jueves, 10 de julio de 2014

Antonio Sánchez García: La Acción Democrática que un día fue

Basta comparar el progreso y desarrollo, en todos los órdenes de nuestro país, logrados por la dictadura militar desarrollista entre 1948 y 1957 con los de la dictadura castrochavista entre 1999 y 2014, para concluir que la violencia revolucionaria encauzada por la Acción Democrática de Rómulo Betancourt para salir de ella estaría hoy mil veces más justificada que entonces. El que no suceda así es prueba concluyente de una infamia y una traición. El tiempo les exigirá a los responsables cuentas en orden. La historia no los absolverá.
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Ciertamente: se arrepintió. Si bien no hizo alarde de sus arrepentimientos. Rómulo Betancourt no era un filisteo ni un mercachifle, un entrador, un arribista o un buhonero de lo público: era, como lo describiera de una vez y para siempre Manuel Caballero, “un político de nación”. A los 20 años ya era el que llegaría a ser: un líder, un visionario. Un hombre de acción. Al que para su y nuestra inmensa fortuna le acompañaba un cerebro privilegiado, una homérica capacidad de presagios y una riqueza intelectual que ningún político venezolano, salvo Bolívar, tuviera en los doscientos años de república. Un estadista.

Pero se arrepintió. Así su arrepentimiento se fraguara en lo que el marxismo, que conocía profunda y seriamente, de verdad, como la palma de su mano en teoría y acción, llama “autocrítica práctica”. Dotado de una insólita inteligencia, de una capacidad de observación de hechos y hombres propia de los grandes estadistas, tuvo los dos principales atributos que hacen de los hombres personajes hacedores de historia: voluntad y decisión. Los dos ingredientes que acompañaron su decisión de sumarse a la conspiración de los jóvenes oficiales venezolanos que quisieron cortar por lo sano en los momentos de vacilaciones y dudas del pos-gomecismo y dieron el golpe de Estado del 18 de octubre de 1945.

Así suene paradójico y extravagante, fue el haber participado como figura protagónica en dicho golpe de Estado lo que terminó de fraguar y blindar sus convicciones democráticas. Pues, culminando el periplo que le diera luz verde para su intervención en un golpe de Estado –montarse en el tren blindado del militarismo vernáculo para dar nacimiento a una auténtica democracia venezolana– otro golpe de Estado, este sin intrusiones civilistas y democráticas, puso fin al castigo: contrariamente a lo dicho por su maestro en la distancia, Nicolás Maquiavelo, el fin no justificó los medios.
Como haría decir Brecht a su personaje Galileo Galilei una década antes, “para desayunar con el diablo se requiere un cucharón muy largo”. Y una inescrupulosidad propia de matarifes. Betancourt era un estadista ejemplar, no un matarife.

Aun así: decidido a arrebatarle Venezuela a la escoria golpista, militarista, caudillesca y dictatorial, que sabía constituía el último sustrato filogenético de la Venezuela dominada por lo que los positivistas de fines y comienzos de siglo llamaran “el llaneraje salvaje”, esas tribus de bandoleros y hors-la-loi que vagaban por los llanos venezolanos y espantaran la conciencia de Humboldt, se unieran a Boves y terminaran preñando la independencia de salvajismo, oprobios, latrocinios y expropiaciones, se propuso tras trece años de exilio, destierro y trashumancias salir de la dictadura de Pérez Jiménez, como lo escribiese en 21 de mayo de 1957 a Carlos Andrés Pérez y  Luis Augusto Dubuc “evolutiva o a la brava”. Se dio para ello un corto plazo, tras lo cual, si el dictador continuaba en el poder, dejaría de hablar paja y se iría al monte, como lo estaba haciendo Fidel Castro en la Sierra Maestra, seguro de que él sí tendría éxito de verdad, no como el fantoche de Castro: “Si en el 57 o comienzos del 58 no hay solución al problema venezolano –evolutiva o a la brava– no nos quedaría otro camino sino el de ponernos un bozal, y no hablar más en el exilio de los atropellos, etc., de esa gente. Por propio respeto, tendríamos que callarnos definitivamente”. Unas líneas antes lo había expresado con la mayor claridad: “Lo que está haciendo Fidel Castro, y con mucho más éxito, debí hacerlo yo en 1950; y eso deberemos hacerlo si en 1957 o comienzos del 58 no hay solución al problema venezolano”. Más claro, echarle agua. Aquel dirigente de lo que ha devenido medio siglo después lo que fuera antaño el partido del pueblo, si puede, que lo desmienta.

