lunes, 19 de mayo de 2014

Paulina Gamus: Parias

La muerte de Chávez fue como el final de un teleculebrón. Había nombrado sucesor a Nicolás Maduro y le dejó además la herencia de un país arruinado

La primera vez que viaje a Nueva York en 1956, alguien me preguntó de dónde era. De Venezuela respondí con cierto dejo de orgullo y el interlocutor quiso saber si conocía a unos familiares suyos que vivían en Buenos Aires. La primera vez que fui a Brasil en 1962, un peluquero al saber mi nacionalidad me preguntó si Venezuela quedaba en Centro América. Su ignorancia me dejó sin palabras, ¿jamás le enseñaron en la escuela que Brasil y Venezuela son países limítrofes? La primera vez que fui a Europa en 1966, a mis hermanas y a mí nos horrorizaba que el papel higiénico en nuestro hotel de París, estuviera representado por unos lamentables cuadritos de papel de los que había que usar decenas para que cumplieran su cometido. En los restaurantes y cafeterías los mismos cuadritos pero de un papel encerado incapaz de la más mínima absorción. En las Casas de Cambio figuraba -debajo del franco suizo, la libra esterlina, el dólar norteamericano y el canadiense- el bolívar, nuestro fuerte y duro bolívar con un poder adquisitivo mucho mayor que el del franco francés, la peseta española y la lira italiana. A partir de 1974 y hasta el 18 de febrero de 1983 el nombre de Venezuela fue sinónimo universal de riqueza petrolera. Por las calles de París, Roma o Madrid se paseaban venezolanos cuyas profesiones eran mesoneros, choferes de taxi, obreros especializados, peluqueros, es decir, personas que de no vivir y trabajar en la Venezuela rebosante de petrodólares, jamás habrían podido hacer otro turismo que no fuera el nacional y eso a duras penas. ¿Y Miami?, aquello fue la locura. Los venezolanos salíamos del país con tres o cuatro maletas vacías que nunca alcanzaban para guardar allí todas las compras. Entonces volvíamos con enormes peluches, cajas, bolsos y maletines que impedían el libre tránsito de pasajeros y tripulación por los pasillos de las aeronaves. Fuimos apodados los “tabaratos” por la conseja de que al llegar a las tiendas y saber el precio de cualquier cosa, decíamos: “ta´ barato, dame dos”. Los venezolanos nos quejábamos de la ordinariez de los venezolanos; para los de cierto nivel cultural y socieconómico resultaba ofensivo aquel igualitarismo y sobre todo la arrogancia y vulgaridad que exhibían los dispendiosos nuevos ricos.
El viernes 18 de febrero, acertadamente llamado el Viernes Negro, ocurrió el duro despertar. A Las clases medias les pasó lo mismo que en La Fiesta, de Joan Manuel Serrat: con la resaca a cuestas volvió el pobre a su pobreza y el rico a su riqueza. El festín petrolero había hecho olvidar por unos años que cada uno es cada cual. Ese despertar a la realidad fue el germen de la antipolítica, los partidos y sus dirigentes eran los culpables del desplome de una clase media profesional que vivía como los ricos de otros países. Una pareja de profesores universitarios que pasaba su año sabático en Madrid en aquellos tiempos de bonanza, recibió en diciembre un cheque por diez mil dólares como bonificación de fin de año. Cuando el cajero del banco preguntó el origen de aquella pequeña fortuna para los esquemas españoles del momento y supo que los beneficiarios eran apenas profesores, les dijo ofendido que no se burlaran de él. Fueron (y son) justamente los educadores quienes luego del Viernes Negro, descendieron a lo más bajo en la escala de salarios de todo el continente, con excepción quizá de Cuba y Haití. En 1988, más del 50% de los electores venezolanos le dio su voto a Carlos Andrés Pérez con la esperanza del retorno a la Venezuela saudita que él inauguró en 1974. Pero el Caracazo y la terapia de shock aplicada a la economía, marcaron el derrumbe del sistema democrático. El nombre de Venezuela apareció en los medios de comunicación internacionales asociado a los saqueos y muertes del Caracazo en febrero de 1989, y a los fracasados golpes militares de Chávez en febrero de 1992 y de otro grupo de aventureros en noviembre de ese mismo año.
La llegada de Hugo Chávez al poder, en febrero de 1999, fue como un cataclismo que hizo de Venezuela un país de lo más popular. Aquel exgolpista que había logrado el poder mediante los votos, inició la destrucción de todas las instituciones garantes de la democracia y se hizo unas a su medida. Eso no habría sido noticia si el exgolpista no hubiese decidido transformarse en el enfant terrible del tropicalismo caribeño. El que visitó a Sadam Hussein de Irak sometido a cuarentena por la comunidad internacional, el que besó a la reina Sofía de España, le dio palmaditas en el hombro al Emperador de Japón y casi abraza y besa a la reina Elizabeth de Inglaterra si no lo hubiese impedido la rápida intervención de uno de sus guardianes. El que enloqueció con la renta petrolera más alta en la historia de Venezuela y empezó a repartir dinero a manos llenas por el mundo, el que se transformó en el soporte financiero de la Cuba castrocomunista en primer lugar, y de otros países de la América, el que expropiaba empresas transnacionales sin indemnizarlas, el que se autoproclamó como presidente de los pobres. Para los venezolanos comenzó a ser una tortura viajar a cualquier país y encontrarse con taxistas, mesoneros o dependientes de tiendas que al saber nuestra nacionalidad hablaban de Chávez como el redentor de los pobres del mundo. Entonces murió Chávez y fue, como correspondía al personaje, un final de teleculebrón. Había nombrado sucesor a Nicolás Maduro y le dejó además la herencia de un país arruinado, con juicios internacionales por miles de millones de dólares que está encaminado a perder; con las líneas aéreas abandonando el mercado venezolano por una deuda impagada de más de 4.000 millones de dólares; con todas las industrias de alimentos y medicinas al borde del cierre por deudas con proveedores del Exterior que no pueden honrar; con las ensambladoras de automóviles poniendo fin a sus operaciones; con el instituto nacional de correos -IPOSTEL- anunciado que suspende sus envíos al exterior porque está colapsado. La situación recuerda una anécdota de la crisis económica española de mediados del siglo XIX: un acreedor desesperado por cobrar la deuda que tenía el gobierno con él le dijo a Ramón María Narváez, Presidente del Consejo de Ministros:
-España cuenta con hombres insignes, como Cristóbal Colón, que descubrió América. ¿Por qué nadie del gobierno descubre la manera de pagarnos?
Narváez le contestó:
-Mire usted, Colón descubrió América porque había una América que descubrir; nosotros no podemos descubrir dinero porque no lo hay.
No son las deudas impagables lo único que nos hace conocidísimos: Venezuela está entre los países más corruptos del mundo y entre los primeros en muertes por violencia criminal. Supimos que la Organización Mundial de la Salud nos ubica entre los primeros consumidores de alcohol y que el narcotráfico colombiano ha desplazado sus operaciones a nuestro país. Esto último ocurre dentro de la mayor impunidad mientras los cuerpos policiales, la Guardia Nacional y los paramilitares al servicio del gobierno, disparan contra estudiantes y vecinos que protestan, los asesinan, espían, encarcelan, golpean y torturan. Uno de los elogios que incluso opositores le hacían a Hugo Chávez fue que éste logró ubicar el nombre de Venezuela en el mapa mundial. La verdad es que -gracias a ese esfuerzo suyo- hoy da gusto ser venezolano.

