La muerte de Globovisión
ALBERTO ARTEAGA SANCHEZ
El Universal. Caracas, 23 de abril de 2014
Poco se ha escrito sobre el caso Globovisión, siendo un "hecho público y notorio".
No se trataba simplemente de un canal más de televisión con una clara línea editorial, crítica y mordaz, calificada por el propio Chávez, en su momento, como "plomovisión". Más que un canal, era una causa, una trinchera para la lucha democrática, lo cual es beneficioso para la salud de una sociedad, máxime cuando no hay controles formales para ponerle límites al poder.
Globovisión no hacía concesiones, hurgaba en las contradicciones del gobierno y nos recordaba sucesos del pasado en un país en el que la gente se arrima y alaba a quienes están en el poder y carece de memoria para recordar cosas que ahora defiende y antes reprochaba.
El ingenio periodístico y la capacidad crítica, eran características de un medio de comunicación capaz de sacrificar pautas de publicidad por continuar en su misión.
Algunos criticaban su línea editorial, lo que encontraba justificación en una realidad en la que los medios del Estado y la mayoría de los privados siguen directrices del gobierno y divulgan por todo el país una visión palaciega gobiernera y complaciente.
Un canal así es sano en un sistema democrático, pero no puede ser tolerado en un régimen autoritario en el que la crítica debe ser acallada por cualquier medio.
Una parte importante de la población veía en Globovisión el reflejo de su posición política y encontraba satisfacción en su visión permanentemente escudriñadora de la realidad, ocultada por otros medios. Su línea editorial era combativa, dura, abierta y leal también con el adversario.
Su actuación era incómoda para el poder; era el único canal que cubría las manifestaciones de la oposición y le daba cabida a voces críticas de la gestión oficial. Esto le significó decenas de procesos administrativos y no pocas investigaciones penales que afectaron a sus directivos y a invitados a programas que emitieron opiniones críticas.
La amenaza de cierre estaba cantada, lo que operaría de cualquier modo, por razones de estrangulamiento económico, por impedimentos técnicos o por la vía de una sanción administrativa.
Los venezolanos aspirábamos que Globovisión muriera con las botas puestas, como Radio Caracas TV, pero ello no ocurrió lamentablemente.
El canal, sencillamente, murió en vida; quedó en estado vegetativo permanente; se impuso la línea de la autocensura y la salida de los comunicadores incómodos. Algunos programas han tratado de mantener su independencia en un contexto de opresión y como señal de una de graciosa concesión para dar la impresión de pluralismo e imparcialidad.
La causa de Globovisión expiró y con ella la lucha desigual de un pequeño canal que se convirtió en una referencia nacional.
Hasta los más recios oficialistas - creo- echan de menos al combativo adversario de La Florida, que ahora no es ni la sombra de lo que fue. Requiescat in pace.
aas@arteagasanchez.com
miércoles, 23 de abril de 2014
Angel Oropeza: ¿Cómo es posible que no se den cuenta?
¿Cómo es posible que no se den cuenta?
ANGEL OROPEZA
El Universal. Caracas, 23 de abril de 2014
Objetiva y demostrablemente, nuestro país está muy mal. No hay un área de la vida nacional –sea salud, infraestructura, seguridad, educación, economía- que no esté en estado calamitoso. Vivimos en un caos disfrazado de país.
Esta realidad la percibe, según todas las encuestas serias, casi 8 de cada 10 venezolanos. Sin embargo, sólo un poco más de 50% asocia esta tragedia con su principal causante, que no es otro que el gobierno nacional. ¿Cómo es posible que poco menos de la mitad del país no se dé cuenta que esto no es ni gratuito ni por casualidad, sino que es consecuencia directa de un gobierno explotador de los pobres, y de un modelo fracasado que condena a la población a un proceso de empobrecimiento y ruina inevitables?
La pregunta anterior surgió la semana pasada en una discusión de trabajo con algunos estudiantes universitarios. De hecho, el "¿cómo no se dan cuenta?" es tema recurrente en la mayoría de las asambleas ciudadanas, estudiantiles y de organizaciones populares en las que nos toca participar. Pero esa última vez recordé un episodio que me ayudó a explicar por qué no darse cuenta es perfectamente posible.
