lunes, 17 de noviembre de 2014

Asdrúbal Aguiar: Maduro vs. Pinochet

De buenas a primeras resulta exagerada una comparación entre Nicolás Maduro y Augusto Pinochet, como en el fondo lo pretenden los Rangel, José Vicente padre e hijo, al poner sobre la mesa dicho paralelo, deliberadamente, para aliviarle las cargas al régimen venezolano por sus repetidas violaciones de derechos humanos: ¡Nicolás no es así, señores de la ONU, se les pasó la mano!
Pero como tal ejercicio han sido ellos quienes lo provocan, no es ocioso caer en el mismo, dejarse tentar y realizar al efecto un trabajo comparatista fundado.
Uno y otro, Nicolás y Augusto, tienen distintos nombres, pero Nicolás, al apenas mencionárselo evoca a los “nicolaítas”, quienes,  según el Libro de los Libros, conquistan a sus pueblos a través de la degradación de sus vidas espirituales. Augusto, hombre de comunión diaria se hubiese escandalizado con los profanadores de Barquisimeto, quienes dejan sus excrementos dentro del sagrado cáliz de la Catedral o con los colectivos armados, quienes reivindican el delito como medio de subsistencia o expropiación revolucionaria.
Decir Pinochet, aquí sí, es rememorar el momento en que el mal absoluto -la repetición de la experiencia del nazismo- se cuece en el Cono Sur latinoamericano, ya no para enviar a las pailas ardientes a judíos sino a comunistas. Nicolás no llega a tanto, pues es presa de la ambigüedad del modelo que lo ata, a saber, prorrogar la dictadura militar y fascista que lo tiene como mascarón de proa mediante el cuidado de las formas democráticas. En otras palabras, usa a la democracia como objeto de consumo. La manipula y la desecha cuando ya no le sirve, para volver a reusarla más tarde, si le sirve para prorrogar su autoritarismo electivo.
Pero si se trata de los números, como parece, Nicolás desborda con creces al general chileno.
En tres lustros más de 200.000 venezolanos han caído bajo las balas, luego del perverso pacto que el difunto Hugo Chávez firma con las FARC para anegarnos de droga y contaminar con sus narconegocios toda la estructura social, política y militar venezolana. Entre prisioneros y torturados Pinochet deja un ominoso saldo, 28.259 víctimas, habiendo muerto o desaparecido unas 3.507 personas durante 18 años.
Maduro, por el camino que va asusta. Desde febrero del pasado año ha detenido a 3.400 personas, incluidos 280 menores de edad, por razones políticas -ya no por comunistas como cuando Augusto, sino por antimaduristas- y en una espiral de violencia que deliberadamente provocan sus esbirros y colectivos, asesinando por parejo a un estudiante opositor y a un líder de los grupos paramilitares oficialistas, a fin de rescatar el dominio militar transitoriamente debilitado.
Uno en la derecha, otro en la izquierda, Maduro y Pinochet son panes de la misma levadura. Acopian una escasa diferencia, ya que uno, el primero, le preocupa el poder por el poder, desnudo de teleología; de allí que no solo viole derechos humanos y su fiscalía impida la investigación de los casos en que ocurren víctimas opositoras, sino que en la lista de crímenes de Estado suman a “revolucionarios” que se hacen incómodos y amenazan a las logias que dominan el entorno palaciego. El fiscal Anderson encabeza la lista donde siguen altos cargos de los servicios de inteligencia y de policía, una exdiplomática, un exgobernador, encontrándose en la cola el diputado Serra, cuya muerte desnuda la podredumbre de la política sin motivos nobles. El otro, Pinochet, cree entonces un deber sacar de raíz el mal del comunismo, suerte de leviatán que contamina y amenaza el futuro de los chilenos, pero deja el poder una vez como advierte cumplida la misión tutelar del mundo castrense.
La violación de la dignidad humana y el atentado a los valores éticos de la democracia, tan venidos a menos en tiempos que se dicen de postdemocracia, no tiene ni podrá tener justificación o encontrar legitimidad cualesquiera sean sus cometidos; pues las leyes de la decencia y de humanidad reclaman de medios legítimos para fines legítimos y viceversa.
No obstante, como los Rangel piden comparar, cabe decir que Maduro hace un milagro a la inversa. Acaba con un país petrolero y sus recursos haciéndolo importador de petróleo y gasolina, dejando a la vera millones de víctimas en la miseria, como ríos a las puertas de los mercados y las farmacias. El general, hoy fallecido y a diferencia de su subalterno venezolano, el teniente coronel Chávez, al abandonar su caja de huesos deja a su nación como ejemplo de modernidad económica y seguridad social.
Sea lo que fuere, la caída a peor del pueblo venezolano -copio a Kant- no puede continuar sin cesar en la historia humana, porque al llegar a cierto punto acabaría destruyéndose a sí misma. Y si Pinochet no fue el fin de la historia, Maduro, su pichón, tampoco lo será.



