martes, 3 de junio de 2014

Antonio Sánchez García: La Renuncia

Un mediodía de un domingo cualquiera de comienzos de 1996, el por entonces ínclito y venerado José Vicente Rangel – aunque usted no lo crea: “la conciencia nacional”, lo llamaban sus admiradoras - mandó a preparar una de las mejores paellas que se cocinaban en la capital e invitó a degustarla en su casa de la Alta Florida con un selecto  grupo de contertulios, entre los que se encontraba lo mejor del golpismo venezolano de izquierdas y derechas. Entre ellos gerentes de medios radiotelevisivos, ex presidenciables, futuros editores, intelectuales de postín y políticos del foro. Más algún amigo periodista, por quien me entero del condumio y que por obvias razones de elemental discreción profesional prefiero mantener en el anonimato. No menos de 10 ni más de 12 personas. En cuyas manos, no vaya a creerse que Rangel y Anita pierden el tiempo reuniéndose con la zarrapastra nacional, se encontraba nada más y nada menos que el destino de la patria. Ergo: la riqueza y el botín de la república.

A las individualidades del grupo los unía un propósito que, visto en perspectiva – ya han pasado casi veinte años - , debe ser considerado histórico: terminar por tumbar la cuarta república, tambaleante y sostenida a duras penas por el concordato firmado por los dos patriarcas del establecimiento: Rafael Caldera y Alfaro Ucero. Quienes, cumplido plenamente su propósito de defenestrar a Carlos Andrés Pérez mediante sus poderosos contactos en el descalabrado universo político y su definitoria influencia sobre el estamento judicial, tenían a su cargo llevar la aportillada nave puntofijista a algún puerto en donde pudiera ser carenada. Tarea que ya por entonces parecía imposible, si bien de mantenerla a flote, bueno es resaltarlo, dependía la sobrevivencia de AD y Copei, el chiripero, el MAS y otras fuerzas marginales del establecimiento político puntofijista. A quienes hay que agregarle, obvio es resaltarlo, los intereses de los mercaderes y chupasangres de siempre: empresarios, constructores, banqueros y financistas, perritos falderos de los dos preclaros ancianos de viejas lides.

Luego de discutir la insoportable situación en que se encontraba el viejo prócer copeyano, sostenido de un hilo y apenas equilibrado sobre sus vacilantes y muy menguadas fuerzas de respaldo, se concluyó en invitarlo a seguir la ruta de su odiado antagonista, por entonces ya convertido en cadáver político. El momento, así se concluyó, era propicio para terminar de dar el zarpazo, jalarle el mantel como por entonces lo hacía Joselo por Venevisión, dejando loza y cubertería para ser utilizada por quienes, sentados en torno a esa sabrosa paella, tomarían el mando de la nave en el momento menos pensado. Orden del día: exigirle la renuncia al doctor Caldera. Obvio también es decirlo, que el futuro capitán sería el teniente coronel, a poco liberado de sus promiscuas vacaciones en Yare, ya oleado y sacramentado por Fidel Castro - santa palabra entre los comensales - y desde mucho antes preparado al bate. Ni que decir tiene que entre los contertulios se encontraban su consejero, asesor, financista y operador político, don Luis Miquilena.

Clarificados los objetivos, sobre los que reinó absoluta unanimidad – salir de Caldera lo antes posible, que ya estaba prácticamente defenestrado y comenzaba a despedir los letales efluvios de un fiambre -  si bien alguno de los comensales prefirió mantener un ambiguo silencio, se procedió a repartir tareas para la asistencia matinal a los escuchados programas de opinión de radio y televisión propios de la primera madrugada noticiosa de la semana. Aunque se tuvo buen cuidado de no soltar prenda: la exigencia de renuncia bien podía esperar por tiempos más propicias. Hubo, sin embargo, un discordante al respecto, cuyos ímpetus eran irrefrenables. Hugo Chávez Frías, aún de liki liki y sin los kilos que la presidencia llevaría a niveles de obesidad, a quien le correspondió ir al programa matutino de Venevisión, lo expresó claro y raspao: “Voy gustoso a Venevisión, que allí Cisneros me trata a cuerpo de rey, pero no iré a decir pendejadas. Como corresponde a la circunstancia, yo exigiré su renuncia”. Fue siempre su gran virtud: ir al hueso, sin rodeos ni hipérboles. Y la circunstancia ordenaba asaltar el poder sin más miramientos.