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Si era lo que pensaba en su intimidad y se lo comunicaba a su hombre de mayor confianza, el más legítimo de sus herederos, traicionado luego por sus ilegítimos heredados, la profunda visión del estadista primó a la hora de hacer públicas sus posiciones respecto a la naturaleza de la lucha contra la dictadura. Desde La Habana y en el curso de ese mismo año ordenó orientar el combate con la dictadura en términos pacíficos, si ello fuera posible. Si la memoria no me engaña se lo declaró en Bohemia a Simón Alberto Consalvi. Temía los desbordes de la indignación popular en la que estaban empeñados los jóvenes rebeldes encargados de la dirección del partido ante la ausencia de sus dirigencias tradicionales, asesinadas por la Seguridad Nacional o en el exilio. Y la posibilidad objetiva –dicho en términos marxistas– de que ese desborde derivara en una revolución incontrolable, de corte marxista leninista, como la que debe haber avizorado en la Cuba que se zafaba de Batista con la insurrección popular y civil y las guerrillas castristas. La otra razón era incluso de mayor peso para el proyecto que ambicionaba secretamente: contar con el respaldo de Estados Unidos para refundar la república en plena Guerra Fría. Evitar los desbordes y controlar férreamente a sus díscolas militancias era la única demostración de lealtad democrática que podía poner sobre la mesa llegado el momento de las conversaciones en Washington: su militante anticomunismo.

Pero aun para un estadista de la talla de Betancourt, el hombre propone, pero es Dios quien dispone. Y ya al borde de la caída de Pérez Jiménez, en su lejanía comprende que ha llegado la hora de la acción definitoria. “El régimen despótico está viviendo sus últimos días, pero no caerá como fruta podrida. Hay que hacerlo caer”, escribe el 14 de enero de 1958. El mismo día les escribe a los “queridos compañeros del CEN”: “Desde aquí veo el panorama nacional definitivamente favorable. El despotismo caerá en el curso de días –acaso haya caído cuando esta carta llegue a manos de ustedes–, o de semanas, o de meses. Pero caerá. La sentencia está escrita en el muro, pero hay que darle, ahora sí, el empujón definitivo”. Quiso la ironía de la historia que esa carta la recibiera Sáez Mérida cuando repicaban las campanas llamando a la huelga general, a escasos días del 23 de enero, y que Héctor Pérez Marcano, miembro de la dirección nacional, se la escondiera en uno de sus zapatos mientras trajinaba la insurrección de un lado a otro de Caracas en medio de las refriegas con la Guardia Nacional y la policía política de la dictadura. Los consejos de Betancourt de acentuar el pacifismo –Esta es una manifestación cívica y pacífica, recomendaría como eslogan– se hicieron extemporáneos. El déspota había caído. No se produjo un solo diálogo. Para Betancourt, dialogar con el tirano en vez de empujarlo al abismo hubiera sido una blasfemia.

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Las diferencias entre la actuación de Rómulo Betancourt y de Acción Democrática frente a la dictadura militar de Pérez Jiménez, desarrollista y en todos sus sentidos, inmensamente más beneficiosa para el país que el aterrador desastre de la devastación castrocomunista que hoy nos aflige, y la de su actual dirigencia frente a la dictadura de Maduro y el chavismo, es tan abisal, que llega a ser incomprensible. Difuminando todos los contornos que puedan vincular la una con la otra. Pues, una cosa era pedir control de los acontecimientos y manejo político del movimiento de masas, preservando la necesidad de la unidad e incluso sacrificando algunas consignas –como la renuncia del déspota, para obtener consensos– y otra muy distinta buscar entendimientos con la dictadura y poner partido y hombres de frente contra la insurgencia popular, apostando a espurios entendimientos como los que hoy impiden la resolución de la crisis y la apertura hacia la Venezuela moderna que los tiempos reclaman.