Asdrúbal Aguiar
Maduro vs. Pinochet
Diario Las Américas. Miami, 18 de noviembre de 2014

Eduardo Semtei: CNE y constituyente y todo lo contrario

Recuerdo dos cuentos fastidiosísimos de cuando era niño y correteaba por los Valles del Tuy y más tarde por El Guapo. Uno era el cuento del Gallo Pelón que consistía en preguntarle a alguien, más pendejo que uno, si quería oír el cuento del Gallo Pelón; al incauto, no importa lo que contestara, uno le repetía no es que sí, o no es que no, sino que si quieres que te cuente el cuento del Gallo Pelón. Esa tortura parvularia podía durar horas hasta que el afectado salía corriendo espantado a llamar a sus progenitores o se entraba a carajazos limpios con su experimentado torturador.
El segundo era preguntarle a otro cristiano quién fue primero entre el huevo y la gallina. Si el interrogado decía el huevo uno rápidamente lo acosaba diciéndole que de dónde había salido el huevo y si respondía la gallina, ripostábamos de inmediato preguntando de dónde carrizo había salido la picatierra. Al final, la misma vaina, una sampablera de golpes, porrazos, gritos y correderas.
Así, como en estas actitudes infantiles, hay muchísima gente discutiendo sobre el CNE y la constituyente como el cuento del Gallo Pelón y del huevo y la gallina. Es la misma cháchara, la misma ladilla, pero hecha por “experimentados políticos” y “activos agentes de las redes sociales” cuando no se autobautizan como “verdaderos opositores”. Pura paja. Puro cuento. Cobardones del Twitter que ni de vaina dan cara. Unos anónimos pusilánimes. Puro farfullo.
Muchos extremistas, radicales inútiles, fabricantes de sueños, espejismos y creadores permanentes de fracasos y decepciones, andan diciendo que no hay que votar con este CNE. Que hay que cambiar al CNE para confiar en los procesos electorales. Pero al CNE solo lo puede cambiar la Asamblea Nacional, mucho más rápido y relancino si la oposición conquista los dos tercios de la misma. Pero, como dicen que no se puede votar con este CNE corrupto y viciado, entonces perderemos las elecciones parlamentarias por forfait y, por lo tanto, la Asamblea Nacional en manos chavistas no modificará nunca la mayoría oficialista. Lo que nos conduce de nuevo a no votar y así sucesivamente hasta el fin de los días. Y entramos en la discusión de que fue primero el huevo o la gallina.
Hay que votar y cambiar al CNE (el huevo) o hay que cambiar al CNE y después votar (la gallina). Parece que existiera en algún lugar del éter una fuerza mágica, extraña y fuera del contexto de la racionalidad que cambie las cosas como son y nos la ponga papita. Resumo.
Votamos en las parlamentarias para obtener mayoría y cambiar al CNE o no votamos esperando que el CNE cambie sin nuestra participación. ¿Huevo o gallina? En cuanto a la constituyente, es otra irracionalidad. Varios autores han demostrado hasta la saciedad, con ejemplos mundiales, con enjundiosos estudios jurídicos y políticos que las asambleas constituyentes toman cuerpo en la realidad cuando las mismas son impulsadas por y desde el poder. Desde la Revolución americana, pasando por la francesa, y las docenas de ejemplos americanos, hasta la revoluciones rusa, china y cubana, en docenas de países europeos, africanos y asiáticos, todas, absolutamente todas, fueron anidadas e impulsadas desde el poder. No desde la oposición. Además, su complejidad en las actuales condiciones se traduce en gastar pólvora en zamuro, perder esfuerzos, dividir la oposición.
Fíjense ustedes, para lograr una nueva Constitución, primero hay recoger las firmas. En este aspecto paso a anotar que ya el CNE estableció que las firmas que hoy por hoy se andan recogiendo no cumplen con las normativas ni han sido aprobadas o reconocidas. Así que ya tenemos una pata coja. Hasta donde alcanza mi conocimiento, en el primer mes de recolección de firmas, hechas al margen y hasta en contra de la política general de la MUD, tienen unas 70.000 rúbricas, a tal ritmo para llegar a 3 millones necesitarían unos 42 meses. Claro, los recogedores dirán que tienen millones de millones de millones de millones. ¿Quién los desmiente? Ellos son su propio CNE, na’ guará. Si se logran recoger, algún día, entonces habrá que llamar a un referéndum, por cierto con ese mismito CNE que los radicales celebrantes de la constituyente tanto abominan y aborrecen. Luego, si se gana el referéndum, hay que elegir los diputados a la constituyente, en las mismas circunscripciones y con el mismito CNE que regularía y supervisaría las elecciones parlamentarias regulares de 2015. Si logramos tener mayoría en diputados en la constituyente, entonces habría un referéndum para aprobar la nueva constitución. Es decir, un proceso largo, complejo, de varias fases, comparado con la simpleza y sencillez de ganar unas elecciones parlamentarias ya previstas para 2015.
Entonces surge la pregunta. ¿Quieres elecciones de la constituyente o de la Asamblea Nacional con el actual CNE? Si contestas que sí o contestas que no, volveremos como en la infancia a repreguntar, no es que sí, o no es que no, sino que si quieres elecciones con el actual CNE. Y así señores se nos va el tiempo, la vida, las fuerzas, los recursos. En una discusión tremendamente infantil. En términos concretos, en la actualidad, de los cinco miembros del CNE cuatro son pro gobierno. Recordemos que la mayoría son tres de cinco. Es decir, para efectos prácticos que tengan tres, o cuatro, o cinco es la misma vaina. El descontento es de 75%. Vamos entonces a empujar todos la misma carreta y convertir el descontento en votos. Esa es la vía.  Los otros son cuentos infantiles de gallos pelones y gallinas pirocas.


