lunes, 13 de octubre de 2014

Maruja Tarre: Venezuela violenta

Desgraciadamente, la historia de Venezuela ha sido siempre violenta. Era un territorio originalmente poblado por tribus guerreras que fueron casi exterminadas durante la Conquista. Luego la esclavitud aportó un elemento de espantosa violencia por el hecho mismo de su existencia y por las terribles represiones a cualquier intento de fuga por parte de los esclavos.
La Independencia, que ahora más que nunca se estudia destacando la heroicidad, fue también una guerra civil tan cruenta que la población venezolana se vio mermada en forma sustancial. Según datos del historiador Brito Figueroa, la población aproximada del país cuando se proclama la Independencia en 1810 era de 898.043 habitantes. Doce años más tarde, en 1822, cuando no habían terminado los combates, había descendido a 616.545. La crueldad de Boves es todavía legendaria. Pero el decreto de Guerra Muerte de Bolívar, donde promete la muerte a “españoles y canarios, aun cuando sean inocentes”, no puede ser calificado como “políticamente correcto”:
El país arruinado, exhausto, agotado, se ve afligido por una nueva calamidad, que ha sido exaltada por el chavismo: la Guerra Federal. Hubo caudillos como Martín Espinoza que combatía con el lema de “mueran todos los blancos y los que sepan leer y escribir”. Al terminar la Larga Guerra, el país está no solo arruinado sino privado de una clase educada. En el siglo XX, el orden del “Gendarme Necesario”, con Juan Vicente Gómez, vino también en medio de gran violencia y crueldad, poniendo fin a los caudillos, pero con estudiantes e intelectuales presos y torturados. Un breve período democrático a partir de 1936, va acompañado de canibalismo político que llevaría a los militares en 1948, a derrocar al escritor Rómulo Gallegos, primer presidente electo democráticamente en la historia del país. Viene nuevamente un período de dictadura militar clásica, con represión, violencias, torturas, que durará exactamente una década.
Los 40 años de democracia representativa, de 1958 a 1999 cuando llega Chávez al poder, no fueron perfectos. Se enfrentaron intentos de golpe militar de derecha, en incluso un atentado en contra del presidente Betancourt financiado por Trujillo, el dictador dominicano. Fue necesario combatir una guerrilla de izquierda, que tenía apoyo y recibía armas de Cuba. Dicha guerrilla fue derrotada militarmente (y eso implica violencia), pero luego vino un período de “pacificación”, único en América Latina, que permitió a los líderes guerrilleros, Petkoff, Américo Martín, Pompeyo Márquez y muchos otros, incorporarse al proceso político democrático del país. Aún a pesar de la “pacificación” hubo asesinatos, masacres, corrupción, atentados en contra de la libertad de expresión. Pero en Venezuela, la gran mayoría de la población pensaba que la democracia era perfectible y sobre todo que, al cabo de cinco años, podíamos cambiar el gobierno por medios electorales. Los venezolanos de la segunda mitad del siglo XX indudablemente estábamos insatisfechos con los gobiernos que teníamos, con la ineficiencia y la corrupción, pero pensábamos que estábamos encaminados, a pesar de todas las fallas, hacia la modernidad y que el país ya sería para siempre una democracia “chucuta”, pero democracia.