Es la tragedia que nos abruma: ni AD es lo que fuera cuando respondía a las necesidades históricas y los impulsos de sus mejores hombres, ni Primero Justicia, el MAS, Un Nuevo Tiempo y los restantes partidos que hacen vida en la MUD se empinan a las alturas de quienes, desde Copei y URD formaron parte de la Junta Patriótica que asumió la responsabilidad de enrumbar a Venezuela hacia la transición democrática. No se hable del partido de Santos Yorme, rebajado a conciliábulo de gestores y promotores de negociados y corruptelas.

Solo una mínima visión panorámica de nuestra historia permite valorar en su justa medida cuán aviesas y deleznables han sido las declaraciones de Henrique Capriles y Henry Ramos Allup en defensa de lo indefendible: un régimen dictatorial ante una insurgencia popular. El asesinato de 45 jóvenes venezolanos, la prisión y la persecución de miles de combatientes, la cárcel de uno de nuestros más promisorios líderes, y la cantidad abrumadora de iniquidades cometidas contra quienes adversan de frente, inermes y a pecho descubierto la barbarie de un régimen dictatorial que llegó al extremo de entregar nuestra soberanía en uno de los actos más bochornosos de nuestra historia independentista. Que callan los asesinatos a mansalva de la dictadura pero condenan las guarimbas con que nuestra juventud expresa su protesta. Llegando al colmo de culparlas por dichos asesinatos, repudiando “la violencia callejera provocadora de muertes” y respaldando al sátrapa y jefe de los asesinos al callar sus viles acciones tiránicas.

Basta comparar el progreso y desarrollo, en todos los órdenes de nuestro país, logrados por la dictadura militar desarrollista entre 1948 y 1957 con los de la dictadura castrochavista entre 1999 y 2014, para concluir que la violencia revolucionaria encauzada por la Acción Democrática de Rómulo Betancourt para salir de ella estaría hoy mil veces más justificada que entonces. El que no suceda así es prueba concluyente de una infamia y una traición. El tiempo les exigirá a los responsables cuentas en orden. La historia no los absolverá.

Antonio Sánchez García
La Acción Democrática que un día fue
El Nacional. Caracas, 10 de julio de 2014

Rafael Poleo: Calle y Diálogo

 
Rafael Poleo
Calle y Diálogo
El Nuevo País. Caracas, 10 de julio de 2014 (Blog Pedro Mogna)

Luis Pedro España: ¿Qué debe hacer la oposición?


Recordemos algo que podría resultar pedagógico en este momento. La Unión Soviética no se derrumbó gracias a la política exterior de la ultraconservadora administración de Ronald Reagan. La reforma y posterior caída de todos los sistemas políticos y económicos de la Europa del Este fue producto de procesos internos, de inviabilidades acumuladas y la necesidad de reacomodos, que al principio trataban de ser cambios para que todo siguiera igual (como siempre tratan de hacer quienes ocupan el establishment), pero que terminaron en verdaderas debacles que transformaron sus realidades hasta modificarlas por completo.

El ejemplo puede que no sea del agrado de mucho compatriota que supone que su simple hastío, su presumida superior consciencia o el desespero por ver que el tiempo pasa y no termina de ocurrir el “final feliz” a que aspira, debería propiciar un estado de cosas que, sin saber muy bien cómo se desencadena, o creyendo tontamente que sí lo sabe, no entiende por qué la oposición “no-hace-algo” para que termine esta situación.

Los creyentes en las salidas, que se califican de mágicas porque en ellas no existe la adecuación de medios a fines, o de existir es poco menos que voluntarista, ven con desespero que el cambio en Venezuela no puede venir sino de dentro hacia fuera o de abajo hacia arriba. Suponen, creen o aspiran, que una acción decidida, valerosa probablemente, de alguien que hable claro, que se parezca a ellos mismos para estar seguros de que es de su bando, culpabilice como es debido, se desgarre en verbo encendido, y sea quien se convierta en el agente de cambio del país. No, las cosas no funcionan así.

La oposición, no importa a cuál de ellas nos refiramos, no puede por sí sola (subrayo esto último) superar este estado de cosas. Ni unida, ni con posición adelantada, ni desde los liderazgos emergentes, ni creando sus propios mártires. El país necesita algo más que líderes o gente con guáramo para alcanzar los cambios. El país necesita aprendizaje colectivo y ese es el que estamos viviendo por estos días.