Cuento todo esto por dos motivos: primero, porque el país es una triste y descosida caricatura de la que recibió por esos mismos días a su santidad Juan Pablo II, Maduro está en una situación incomparablemente más comprometida de lo que estaba Caldera y ya cunden las exigencias, como entonces, al margen de los partidos políticos del establecimiento – que llevan desde el 4 de febrero de 1992 sin pintar un poste - de exigirle la renuncia. Que como entonces, el mango está bajito. La segunda es porque a través de las redes me llega una fotocopia de un ejemplar de un viejo semanario para mí absolutamente desconocido, llamado Aristocatia, correspondiente a la semana del 8 al 15 de febrero de 2006, con un titular a todo lo ancho de la portada, en donde sobre una foto del flacuchento teniente coronel en su atuendo de paracaidista golpista se lee negro sobre blanco: “¡Que se vaya Caldera!”. De allí que sea posible datar el encuentro de marras en la última semana de enero, primera semana de febrero de 1996. Y que la indeclinable voluntad del padre de esta esperpéntica criatura - Poleo dixit - era la de tirar a Caldera por el balcón del pueblo sin más trámites. O renunciaba o a cargar con el muerto.

Pero hay otra forma de datarlo: es comprobar la fecha en que Teodoro Petkoff ingresó al gabinete de Caldera en calidad de ministro de Planificación. Posiblemente en generosa recompensa a su lealtad, pues nada más salir de la paellada en cuestión, en la que desde luego participara en su estelar condición de prócer indiscutido, junto al anfitrión, de todas las izquierdas venezolanas, corrió a darle detalles de la conspiración en contra suya a su venerable amigo, primer pacificador de la república y por cuya mediación, la izquierda guerrillera  volviera al redil de la democracia sin pasar por home ni dar cuenta de sus crímenes, asunto por el que jamás dejó de profesarle la mayor admiración, agradecimiento, consideración y respeto. Los mismos que le negaron al defenestrado, tratado por el mismo Petkoff poco menos que como un perro muerto.

Puede que en esa infidencia recompensada con un ministerio y una inmensa porción del declinante poder del implacable y rencoroso jefe supremo de la falange venezolana,  radique la sobrevivencia de Caldera y la postergación de la fecha del asalto al poder por parte de Hugo Chávez. Pues Petkoff y el teodorismo se convirtieron en la única estructura de sostén del resquebrajado edificio de la república.

Hoy, los destemplados demandantes de renuncias de ayer claman a los cielos por la insolencia de quienes creen llegado el momento de que el ilegítimo ponga por fin su cargo - por el que nadie apuesta un cobre - a la orden de un país que se desangra. Puede que los Alfaro  y los Caldera de hoy lancen sus salvavidas. Puede que el mismo Petkoff proteste la insolencia. O que la MUD en pleno, fiel a sus estropicios del pasado, corra en auxilio del tambaleante sobre la balsa de la gran coalición. No servirá de nada, que ya hiede a formol.

Aún así, todo es posible. Todo puede suceder en esta tierra olvidada del Señor.

La Renuncia
Antonio Sánchez García
El Nacional. Caracas, 3 de junio de 2014

El Nuevo Herald: Washington frente al chavismo

La aprobación en el Congreso de Washington de un proyecto de ley para sancionar a funcionarios venezolanos implicados en la represión contra los manifestantes antigubernamentales en Venezuela es una importante medida contra un régimen que trata de coartar la libertad de expresión.

El senador republicano por la Florida, Marco Rubio, dijo que la Cámara de Representantes “ha dado un paso importante para llamar la atención sobre las violaciones graves de los derechos humanos que se cometen en Venezuela por funcionarios del régimen de Maduro y sancionar a los responsables”.

Falta que el pleno del Senado apruebe el proyecto de ley, y luego que el presidente Obama lo firme. Pero la Casa Blanca ha expresado que prefiere darle tiempo al diálogo entre el gobierno de Maduro y la oposición, aun cuando esas conversaciones hasta ahora no han dado otro resultado que el de servir de cortina de humo al régimen para ocultar la represión.

Entretanto, el chavismo ha allanado el camino para arrestar a opositores, al afirmar el miércoles pasado que hay una conspiración de magnicidio contra el presidente Maduro, e implicando en el complot a importantes dirigentes de la oposición como la exdiputada María Corina Machado, el ex embajador de Venezuela ante la ONU Diego Arria, y el embajador estadounidense en Colombia, Kevin Whitaker.

Washington ha negado la participación de su diplomático en el dudoso complot, y lo mismo han hecho los líderes venezolanos víctimas de las acusaciones. Según la organización Venezolanos Perseguidos Políticos en el Exilio, en los últimos quince años el gobierno de Venezuela ha denunciado 26 intentos de golpe de Estado, “sin prueba alguna”.

