de derechos humanos, entre otros asuntos.
Antes de abordar mi interrogante debo dejar claro que separo de mis consideraciones a María Corina Machado, Leopoldo López, Antonio Ledezma y otros pocos, cuya inequívoca postura de enfrentamiento al régimen les ubica en un plano propio.
Dos puntos son obvios: en primer término que la decisión de Washington se refiere al régimen que ahora domina a Venezuela, y no a la nación como un todo ni al pueblo venezolano en su conjunto. La redacción ambigua de un documento puede ser utilizada para manipularle con propósitos de propaganda, pero ello no hace desaparecer su sustancia. En segundo lugar, el hecho de que el régimen chavista procure sacar provecho de lo ocurrido no es sorprendente; tales distorsiones son un conocido y esencial componente del arsenal ideológico castrista, heredado de las técnicas de agitación y propaganda que los bolcheviques inventaron y sus discípulos han perfeccionado durante décadas. En todo esto nada hay de nuevo. Lo que sí llama la atención es la reacción de buena parte de la oposición, que se ha visto una vez más colocada a la defensiva por la cruda y patente maniobra del régimen orientada a confundir, desviar la atención y tender otra cortina de humo que esconda la crisis a la que el chavismo ha conducido a Venezuela.
Veamos: a lo largo de diecisiete años el régimen chavista se ha convertido en un factor fundamental de subversión política en América Latina y más allá. Se ha aliado con los Estados forajidos del planeta y con algunos de los más enconados enemigos de Washington, entre ellos Irán, el Irak de Saddam Hussein, Siria, Corea del Norte y Cuba. Ha respaldado igualmente a los grupos palestinos más radicales y expresado sus simpatías (quizás más que eso) hacia grupos extremistas como Hamas, Hezbola, ISIS, y las guerrillas colombianas.
De paso, el régimen chavista se ha asociado con los principales rivales geopolíticos de Washington en el mundo, es decir China y Rusia, y ha adelantado una política sistemática e incesante de lucha contra Estados Unidos en todos los frentes diplomáticos, tanto bilaterales como multilaterales, creando organizaciones paralelas cuya razón de ser y objetivo primordial es atacar y erosionar en lo posible los intereses e iniciativas de Washington en los diversos niveles de acción internacional y tratándose de lo que sea, desde el tema de las armas químicas que emplea Assad en Siria hasta los ensayos nucleares de Kim Jong-un en la península coreana.
Además de lo expuesto, cabe añadir las fundamentadas acusaciones acerca de las oscuras prácticas del régimen en el terreno de las finanzas internacionales, así como el sensible tema del narcotráfico, que de un modo u otro sitúa a la actual Venezuela en el ojo del huracán, en vista de la notoria masa de drogas ilícitas que según reportes confiables se desplaza por nuestro país, usándole como vía de tránsito.
Para nadie es un secreto que el régimen chavista considera a Estados Unidos su peor enemigo, que su política exterior está nítidamente orientada a mantener y agudizar la pugna permanente contra el “Imperio”, que su retórica y actividades se dirigen hacia –y son justificadas por– un implacable rechazo a Washington, la “democracia burguesa”, el capitalismo y todos los esquemas de alianzas estratégicas que Estados Unidos encabeza en el ámbito regional y global.
Entonces, ¿a qué viene tanta alharaca por el hecho de que, tras diecisiete años de soportar los insultos, ofensas, agresiones, embestidas y agravios del régimen, y de aguantar la iracundia y tropelías de nuestros atolondrados revolucionarios, Washington haya decidido poner los puntos sobre las íes y ajustar su postura política y diplomática a la realidad, tal como es? ¿Por qué tanto alboroto a raíz de que Estados Unidos haya finalmente optado por responder ante el palpable proceso de destrucción de la libertad y la democracia en Venezuela y la violación de nuestros derechos, dejando en claro que lo que está pasando en nuestro país constituye sin duda una amenaza a los principios e intereses que el coloso del norte defiende?
