lunes, 5 de mayo de 2014

Pablo Aure: Crímenes sin culpables

Crímenes sin culpables

Todos los crímenes son detestables, aunque algunos llaman más la atención que otros, bien sea por la manera o circunstancias de su perpetración, o por la persona de la víctima. En los casos de homicidio, es de gente buena tener respeto no solamente por el occiso sino también por sus deudos, que leen o escuchan lo que de sus familiares se dice o escribe.
Tan perverso es utilizar una muerte para sacar provecho político como encubrir a sus autores; o peor aún, valiéndose del poder, responsabilizar a inocentes en esos crímenes.
En lo que va de año Venezuela se ha visto ensangrentada por crímenes horrendos: artistas, modelos, estudiantes, religiosos y políticos, han muerto en circunstancias sorprendentes. Mónica Spear y su esposo, quizá fue la muerte más “común” en este país lleno de tragedias. Ellos cayeron a manos de los “Sanguinarios de El Cambur”; también los padres salesianos, aunque monstruoso el delito, pudiéramos decir que fueron igualmente víctimas de la descomposición social que vive Venezuela. Unos menores de edad entraron a robar en el Colegio Don Bosco, a tres cuadras de la casa de Gobierno de Carabobo, y asesinaron a los indefensos religiosos.
Esos crímenes preocupan. Los lamentamos profundamente, pero desgraciadamente son algo cotidiano en el discurrir de estos tiempos por la falta de políticas públicas enderezadas a prevenir la delincuencia y a combatir la impunidad. Con mayor vigilancia en las carreteras y una mayor inversión en educación, no adoctrinadora, algo mejor se hubiera logrado.
Carabobo Ensangrentado
Carabobo, como toda Venezuela, está sumergido en un mar oscuro, donde es difícil encontrar la manera de salir a flote. Es cierto, han sido 80 días marcados por las protestas, pero también es verdad que han asesinado a ciudadanos sin que hasta ahora sepamos el nombre de sus ejecutores.
Solo mencionaré los casos de Génesis en la avenida Cedeño, Geraldín Moreno en Tazajal, Naguanagua; Jesús Acosta y Guillermo Sánchez en La Isabelica, y Argenis Hernández en Tulipán, San Diego; no me referiré a los guardias nacionales, porque creo que, aunque no imposible, es más complicado determinar la autoría del homicidio. En cambio, con Génesis, no es difícil. Es más, me han informado que el Cuerpo de Investigaciones Científicas Penales y Criminalísticas en Carabobo, ya tenía prácticamente resuelto el crimen, cuando, repentinamente, se llevaron el expediente para Caracas sin que hubiese motivos aparentes para radicarlo fuera de Valencia. Con responsabilidad debo decir que mi fuente señaló que el principal sospechoso era un inspector de Inteligencia de la Policía del estado Carabobo. Sin detenernos en comentar la responsabilidad directa de otros individuos que aparecen fotografiados con cohetones y armas de fuego, rodeados de los colectivos del terror, antes y durante el ataque fulminante. No quisiera atormentarlos con exigir responsabilidades a quienes incitaron ese contraataque, ya que ustedes saben que hoy los cubre el manto perverso de la impunidad. Pero muy a pesar de esa diabólica situación, no podemos cejar en la constante denuncia de los autores intelectuales del macabro desenlace del llamado a las protestas. Amigos, si queremos un Carabobo dirigido por gente decente y honesta, pues entonces prohibido olvidar lo que ha hecho el actual gobernante.
A Génesis Carmona no la mataron accidentalmente, tampoco para atracarla -como desgraciadamente suele suceder en esta descompuesta Venezuela-. A ella la asesinaron porque estaba marchando exigiendo libertad y democracia. La liquidaron porque anhelaba vivir en un mejor país, paradójicamente con seguridad. Pues bien, más de dos meses y medio sin que todavía el nombre de los responsables oficialmente haya salido a la luz pública.
