lunes, 5 de octubre de 2015

Armando Durán: ¿Qué va a pasar en Venezuela? (Y III)

¿Expectativas? ¡Por favor! Conviene seguir la evolución del precio del dólar en el llamado mercado paralelo para entender por qué solo muy pocos y afortunados venezolanos duermen tranquilos y tienen confianza en lo que les espera el día de mañana.
Ese precio, que es el dato que regula la velocidad con que nuestra economía marcha hacia la nada, rondaba a finales del año pasado los 170 bolívares. El 22 de mayo, su precio ya había llegado a 400 bolívares. Y ahora, apenas 3 meses después, roza los 830 bolívares y se dirige, a ritmo vertiginoso, rumbo a los 1.000 bolívares por billete verde, un horizonte que marcará, más allá de cualquier duda, el fin de casi todas las esperanzas.
Desde esta perspectiva de agobio y desesperación extrema, de “insomnio absoluto”, como hace pocos días calificó Leonardo Padrón la situación de una Venezuela hundida en una crisis sin remedio a la vista, con cortes sistemáticos de agua y electricidad, con una inflación galopante y fuera de control, sin capacidad de producir nada excepto unos cada vez más escasos barriles de petróleo, con un desabastecimiento de alimentos y medicinas cuya magnitud anuncia la inexorable catástrofe por venir y con una mezcla pavorosa de criminalidad, corrupción e impunidad como principales señas de identidad de la realidad nacional, nadie, absolutamente nadie, tiene la menor ilusión de prosperar y ser feliz.
Quizá por lo que significa sentir al país al borde del abismo, la inmensa mayoría de los venezolanos de todas las tendencias han depositado en las elecciones parlamentarias del 6 de diciembre lo poco que le queda de aliento en el futuro. Ominosa certeza de que es ahora o nunca jamás, y que a pesar de que el escenario no sea precisamente el más propicio para celebrar esa fiesta democrática de la amistad que deben ser y no lo han sido desde el referéndum revocatorio de 2004 la celebración de elecciones en Venezuela, la consigna del momento es ir a votar.
En esta encrucijada, me parece acertado que la dirigencia de la oposición exude por todos sus poros un optimismo exuberante. Eso es lo que esperan los electores venezolanos de sus dirigentes. A sabiendas de que si lo que realmente deseamos es darle a Venezuela un vuelco decisivo hacia la restauración de la democracia como sistema político y forma de vida, no basta acudir a las urnas dentro de un par de meses. Ni siquiera basta sacar más votos, muchísimos más votos, que los candidatos rojos rojitos. Para ganar estas elecciones se necesita bastante más que derrotar aritméticamente al régimen a punta de votos.
En este sentido, no debe olvidarse que Maduro y sus lugartenientes han repetido hasta la saciedad que el deber de todo revolucionario es salir a la calle a defender la revolución hasta con los dientes, el propio Maduro al frente del pueblo en su lucha por la victoria siempre, camaradas, si el imperio y sus lacayos se alzaran el 6-D con el triunfo.
En otras palabras, lo que es de esperar el próximo 6 de diciembre, si a fin de cuentas se celebran las elecciones previstas para ese día, es que el régimen no acepte de ninguna manera su derrota. En realidad, no puede hacerlo sin dejar de ser lo que es, sencillamente porque, como desde Cuba le recuerdan a Maduro diariamente, las revoluciones no se hacen para dejar que el enemigo se la arrebate así como así con unos voticos de más.
Todas las preguntas que nos hemos hecho y nos hagamos sobre lo que va a pasar en Venezuela se reducen a este hecho a todas luces inevitable. Y, sobre todo, a lo que haría en esta ocasión la dirigencia opositora. Por fortuna, el pasado jueves Jesús Chúo Torrealba despejó esta incógnita con una firme advertencia. Si el régimen no reconoce su derrota, anunció, “pararemos al país”. Una afirmación escueta y suficientemente terminante que, si en verdad se cumple, permitirá que el 6-D comience en efecto a enderezarse este entuerto de 15 años mal llamado revolución bonita.
 
Armando Durán
¿Qué va a pasar en Venezuela? (Y III)
El Nacional, Caracas, 5 de octubre de 2015 

Claudio Nazoa: Guerrilleros de Twitter

Antes no lo hacía, pero ahora sí: estoy bloqueando a los insultadores de Twitter.
Cuando algunos tuiteros alcanzamos cierta cantidad de seguidores, nos transformamos en víctimas de los guerrilleros de Twitter. Estos guerrilleros, generalmente, pertenecen a organizaciones radicales de derecha o de izquierda. Son insultadores anónimos quienes, a veces por cuenta propia y otras veces organizados en grupos, atacan cual buitres hambrientos a determinado usuario.
Acepto todo tipo de críticas con respecto a lo que digo y escribo. Parto del hecho de que mis lectores tienen derecho de discrepar de mis ideas o de mis proyectos. Lo que no acepto más son insultos y amenazas, que curiosamente llegan por toneladas, cuando sostengo que la única forma de comenzar a cambiar este desastre es salir a votar en masa el 6-D.
La intolerancia de estos grupos no tiene límite, incluso arremeten en contra de familiares del insultado, sobre todo si es conocido o tiene alguna influencia sobre la opinión pública.
A veces, los insultos y agravios son por cosas insólitas, tal como ocurrió un domingo en el que Laureano Márquez cometió el pecado de publicar un selfie desde el balcón de su apartamento. La foto iba con una notica: “Aquí, amaneciendo. Tomándome un cafecito mientras miro el Ávila”.
¡Más vale que no! Le llovió todo tipo de insultos y descalificaciones: “Claro, escuálido de m… como tú eres rico”…, o “mientras tú te tomas un café, hay presos políticos y el país se está cayendo”.
He de destacar también la agresión que recibió el poeta Leonardo Padrón, cuando protestó ante el intento de unos pendejos que querían sabotear una feria del libro en la plaza Altamira. Todo el que osó defenderlo también fue vejado por estos fascistas de izquierda y de derecha, quienes se comportan igual y tienen el mismo mazo.
Muchos de estos guerrilleros del agravio por Twitter viven en Miami y, desde allí, a punta de 140 caracteres de insultos y blasfemias, pretenden dirigir la resistencia en Venezuela y están prestos a destruir a quienes convocamos a votar. Otros, aparentemente, viven aquí y desde una cómoda poltrona, la mayoría de las veces en anonimato, despotrican, vociferan y atacan.
También quiero agradecer a los cientos de miles de seguidores que, de buena fe, me saludan o critican decentemente. ¡Muchas gracias!
A los guerrilleros del insulto: como yo también soy muy malo y vengativo, además de bloquearlos, les deseo… ¡Ay, se me acabó la página! 


Claudio Nazoa
Guerrilleros de Twitter
El Nacional. Caracas, 5 de octubre de 2015