Cabe reflexionar sobre dos temas que se enlazan acá: por una parte, no sabemos qué ingredientes adicionales, aparte del catálogo de fechorías ya señaladas anteriormente, qué locuras suplementarias, qué otros desmanes ha cometido el régimen chavista dentro y fuera de nuestras fronteras, impulsado por sus sueños de enfrentamiento épico y planetario contra el “Imperio”. No sabemos, en otras palabras, si Washington conoce verdades que nosotros ignoramos, relativas a las actividades del régimen chavista en diversos ámbitos internacionales en alianza con gobiernos, grupos, organizaciones e individuos a quienes Occidente ha colocado en las listas de indeseables o de enemigos declarados por sus vínculos con el terrorismo, la proliferación nuclear, los fraudes financieros, el narcotráfico y el lavado de dinero. No sabemos, en síntesis, qué otros elementos puede haber tras la decisión estadounidense de establecer que el régimen chavista constituye una amenaza a su seguridad nacional. Pero no sería extraño que tales elementos adicionales e incriminatorios existan.
Todo esto, en segundo lugar, debería haber hecho entender a la oposición venezolana el impacto disuasivo de la decisión de Washington, y su significado para una lucha que prosigue y seguramente aún producirá numerosos vaivenes.
Uno se asombra, por tanto, al constatar que numerosos dirigentes y comentaristas de oposición, y figuras que incluyen hasta al cardenal de la Iglesia Católica, no solamente califican de “inoportuna” la decisión soberana del gobierno estadounidense, sino que –lo que es todavía más absurdo– se ponen del lado del régimen que ha llevado a Venezuela al abismo, interpretando lo hecho por Washington como una especie de afrenta a nuestro país, en lugar de asumir la acción estadounidense como lo que sin duda es: una reacción perfectamente explicable ante un gobierno hostil, y un instrumento disuasivo para minimizar y contener el rumbo represivo que claramente ha tomado el régimen chavista, ante el creciente malestar que genera su delirio.
Después de diecisiete años de abandono a la oposición por parte de la comunidad internacional en general e interamericana en particular, y luego de incontables solicitudes de apoyo desde el bando democrático a la lucha por la libertad en Venezuela, finalmente Washington hizo algo, tan solo para recibir a cambio las críticas de una oposición extraviada, que jamás ha entendido o querido entender la naturaleza del régimen chavista.
La claudicación ideológica de la oposición venezolana ha alcanzado su punto culminante estos pasados días, poniendo de manifiesto que Hugo Chávez logró una gran victoria en medio de sus abusos, disparates y desafueros, quizás su más importante y significativa victoria en lo que concierne al incierto porvenir de Venezuela. Chávez convirtió a casi todos los políticos en sus imitadores y “clones” ideológicos, un tanto atenuados quizás, pero en esencia colocados sobre el terreno del populismo de izquierda y del pueril patrioterismo antiyanqui, característicos del ancestral complejo de inferioridad latinoamericano ante Estados Unidos. Chávez movió a todo el país hacia la izquierda, hacia el universo ideológico de lo que Von Mises llamó la “mentalidad anticapitalista”, y con ello logró que la oposición no represente una opción en esencia diferente, sino más bien una versión mitigada de su socialismo atávico y empobrecedor. En síntesis, en Venezuela (casi) todos somos de izquierda (aunque me excluyo en lo personal), socialistas y antiimperialistas, a pesar de que algunos se cubran con ropajes de centro-izquierda u otros eufemismos semejantes, que a la postre desembocan en lo mismo.
Hacia el futuro, si es que el régimen se degrada mediante un proceso de desgaste, a nuestro país le espera una mediocre pugna entre una izquierda radical, ya sembrada a largo plazo por el chavismo, y otra izquierda pragmática pero también comprometida con el populismo “progresista” que nos ha conducido al foso en que nos encontramos, y que es y será siempre incapaz de sacarnos del atraso.
En función de lo expuesto previamente, puedo ahora dar respuesta a la interrogante planteada al comienzo: la oposición venezolana no ha perdido la brújula, pues su brújula política es la del de apaciguamiento y la convivencia con el régimen chavista. No busca reemplazarlo sino acomodarse al mismo y ajustarse a sus parámetros. No aspira a confrontarlo a objeto de abrir a este país en desgracia una ruta de libertad y prosperidad verdadera y perdurable. Lo que busca la oposición es medrar, evadiendo la verdad.
