sábado, 13 de septiembre de 2014

Sergio Dahbar: ¿Raro? Muy raro

Tengo un amigo alemán que siempre soñó con la aventura. Quizás por vivir en un país previsible, en el que una demora de cinco minutos del transporte público provoca un debate nacional sobre el deterioro de la calidad de vida, siente una atracción irracional por descubrir la locura que habita nuestras tierras.
Como no quería herir sus sentimientos latentes sobre este lado de la costa, callé cuando me comunicó por correo electrónico que ya tenía los pasajes de toda la familia (esposa, dos hijas, suegra de 82 años) para disfrutar de la luz del trópico. Por suerte, tomó una precaución que salió de algún lugar oscuro de su conciencia: viajaría primero él, para preparar los detalles de la llegada de la familia.
Cuando supe que venía, le puse un chofer a la orden para que lo recogiera. Pero él se había adelantado y tenía todo resuelto. Me comentó que una persona –la conoció en la Embajada de Venezuela en Berlín– le recomendó un chofer infalible. Otra vez cerré la boca y me arrepiento de aquel silencio, pero en verdad nunca pude contradecirlo porque su entusiasmo era irrompible.
Cuando bajó del automóvil del chofer que contactó desde Berlín, frente al hotel caraqueño donde yo lo esperaba, lo sentí pálido y sus palabras fueron el presagio de un incidente: “Este es un país muy raro”.
Llegó cinco horas después de aterrizar. Le pregunté por ese retraso. Había razones que pasó a explicarme mientras llenaba la planilla de ingreso al hotel.
El chofer lo esperaba dentro del aeropuerto con un letrero. Salió con sus maletas y buscaron el automóvil. Relajado, como dicta el librito universal de las llegadas a un país desconocido.
En algún momento del trayecto el chofer recibió una llamada. Mi amigo escuchó una frase entrecortada (“¿…De verdad…?”) que le costó comprender. Recuerda que el chofer dijo: “Quédate quieta que voy para allá”.
Una vez que entraron en las arterias obstruidas de Caracas, el chofer buscó la manera de llegar al centro comercial Millennium. Mi amigo no entendía qué hacían allí. El chofer lo invitó a bajarse un momento nada más y caminaron hasta una feria de comida, donde había señales de pelea. Mesas tumbadas. Sillas destruidas. Policías tomaban nota de los hechos ocurridos.
Una funcionaria pública, resguardada por guardaespaldas que parecían dos clósets, se detuvo a tomar un café. Como no le gustó la temperatura de la bebida, le vació la taza en la cabeza a la muchacha que atendía la cafetería. Dócil, esta joven preparó otro café, que tampoco le gustó a la señora. La bañó de nuevo.
Dos veces era demasiado. La joven saltó el mostrador como una gacela, tumbó a la funcionaria de dos cachetadas y anuló a los guardaespaldas a patadas, después de quitarles las armas. Era una diabla.
La joven, que ahora estaba detenida, era la hermana del chofer de mi amigo alemán. Entre todas las cosas incomprensibles que presenció este extranjero optimista esa tarde destacaba la pretensión de los dos guardaespaldas: discutían con la policía municipal porque querían rescatar las grabaciones de las cámaras del centro comercial.
Deseaban borrar cualquier testimonio de la agresión de su jefa contra la muchacha (el origen del conflicto), y de la paliza que esa joven acababa de propinarles a dos kiluos como ellos. Era una humillación.
Mi amigo le confesó al chofer –con pudor de recién venido– que quería llegar al hotel. Este se desentendió y lo abandonó en plena calle, con sus maletas y su agotamiento a cuestas. Tuvo que buscar otro taxi –no fue fácil– y así llegar a destino. Ese fue su recibimiento en tierras calientes, señal inequívoca de que había llegado al país de las emociones imprevisibles.
To be continued.
www.sergiodahbar.com