En cuanto a Geraldín Moreno, la situación es aún más deprimente ya que el autor material fue un efectivo de la Guardia Nacional, quien le disparó a quemarropa dos veces: con un tiro la derribó, y cuando estaba en el suelo, la remató con otro escopetazo directo a la cabeza. Como habitualmente lo hacen los mafiosos y las organizaciones narcoguerrilleras. Si sabemos que fue un Guardia Nacional, al parecer comandados por una mujer de nombre Paula Barroso. Nos preguntamos: ¿cuán difícil es imputar a quienes estaban en ese pelotón de ajusticiamiento? En el cuartel deben tener los nombres de la comisión que estuvo ese día en Tazajal: uno de ellos asesinó a Geraldín, pero lo ocultan. No puede existir una explicación distinta para encubrir al asesino, sino la de que ese Guardia Nacional cumplió una orden superior, y aunque eso no le servirá para exculparse, por los momentos lo que hacen es correr la arruga para no dar a conocer quién fue el que ordenó esa ejecución.
Colectivos Del Terror
A Jesús Acosta y a Guillermo Sánchez los acribillaron en La Isabelica. No busquen a nadie distinto a los colectivos del terror. Ellos fueron sus asesinos, que a mansalva acabaron con la vida de dos jóvenes venezolanos.
Lo mismo podemos afirmar de Argenis, de los guardias asesinados es necesario también encontrar para imputar a sus homicidas; pero lo que es imperdonable es que se encubra de la manera más descarada a los que aparecen fotografiados y en video cuya participación fue determinante para cegarle la vida a jóvenes en Carabobo.
Capitán De La Revolución Y La Justicia Expedita
Hemos dicho que la memoria de los que fallecen y el sentimiento familiar hay que respetarlo. Es harto repetitivo que el Gobierno nunca ha sentido respeto por nada ni por nadie. Utilizan para sus fines las muertes de afectos y opositores. Cuando matan a un opositor dicen que son los mismos opositores quienes actúan en el crimen para culpar al Gobierno, y cuando asesinan a un afecto al régimen con más razón.
El capitán Eliécer Otaiza, presidente del Concejo Municipal de Libertador, apareció en un matorral en el municipio El Hatillo, el lunes pasado, y al día siguiente ya tenían capturado a quien supuestamente lo asesinó. El régimen expresa varias versiones, la Fiscal General tiene una, el ministro de Relaciones Interiores, otra, y Nicolás Maduro otra totalmente distinta a la Fiscalía. Por cierto, la sempiterna cantaleta del complot del imperio y su planificación desde el exterior. Pero, en fin, ya supuestamente tienen al autor material, aunque las hipótesis las disfracen. Autor material e intelectual que ni estaba fotografiado ni mucho menos filmado y que nadie vio. En cambio, teniendo videos y fotos de los asesinos de Génesis, de Jesús Acosta y de Guillermo Sánchez, Nicolás Maduro o la fiscal, no han querido decir quiénes fueron, como tampoco lo han dicho quién fue el Guardia Nacional que acribilló a Geraldín. Y evidentemente han hecho mutis cuando no se refieren al macabro y fulminante tuit del gobernador.
Carantoñas Al Verdugo
Mientras los jóvenes, las amas de casa, los padres organizados, siguen con su agenda de protesta, los que apuestan al diálogo continúan haciéndole carantoñas al régimen. No sé cuál es el propósito, porque estoy convencido de que ellos, al igual que yo, saben muy bien que el régimen no cederá ni un milímetro mediante el fulano diálogo. Al régimen se le habla es en la calle y con la gente que sufre; con el pueblo que padece de las inclemencias de la escasez, de la inflación y de la inseguridad. Ese pueblo detesta que en una mesa y a puertas cerradas se negocie con el verdugo.
Que la MUD siga hablando y reuniéndose con Maduro, pero que no le diga a la comunidad internacional que el pueblo y el régimen se están entendiendo, porque no es verdad, quienes sí lo hacen es un grupo muy reducido. Les pido también que interpreten el sentimiento popular, no intenten enfriar las calles, pues la calle fue quien obligó a Maduro a sentarse dizque a dialogar.