Chávez fracasa en su intento de llegar al poder por un golpe y se vale de los mecanismos democráticos para acceder, legítimamente, a la presidencia de la república. Muy rápidamente demuestra que, lejos de alcanzar lo que bautizó como “socialismo del siglo XXI”, lo que en realidad logra es un regreso a la Venezuela decimonónica que creíamos totalmente superada. Su retórica misma en contra de los “oligarcas”, su ideología primitiva son sacadas directamente de los discursos de la Guerra Federal, aderezados con algo de comunismo castrista. Los famosos programas de Mario Silva, transmitidos diariamente por la televisión del Estado y avalados directamente por el Caudillo Máximo, transmitían mensajes de destrucción, solo comparables con los que existieron en Ruanda entre Hutus y Tutsis. Siempre con la idea de dividir, de tener tropas solamente fieles a él, Chávez fomenta la creación de “colectivos” munidos de armas de guerra. Todo eso acompañado de sus peroratas violentas y diarias en contra de sus “enemigos”, que son basura, escoria, apátridas, pitiyankis, financiados por la CIA.
Muere Chávez, por un cáncer “inoculado por el Imperio” y se desatan todos los demonios. Sus sucesores no son capaces de controlar las redes violentas que sembró el Comandante Supremo. En la vida diaria, el discurso de odio ha creado una sociedad que pelea con una saña impresionante por un incidente en el tráfico o un litro de aceite (muy escaso). La delincuencia común ya no roba, sino mata con un placer sádico. Venezuela es, junto con Honduras, el país más violento del mundo. La mayor parte de los venezolanos que han emigrado, lo han hecho simplemente por temor a esa violencia desatada y a la impunidad del crimen.
Ahora, en los últimos tiempos ha surgido un nuevo tipo de ajusticiamiento, que el gobierno naturalmente atribuye a la oposición, al Imperio, a la CIA, a Uribe y a los paramilitares colombianos. Pero lo poco que se sabe, a pesar de la férrea censura de prensa, parece indicar que se trata de venganzas, de lucha por el poder. Una violencia monstruosa, aderezada con elementos de brujería y sadismo. Desgraciadamente, en 15 años ininterrumpidos de llamamientos al odio, a la lucha de clases, a los enfrentamientos raciales, los chavistas han despertado elementos muy oscuros y primitivos del alma venezolana, que creíamos desaparecidos desde las guerras federales. Elementos que quizás existen en todos los pueblos, como se vio en la Alemania de Hitler, y que los aprendices de brujos después no logran controlar.
Maruja Tarre es Profesora en la Universidad Simon Bolivar. Twitter @marujatarre
 


Maruja Tarre
Venezuela violenta
El País. Madrid, 13 de octubre de 2014

Claudio Nazoa: ¿Se acuerdan de cuando había...

…Leche, pañales, cemento, crema Cero, cabillas, medicinas en general, azúcar, harina PAN, leche formulada para niños, gasa, mercurocromo, shampoo, cremas, goma Hércules de zapatero, neveras, pastillas para el dolor de cabeza, cloro, Pinesol, detergentes tapa amarilla, leche en polvo, compotas, telas para tapicería, cauchos, baterías, pasajes aéreos, toallas sanitarias, aceite de automóviles, aceite para freír y cocinar, aceite Menen para niños, Baygon, repelente de zancudos, carros, motocicletas, tinta de impresoras, lavadoras, licuadoras, cocinas, gas al detal, jabón de lavar, jabón de baño, apartamentos y casas para alquilar, desodorante que no sea Mum Bolita, reactivos para laboratorios, cajitas para muestras de heces, urnas, vacunas, pastillas anticonceptivas, papel periódico, RCTV, acetona, Eutirox, Benicar, Olmetec, destapador de pocetas, protector gástrico, Atamel Forte, repuestos de automóviles, repuestos de motocicletas, nuez moscada, pasitas blancas, pimienta en grano, papel toalé, servilletas de mesa, repuestos para celulares, cloro para piscinas, bombillos normales, bombillos anormales, leche condensada, leche evaporada, aeropuertos en donde se podía respirar gratis, Alka Seltzer, vidrios de colores, Vick Vaporub, whisky del bueno, pasta de tomate, cables eléctricos, jabón de panela, onoto líquido, tinte para el pelo, Sal de Fruta Eno, transformadores eléctricos, cuadernos cuadriculados, papelitos en los cajeros, anestesia, vitaminas, garrapaticida, jugos light, medicamentos para VIH, catéter para diálisis, materiales para que los odontólogos tapen caries, inyectadoras, bolívares a 4,30, papel para la cocina, hornos eléctricos, microondas, quimioterapia, baldes y poncheras plásticas?
También me gustaría recordar cosas humanas que dábamos por sentadas y no valorábamos: ¿recuerdan el fiscal general que metió preso a un presidente?, ¿recuerdan cuando el CNE respetaba los resultados aunque un golpista fuera el ganador?, ¿recuerdan a los jueces independientes y el presidente generoso que sobreseyó a militares golpistas?
En fin, cuando los venezolanos independientes de los gobiernos nos queríamos, no hacíamos cola y no pensábamos en irnos del país, porque pobres y ricos, nos sentíamos queridos y cómodos.
Siempre fui de los pobres y comunistas, pero como en mi casa no había odio, mis padres me enseñaron que yo era indio, blanco, negro, rico, adeco y copeyano. Por eso añoro tanto cuando había…