La mala noticia es que los aprendizajes sociales son muy dolorosos, la buena es que necesariamente no son tan lentos. Su acorte depende de lo que haga la oposición. Los líderes pueden acortar ese sufrimiento por medio de su capacidad de persuasión y convencimiento. Mi admiración para esos líderes de la oposición venezolana que lograron que 49% de los compatriotas creyeran en la necesidad del cambio a pesar de tanto gasto populista y medidas irresponsablemente electoreras que, reveladas recientemente con el desparpajo de la carta de un exministro, trataron de hacer ficción de la verdadera situación del país, engañando por lo tanto, al 51% restante.

Lamentablemente, este cambio de preferencias, este deseo de transformación política, no fue suficiente. Tendrá que ser la realidad, aunque no solamente ella, la que ayude y termine por convencer a la fracción de aquellos que empecinadamente, por miedo, desconocimiento o simple utilitarismo, no cambiaron en el pasado y hoy, ante las evidencias prácticas de lo inviable, deberán ser convocados nuevamente por líderes que canalicen y aceleren el aprendizaje colectivo que estamos viviendo en forma de inflación, desabastecimiento, ineficiencia generalizada, injusticia e inseguridad.

Para lograr eso la oposición debe denunciar y proponer a la vez. Debe estar cerca y al lado del venezolano que sufre, pero que no sabe muy bien cuál es la causa de su sufrimiento. Tiene por deber explicárselo. Las posturas mesiánicas más bien la alejan del segmento que debe convencer. El “yo te lo dije” o “admite que te equivocaste” es una innecesaria humillación de quien desea más venganza que futuro. Atentar contra sus seguridades y consensos, pueden que aún vivos, solo apartará a una parte del pueblo a entender por qué las buenas intenciones de sus antiguos líderes no solo no eran tales, sino que además son las responsables de todas las calamidades actuales.

Tan inadecuado es suponer que solo en 2019 pueden producirse los cambios, como sentenciar que necesariamente debe ser antes. La oposición debe estar preparada para todos los escenarios, sin aferrarse a uno solo. Lo anterior no es contradictorio. Porque no hay forma de saber hasta dónde puede llegar la insensatez gubernamental o los cambios que vienen por dentro, es que debe estar lista para responder a lo que será la evolución de este sexenio y, a la vez, propugnar por una nueva gobernabilidad democrática, escogiendo el medio que lo garantice.

Si cada quien desde su trinchera, partido o responsabilidad de gobierno local, opta por la pedagogía y la aproximación al pueblo víctima de la crisis social, bien en el tiempo establecido, o en aquel que adelanten los acontecimientos, ocurrirá el cambio que el país tanto necesita.


Luis Pedro España
¿Qué debe hacer la oposición?
El Nacional. Caracas, 10 de julio de 2014

Thays Peñalver: ¿Botarán las plumas?

Lo que está pasando con los medios de comunicación, amerita una explicación, al menos a mis lectores. Nacido junto con la dictadura de Gómez, El Universal soportó estoicamente 66 años de dictadura, 2 revoluciones, 11 crisis financieras, burbujas y quiebras de los mercados financieros pero la verdad, es que la crisis internacional de los medios de comunicación, tenía al coloso de la Urdaneta contra las cuerdas. Verá amigo lector, los medios de comunicación (impresos y de señal abierta) tal como fueron concebidos y posteriormente modernizados en el siglo XX, sucumbieron a las nuevas tecnologías. La explicación es muy sencilla, en el siglo XX un periódico ganaba por la venta del tiraje, por la publicidad en sus páginas y por los clasificados.

Pero el advenimiento de Internet, trajo como consecuencia el surgimiento de compañías especializadas en anunciar vehículos, casas y los portales de compra venta de bienes y servicios arrasaron con los clasificados. El mercado lógicamente cambió porque a los "medios que existían" se les agregaron el cable, compitiendo con la señal abierta y el Internet, lugares al que se fueron buena parte de los clientes de mayor poder adquisitivo. Es muy sencillo, si usted quiere vender un carro va a preferir anunciarse, donde están los potenciales clientes, haciendo que las compañías que querían anunciarse, migraran lógicamente en busca de esos clientes.