Aníbal Romero
La gran victoria de Hugo Chávez
El Nacional. Carcas, 25 de marzo de 2015
Antes de abordar mi interrogante debo dejar claro que separo de mis consideraciones a María Corina Machado, Leopoldo López, Antonio Ledezma y otros pocos, cuya inequívoca postura de enfrentamiento al régimen les ubica en un plano propio.
Dos puntos son obvios: en primer término que la decisión de Washington se refiere al régimen que ahora domina a Venezuela, y no a la nación como un todo ni al pueblo venezolano en su conjunto. La redacción ambigua de un documento puede ser utilizada para manipularle con propósitos de propaganda, pero ello no hace desaparecer su sustancia. En segundo lugar, el hecho de que el régimen chavista procure sacar provecho de lo ocurrido no es sorprendente; tales distorsiones son un conocido y esencial componente del arsenal ideológico castrista, heredado de las técnicas de agitación y propaganda que los bolcheviques inventaron y sus discípulos han perfeccionado durante décadas. En todo esto nada hay de nuevo. Lo que sí llama la atención es la reacción de buena parte de la oposición, que se ha visto una vez más colocada a la defensiva por la cruda y patente maniobra del régimen orientada a confundir, desviar la atención y tender otra cortina de humo que esconda la crisis a la que el chavismo ha conducido a Venezuela.
Veamos: a lo largo de diecisiete años el régimen chavista se ha convertido en un factor fundamental de subversión política en América Latina y más allá. Se ha aliado con los Estados forajidos del planeta y con algunos de los más enconados enemigos de Washington, entre ellos Irán, el Irak de Saddam Hussein, Siria, Corea del Norte y Cuba. Ha respaldado igualmente a los grupos palestinos más radicales y expresado sus simpatías (quizás más que eso) hacia grupos extremistas como Hamas, Hezbola, ISIS, y las guerrillas colombianas.
De paso, el régimen chavista se ha asociado con los principales rivales geopolíticos de Washington en el mundo, es decir China y Rusia, y ha adelantado una política sistemática e incesante de lucha contra Estados Unidos en todos los frentes diplomáticos, tanto bilaterales como multilaterales, creando organizaciones paralelas cuya razón de ser y objetivo primordial es atacar y erosionar en lo posible los intereses e iniciativas de Washington en los diversos niveles de acción internacional y tratándose de lo que sea, desde el tema de las armas químicas que emplea Assad en Siria hasta los ensayos nucleares de Kim Jong-un en la península coreana.
Además de lo expuesto, cabe añadir las fundamentadas acusaciones acerca de las oscuras prácticas del régimen en el terreno de las finanzas internacionales, así como el sensible tema del narcotráfico, que de un modo u otro sitúa a la actual Venezuela en el ojo del huracán, en vista de la notoria masa de drogas ilícitas que según reportes confiables se desplaza por nuestro país, usándole como vía de tránsito.
Para nadie es un secreto que el régimen chavista considera a Estados Unidos su peor enemigo, que su política exterior está nítidamente orientada a mantener y agudizar la pugna permanente contra el “Imperio”, que su retórica y actividades se dirigen hacia –y son justificadas por– un implacable rechazo a Washington, la “democracia burguesa”, el capitalismo y todos los esquemas de alianzas estratégicas que Estados Unidos encabeza en el ámbito regional y global.
Entonces, ¿a qué viene tanta alharaca por el hecho de que, tras diecisiete años de soportar los insultos, ofensas, agresiones, embestidas y agravios del régimen, y de aguantar la iracundia y tropelías de nuestros atolondrados revolucionarios, Washington haya decidido poner los puntos sobre las íes y ajustar su postura política y diplomática a la realidad, tal como es? ¿Por qué tanto alboroto a raíz de que Estados Unidos haya finalmente optado por responder ante el palpable proceso de destrucción de la libertad y la democracia en Venezuela y la violación de nuestros derechos, dejando en claro que lo que está pasando en nuestro país constituye sin duda una amenaza a los principios e intereses que el coloso del norte defiende?