Claudio Nazoa
¿Se acuerdan de cuando había...
El Nacional. Caracas, 13 de octubre de 2014

Eduardo Semtei: La muerte es un acto perfectamente serio

Qué tentación para un político irracional, inescrupuloso y enfermo, gozar del usufructo de un acontecimiento, mientras más atroz mejor. Extraer inmisericordemente de un evento despreciable la ventaja menuda de una supuesta victoria ideológica, de un morbo proselitista. Sea esta la explosión de una refinería. El desplome de un edificio. Un incendio. De una muerte. De un asesinato. Tener el macabro beneficio de una frase bien acuñada que involucre y descoloque al rival. Que aparezca comprometido. De tener proventos propagandísticos y partidistas cuando aún los cuerpos de las víctimas conservan algo del calor de la vida.
A solo 270 días de haber comenzado el año 2014 tenemos registros de 100 policías asesinados; policías, o guardias nacionales, o agentes del Cicpc, o guardaespaldas, da igual. Cada dos y medio días cae, siempre acribillado por armas de fuego, algún miembro de los cuerpos de seguridad. Nunca antes en la historia, en los siglos anteriores, hubo tantos crímenes contra agentes del orden. Es un síntoma. Una señal. Estamos frente a una sociedad enferma. La vida perdió sentido, respeto. Un vecino vale tanto como un celular o unos buenos zapatos deportivos. Pasamos de la clásica pregunta: ¡La bolsa o la vida!, al espeluznante capítulo de: ¡La bolsa y la vida!
Algo definitivamente se rompió en la sociedad. Una desconocida fuerza desintegradora cambió nuestra percepción de la muerte. Está instalada. 100 policías muertos no es una cifra insignificante. Es la revelación de un mal mayor. 20.000 muertes violentas al año es la confirmación de que el alma de la patria está contaminada.  El ébola del delito atroz circula por las arterias de la sociedad. Ya no hay límites para el asombro. La saña es cotidiana. Desmembrar cuerpos ya es algo habitual. El gobierno central por sí solo luce incapaz de controlar la violencia. La misma existencia de los llamados pranes y colectivos ya anuncia que algo mutó. Que se pudre nuestro tejido social. Solo la sociedad en su conjunto, todos nosotros, podremos erradicar el mal de raíz y tener seguridad.
Hoy por hoy nadie está a salvo. 2004, Danilo Anderson. Clásico asesinato mafioso. Fiscal estrella. No tenía guardaespaldas. Impune. 2012 cae asesinado el secretario general del Cicpc. Ramón Lisandro Maldonado Quintero. El tercer hombre más importante del cuerpo de investigaciones élite de Venezuela. Curiosamente no tenía guardaespaldas. Impune. 2012 cae asesinado el ex subdirector de la Dirección de Inteligencia Militar. Wilmer Moreno. General del Ejército. El segundo hombre más importante de la seguridad, inteligencia y contrainteligencia militar. No tenía guardaespaldas. Impune. 2014 cae asesinado el ex director de la Disip y presidente del Concejo Municipal de Libertador. Eliécer Otaiza. Experto en ciencias y artes militares. Entrenado para el combate. Curiosamente no tenía guardaespaldas. 2012 cae asesinado el ex gobernador de Apure. Jesús Aguilarte. Militar. Cercano al presidente Chávez. Curiosamente no tenía guardaespaldas. Impune. 2014 cae asesinado Robert Serra. Diputado a la Asamblea Nacional. Un crimen atroz. Curiosamente no tenía guardaespaldas. Controversial. Son seis figuras emblemáticas, altos funcionarios. Cargos que se suponen rodeados de seguridad. Inalcanzables figuras para la mayoría de los mortales. Posiciones públicas que gozan de privilegios armados ajenos a la inmensa mayoría de los venezolanos. Son seis casos sorprendentes.
Así como registramos tales muertes dentro de las filas del gobierno, tenemos de sobra ejemplos en la oposición. Esos, cómo abundan. Alcaldes, médicos, diputados, sacerdotes, profesores universitarios, reinas de belleza, artistas, pintores, músicos. El crimen no diferencia, no pide identificación, no reconoce colores y mucho menos ideologías. Su credo es un arma escupiendo plomo. No es tiempo de reclamos subalternos y muchísimo menos de beneficios marginales y de carroña. Venezuela reclama una acción conjunta. Todos sus ciudadanos afiliados a una misma causa. Todas las policías, nacionales, estadales y municipales, actuando en coordinación. Un plan integrador. Unitario. Para esto es el diálogo. Conversar para buscar una solución de conjunto, un plan único es inversamente proporcional al número de muertos, de crímenes. Mientras más nos alejemos de un programa nacional, más cadáveres poblarán nuestros pueblos y ciudades. Ojalá nunca llegue a justificarse el grito: ¡Sálvese quien pueda!
@eduardo_semtei