Sergio Dahbar
¿Raro? Muy raro
El Nacional. Caracas, 13 de septiembre de 2014

José Domingo Blanco: Hay que adelantar las elecciones

No justifico, bajo ninguna circunstancia, la instalación de las captahuellas en los automercados. No son la solución al negocio redondo que tienen los buhoneros, revendedores y contrabandistas con los productos regulados. Concuerdo con quienes piensan que esto solo afectará al más “zoquete” –y uso esta palabra para darle un calificativo “sutil” a quien realmente termina pagando las consecuencias de estos inventos necios del gobierno, mientras los demás, los que tienen la rosca, siguen haciendo de las suyas–. Los buhoneros de Petare, una vez instaladas las captahuellas, seguirán vendiendo azúcar, harina de maíz, aceite, café y todo lo que no encontramos, a los precios que les dé la gana. Esa es una actividad lucrativa en la que muchos tienen la mano metida. El asunto es que por más que el régimen quiera disfrazarlas con nombres rimbombantes como Plan de Abastecimiento Seguro, este es otro paso, que nos acerca aceleradamente, a la cubanización y sovietización. ¿Acaso hay algo más comunista que el racionamiento de la comida y medicamentos? Comprar las cantidades que el desgobierno imponga no es más que la implantación de los emblemas de estos regímenes totalitarios.
Pero, una vez más, debo confesarles que recordé a Cantinflas –con el perdón del respetado Cantinflas– cuando leí las declaraciones de Iván Bello, el ministro de Alimentación, tratando de explicar cómo funcionarían las captahuellas en las redes de supermercados públicos y privados. El gobierno, dijo el ministro, lanzará un plan piloto, que ya está listo, e incluye 1.500 captahuellas de Abastecimiento Seguro, las cuales cruzarán la información sobre las compras; pero, sin que implique limitación alguna. A ver, entonces, ¿quién explica esto?  Y cito a Bello: “No se va a limitar la compra, simplemente, si alguien hace compras por encima de lo esperado se prenden las alertas, y va a ser llamado luego por la Superintendencia de Precios Justos”. ¿Qué es por encima de lo esperado? ¿Cómo se prenden las alarmas? ¿Habrá multas, sanciones, más chanchullos, cárcel, torturas y desapariciones?
Por eso se me ocurrió que, en realidad, lo que necesitamos urgentemente, en vista del empecinamiento de esta gente en imponer la tarjeta de racionamiento –perdón, las captahuellas–, es que ya instaladas las maquinitas en los mercados, el CNE adelante las elecciones y sume estos establecimientos como centros electorales. Que ya no sean solo los colegios adonde vayamos a votar. ¡Vamos al Bicentenario, a Mercal o al Gama o al Plazas! Y así “matamos dos pájaros de una pedrada”: compramos lo que haya y ejercemos nuestro derecho al voto. ¿Cuándo es que son las próximas? ¿En diciembre 2015? ¡Pero, para qué esperar tanto! Necesitamos adelantar las elecciones ya; total, la dirigencia opositora nos ha demostrado que es buena solo para eso y el gobierno, durante las contiendas electorales, empeña hasta el alma para invertir en la campaña, lanzar jingles contagiosos y comprar votos –disculpen de nuevo el error; donde dice “comprar votos” quise decir “invertir los recursos del Estado”.
Venezuela está en estado de coma. Desahuciada. Con escasos signos vitales. Sin embargo, hemos visto que, cuando tenemos elecciones –de lo que sea– como que “medio reaccionamos y disfrutamos”. Entonces, ¿por qué no adelantar los comicios? ¿Por qué no aprovechar las captahuellas de los mercados que, al final, no limitarán las compras pero, sí prenderán alarmas? Los psicólogos y psiquiatras no dejan de alertar sobre la depresión, pánico y estrés que estamos viviendo producto de esta situación sin precedentes; quizá nos aliente y renueve la esperanza la “fiesta electoral” a la que nos tienen acostumbrados tanto los del gobierno como los dueños de la MUD. Insisto: la dirigencia opositora es buena solo en eso, en participar en elecciones. Y está más que demostrado que al gobierno también le gusta ganar, a como dé lugar, los comicios.
La política informativa de Venezuela es la política de la confusión. De la incertidumbre. Gobierno y dirigentes opositores necesitan que estemos confundidos. Mantenernos intrigados porque en esa medida permaneceremos sumisos. Ocupados tratando de sobrevivir. Los venezolanos tenemos que reaccionar. ¿A qué nos estamos acostumbrando? ¿A hacer colas sin saber lo que va a llegar al automercado? ¿A dar vueltas para encontrar medicinas, comida, productos de aseo personal y de limpieza? ¿Vamos a seguir mansos, en fila india, para recibir dos kilos de azúcar y tres frascos de aceite? La tragedia nos rodea por todos lados. Somos una sociedad cada vez más enferma. Por eso, quizá, como catalizador social, necesitamos urgente unas elecciones, porque nos ocuparíamos de la contienda electoral y nos olvidaríamos, por un rato, de este drama.
Y concluyo haciendo mía la preocupación del Grupo de los 20, cuyos integrantes advirtieron que la crisis, entre otras razones, es porque el país carece de políticas inteligentemente diseñadas que cambien la realidad social. Venezuela puede llegar a un desenlace alejado de la paz y de valores democráticos. No hay gobierno, pero tampoco oposición. El deterioro institucional es más que evidente. Lo grave es que, mientras no haya un gobierno serio que diseñe políticas coherentes para lograr el progreso, y la oposición no logre cohesión y conexión, los venezolanos seguiremos haciendo colas para poner el dedo en las captahuellas de los mercados y tal vez, más adelante, incluso elegir a los mismos mequetrefes de siempre.
mingo.blanco@gmail.com
@mingo_1




José Domingo Blanco
Hay que adelantar las elecciones
El Nacional. Caracas, 13 de septiembre de 2014