En el año 2005 fui invitado por la Alcaldía de Río Chico a un foro sobre la Ley de Responsabilidad Social en Radio y Tv. que estaba entonces en plena discusión. La sala Ateneo, al lado de la Plaza Bolívar, estaba repleta con una extraña pero deseable combinación, casi en igualdad numérica, de seguidores del gobierno y de simpatizantes de la oposición. Mientras esperaba mi turno de hablar, caí en cuenta que las intervenciones de mis compañeros panelistas eran aplaudidas o pitadas, no según su contenido, sino dependiendo de su identificación ideológica o política. De manera automática, ambos públicos aplaudían a los suyos y rechazaban al contrario, sin importar los argumentos. Fue entonces cuando decidí ensayar un sencillo experimento masivo de psicología social.
Saqué de mi cuaderno un artículo, todavía sin terminar, sobre mis opiniones acerca de lo que estaba detrás de dicha ley y la importancia de la comunicación de masas. Pero en vez de leerlo como mío, engañé a la audiencia diciéndoles que iba a recitar unos extractos de las últimas intervenciones de Chávez sobre el tema, y que lo hacía para luego explicarles por qué yo opinaba lo contrario. Ocurrió entonces lo que suponía iba a pasar.
Al terminar de leer lo que yo había escrito, pero que todos pensaban eran expresiones del entonces mandatario, y preguntarles qué les parecía antes de continuar, la sección oficialista de la asamblea se desvivió en halagos y reconocimiento a la "veracidad" y "profundidad" de lo que habían oído. Por supuesto, al revelarles que aquello que aplaudían y ante lo cual mostraban tal grado de identificación era en realidad algo que había escrito yo, hubo por igual reacciones de incredulidad en algunos, perplejidad en otros y hasta acusaciones de irrespeto y burla por haber engañado a la asamblea. Pero el objetivo estaba logrado. A quienes terminaron de oírme, les insistí que aquello era una simple demostración de la trampa de reaccionar, no ante argumentos y criterios, sino de manera irreflexiva dependiendo de quién los diga. Salvo por la piedra lanzada después al taxi que me llevaba de vuelta a Caracas, y que rompió el vidrio del asiento donde se suponía que iba, el foro fue todo un éxito.
La moderna psicología social ha comprobado reiteradamente cómo las personas no perciben de manera objetiva e imparcial la realidad, sino que su visión del mundo está generalmente mediada por sus creencias y prejuicios. Los prejuicios funcionan así como "atajos cognitivos" para interpretar la información social, y explican cómo las personas procesan la realidad de un modo diferente a cómo la procesan individuos de grupos contrarios.
En un estudio realizado por Vallone y colaboradores en 1985, se presentó a estudiantes proisraelíes y propalestinos una serie de noticias de televisión que describían las masacres de 1982 contra palestinos refugiados en Líbano. A los estudiantes se les pidió que juzgaran si las noticias estaban sesgadas a favor de Israel o a favor de los palestinos. Los resultados mostraron que cada grupo percibió las noticias como contrarias a su posición. Trabajos como éste, sólo a manera de ejemplo, han demostrado cómo la interpretación de lo que percibimos no consiste en asimilar de manera objetiva la realidad, sino que posee una fuerte dimensión social, relacionada con las creencias y prejuicios de los individuos.
Desmontar la creada arquitectura de prejuicios entre venezolanos es hoy una de las tareas más urgentes por emprender. Y esa labor comienza por acercarnos a quienes piensan diferente, y apostar por una inteligente y necesaria despolarización política que ayude a derribar el andamiaje artificial de estereotipos y prejuicios entre hermanos de un mismo país. De lo contrario, seguirá la explotación impune a una población que, en un porcentaje importante, no se dará cuenta de por quiénes están siendo víctimas.
@angeloropeza182
ANGEL OROPEZA
El Universal. Caracas, 23 de abril de 2014
Objetiva y demostrablemente, nuestro país está muy mal. No hay un área de la vida nacional –sea salud, infraestructura, seguridad, educación, economía- que no esté en estado calamitoso. Vivimos en un caos disfrazado de país.
Esta realidad la percibe, según todas las encuestas serias, casi 8 de cada 10 venezolanos. Sin embargo, sólo un poco más de 50% asocia esta tragedia con su principal causante, que no es otro que el gobierno nacional. ¿Cómo es posible que poco menos de la mitad del país no se dé cuenta que esto no es ni gratuito ni por casualidad, sino que es consecuencia directa de un gobierno explotador de los pobres, y de un modelo fracasado que condena a la población a un proceso de empobrecimiento y ruina inevitables?