Cabe reflexionar sobre dos temas que se enlazan acá: por una parte, no sabemos qué ingredientes adicionales, aparte del catálogo de fechorías ya señaladas anteriormente, qué locuras suplementarias, qué otros desmanes ha cometido el régimen chavista dentro y fuera de nuestras fronteras, impulsado por sus sueños de enfrentamiento épico y planetario contra el “Imperio”. No sabemos, en otras palabras, si Washington conoce verdades que nosotros ignoramos, relativas a las actividades del régimen chavista en diversos ámbitos internacionales en alianza con gobiernos, grupos, organizaciones e individuos a quienes Occidente ha colocado en las listas de indeseables o de enemigos declarados por sus vínculos con el terrorismo, la proliferación nuclear, los fraudes financieros, el narcotráfico y el lavado de dinero. No sabemos, en síntesis, qué otros elementos puede haber tras la decisión estadounidense de establecer que el régimen chavista constituye una amenaza a su seguridad nacional. Pero no sería extraño que tales elementos adicionales e incriminatorios existan.
Todo esto, en segundo lugar, debería haber hecho entender a la oposición venezolana el impacto disuasivo de la decisión de Washington, y su significado para una lucha que prosigue y seguramente aún producirá numerosos vaivenes.
Uno se asombra, por tanto, al constatar que numerosos dirigentes y comentaristas de oposición, y figuras que incluyen hasta al cardenal de la Iglesia Católica, no solamente califican de “inoportuna” la decisión soberana del gobierno estadounidense, sino que –lo que es todavía más absurdo– se ponen del lado del régimen que ha llevado a Venezuela al abismo, interpretando lo hecho por Washington como una especie de afrenta a nuestro país, en lugar de asumir la acción estadounidense como lo que sin duda es: una reacción perfectamente explicable ante un gobierno hostil, y un instrumento disuasivo para minimizar y contener el rumbo represivo que claramente ha tomado el régimen chavista, ante el creciente malestar que genera su delirio.
Después de diecisiete años de abandono a la oposición por parte de la comunidad internacional en general e interamericana en particular, y luego de incontables solicitudes de apoyo desde el bando democrático a la lucha por la libertad en Venezuela, finalmente Washington hizo algo, tan solo para recibir a cambio las críticas de una oposición extraviada, que jamás ha entendido o querido entender la naturaleza del régimen chavista.
La claudicación ideológica de la oposición venezolana ha alcanzado su punto culminante estos pasados días, poniendo de manifiesto que Hugo Chávez logró una gran victoria en medio de sus abusos, disparates y desafueros, quizás su más importante y significativa victoria en lo que concierne al incierto porvenir de Venezuela. Chávez convirtió a casi todos los políticos en sus imitadores y “clones” ideológicos, un tanto atenuados quizás, pero en esencia colocados sobre el terreno del populismo de izquierda y del pueril patrioterismo antiyanqui, característicos del ancestral complejo de inferioridad latinoamericano ante Estados Unidos. Chávez movió a todo el país hacia la izquierda, hacia el universo ideológico de lo que Von Mises llamó la “mentalidad anticapitalista”, y con ello logró que la oposición no represente una opción en esencia diferente, sino más bien una versión mitigada de su socialismo atávico y empobrecedor. En síntesis, en Venezuela (casi) todos somos de izquierda (aunque me excluyo en lo personal), socialistas y antiimperialistas, a pesar de que algunos se cubran con ropajes de centro-izquierda u otros eufemismos semejantes, que a la postre desembocan en lo mismo.
Hacia el futuro, si es que el régimen se degrada mediante un proceso de desgaste, a nuestro país le espera una mediocre pugna entre una izquierda radical, ya sembrada a largo plazo por el chavismo, y otra izquierda pragmática pero también comprometida con el populismo “progresista” que nos ha conducido al foso en que nos encontramos, y que es y será siempre incapaz de sacarnos del atraso.
En función de lo expuesto previamente, puedo ahora dar respuesta a la interrogante planteada al comienzo: la oposición venezolana no ha perdido la brújula, pues su brújula política es la del de apaciguamiento y la convivencia con el régimen chavista. No busca reemplazarlo sino acomodarse al mismo y ajustarse a sus parámetros. No aspira a confrontarlo a objeto de abrir a este país en desgracia una ruta de libertad y prosperidad verdadera y perdurable. Lo que busca la oposición es medrar, evadiendo la verdad.
