sábado, 14 de marzo de 2015

Rafael Poleo: Justo en el límite

 
Rafael Poleo
Justo en el límite
El Nuevo País. Caracas, 14 de marzo de 2015 (Blog Pedro Mogna)

José Domingo Blanco Mingo: Con mi huella no te metas

La aspiración de todo ser humano es dejar una huella –preferiblemente, una buena impronta– en los hijos, en la familia, en los más allegados y, por qué no, hasta en la sociedad. Esa era la definición idílica y altruista de la palabra. Porque la acepción que le da el régimen, y que pronto pretenden imponernos cuando vayamos a hacer nuestras compras de alimentos, es sinónimo de tarjeta de racionamiento. La huella, en nuestro país, servirá para que en las farmacias, redes de distribución del Estado y en las cadenas de supermercados privadas que acepten poner las máquinas, los venezolanos tengamos acceso a un máximo de 23 productos de la cesta básica; por supuesto, de esos a los que el desgobierno les mantiene el precio regulado, y con los que los revendedores y buhoneros están haciendo su agosto.
¿Son o no las captahuellas una tarjeta de racionamiento pero de última generación? Estamos en la era de las tabletas y los dispositivos electrónicos: un cartoncito como los que había en Cuba –de esos que mancillan la dignidad y son testimonio palpable de la humillación a la que un régimen somete a un pueblo– no habrían dejado las jugosas ganancias y comisiones que, sin temor a equivocarme, significan la negociación, adquisición e instalación de este adminículo con el que pretenden restringir nuestro libre derecho de comprar lo que nos plazca. Aunque la escasez ha modificado nuestros hábitos y “lo que nos plazca”, cambió “a lo que consigamos”… ¡Completamente deprimente!
Supongo, también que, si algunos automercados privados consintieron instalar las máquinas de racionamiento –porque eso es lo que son: “libretas de racionamiento tecnológicas y biométricas”– tiene que haber sido porque las autoridades responsables de esta descabellada idea, utilizaron sus “tácticas” de “persuasión”: “Tú pones las capta huellas, yo no te cierro o expropio el negocio”. ¿Les suena familiar la frase? Nadie, ningún dueño de negocio, en su sano juicio, quisiera poner en riesgo el patrimonio que, por años, les ha tomado levantar; a pesar de que la amenaza a perderlo todo, con este régimen, siempre está allí: latente.
Estamos, una vez más, perdiendo nuestras libertades. Están violando, una vez más, nuestros derechos. Muchos de ellos establecidos en la Constitución. Esta es una abierta violación del artículo 305 de la carta magna. El Estado no está resolviendo el problema de la escasez. Está actuando como el marido que encuentra a la esposa siéndole infiel en el sofá y, para resolver el problema, bota el sofá. La libreta de racionamiento biométrica y tecnológica con la que amenazan coartar nuestro derecho de ser libres al momento de comprar es el sofá del marido infiel. La escasez, la cola, el desabastecimiento no se resolverán con las captahuellas, ni haciendo que los venezolanos compremos según el último número de nuestras cédulas de identidad. Es ridículo y propio de los regímenes totalitarios imponer medidas estúpidas como esta; pero que a alguien le dejará cuantiosas ganancias.
El lunes intenté comprar algunas cosas en el automercado adonde voy siempre. Cuando llegué, para mi sorpresa, no había mucha gente. Por supuesto, tampoco muchos productos; pero no quise angustiarme por eso ese día en particular –algo que, ahora, me preocupa a cada instante– porque en la lista solo tenía frutas y verduras. Y en eso estaba, escogiendo las frutas, cuando de la nada, como atraídos por algo que yo en ningún momento percibí, el mercado se vio invadido por una oleada de gente: motorizados con los cascos puestos, con sus mujeres-parrilleras a cuestas que, a su vez, traían a sus niñitos arrastrados por la prisa, corriendo hacia la carnicería, que ya no tiene carne sino que se ha transformado en el  lugar de despacho –con algo de control y previa cola– de algunos productos regulados.
Le pregunté a uno de los empleados qué iban a repartir. Me dijo que azúcar y harina de maíz: seis kilos de la primera y cuatro de la segunda, por persona. El bululú se armó en fracciones de segundos. La gente se amuñuñaba los productos en los brazos, haciendo malabarismos para que no se les cayeran. Las familias completas, que habían llegado en moto –porque la moto ha pasado a ser el vehículo familiar–, se aferraban a los productos, con la misma avidez de quien se aferra a un premio ambicionado por muchos. ¡Qué buena red de comunicación ha generado la gente para darse el pitazo de lo que “sacarán” en los automercados! Fue lo primero que pensé. Pero, luego, mientras hacía la cola para pagar, multipliqué la cantidad de azúcar y harina de maíz que esa familia –constituida por el motorizado, su parrillera y los dos muchachitos– se estaban llevando: ¡24 kilos de azúcar y 16 de harina precocida! Por más que no quise pensar mal, fue obvio que esa cantidad que estaban comprando no era para el consumo familiar. La reventa del producto en el mercado informal deja una ganancia suficiente como para hacer de esto una fuente alterna de ingresos. Y esa es otra arista del problema de la escasez que no se resolverá con la instalación de las máquinas de racionamiento.
Con la tristeza que me produjo el bochornoso espectáculo en el mercado, asqueado por el poco comportamiento cívico de los voraces compradores, llegué a una convicción: ¡yo no pondré mi huella para comprar ningún producto! Conmigo no cuenten. Esos aparatos no serán la solución del terrible problema de desabastecimiento que estamos viviendo. Iré al mercado con mi Constitución en la mano para hacer valer mi derecho de comprar con libertad ¡cuando me plazca, lo que me plazca y en el lugar que a mí me dé la gana! Ok… ¿Y tú?