Parias
Paulina Gamus
El País. Madrid, 19 de mayo de 2014

Armando Durán: Transición para la transición

1.
Nicolás Maduro fue claro y terminante la tarde del viernes después de reunirse con el presidente de la Autoridad Palestina, Mahmud Abbas: “Una cosa es tener una mesa de diálogo”, sostuvo ante los periodistas que habían cubierto el encuentro, “y otra una mesa de componendas y negociaciones. Aquí no venimos a negociar nada.”
Se trata de una declaración reveladora, en primer lugar, porque desde su escueta visión del mundo, negociar algo  equivale a una componenda, un acto político éticamente reprochable por definición; y también, porque tal como señala El Nacional en su editorial del sábado, no es lo mismo dialogar que negociar. “El diálogo”, nos advierte el editorialista, “permite que los enfrentados expongan puntos de vista y exploren opciones para llegar a acuerdos”, pero nada más, sin asumir compromiso en ningún momento. Algo así como tomarse en ocasiones un amable cafecito a las 5 de la tarde y poco más. En cambio, dentro del marco de una negociación, “se le baja el tono al conflicto, se presentan las exigencias propias y se designan garantes transparentes y vinculantes para garantizar la solución del conflicto.”
O sea, que en estas tertulias periódicas entre representantes del Gobierno y de la operación, mientras los del Gobierno conversan por hablar, quizá, y ese sería su único objetivo real, para conocerse mejor,   el otro sector, el de la oposición que participa en estos encuentros, aspira a negociar, cuando menos, cuatro acuerdos concretos que permitan alcanzar, en una primera etapa, lo que podríamos calificar de modus vivendi entre ellos y con todo el país, un consenso mínimo que nos permitiría avanzar más o menos juntos hacia la normalización política y la convivencia ciudadana.
Lo terrible de esta franca declaración de Maduro es que le arrebata a lo que por comodidad todos llamamos diálogo, pero que cada quien caracteriza a su manera, su cómoda ambigüedad. El país democrático, chavista y no chavista, no quiere hablar por hablar, sino negociar acuerdos concretos para resolver constitucionalmente la crisis y superar los obstáculos que le cierran a Venezuela el camino hacia el futuro. Ahora, cuando la inmensa magnitud de esta crisis no permite seguir alimentando nuestras esperanzas de cambio con equívocas interpretaciones de lo que en verdad es una contradicción esencial y devastadora, lo que unos y otros definen como Gobierno, oposición y “mesa de diálogo”, no pasan de ser tres eufemismos más.
2.
No cabe la menor duda: a las protestas estudiantiles de estos últimos 100 días hay que situarlas en el centro del desolador escenario nacional. Entre otras razones, porque esa mezcla de firmeza y audacia juvenil ha tenido la virtud de definir los campos en el confuso panorama político de Venezuela. Vaya, que desde el 12 de febrero pasado ya no se puede seguir hablando paja sin perecer en el intento. Exactamente, y eso no beneficiaría a nadie, lo que está a punto de ocurrirle a la MUD si no reacciona rápidamente y de manera convincente. En definitiva, desde el 12 de febrero, las cosas comienzan a tener otro nombre, el que siempre debieron tener, y recurrir como hasta ahora a tomar el rábano por las hojas no sirve sino para terminar de hundir al despistado en la nada y el olvido.
La crisis que nos amenaza a unos y a otros por igual, que ha conducido la economía pública y privada a un colapso racionalmente inexplicable y que coloca a los venezolanos que no sean ricos más allá de cualquier duda, al borde de la indigencia y del hambre de todo tipo, es un reflejo cabal del fracaso de las élites políticas, económicas y culturales del país a la hora de interpretar la realidad venezolana. De manera muy principal, al fracaso de la clase política dominante de ambos sectores de la sociedad.