Eduardo Semtei
La muerte es un acto perfectamente serio
El Nacional. Caracas, 13 de octubre de 2014

Leonardo Padrón: La ciudad de la furia

“Ya no hay fábulas/ en la ciudad de la furia.” 
Gustavo Cerati

         La pareja acaba de almorzar. Cheo recorre los canales de televisión con pereza. Alicia deambula por el cuarto en franela y ropa interior mientras busca un short. Una estampa sensual que él agradece. Es allí donde estaciona sus ojos. En las piernas de su esposa. De pronto, ella interrumpe un gesto: “¿No oíste como unas llaves?”. Cheo desestima pero, maquinal, se asoma al pasillo. Sorpresa. Del cuarto de huéspedes emerge un desconocido. Desde la sala se aproximan otros dos hombres y una mujer. No son rostros, son pistolas. El mediodía del sábado acaba de perder su coherencia.
Diez minutos después, Alicia y Cheo están atados y acostados boca abajo en el suelo. Un hombre lo golpea. Una, dos, tres veces. Su espalda cruje. Le pregunta por la caja fuerte. Sería presuntuoso tenerla. No habría mucho que guardar allí. Cheo gana lo que promedia cualquier miembro de la clase media venezolana. Los delincuentes echan la casa abajo, rompen gavetas, arrojan al piso estantes, papeles, adornos. Como si odiaran. Consiguen algunos relojes, una porción de moneda extranjera de apenas cuatro cifras, algo de efectivo nacional, y ya. La mujer sustrae varios pares de zapatos y la ropa favorita de Alicia. Ella está en pánico. Sus ojos clavados en el parqué. Entonces escucha el trueno de una voz: “¡Si nos denuncian, venimos y los quebramos, incluido el perro, malditos!”. Un perro que no existe. Es solo un énfasis, una cucharada extra de terror. Cuarenta minutos después se van. Silencio. Sollozos apagados. Cheo logra zafarse. Libera a su esposa. Ve un bulto humano en su cama: es el vecino, amordazado, impedido. 
Ya han pasado tres semanas y no logran volver a su casa. El miedo les grita en la mente día y noche. El sonido de unas llaves los persigue como un zumbido.
***    
          Sector Acequia del Guarataro. 6:50 am. Domingo. Frederick Alexander duerme con su esposa. Su hija está en el otro cuarto. Tocan la puerta. Aun con la noche en el semblante, abre. Le propinan uno, cuatro, diez, quince, veintidós, treinta, treinta y ocho, cuarenta y siete, cincuenta disparos. Cinco hombres le dan la espalda a su propia masacre. Quizás aún no han desayunado. Frederick Alexander permanece ocho horas tendido en el lodo de su sangre hasta que llega la policía. Apenas tenía 22 años, dice la esposa. Cincuenta son demasiadas balas para una vida tan breve.
         “Cuenta la leyenda que antes era mejor/ que se podía caminar y de vez en cuando/ mirar al cielo y respirar”, dice una canción de Yordano llamada Vivir en Caracas. La compuso hace un poco más de tres décadas. Cuando Frederick Alexander ni sospechaba la vida.
***
         Sí, a la señora de Santa Fe que siempre saludas en el centro comercial también le desvalijaron su casa. Se llevaron, es lógico, el televisor pantalla plana, la  laptop, el bluray, las joyas. El policía va anotando en su libreta y alza la mirada: “¿Cómo dijo?”. La señora Betty repite: “Que se llevaron tres potes de champú y dos enjuagues”. La furia tiene el cabello sucio.