Hasta Cuándo
Crímenes sin culpables
Pablo Aure
El Carabobeño. Valencia, 5 de mayo de 2014

Elías Pino Iturrieta: El diálogo y la guerra

La comunicación de la oposición con el gobierno se ha considerado como un acto de complicidad. Cuando un vocero de la MUD se acerca a los representantes del oficialismo para tratar asuntos relativos al bien común, no tardan las acusaciones de colaboracionismo y acuerdo turbio. No hay reputación que valga ante la arremetida de los impacientes, no hay intentos honorables frente al reproche súbito de los talibanes. Y, como hacen mucho ruido, especialmente en la trinchera de las redes sociales, o porque tampoco conviene echarle más leña a la candela a través de debates internos, los ataques más aventurados ganan espacio en el seno de la opinión pública.
¿Qué proponen a cambio? Una batalla campal, un combate cruento que no debe considerar treguas hasta desalojar al gobierno de sus posiciones. Han abundado los campeadores que enarbolan la bandera de la Guerra a Muerte proclamada en mala hora por Bolívar, como si no fuera suficiente la memoria de un genocidio sin paliativos para que a alguien en sano juicio se le ocurriera resucitarlo en la actualidad. Pero el sano juicio es lo que menos abunda cuando las pasiones de la sociedad se encrespan. Es reemplazado por los cálculos que consideran hacedero e inmediato lo que es complicado en esencia y renuente a convertirse en realidad debido a sus espinas intrínsecas. Siempre alguno las quiere afilar, mientras otros pocos se empeñan en podarlas sin tener la tijera adecuada. Siempre ha sucedido así, desde el principio de los tiempos, a menos que los extremistas y los acelerados salgan ahora con una novedosa historia de hazañas fantásticas.
Tienen un argumento que parece imbatible: no se debe dialogar con un régimen represivo que no cesa en sus ataques contra la ciudadanía protestante mientras simula conversaciones con el enemigo. Precisamente los ataques contra la ciudadanía son los que deben provocar las conversaciones y, ojalá, acuerdos inmediatos a través de los cuales se alivie la suerte de los perseguidos. De lo contrario, continuarían los desmanes sin que nadie se los restregara en la cara a los responsables. El régimen no puede ahora negar la existencia de unos insistentes procuradores de benevolencia que no se cansan de abogar por los oprimidos, ni dejar de atenderlos sin que su credibilidad, cada vez más arrinconada, desaparezca del todo. La oposición está ensayando el camino de los remiendos sin mirar hacia los problemas de fondo, también dicen porque apenas se detiene en casos inmediatos, pero no hay otra forma de buscar avenimientos si se considera la fortaleza que todavía mantiene el régimen y el convencimiento de verdad única que acompaña sus pasos. Lidiar con la esquizofrenia de un autoritarismo desenfrenado no es trabajo sencillo, a menos que uno se conforme con llevarla a cabo en la jaula abierta de los tuiteros.
El otro derrotero sería el de la hostilidad generalizada, el ataque frontal de los cuarteles del oficialismo hasta sofocarlo en sus posiciones. No sé cómo se puede pensar en semejante desafío cuando la hegemonía reinante cuenta con gentes, armas y bagajes de sobra para repeler la acometida del adversario transformado en manejable enemigo; cuando ha jugado a su antojo con guarimbas y barricadas, o cuando sigue pistas suficientes para prever los pasos adivinables que le depare el futuro pensado por estrategas de maletín. Curiosos estrategas, por cierto, no solo por sus insistentes llamados a una guerra sin destino, sino también por la ubicuidad de sus bélicas trompetas. Parecen música paga, debido a la persistencia y a la heterogénea aparición de unos ejecutantes no identificados cuyo objetivo no es otro que una fraternal escabechina tipo 1813.
Ejecutantes no identificados, se supone, pero solo porque parece aconsejable quedarse en la superficie que ponerse a buscar, en la cúpula de las organizaciones políticas, a quienes no solo quieren una conflagración de difícil pronóstico sino también el fracaso de la unión partidista. Pudiera ser una búsqueda provechosa, si lo que conviene es toparse con la verdad que hace falta para el encuentro de la clave de muchos entuertos encubiertos, pero también un espeluznante hallazgo que dejaría a muchos títeres sin cabeza. Los que hablan de deshonor y complicidad se solazarían ante su abundancia. En consecuencia, de momento prefiero a los dirigentes sometidos al escarnio público cuando acuden sin careta a la incomodidad de una mesa de diálogo con el madurismo.