El régimen de Maduro no debe acusar sin fundamento a opositores pacíficos, sino escucharlos. Afronta una grave crisis de gobernabilidad, sus índices de aprobación ciudadana están por el suelo, la economía se tambalea, y la escasez y la inflación mantienen en vilo a los hogares venezolanos.

Y ahora el Congreso de Estados Unidos, con su votación, envía a Caracas el mensaje de que las violaciones de los derechos humanos ya no se pueden ocultar y que deben cesar. No se puede seguir reprimiendo a los que, como dijo la representante republicana por la Florida Ileana Ros-Lehtinen, “buscan ejercer sus libertades básicas de expresión y reunión en Venezuela”. El clamor de los venezolanos ha encontrado oídos en Washington.




Washington frente al chavismo
El Nuevo Herald. Editorial
El Nuevo Herald. Miami, 3 de junio de 2014

Roberto Giusti: Una cárcel llamada Venezuela

Cualquiera podría afirmar, con toda razón, que la imposibilidad de viajar al exterior es asunto baladí al lado de la larguísima lista de penurias, mucho más gruesas, que padecemos los venezolanos. Si no hay trigo para el pan, no se consiguen reactivos para el tratamiento del cáncer y el dinero apenas alcanza para pagar el alquiler del apartamento, ¿qué importancia puede tener que, con la estampida de las líneas aéreas y la dolarización de los pasajes, haya que olvidarse de la peregrinación anual a Disney World, la Feria del Libro en Buenos Aires, el Festival de Jazz en Montreux o, algo bastante menos superfluo, la visita anual a hijos y nietos, quienes por causa del avatar nacional fueron a parar a un destino tan exótico como Auckland, Nueva Zelanda.

Pues bien, la desaparición de ese derecho que, a ojos del gobierno resulta un odioso privilegio para cuya satisfacción sería necesario quitarle a los niños pobres el pan de la boca (se le adeuda a la líneas aéreas más de 4 mil millones de dólares), no sólo obedece a las deficiencias propias de un modelo que estimula la corrupción desenfrenada, sino que también hace parte de las características de los regímenes conocidos como del "socialismo real". En el pasado el resultado fue la conversión de esos países en gigantescas prisiones de las cuales era prácticamente imposible salir, tanto física como mentalmente, porque las barreras para viajar resultaban, apenas, parte de un sistema de aislamiento total que implicaba la desaparición del libre flujo informativo, la intervención del proceso educativo, la adulteración de la historia y la imposición, por parte de un gigantesco aparato propagandístico, de una falsa realidad.

Despojadas del derecho a la información, generación tras generación, las sociedades vivían en desconocimiento de la realidad exterior y en conflicto permanente sobre la interior, pues si bien sufrían los rigores de la mala vida, carecían de elementos de juicio que les permitieran establecer la verdad verdadera. Por eso muchos soviéticos sólo se enteraron plenamente del horror del estalinismo luego de la caída de socialismo real y aún algunos añoran los viejos tiempo del imperio soviético. Ustedes dirán que en Venezuela eso no ocurrirá porque en el mundo de hoy el aislamiento total es imposible. Pero lo cierto es que a pesar de la dura pelea de la sociedad civil la nomenklatura lo viene logrando. Después de 15 años de disfrute sensual del poder sus miembros no resistiría ni media hora en la apiñada y ahora añorada sección de clase turista de un vuelo trasatlántico, acostumbrados a viajar en jets privados a sus mansiones de Miami, donde les espera un muelle y refinado tren de vida que la Venezuela del socialismo real no les puede dispensar.

@rgiustia



Una cárcel llamada Venezuela
Roberto Giusti
El Universal. Caracas, 3 de junio de 2014

Asdrúbal Aguiar: Maduro, otro prisionero rojo

Rindo homenaje a un preso libre, Iván Simonovis. Le dedico, otra vez, algunas parrafadas que son parte de mi introito a su libro de confesiones, El prisionero rojo. A Nicolás, preso sin conciencia, le dejo mi lástima.

¡Y es que la realidad que dibuja Iván o el propósito de su narrativa variada -su vida, sus logros, su cárcel, sus tristezas, su mujer e hijos, sus alegría- no se entenderían a cabalidad sin el contexto dentro del cual ha lugar su historia, vaciada desde la cárcel, como arresto de autonomía ante quienes intentan domesticarlo!