***
         El hombre ronda los 40 años. Ostenta un solo diente en su boca. Franela a rayas, roída, cansada. Un morral a cuestas, casi vacío, como su boca. La cámara de televisión lo aborda. El país. Esa es la pregunta. Y entonces descuelga su ira, agita los brazos, se le tensan las venas del cuello: “¡Más fácil tú consigues un paquete de marihuana que un paquete de Harina Pan! ¡Más fácil consigues una pistola que una bombona de gas! ¡Más fácil consigues una cocaína que una buscapina! ¡Más fácil consigues una bomba lacrimógena que una bombona de oxígeno para un asmático!!”. Y sigue, sigue, profiriendo maldiciones. Colérico. Con su estampa de pueblo. Con su hartazgo. El video es de hace meses, pero sigue circulando porque la rabia parece de hoy.
***       
      Trozos. Una cabeza en una esquina. Dos piernas en una bolsa. Gente desmembrada. Cuerpos decapitados. Simón Perdomo convertido en tres sacos abandonados en un quiosco de Bello Monte. Yesenia Mujica que aparece, partida en dos mitades, en flancos distantes de la ciudad. Consiguen fragmentos de un ser humano en plena Avenida San Martín. Cadáveres flotando en el río Guaire. La silueta de un hombre ahorcado en el Ávila. Lo macabro es el nuevo estatus de la ciudad.
         Septiembre negro, morgue colapsada. Octubre rabioso. Matan de 5 disparos a madre de 8 hijos. Van 74 mujeres asesinadas en la Gran Caracas.  Detienen a dos menores con 90 balas de fusil en el Metro de Capitolio. Hans Camargo se resiste a que le quiten su reloj Technomarine y recibe un disparo mortal en el pecho. Arles Jesús es robado por dos malandros que lo despojan de la plata que había recabado en el autobús que maneja. La ira lo empuja a perseguirlos. Una puñalada lo para en seco. Cien policías muertos en lo que va de año.
La ciudad envilecida. Fuera de sí. La muerte como borracha, expulsando la más sórdida de sus melodías.
         “En esta puta ciudad/ todo se incendia y se va”, canta Fito Páez en Ciudad de Pobres Corazones.
Quizás Buenos Aires y Caracas son simplemente sinónimos.
***
         La mañana siguiente a la noticia del brutal asesinato del diputado oficialista Robert Serra me detengo en “La Flor de Altamira” para un rápido desayuno. Es una panadería concurrida. Cachito y café con leche en mano, me ubico en un módulo circular que funge a la vez de mesa y basurero. Allí desembocan quienes no consiguen sitio libre en la terraza. Es una pequeña superficie que compartes de pie con quien el azar disponga. Dos mujeres comen frente a mí. Una rompe el silencio: “¿Viste lo de anoche, lo del diputado ese, tan jovencito?”. La otra apura su respuesta: “Horrible, chama, pero ahí están, como siempre, echándole la culpa a la oposición. Pobrecito, no tenía ni 30 años!”. “27”, me permito precisar. Un hombre, con cara de médico, se suma: “Esa muerte es muy rara”, y muerde un croissant de queso. “Aquí lo raro es no morirse”, acota la que inició el diálogo. Se abre una suerte de foro sobre lo acontecido. Es la misma conversación que se replica en cada café, cada oficina, cada parada de autobús esa mañana.