Eduardo Semtei
CNE y constituyente y todo lo contrario
El Nacional. Caracas, 17 de noviembre de 2014

Armando Durán: Contubernio, colaboracionismo

El gran titular del diario El Universal del miércoles pasado anunciaba la buena nueva. “Chavismo y oposición: Hay que avanzar hacia el diálogo”. En el sumario de la información se añade que el presidente de Copei, Roberto Enríquez, y el diputado del PSUV, Germán Ferrer, coinciden en señalar que “están dadas las condiciones” para el entendimiento político” entre el Gobierno y la oposición. Horas después, Jesús Chúo Torrealba ampliaba la noticia: Ramón Guillermo Aveledo regresaba a la MUD para encargarse de las relaciones internacionales de la alianza y su primera tarea como canciller en las sombras sería buscar apoyo de los gobiernos de la región para facilitar el dichoso acuerdo con Nicolás Maduro.
Se trata de un tema demasiado peligroso para dejarlo pasar así como así, a la ligera, como si viviéramos en una democracia casi perfecta. Por supuesto, ya sabemos que no es así. También sabemos que el diálogo es el fundamento esencial del civismo y la democracia, y que lo contrario es la violencia y la dictadura. Nadie nos lo tiene que recordar. Pero también nos acordamos que fue Hugo Chávez quien popularizó el tema en 2002, con la intención de apagar los incendios de abril y diciembre. “O nos matamos o nos entendemos”, había advertido José Vicente Rangel en el momento más oportuno, y los partidos de oposición, perdidos en su orfandad, encontraron en la oferta de Rangel y en la Mesa de Negociación y Acuerdos que Chávez logró armar con la complicidad de César Gaviria y Jimmy Carter, una vía muy propicia para medio recuperar la ficción de un protagonismo perdido irremediablemente en la década de los ochenta. De aquella tortuosa maniobra surgió la Coordinadora Democrática; tras su inevitable colapso, la MUD.
Lo que pretenden el régimen y esta oposición “bien-pensante” desde entonces es lo que en francés se llama cohabitación y en español contubernio, un mecanismo habitual de entendimiento político, pero exclusivo de regímenes parlamentarios, cuando el jefe de Estado representa a un partido y el jefe de Gobierno a otro. No es ese, por supuesto, el caso de Venezuela. Mucho menos en la crítica situación actual, porque desde hace 15 años el régimen ha venido rompiendo gradualmente el pacto social asentado en la Constitución y lo ha sustituido por la permanencia indefinida en el poder de una excluyente corriente política, el chavismo, que sencillamente no admite la existencia de los otros y ejerce el poder, alcanzado originalmente en democracia, de manera cada día más totalitaria. En situaciones como esta, el diálogo para establecer un entendimiento político entre el gobierno y la oposición sencillamente se convierte en otra cosa. Como ocurrió en febrero, cuando la MUD se sentó a la mesa servida en Miraflores con la intención de desmovilizar la protesta estudiantil que se había iniciado en los campus de la ULA en Mérida y San Cristóbal, conflicto por cierto, en el que debemos buscar la causa del enfrentamiento de candidatos no chavistas en las elecciones estudiantes en aquel centro de estudios.
Si ahora vuelve a hablarse de diálogo, es porque de nuevo el gobierno se siente acorralado por la magnitud de una crisis que desde hace meses lo desborda en todos los frentes y que ahora, con la abrupta caída de los precios del petróleo, amenaza seriamente hasta la estabilidad del régimen. En este punto incierto del proceso, ¿cómo debemos interpretar la obsesión de los mismos de siempre de entenderse políticamente con un gobierno que la mayoría de los ciudadanos considera inservible y opresor, como un acto de inteligente y sana democracia, o como simple y vergonzoso colaboracionismo? 

Armando Durán
Contubernio, colaboracionismo
El Nacional. Caracas, 17 de noviembre de 2014