José Domingo Blanco Mingo
Con mi huella no te metas
El Nacional. Caracas, 14 de marzo de 2015

Fausto Masó: El favor envenenado de Obama

Obama le ha regalado un caramelo con cianuro a Nicolás Maduro, le dio la ocasión de proclamar que quiere morir defendiendo la patria y de recibir apoyos hasta de Putin. Puro teatro, la Venezuela de hoy no se parece a la Cuba de los años sesenta. Obama le está tendiendo una trampa con esas declaraciones aparentemente torpes. Aquí nadie morirá por la patria, morirá de hambre en las colas
Maduro anda asustado. A Estados Unidos no le preocupa las tropas venezolanas, teme a la bomba atómica iraní, las tropas rusas en Ucrania, la penetración china en América Latina, la excesiva fortaleza del dólar que amenaza las exportaciones del país.
¿Por qué dijo lo que dijo Obama?
Según algunos, como Obama se acerca a Cuba quiere un tener un nuevo enemigo a la izquierda, preferiblemente uno inofensivo. Provoca a Maduro para ganar puntos con la opinión pública y con el Congreso de su país. Hay otra explicación de la súbita declaración de Obama: Washington que conoce la debilidad Maduro pone su granito de arena para que haya un cambio de gobierno, sabe que a Maduro solo lo apoyan algunos generales del Ejército, y no hay apoyo tan inestable como el de los militares.
Estados Unidos se dedica a divulgar, como está haciendo, la extrema corrupción que hay en Pdvsa, lo que ha hecho efecto en el mundo porque hablar de soberanía para defender a los que han defraudado miles de millones en Pdvsa no parece demasiado convincente.
Maduro mete la pata con facilidad. En el momento que necesita aliados se le ocurre llamar cobarde a sus aliados, a los uruguayos, a los no les queda otro remedio que salir en defensa del vicepresidente Sendic.
La chequera está funcionando al revés, no hay fondos, le están cobrando por todas partes, nadie le presta. Declaran contra el imperialismo pero no envían ni un dólar; apoyan a Maduro pero quieren cobrar. Maduro anda vendiendo el oro, hipotecando a Citgo. Este año probablemente pague la deuda externa, el próximo se las verá negras.
Maduro disfrutará de dos o tres semanas de declaraciones, marchas, discursos,  después enfrentará la realidad. Ni los militares ni la misma población quieren un enfrentamiento con Estados Unidos. No somos la Cuba de 1961, y necesitamos las importaciones de Estados Unidos. Cuba se abre al comercio con Estados Unidos, se prepara para recibir el doble de turistas, amplía el aeropuerto y el puerto de Mariel.
¿Quién invertirá en Venezuela? ¿Los venezolanos? ¿Los chinos? ¿Los rusos? ¿Los españoles? Nadie.
En los días lejanos que manejaba autobuses por Caracas nunca imaginó que su dios Castro le contestaría el teléfono. Maduro quiere sumergirse en la aureola revolucionaria mientras los Castro, que viven del recuerdo de la lucha armada, se visten de militares hasta para ir al baño. Se esfumó la llamada al heroísmo, el Che se volvió un simple monumento, las cenizas de Allende las dispersó el tiempo.
Ni Fidel Castro es ya Fidel Castro y Maduro es solo Maduro: el grito heroico se transformó en murmullo.
Maduro solo está seguro de que Obama no tiene buenas intenciones. Después de que pase la fiesta de declaraciones enfrentará la realidad, empezando por el desastre que se ha vuelto Pdvsa, la fuente de la riqueza en Venezuela.
Los chavistas no quieren a Maduro, se resignan a que siga en Miraflores. Los militares viven en el mejor de los mundos, en un régimen militar disfrazado de civil y de revolucionario.
¿Celebrarán las elecciones parlamentarias? ¿En estas condiciones?
Leopoldo comprendió que las parlamentarias es la última oportunidad de la oposición. Después de lograr la MUD un acuerdo para escoger los candidatos, ahora algunos se dedican a criticarlo y a convencer a los venezolanos de no votar. Asombroso


Fausto Masó
El favor envenenado de Obama
El Nacional. Caracas, 14 de marzo de 2015