Aníbal Romero
La gran victoria de Hugo Chávez
El Nacional. Carcas, 25 de marzo de 2015
Gina Montaner: Venezuela:La otra cumbre del ex presidente González
En menos de un mes Obama y Maduro se verán las caras en la VII Cumbre de las Américas que se celebrará en Panamá. Si se tratara de un 'match' de boxeo, habría reventa por ver un duelo que sólo eclipsará el abrazo que podría producirse entre el presidente estadounidense y el gobernante cubano Raúl Castro. Y es que este encuentro auspiciado por la Organización de Estados Americanos (OEA) se presenta con una nueva Guerra Fría entre Washington y Caracas y el deshielo entre Estados Unidos y el régimen de La Habana.
El plan de Obama era llegar a Ciudad de Panamá en medio de una atmósfera distendida por el fin de la política de aislamiento hacia Cuba. Pero en el camino aumentó la tensión con el Gobierno de Maduro, ahora metido en el papel de David que durante décadas patentaron los hermanos Castro contra el eterno Goliat que ha sido Estados Unidos.
Cuando el pasado 9 de marzo el mandatario estadounidense declaró al país sudamericano como una amenaza para la seguridad nacional y aumentó las sanciones contra el chavismo, dio pie a un nuevo frente latinoamericano que se ha solidarizado con el sucesor de Hugo Chávez. A pesar de las violaciones de derechos humanos que a diario se cometen en Venezuela, el eje de la Alianza Bolivariana por los Pueblos (ALBA) ha arropado a Maduro y exige a Obama que derogue la acción ejecutiva. Lo mismo ha sucedido con Unasur, que denuncia la amenaza "injerencista" de Washington. Un bloque que en Panamá no perderá ocasión para culpar a EEUU de todos los males de América Latina, distrayendo la atención de lo que verdaderamente carcome a la región: la corrupción y el autoritarismo.
Son pocos los gobiernos latinoamericanos que han condenado la oleada represiva de Maduro. Y mientras en Panamá habrá más bramidos dirigidos a Washington que contra los atropellos del chavismo (por no hablar de los del castrismo) será un ex presidente español, Felipe González, quien dé la batalla más certera contra un Gobierno que si bien fue elegido en las urnas, se ha apartado de los principios fundamentales de la democracia.
Junto a otros ex presidentes como el chileno Ricardo Lagos, González se ha ofrecido a unirse al equipo defensor de los opositores venezolanos Leopoldo López, Antonio Ledezma y Daniel Ceballos, hoy encarcelados mientras sus familiares sufren acoso. No es la primera vez que se pone de parte de disidentes perseguidos. En 1977, defendió a presos políticos bajo la dictadura de Pinochet. Y en los años de su Gobierno también ayudó a la disidencia cubana pese a su buena relación con Fidel. González está haciendo más por la libertad de lo que cabe esperar de los jefes de Estado que se reunirán en Panamá. Volverán a señalar con el dedo a Washington, pero los verdaderos David son los opositores que hoy se juegan la vida en Venezuela.
Gina Montaner
Venezuela:La otra cumbre del ex presidente González
El Mundo. Madrid, 25 de marzo de 2015
El plan de Obama era llegar a Ciudad de Panamá en medio de una atmósfera distendida por el fin de la política de aislamiento hacia Cuba. Pero en el camino aumentó la tensión con el Gobierno de Maduro, ahora metido en el papel de David que durante décadas patentaron los hermanos Castro contra el eterno Goliat que ha sido Estados Unidos.
Cuando el pasado 9 de marzo el mandatario estadounidense declaró al país sudamericano como una amenaza para la seguridad nacional y aumentó las sanciones contra el chavismo, dio pie a un nuevo frente latinoamericano que se ha solidarizado con el sucesor de Hugo Chávez. A pesar de las violaciones de derechos humanos que a diario se cometen en Venezuela, el eje de la Alianza Bolivariana por los Pueblos (ALBA) ha arropado a Maduro y exige a Obama que derogue la acción ejecutiva. Lo mismo ha sucedido con Unasur, que denuncia la amenaza "injerencista" de Washington. Un bloque que en Panamá no perderá ocasión para culpar a EEUU de todos los males de América Latina, distrayendo la atención de lo que verdaderamente carcome a la región: la corrupción y el autoritarismo.