El diálogo y la guerra
Elías Pino Iturrieta
El Nacional. Caracas, 5 de mayo de 2014
 

Armando Durán: La violencia

En la primera página de su edición del sábado, el diario oficial Vea afirmaba en un titular: “Se revela plan de insurrección que se ejecuta en Venezuela.” Otro diario oficialista, Últimas Noticias, con idéntica falta de sensibilidad por la verdad pero con algo más de presunto criterio periodístico, añadía que el ministro Miguel Rodríguez Torres había develado en rueda de prensa ofrecida la tarde del viernes, que hay una conspiración internacional en marcha contra Venezuela para impedir la propagación del ideario chavista en el resto del continente y apoderarse de nuestra riqueza petrolera, que los ex presidentes Vicente Fox y Álvaro Uribe son los padrinos del plan, que el gobierno ya ha apresado a 58 extranjeros que participaban en el plan y que entre los financistas de la criminal acción estaban Henrique Salas Römer y Eligio Cedeño. ¿Sus dirigentes? Leopoldo López, María Corina Machado, Antonio Ledezma y Diego Arria. ¿Pruebas de semejante intriga internacional? Por favor, la verdad revelada de las religiones no necesita ser demostrada con documentos, confesiones ni fotografías que demuestren algo. Su naturaleza es la fe, o sea, esa virtud inasible que hace posible el milagro de creer en lo que no vemos para aceptar a pies juntillas los misterios más infranqueables del universo, esta conspiración, por ejemplo, sin que nos rechine la inteligencia.
Esta es, en dos palabras, la estructura esencial de cualquier régimen totalitario. Repetir cualquier mentira mil veces, como recomendaba Joseph Goebbels, con la finalidad de empastelar las mentes más débiles y fanáticas. A otra escala y con consecuencias más humildes, también esa es la trama de La mala hora, aquella gran novela breve de Gabriel García Márquez, y por supuesto, la tortuosa estrategia comunicacional del régimen, que como ya sabemos no se siente obligado a demostrar en absoluto ninguna de sus acusaciones. Basta que Nicolás Maduro o alguno de sus lugartenientes ponga cara de graves circunstancias, imposte la voz y sostenga cualquier disparate para que el aparato de propaganda del régimen, en nombre de la fe revolucionaria, se ocupe de la tarea demoledora de transformar el desatino en radiante realidad.
Exactamente lo que el ministro del Interior, Justicia y Paz acaba de hacer con el fantasma de la conspiración, el golpe y la participación extranjera en una operación diabólica por despojar a Venezuela de su soberanía y de su revolución salvadora, que es lo que desde hace 15 años se dice y redice sin parar desde Miraflores para describir el carácter manifiestamente violento de un sector de la población que por el simple hecho de oponerse al régimen es automáticamente calificado de golpista. Leit motif obsesivo de los voceros del régimen y, enigmáticamente, de algunos voceros que se supone son de oposición.