Puesta contra la pared, la Venezuela actual se ha venido desvaneciendo peligrosamente ante los ojos del país y del mundo. A todas luces, la oposición oficializada en la MUD, y no es nada personal, señor Aveledo y compañía sino consecuencia de un análisis que a estas alturas nadie discute sobre los propósitos y los resultados del empeño: en su sacrificio sistemático de valores democráticos innegociables para no enturbiar anacrónicas acciones políticas que propician sin tener en cuenta la exacta naturaleza del sistema de gobierno que padecemos desde hace casi 15 años, ha sido dolorosamente puesta en evidencia por la realidad que encarna la protesta estudiantil. La firme denuncia de la MUD a la manipulación chavista de la llamada Mesa de Diálogo es la respuesta inevitable, no a las presiones de Miami, como denuncia condicionada de Maduro para no admitir las circunstancias, sino a la presión, cada día más justa e insostenible, de un pueblo que ante la postura de su juventud se resiste finalmente a seguir creyendo en pajaritos preñados.
Lo mismo ocurre en las filas de chavismo. Una vez más, Nicmer Evans, uno de intelectuales del socialismo venezolano mejor formados, desde su columna semanal en el diario 2001, mete el dedo en la llaga. En esta ocasión para advertirle a Maduro y al país el drama existencial y político que se vive en las filas del PSUV y de sus partidos aliados:
“Ignorar”, nos dice Evans el pasado viernes, “el descontento dentro del chavismo recogido en los más recientes estudios de opinión de Venebarómetro, Ivad y Datanalisis, donde se refleja la disconformidad de 50 por ciento del chavismo sobre la situación actual y el destino del país, y que 30 por ciento del chavismo niega ser ‘madurista’, es darle la espalda al legado de Chávez sobre la importancia que le daba a la opinión pública y al sentir de las bases populares revolucionarias… En ocasiones, apoyar la construcción del socialismo  y el legado de Chávez pasa por no apoyar acciones incoherentes del Gobierno. Eso es lealtad.”
Esta dura crítica que surge de las entrañas del chavismo y el rechazo de un sector importante de la sociedad civil a la indefinida postura de la MUD frente a los desmanes del Gobierno, abren una seria interrogante entre los partidarios del chavismo y de la oposición. ¿Cuál es la opción a tomar en este punto crucial de la historia nacional? ¿Seguir transitando por los caminos habituales de mirar hacia otra parte, o pensar seriamente que la única alternativa para evitar el desmantelamiento total de Venezuela es acordar entre todos un cambio de rumbo definitivo que salve tanto a unos como a otros?
3.
En su columna habitual de los domingos, “Tiempo de palabra”, Carlos Blanco nos indica ayer dos hechos a tener muy en cuenta. Uno es evidente, duélale a quien le duela: a todas luces, la transición comenzó hace un buen rato. El otro, como consecuencia natural de esta verdad, resulta inevitable. Tarde o temprano  “se producirá una convergencia de diferentes texturas (yo quisiera añadir que entre diversas tendencias de chavistas descontentos también) y vendrán renuncias, nuevo CNE, nuevas elecciones y un nuevo país.”
Que así sea. Pero para que este fenómeno “inexorable” se produzca, tiene que ocurrir algo que nadie parece estar aún dispuesto a asumir. Ante el fracaso ostensible de estos encuentros que llaman diálogo, primero habrá que plantearse dos mesas de negociación paralelas. Una del chavismo, otra de la oposición. Para extirpar en ambos campos los argumentos, prácticamente todos irracionales, que hacen imposible hasta una unidad de criterio del chavismo por un lado y de la oposición por el otra. ¿Es posible que en medio de esta diversidad de posiciones contradictorias pueda alcanzarse algún acuerdo constructivo?
Lo cierto es que Maduro no tiene el monopolio del legado de Chávez, como nos lo recuerdan cada día algunos espíritus inquietos del socialismo venezolano, ni la MUD puede seguir pretendiendo que son ellos, en exclusiva, quienes pueden ejercer el liderazgo y la vocería de la oposición. En otras palabras, que antes de plantearse la muy ambiciosa mesa a la que se sienten representantes del Gobierno y la oposición, no para seguir dialogando, por favor, sino para negociar una salida aceptable para todos, que nos permita salvar lo que en verdad nos atañe a todos, antes debemos, y en eso consiste la democracia, acordarnos con quienes compartimos un mismo punto de vista sobre Venezuela. Esa sería, por ahora, la única transición plausible para el chavismo y la oposición. Después, y sólo después, podríamos plantearnos con seriedad y realismo discutir sobre una transición que al menos nos permita asomarnos a lo que Blanco llama  un nuevo país.  