La pregunta anterior surgió la semana pasada en una discusión de trabajo con algunos estudiantes universitarios. De hecho, el "¿cómo no se dan cuenta?" es tema recurrente en la mayoría de las asambleas ciudadanas, estudiantiles y de organizaciones populares en las que nos toca participar. Pero esa última vez recordé un episodio que me ayudó a explicar por qué no darse cuenta es perfectamente posible.
En el año 2005 fui invitado por la Alcaldía de Río Chico a un foro sobre la Ley de Responsabilidad Social en Radio y Tv. que estaba entonces en plena discusión. La sala Ateneo, al lado de la Plaza Bolívar, estaba repleta con una extraña pero deseable combinación, casi en igualdad numérica, de seguidores del gobierno y de simpatizantes de la oposición. Mientras esperaba mi turno de hablar, caí en cuenta que las intervenciones de mis compañeros panelistas eran aplaudidas o pitadas, no según su contenido, sino dependiendo de su identificación ideológica o política. De manera automática, ambos públicos aplaudían a los suyos y rechazaban al contrario, sin importar los argumentos. Fue entonces cuando decidí ensayar un sencillo experimento masivo de psicología social.
Saqué de mi cuaderno un artículo, todavía sin terminar, sobre mis opiniones acerca de lo que estaba detrás de dicha ley y la importancia de la comunicación de masas. Pero en vez de leerlo como mío, engañé a la audiencia diciéndoles que iba a recitar unos extractos de las últimas intervenciones de Chávez sobre el tema, y que lo hacía para luego explicarles por qué yo opinaba lo contrario. Ocurrió entonces lo que suponía iba a pasar.
Al terminar de leer lo que yo había escrito, pero que todos pensaban eran expresiones del entonces mandatario, y preguntarles qué les parecía antes de continuar, la sección oficialista de la asamblea se desvivió en halagos y reconocimiento a la "veracidad" y "profundidad" de lo que habían oído. Por supuesto, al revelarles que aquello que aplaudían y ante lo cual mostraban tal grado de identificación era en realidad algo que había escrito yo, hubo por igual reacciones de incredulidad en algunos, perplejidad en otros y hasta acusaciones de irrespeto y burla por haber engañado a la asamblea. Pero el objetivo estaba logrado. A quienes terminaron de oírme, les insistí que aquello era una simple demostración de la trampa de reaccionar, no ante argumentos y criterios, sino de manera irreflexiva dependiendo de quién los diga. Salvo por la piedra lanzada después al taxi que me llevaba de vuelta a Caracas, y que rompió el vidrio del asiento donde se suponía que iba, el foro fue todo un éxito.
La moderna psicología social ha comprobado reiteradamente cómo las personas no perciben de manera objetiva e imparcial la realidad, sino que su visión del mundo está generalmente mediada por sus creencias y prejuicios. Los prejuicios funcionan así como "atajos cognitivos" para interpretar la información social, y explican cómo las personas procesan la realidad de un modo diferente a cómo la procesan individuos de grupos contrarios.
En un estudio realizado por Vallone y colaboradores en 1985, se presentó a estudiantes proisraelíes y propalestinos una serie de noticias de televisión que describían las masacres de 1982 contra palestinos refugiados en Líbano. A los estudiantes se les pidió que juzgaran si las noticias estaban sesgadas a favor de Israel o a favor de los palestinos. Los resultados mostraron que cada grupo percibió las noticias como contrarias a su posición. Trabajos como éste, sólo a manera de ejemplo, han demostrado cómo la interpretación de lo que percibimos no consiste en asimilar de manera objetiva la realidad, sino que posee una fuerte dimensión social, relacionada con las creencias y prejuicios de los individuos.
Desmontar la creada arquitectura de prejuicios entre venezolanos es hoy una de las tareas más urgentes por emprender. Y esa labor comienza por acercarnos a quienes piensan diferente, y apostar por una inteligente y necesaria despolarización política que ayude a derribar el andamiaje artificial de estereotipos y prejuicios entre hermanos de un mismo país. De lo contrario, seguirá la explotación impune a una población que, en un porcentaje importante, no se dará cuenta de por quiénes están siendo víctimas.
@angeloropeza182
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