Desde esta irracional perspectiva, el argumento, que comenzó a desarrollarse para confundir la marcha del 11 de abril con lo que vino después, luego, tras ese sobresalto histórico y el llamado paro petrolero, pasó a ser política oficial de Miraflores: la naturaleza indiscutible de la oposición, mientras no “demuestre” lo contrario, rechaza la mano tendida del gobierno y prefiere la violencia. Como ha ocurrido estos días de protestas estudiantiles, y que de pronto estimulan a voces opositoras a repetir la denuncia oficial sobre la supuesta violencia opositora. ¿Para que no los confundan ni los señalen de radicales y golpistas? En vista de lo cual es preciso dejar bien en claro, más allá de cualquier duda, que ellos rechazan “la violencia, venga de donde venga”. Como si en efecto, la protesta democrática de los estudiantes fuera colectivamente tan violenta como las peores y sistemáticas acciones de violencia oficial para silenciar esa protesta, que desde el 12 de febrero han dejado por ahora un saldo de 41 muertos, centenares de heridos, torturados, golpeados, humillados, encarcelados. Como si las víctimas no fueran estudiantes indefensos y desarmados, sino fuerzas de un ejército enemigo, armadas hasta los dientes y resueltas en todo momento a aplicar sin la menor moderación el más atroz uso de sus armas.
Durante estas largas semanas de inestabilidad política y social en casi toda Venezuela, concentrado como he estado en la tarea de reconstruir mi rodilla violentada por una cirugía, esa sí radical, esta tesis, esgrimida con la tranquilidad con que se adornan las verdades más evidentes, se alza como una suerte de denuncia formulada por una oposición contra otra, por el simple hecho de seguir aceptando resignadamente y sin chistar la violencia oficial como un rutinario derecho administrativo.
Humildemente creo en la necesidad de diferenciar estos matices, que los hay y además no son imperceptibles en absoluto. Evitar a toda costa ­ alimentar con nuestra simplicidad esa retorcida matriz de opinión que viene elaborando el régimen desde sus orígenes y distinguir con claridad, sin medias tintas ni pendejadas, como solía decir Hugo Chávez, la conducta abierta y descaradamente violenta de los órganos represivos del régimen de la firmeza espontanea con la que jóvenes y simples adolescentes venezolanos de ambos sexos están dispuestos a entregar hasta la vida, como han hecho hasta ahora, con la intención de restaurar en Venezuela la democracia y la libertad.