Son pocos los gobiernos latinoamericanos que han condenado la oleada represiva de Maduro. Y mientras en Panamá habrá más bramidos dirigidos a Washington que contra los atropellos del chavismo (por no hablar de los del castrismo) será un ex presidente español, Felipe González, quien dé la batalla más certera contra un Gobierno que si bien fue elegido en las urnas, se ha apartado de los principios fundamentales de la democracia.
Junto a otros ex presidentes como el chileno Ricardo Lagos, González se ha ofrecido a unirse al equipo defensor de los opositores venezolanos Leopoldo López, Antonio Ledezma y Daniel Ceballos, hoy encarcelados mientras sus familiares sufren acoso. No es la primera vez que se pone de parte de disidentes perseguidos. En 1977, defendió a presos políticos bajo la dictadura de Pinochet. Y en los años de su Gobierno también ayudó a la disidencia cubana pese a su buena relación con Fidel. González está haciendo más por la libertad de lo que cabe esperar de los jefes de Estado que se reunirán en Panamá. Volverán a señalar con el dedo a Washington, pero los verdaderos David son los opositores que hoy se juegan la vida en Venezuela.
Gina Montaner
Venezuela:La otra cumbre del ex presidente González
El Mundo. Madrid, 25 de marzo de 2015
Marianella Salazar: Los “huelepega” nacionalistas
El gobierno “presume” de ser uno de los países más antiamericanos del planeta y aprovecha las sanciones de Estados Unidos a unos funcionarios corruptos, a quienes les cancelaron sus visas y congelaron sus cuentas. Las sanciones acompañadas de la declaración de que Venezuela representa un peligro para la seguridad nacional de Estados Unidos tienen relación con el sistema financiero de ese país, que persigue el dinero mal habido procedente del narcotráfico, la corrupción y de grupos terroristas. Sin embargo, el gobierno hace ver que nos han declarado la guerra, que los marines pueden desembarcar en cualquier momento en Machurucuto o en Mamo, y convoca a unos ejercicios militares para entrenarnos ante la inminente invasión. Algo inimaginable, si se analiza que las sanciones no son contra los venezolanos, ni siquiera contra el gobierno de Maduro, sino contra determinados funcionarios y militares chavistas.
Como era de esperarse, utilizaron el momento, con el índice de popularidad más bajo en la historia de la revolución bolivariana, para remontar la cuesta con miras a las elecciones legislativas y, convenientemente, silenciar los grandes escándalos de altos cargos del chavismo con dinero proveniente de Pdvsa, que evidencian el gran saqueo y una de las causas del empobrecimiento de los ciudadanos. Por eso, el gobierno agita las banderas del nacionalismo para su consumo inmediato.
El nacionalismo es como una droga, es como oler el pegamento de las ideas sociales y políticas. El nacionalismo maneja una gran falsedad, que es la idea de identidad de un pueblo, conceptos mágicos, palabras altisonantes y vacías. Lo malo del nacionalismo es que siempre lleva la mala intención, porque necesita de enemigos y zafarranchos para que el grupo sobreviva. El nacionalismo chavista es depredador, feo, sórdido, arcaico, sumamente ridículo y sobre todo excluyente. Se ha construido desde la demonización del otro, del imperio, de la derecha, de la oposición, a la que acusa de todos los males habidos y por haber. Al contrario de los norteamericanos, que ante todo se sienten miembros de una comunidad, la patria americana, lo que les hace dar un apoyo casi unánime a sus instituciones cuando se desata una gran crisis.
Está claro que un grupo enorme de venezolanos no apoyamos al gobierno en sus alucinaciones guerreras con Estados Unidos, es nuestro principal socio, nos compran el petróleo, son los únicos que pagan a precio de mercado y no nos chulean, como los cubanos y algunos gobiernos aliados que siguen succionando nuestros recursos. Además, siempre me ha irritado el antiamericanismo visceral, es un prejuicio estúpido que, como todo dogma, impide el entendimiento de la realidad.