El drama es de tal magnitud, que en Estados Unidos los ingresos de los periódicos pasaron de 65 billones de dólares en 1999, a 17 billones en el 2013 (Asociación de Editores de periódicos de EEUU) y ajustados a inflación sus ventas están por debajo del periodo de la posguerra en los primeros años de los 50's. Para que usted entienda lo que está pasando, los ingresos de Google por concepto de publicidad duplican el de todos los miles de medios impresos en Estados Unidos (Google 2012, pág. 72). Y eso ocurre en todas partes del planeta, por eso usted ve cosas que en el siglo XX le parecerían insólitas como el hecho de que canales de televisión como Radio Televisión Española (RTVE) RTVE, se encuentre "al borde de la quiebra" luego de años de números rojos. (El Mundo) y que la crisis editorial tenga a casi todos los grandes grupos multimedia españoles altamente endeudados o en números rojos (Campos et al, 2010).

Súmele a esto amigo lector, el drama venezolano, en el que cada noticia económica de El Universal, no solo traía como consecuencia la andanada de amenazas de distintos sectores, sino que repercutía directamente en las finanzas de los medios. Porque decir que 490 mil empresas cerraron en 16 años, no era otra cosa que 490 mil empresas dejaron de pautar clasificados y de pautar publicidad. Explicar que 4.300 grandes empresas cerraron en una década, que las líneas aéreas cierra vuelos o que la industria automotriz está en el suelo, no era otra cosa que decir que se acabaron los grandes modelos publicitarios y eso va a continuar así durante algunos años más.

Por eso El Universal apostó lógicamente a su nicho de mercado. A la fidelidad de sus lectores y la forma en la que sobrevivió fue creando un aparato multimedia importante destinado a usted. Es pues usted, el lector de "El Universal", al que está destinado el modelo editorial vigente que alcanzó el cuarto de millón de lectores y los cerca de 2,8 millones de lectores diarios fieles en Internet mensuales. ¿Quiénes son ustedes? Pues muy simple, 96% tiene acceso a Internet, proviene de las clases medias, tiene nivel educativo muy sobre la media y sí, la enorme mayoría de los lectores de "El Universal" se oponen a cualquier chifladura (vengan de donde venga) y desean informarse más allá de lo que les informan los demás.

Por esas opiniones, usted se enteró de todo lo que acontecía con la enfermedad y la muerte de Hugo Chávez, mientras en los medios oficialistas hablaban de "sanación milagrosa" y antes que el propio gobierno de cómo la "izquierda trasnochada" estaba cometiendo error tras error y luego de años de amenazas resulta que la "opinión libre" era la que tenía la razón. Usted se enteró de cómo las expropiaciones estaban llevando al fracaso a las empresas y resulta que pese a los medios prooficialistas, expertos en la negación absoluta, el alto gobierno nos explica hoy cómo teníamos la razón. Aquí usted se enteró de los graves problemas de producción de las empresas de Guayana y advertimos sobre el colapso económico y teníamos razón.

¿Incómodos? Sin lugar a dudas lo fuimos, lo somos y sin duda alguna lo seremos, como lo fueron las generaciones libres anteriores y como serán las generaciones libres del mañana. Pero hoy, pase lo que pase nos queda la inmensa satisfacción de saber, que el Gobierno sin tapujos, confiesa que teníamos la razón.

Pido a ustedes que me permitan una lógica dispensa por algunas semanas para enterarme de qué va y hacia dónde va todo esto (que parece ya escrito) y que Dios los bendiga.

www.thayspenalver.me

@thayspenalver

Thays Peñalver
¿Botarán las plumas?
El Universal. Caracas, 10 de julio de 2014

Diego Bautista Urbaneja: La democracia de Ramón J. Velásquez

La democracia venezolana, cuando se da, es algo producto de la acción de los venezolanos
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El fallecimiento de Ramón J. Velásquez, uno de los más insignes venezolanos de las últimas cinco décadas "se fajó con Venezuela hasta el final", como me dijo mi hermano Luis Alejandro al lamentar su muerte -esto me lleva a reflexionar sobre su concepto acerca de la democracia venezolana, esa a cuya defensa dedicó parte tan importante de su vida.