La violencia
ARMANDO DURAN
El Nacional. Caracas, 5 de mayo de 2014

Eduardo Semtei: El juez más corrupto del país

Sin temor alguno voy a narrar en forma corta y precisa la historia de este juez corrupto. Su fama es legendaria en todo el territorio. La patria sufre de espasmos y vómitos cuando se pronuncia su nombre. Es el rey de la concusión. Se pasea con sus trajes Armani y zapatos A. Testoni. Usa corbatas Louis Vuitton como el hombre aquel que todos ustedes conocen y que fuese expulsado de la Fuerza Armada por ladrón de cantinas y facilitador de servicios de acompañantes. Un gerente de meretrices. Rival del mismísimo Pantaleón Pantoja. En los corrillos judiciales lo conocen como el Doctor Mordida. No hay nadie que se le escape, excepto si viene recomendado ampliamente, con tarjetica y todo, del palacio presidencial. El fallecido presidente le debía favores. Fueron muchas las llamadas que recibió este malhadado truhán de parte del expresidente.
Cuando apenas comenzaba su carrera de juez, soltó corruptos y traficantes a granel, por cierto llegó al cargo de la mano de un fiscal bandido que ocupó tal puesto hace algunos años. Es el representante genuino de una casta de pillos, de ladrones, de bandidos que se ha apoderado del Poder Judicial. Tiene, por cierto, competencia penal y competencia administrativa y en ambos casos delinque como el que más sin importarle ni la Constitución ni las leyes. Ah, bicho malandro.
En sus años mozos, empezó practicando el cohecho y extorsionando a profesores y compañeros de clase. Mientras tanto el Tribunal Supremo de la República, sabiendo de su existencia, no hace nada para corregirlo y se limita a hacerse la vista gorda ante tan malnacido leyeguelo.
Primero diré su nombre para que él mismo y sus amigos sepan de quién estoy hablando. Se llama Norberto. Vive en la capital. Es evidente, y el Barón de las Coimas, otro de sus apodos, lo grita a todo pulmón, que recibe ciertas llamadas desde el palacio presidencial para favorecer amigos, torcer decisiones, perdonar corruptos, validar vicios, lavar dinero. Es todo un caso y un ejemplo claro de la profundidad del fango pestilente donde ha caído el Poder Judicial de la nación.
Algún día vendrán jueces dignos, verdaderos representantes de la ley, agudos pensadores, hombres de bien, que no solo emprenderán una cacería incansable para llevar a la cárcel a todos estos mañosos de la ley que tomaron por asalto juzgados y fiscalías, sino que rescatarán la dignidad perdida. Si algo hay podrido en la patria es precisamente el Poder Judicial.
Ninguno de los casos de corrupción que le han llegado a sus manos ha tenido un final acorde con la ley, las pruebas, los testimonios y los hechos. No, señor. Norberto, el amigo del presidente fallecido y también del gobierno actual, es una vergüenza continental. La venalidad se ha enseñoreado en el alma del Poder Judicial. No hay quien se salve y cada día la cosa es peor. Solo arrancando de cuajo bandidos y prevaricadores como Norberto puede existir una oportunidad de salvación moral de la nación. Mientras la economía presenta síntomas de enfermedad, inflación, depreciación monetaria, Norberto parlotea con las grandes figuras nacionales. Exhibe riqueza y poder.
Si por algún lado pueden empezar a enderezarse los entuertos de este gobierno que tanto daño han hecho al país es precisamente con un catalizador higiénico de altísimo contenido desodorizante y desinfectante. Porque de lo que se trata, precisamente, es de limpiar la podredumbre que corroe tribunales y jueces. Si una vez hubo una tribu judicial, ahora lo que hay son caníbales sin alma, patotas miserables, agavillamiento despreciable. Qué decir del máximo tribunal, que cada decisión suya no es sino un patético grito apologético a ver si notan quién entre ellos es el que berrea con mayor intensidad y lograr de esa manera que desde el Poder Ejecutivo algún alto funcionario le sobe la espalda y quién sabe qué más.  Es, por cierto, un visitador sempiterno de prostíbulos y bares de lujo. Entra y sale por las puertas privadas del palacio presidencial. Es el hombre de confianza del anterior presidente y de la presidencia actual. Qué inmoral. Esto tiene que acabarse como sea. Su apellido es Oyarbide y es juez en Buenos Aires. (Cualquier parecido con otro país es merita casualidad)

El juez más corrupto del país
EDUARDO SEMTEI
El Nacional. Caracas, 5 de mayo de 2014

Rafael Poleo: Informe, Ramón Guillermo

Informa, Ramón Guillermo
RAFAEL POLEO
El Nuevo País. Caracas, 5 de mayo de 2014 (Blog de Pedro Mogna)