Transición para la transición
Armando Durán
El Nacional. Caracas, 19 de mayo de 2014

Rafael Poleo: Diosdado por mampuesto

 
Diosdado por mampuesto
Rafael Poleo
El Nuevo País. Caracas, 19 de mayo de 2014 (Blog Pedro Mogna)

Carolina Jaimes Branger: ¿Tendremos remedio?

Terminamos formando parte de la rosca de la corrupción de una manera u otra...

Me siento extraña e incómoda haciéndome esta pregunta. Yo, que he sido una fiel creyente de que los paradigmas se pueden romper, a cada instante me encuentro estrellada contra una realidad que no puedo soslayar: la falta de valores como sociedad. Y no es nada nuevo, ni exclusivo del chavismo. Viene desde muy atrás y se instaló para quedarse... "Si tienes tu chamba, no te preocupes", pareciera ser el lema.

Hace años, mi amigo el Rabino Pynchas Brener me dijo que "aquí la crisis, por encima de la política, económica, incluso de la social, es de valores". Por eso cuando veo a esos jóvenes que luchan por la democracia llenos de arrojo, mística y entusiasmo, con esa valentía que para los pelos de punta, me viene a la mente la pregunta... ¿Valdrá la pena su sacrificio, o habrá que hacer maletas y dejar que la corrupción se termine de llevar esto?

Cada semana es peor que la anterior. Ésta me tocó ir, por distintas diligencias, a dos instituciones del Estado. En ambas, a pesar de que en sus paredes colgaban afiches de "nuestro servicio es gratuito, denuncia al corrupto", todos sabíamos que denunciar no haría más que entorpecer la obtención de lo que necesitábamos. Sobre todo después de que una enfurecida señora ante la insinuación del funcionario de que se "bajara de la mula" rompió sus papeles de la desesperación, los llamó "ladrones" y la respuesta fue una sonora carcajada.

En la otra oficina, otro funcionario nos indicó que "el servicio supuestamente se hace por la página web, pero como no funciona, te lo hacen unos chamos en el "cyber" que está más allaíta por una módica suma"... Calculé el monto de lo que ganaba "el chamo" que cobraba la "módica suma" y me dio Bs. 60.000 mensuales... Nada mal, ¿verdad?... Si eso es en la puerta de un ministerio, me imagino en los pisos superiores los negocios que se hacen...

Pero no solo son quienes gobiernan. Aquí la corrupción es un mal generalizado y aceptado por buena parte de la sociedad. Estamos tan podridos en todas partes y en todos los niveles, que terminamos formando parte de la rosca de la corrupción de una manera u otra. "No le voy a pagar al chamo", le dije a mi hija. Me alegró que estuviera de acuerdo conmigo. Pero cuando nos fuimos, había una cola de gente que decidió pagarle. ¿Tendremos remedio?... Solo el tiempo lo dirá...

@cjaimesb




¿Tendremos remedio?
Carolina Jaimes Branger
El Universal. Caracas, 19 de mayo de 2014