         La muerte, una vez más, le gana el rating a la vida.  
***
  Veo el noticiero, la cadena presidencial, el funeral. Amenazas, acusaciones al desgaire, un discurso salvaje, peligroso, irresponsable. Toneladas de leña a un fuego que acecha en las esquinas.
En la noche leo los Diarios de Sándor Márai, el maestro de la narrativa húngara que padeció el confinamiento del comunismo: "Quien incita al crimen siempre es más cruel que quien lo comete".
***
                   7 de octubre. Parroquia Santa Teresa. El centro de Caracas se convierte en el centro de la noticia. Solo hay una ventana para asomarse a los acontecimientos: las redes sociales. La hegemonía comunicacional  le pone tirro en la boca a sus medios mientras el CICPC allana la sede de un colectivo. Intercambio de disparos. La escena es inédita: aliados naturales, gente de la misma ideología, enfrentándose. La esquina de La Glorieta es pura conmoción. El país intentar seguir el vértigo de los acontecimientos en la autopista del Twitter. Aparecen testimonios gráficos. Un helicóptero sobrevuela el lugar. Se habla ya de un muerto. Luego de otro. Son muertos notables: líderes de colectivos. Hay rehenes. Gente detenida. Caen algunos heridos. Una información desdice o complementa a la otra. Por fin habla la televisión: no hay imágenes. Solo una voz que informa más su pudor que la verdad. El saldo final: cinco muertos. Mientras tanto, en la Asamblea Nacional, a pocas cuadras, los diputados del oficialismo gritan, sentencian a la “derecha apátrida”. Escupen insultos en nombre de “la patria”.
         Vienen días oscuros. Las zonas de paz son solo pólvora.
La Ley Desarme yace en un charco de sangre.
***
         Noche. Lluvia de estrellas de las Dracónidas. Luna de sangre. Luna en Aries, dice la astrología. La luna del dios de la guerra. Eclipse. Noche de terror en el 23 de enero. Ráfagas incesantes en el oeste caraqueño. Ulular de sirenas a la una de la madrugada. Los motorizados salen a cabalgar su rabia. El aire huele a venganza. “La anarquía se anarquizó”, me comenta alguien, desde su insomnio. 
 ***
¿Qué dice un historiador? ¿Qué piensa un maestro? ¿Qué percibe un niño? ¿Cuánta desazón hay en la mirada de un fiscal de tránsito, un ama de casa, un joven violinista o un futuro abogado? El extravío es general. ¿Seguiremos corriendo hacia el aeropuerto? 
El declive de un país se manifiesta primero en su ciudad mayor.  El caos es el patrono de Caracas. Su himno es la muerte. Envejecer se está convirtiendo en una hazaña. En Colombia, a finales de los años 80, se instauró la cultura de la muerte gracias al apocalipsis que produjo la industria del narcotráfico. La novelista Laura Restrepo resumió la tragedia en una frase: “Una nueva generación de colombianos no sabe que es posible morirse de viejo”.
         Quizás es la muerte, tantas veces anónima, la que canta detrás de la voz de Gustavo Cerati: “Me verás volar/ por la ciudad de la furia/ donde nadie sabe de mi/ y yo soy parte de todos”.
         ¿Con qué tinta se terminará de escribir el destino de este país? ¿Qué nos toca aprender de esta crispación?


Leonardo Padrón
La ciudad de la furia
El Nacional. Caracas, 12 de octubre de 2014