Paulina Gamus: La muerte les sienta bien

La muerte les sienta bien
PAULINA GAMUS
El País. Madrid, 5 de mayo de 2014


La revoluciones tienen como objetivo trastocar el orden anterior, ponerlo patas arriba y de ser posible desaparecerlo. Casi siempre van acompañadas de violencia porque es la única manera del quítate tú para ponerme yo cuando ese cambio no ocurre por la vía electoral. Justamente allí radica buena parte de la singularidad de la llamada revolución bolivariana que preferimos denominar chavofidelista. Fue propuesta y emprendida por un personaje que la única vez que intentó hacerse del poder por la fuerza, causó más de 100 muertes y fracasó rotundamente. Alcanzó el poder mediante los votos en una elección absolutamente democrática y luego se propuso liquidar el sistema que se lo permitió.
Otro aspecto original de esa revolución que se apropió del nombre del Libertador de cinco naciones suramericanas, fue la pretensión de su artífice de aparecer como un demócrata cabal en la medida en que se iba transformado en autócrata. Hacía una elección cada año y el mundo entero se tragaba el cuento de que en Venezuela había un exceso de democracia, como dijo Lula Da Silva en elogio a la gestión de su entrañable amigo Hugo Chávez. En lo que éste resultó absolutamente fiel a la receta de todos los dictadores, fue en dividir a la población en dos grupos irreconciliables: los míos y la nada. Así se produjo el fenómeno de la polarización con odio. Hago esta salvedad porque en los cuarenta años de vida civil y democrática que comenzaron el 23 de enero de 1958 y concluyeron en febrero de 1999, Venezuela fue un país polarizado entre el socialdemócrata Acción Democrática y el socialcristiano Copei, los dos grandes partidos que se alternaron en el poder en esas cuatro décadas. Pero fue una polarización respetuosa del otro, democrática y civilizada.
En esos cuarenta años, cuando moría algún líder o dirigente político de uno de esos dos grandes partidos, es posible que sus compañeros de ruta se alegraran más que los contrarios por causa de las luchas intestinas. Pero había unas maneras, un modo por hipócrita que fuera, que obligaba a propios y extraños a manifestar sus condolencias y rendirle al difunto los honores funerarios dignos de su rango o trayectoria. Moría un adeco y los copeyanos acudían al sepelio y viceversa. Si el viajero a mejor vida era alguien que se había distinguido por sus méritos o había ocupado la presidencia de la República o del Congreso, era factible que también acudiesen a expresar sus condolencias, los miembros de los eternos opositores partidos de la Izquierda. Eso es pasado y está a punto de transformarse en historia.
El primer muerto significativo dentro de las filas chavistas fue un joven fiscal del ministerio público (así con minúsculas, como lo merece) llamado Danilo Anderson. Se había hecho célebre en una cacería de brujas de empresarios y banqueros y según las malas lenguas, que suelen ser las mejor informadas, practicaba de tal manera la extorsión que su nivel de vida se había elevado rápidamente desde la modestia casi lindante con la pobreza, hasta la de un metrosexual que exhibía con desparpajo, costosos trajes de marca y relojes que encandilaban. Tenía además una camioneta todo terreno último modelo que un mal o buen día -según cada quien lo asuma- de octubre de 2004, voló por los aires con su propietario adentro, debido a la explosión de una bomba activada a control remoto con un teléfono móvil. La cursilería propia del militarismo, elevada al cubo cuando se cubre de estalinismo cubanoide, transformó aquella muerte y el sepelio en un despliegue de plañideras entre las que se destacó el jefe del occiso, el fiscal general y bardo Isaías Rodríguez, quien para vergüenza nacional fue después Embajador en España. El gobierno hizo apresar a unos expolicías, los Guevara, por el testimonio de un farsante a sueldo que luego confesó sus mentiras. En aquella locura de policías ineptos y gatillos alegres, fue asesinado el joven abogado Antonio López Acosta, que nada tenía que ver con el crimen de Anderson. De nuevo las bien informadas malas lenguas apuntaron hacia un alto funcionario chavista, beneficiario de todos los gobiernos democráticos de los cuarenta años, como autor intelectual del asesinato. Lo hizo por su amistad jamás gratuita, con los banqueros y empresarios que Anderson investigaba y extorsionaba. Nada más se supo del caso salvo que los hermanos Guevara, condenados a 27 años de prisión, y su primo Juan Bautista Guevara a 30 años, continúan en la cárcel.