Es cierto que Estados Unidos es el país más poderoso del mundo, y todo poder tiende a la prepotencia, pero hay cosas de esa sociedad que valoro mucho, como la libertad, el igualitarismo y la meritocracia, que es la antítesis de la mediocridad, el amiguismo y el nepotismo que caracterizan al gobierno “revolucionario”, que desprecia todo profesionalismo y auspicia la fuga de los talentos.
Si de verdad se diera la invasión militar de Estados Unidos, Maduro se vería acabado. Por eso alardea y amenaza, pero el primero que no la quiere es él.
Tic tac
1-. Con la recolección de firmas para exigir la derogación del decreto imperial, el gobierno hizo un sondeo de popularidad para las elecciones legislativas. Según nuestra fuente, lo que recogieron fueron 622.000 firmas en todo el país.
2-. El gobierno de Panamá no aceptará que lleven los “10 millones de firmas” a la cumbre y está dispuesto, como país anfitrión, a impedir cualquier show contra Obama.
Marianella Salazar
Los “huelepega” nacionalistas
El Nacional. Caracas, 25 de marzo de 2015
Como era de esperarse, utilizaron el momento, con el índice de popularidad más bajo en la historia de la revolución bolivariana, para remontar la cuesta con miras a las elecciones legislativas y, convenientemente, silenciar los grandes escándalos de altos cargos del chavismo con dinero proveniente de Pdvsa, que evidencian el gran saqueo y una de las causas del empobrecimiento de los ciudadanos. Por eso, el gobierno agita las banderas del nacionalismo para su consumo inmediato.
El nacionalismo es como una droga, es como oler el pegamento de las ideas sociales y políticas. El nacionalismo maneja una gran falsedad, que es la idea de identidad de un pueblo, conceptos mágicos, palabras altisonantes y vacías. Lo malo del nacionalismo es que siempre lleva la mala intención, porque necesita de enemigos y zafarranchos para que el grupo sobreviva. El nacionalismo chavista es depredador, feo, sórdido, arcaico, sumamente ridículo y sobre todo excluyente. Se ha construido desde la demonización del otro, del imperio, de la derecha, de la oposición, a la que acusa de todos los males habidos y por haber. Al contrario de los norteamericanos, que ante todo se sienten miembros de una comunidad, la patria americana, lo que les hace dar un apoyo casi unánime a sus instituciones cuando se desata una gran crisis.
Está claro que un grupo enorme de venezolanos no apoyamos al gobierno en sus alucinaciones guerreras con Estados Unidos, es nuestro principal socio, nos compran el petróleo, son los únicos que pagan a precio de mercado y no nos chulean, como los cubanos y algunos gobiernos aliados que siguen succionando nuestros recursos. Además, siempre me ha irritado el antiamericanismo visceral, es un prejuicio estúpido que, como todo dogma, impide el entendimiento de la realidad.
Es cierto que Estados Unidos es el país más poderoso del mundo, y todo poder tiende a la prepotencia, pero hay cosas de esa sociedad que valoro mucho, como la libertad, el igualitarismo y la meritocracia, que es la antítesis de la mediocridad, el amiguismo y el nepotismo que caracterizan al gobierno “revolucionario”, que desprecia todo profesionalismo y auspicia la fuga de los talentos.
Si de verdad se diera la invasión militar de Estados Unidos, Maduro se vería acabado. Por eso alardea y amenaza, pero el primero que no la quiere es él.
Tic tac
1-. Con la recolección de firmas para exigir la derogación del decreto imperial, el gobierno hizo un sondeo de popularidad para las elecciones legislativas. Según nuestra fuente, lo que recogieron fueron 622.000 firmas en todo el país.
2-. El gobierno de Panamá no aceptará que lleven los “10 millones de firmas” a la cumbre y está dispuesto, como país anfitrión, a impedir cualquier show contra Obama.
Marianella Salazar
Los “huelepega” nacionalistas
El Nacional. Caracas, 25 de marzo de 2015
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