Digo en mi prólogo que Friedrich Nietzsche, al escribir sobre la muerte de Dios en Así habló Zaratustra, catecismo que reza en su agonía (el hoy Comandante Eterno) y dado lo cual -para aquél y para éste- todo vale y todo cabe, recrea la imagen del hombre inferior, que seríamos todos o la gran mayoría de los hombres. El mismo apenas sería un eslabón entre los animales y el "súper hombre", que ha ser forjado en su defecto por la revolución: el "hombre nuevo" del que hablara el propio Chávez en 2004, en La Nueva Etapa, El Nuevo Mapa Estratégico.

Engaño

La trama nietzscheana, base de la filosofía del nacionalsocialismo, es tributaria del engaño, del menosprecio, del desconocimiento de la realidad racional y prometedora del hombre común; pero sobre todo describe ese engaño fatal que a nosotros nos hacemos los humanos y al que nos vemos sometidos cuando alcanzamos el poder y nos situamos en el puesto del sol, desconociendo u olvidando que todos a uno tenemos la misma naturaleza racional y finita.

Lo veraz, pues, es que Chávez y sus causahabientes -así Nicolás- no se percatan que hasta el propio sol -lo afirma Nietzsche, descontextualizando el Eclesiastés- tiene su ocaso. Por ello, los deudos del primero, en medio del conflicto entre sucesores que hoy los anega, gritan de terror ante la voz firme de sus víctimas; a esas que han sojuzgado y tornado en preteridas considerándolas como la nada, mintiendo ante ellas hasta doblegarlas y confundirlas y quienes, ahora, reclaman sin inhibiciones de memoria, verdad, y justicia. Desnudan sin concesiones (presos políticos y estudiantes presos) la farsa revolucionaria, en buena hora, ya que hasta los mentirosos de Estado no encuentran más alternativa que descargar el alma de podredumbres al quedar en evidencia sus pánicos ante esos débiles que todavía oprimen, en imagen que muestra mejor Zaratustra.

Responsabilidades

Preso de por vida por razones estrictamente políticas -como un "ajuste de cuentas" políticas que se propone Chávez para ocultar sus responsabilidades a propósito de un crimen de Estado que forja o propicia el 11 de abril y desde el ergástulo que padece durante la mayor parte del tiempo que el régimen actual, Simonovis, muerto su verdugo, publicó su testimonio elocuente, que perturba a Nicolás: El prisionero rojo. "Hiere, duele, pero también enseña e ilumina, reconforta, y muestra todo cuanto puede alcanzarse sirviéndole a la verdad y asumiendo los riesgos de decir la verdad, como le acontece a Iván".

Sigue preso, dizque a perpetuidad. Así lo ha ordenado el causahabiente, Nicolás Maduro, quien no repara en la finitud de su mismo poder porque disfraza la igual precariedad del poder de quien fuera su causante, llamándolo Comandante Eterno. Al igual que éste, se cree omnipotente, y como éste es un prisionero más. El miedo a la verdad, la que desnuda el libro de Iván Simonovis, como la inseguridad de saberse ilegítimo y, para colmo, el sobrevenido temor al magnicidio, obra de un desvarío emocional y trampa de la mala conciencia, hija de la vileza cubana, lo han hecho rehén tras los muros de Miraflores.

No entiende Maduro -ya es tarde- que el propio Chávez, "otro iluminado más" hasta el momento en que su atormentada existencia le abandona y cuando deja atrás, en fecha ignota y lejos de la patria, la caja de huesos que lo contiene, se descubre como "prisionero rojo" sólo en la agonía, al reparar durante esa hora nona la mirada vidriosa e inexpresiva de su carcelero espiritual, el fósil Fidel Castro Ruz, allí presente.

¡Nicolás no comprende que la razón expedita que encontrara Fidel para tutelar a su testador, desde 1998, atenazarlo, gobernarle la voluntad y a través de ella dominar a los venezolanos, fue convencerle -como ahora lo han hecho con él- de la poderosa amenaza que buscaría ponerlo de lado, mediante el expediente del manoseado magnicidio!

De modo que Simonovis sigue preso pero está libre. Maduro, preso de los cubanos, carece de libertad. Iván puede decidir sobre su vida. Hace huelga de hambre como protesta venida de su conciencia. Nicolás no puede. Su vida y su alma reposan en manos del Mefistófeles cubano, quien lo asusta desde las sombras.

correoaustral@gmail.com

Maduro, otro prisionero rojo
Asdrúbal Aguiar
El Universal. Caracas, 3 de junio de 2014