La polarización con odio produjo el primer resultado: mientras el chavismo o una parte del mismo lloraba la trágica muerte de Danilo Anderson, el país opositor la celebraba y fue hasta motivo de chistes. Luego murieron dos expresidentes de la república y varias personalidades que ocuparon altos cargos en los Congresos de la democracia. Ni una palabra de pésame, ni un obituario de pocas líneas en algún periódico, nada. El silencio oficial se rompió cuando murió el dos veces presidente Carlos Andrés Pérez, las palabras de Chávez fueron: “Yo no pateo perro muerto….No habrá luto nacional porque hoy murió un corrupto, un dictador…”. En octubre de 2007 murió el cardenal venezolano Rosalio Castillo Lara, el latinoamericano que ocupó los más altos cargos en El Vaticano antes de la elección del Papa Francisco. Dijo Chávez: “Me alegra que haya muerto ese demonio vestido de sotana, ojalá se esté pudriendo en el infierno como se merece, sé que se retorcerá eternamente viendo avanzar la revolución…”. Y cuando murió tras una prolongada huelga de hambre, el productor agrícola Franklin Brito, el saludo del ministro de comunicación Andrés Izarra fue: “Franklin Brito huele a formol”.
Por alguna extraña razón o quizá habría que creer que la justicia divina está en el sector que repudia la revolución chavofidelista, son más los muertos célebres, aunque sea tristemente, de ese bando que los opositores. Algunos murieron casi en cadena por lo que en un país que se ha hecho adicto a la brujería, predicciones astrológicas, videntes, profetas, babalaos, prácticas del vudú y demás esoterismos, se popularizó la especie de que la maldición de Bolívar había alcanzado a todos aquellos que estuvieron presentes en el hurgamiento de sus restos mortales. El supuesto objetivo de la profanación era saber si algún antepasado del presidente colombiano Álvaro Uribe Vélez, lo había envenenado. Verdad o no, el más importante de los alcanzados por la hipotética maldición bolivariana fue el presidente, caudillo y dueño absoluto de Venezuela, Hugo Chávez Frías. Mientras decenas de miles de venezolanos desfilaban llorosos, tras largas horas de espera, para darle una miradita al supuesto cadáver, otras decenas de miles celebraban con champaña, whisky o ron y parrilladas, según sus bolsillos, el feliz acontecimiento.
El muerto chavista más reciente ha sido el excapitán Eliécer Otaiza quien participó en la asonada militar del 27-N-92 y ocupó distintos cargos en estos quince años de hegemonía chavista. Fue asesinado a tiros y su cadáver estuvo 48 horas en la morgue sin que lo identificaran. Los tuits o trinos se dispararon. Mientras una ministra de prisiones, famosa por sus ataques de furia y su parecido con la actriz Linda Blair en El Exorcista, tuiteaba: “Eliécer camarada, tu muerte será vengada”, decenas de tuiteros expresaban júbilo y hacían bromas sobre el finado. A esto nos ha conducido un proceso político que se ha empeñado en excluir a la mitad del país, en maltratarla con insultos y atropellarla con los hechos. No es de extrañar la actitud indiferente, casi de hábito, ante las muertes violentas de 200.000 venezolanos desde que comenzó el gobierno de Chávez, un 400% más que en los 40 años anteriores. En 2013 los asesinatos alcanzaron la cifra record de 25.000, mucho más que en Colombia donde existe la narcoguerrilla terrorista de las FARC o las causadas por la mafias del narcotráfico en México o por el fanatismo religioso en Irak. De los 200.000 homicidios, apenas el 2% fue resuelto. Así funciona la justicia revolucionaria y de esa manera nos ha transformado en una sociedad que mira la muerte de reojo y sin piedad. Una vez dijo Jorge Luis Borges que hay que tener cuidado al elegir los enemigos porque tarde o temprano uno termina pareciéndose a ellos. Justo lo que nos pasa.