No era para él la democracia un asunto de definiciones teóricas sobre una forma de gobierno. Por supuesto que su idea de la democracia encerraba unos requisitos mínimos: partidos, elecciones, libertades políticas fundamentales, equidad social... Pero más allá de eso, pensaba que la forma práctica y concreta que debía adquirir la democracia era aquella que emanase de la historia nacional. Nuestra democracia tenia que tener -además de aquellos requisitos mínimos- esos otros rasgos que nuestra historia determinara como elementos característicos de una democracia venezolana.

Para definir tales rasgos podía Velásquez recurrir a su vasto, y sobre todo íntimo, conocimiento de nuestra historia política. No sé si había alguien que la conociera tanto y tan profundamente. Lo que esa historia decía es que en Venezuela, democracia es ante todo convivencia. Que en este país nadie cobra las facturas completas y que siempre hay un margen para el olvido fructífero de las faltas, reales o supuestas, del adversario. Que siempre hay espacio para que quepa uno más. Que es estúpido, que es antihistórico, que es antinacional, trazar líneas divisorias infranqueables.

Destino

La otra cosa que la historia le enseñaba al gran tachirense era que la democracia venezolana no es un destino predeterminado, al que el país vaya marchando dando pasos progresivos, en vista de una democracia cada vez más plena, de modo que si por si acaso hay un retroceso, se puede estar seguro de que es algo accidental y transitorio y que pronto se reanudará la marcha. No hay nada que se pueda llamar "larga marcha hacia la democracia". No. La democracia venezolana, cuando se da, es algo producto de la acción de los venezolanos concretos de cada momento. Es pues un logro sumamente frágil, pues esos venezolanos que logran instaurar algo que se pueda llamar democracia lo hacen siempre en lucha a brazo partido con factores adversos de mucha monta, productos también de nuestra historia. De allí ese otro rasgo de la democracia venezolana: su fragilidad. Por eso el camino democrático siempre se puede desandar, siempre se puede marchar en dirección opuesta. Que ello ocurra o no dependerá de lo que los hombres de cada momento hagan y nunca se podrá está seguro de cuál de las rutas predominará o si alguna va a hacerlo.

Puentecito

Cuando a Velásquez le tocó ser presidente de la República, en aquellos críticos meses de finales de 1993, definió su tarea como la de lograr que el país atravesara el puentecito de madera que lo separaba de las elecciones de diciembre de ese año. Pues bien y en realidad, se me hace que para él la democracia en Venezuela siempre estaba atravesando un puentecito de madera.

Ello hacía más ímproba e incesante la tarea de los demócratas. No había que descansar un instante en mantener en pie la democracia por los múltiples medios que la vida va ofreciendo. De allí su pasión por las pequeñas técnicas del ejercicio del poder, que enseñan cómo sostener las formas de gobierno frente a las acechanzas. Las expone en esas dos obras maestras que son Las confidencias imaginarias de Juan Vicente Gómez y La caída del Liberalismo Amarillo. Un buen demócrata ha de conocerlas y ahí las tiene analizadas de forma insuperable.

Convivente

Así llegamos a Ramón J. Velásquez y a cómo realizó ese trabajo en los diversos roles que la democracia venezolana le ofreció, para que pusiera en práctica esas dos convicciones: la democracia venezolana ha de ser convivente y a la democracia venezolana hay que defenderla todos los días. Convivencia y fragilidad. Si dejó de ser convivente en algún momento, si dejó así de ser democracia venezolana, no fue porque él cejara nunca en su esfuerzo de que lo fuera siempre. Si el frágil puente de madera se desprendió, o quedó maltrecho, no fue porque las manos de Velásquez dejaran nunca de repararlo o de sostenerlo con su propia mano allí donde podía.

Ya es hora de que oigamos las voces que nos envía la historia de Venezuela sobre cómo ha de ser nuestra democracia y de cuánto hay que luchar para recuperarla y para luego sostenerla, ahora que ese paradigma de amplitud y de denuedo que se llamó Ramón J. Velásquez nos acaba de dejar.

dburbaneja@gmail.com