sábado, 26 de abril de 2014

Ramón Hernández: Sin pan ni ladrones socialistas

Sin pan ni ladrones socialistas
RAMÓN HERNÁNDEZ
El Nacional. Caracas, 26 de abril de 2014


Mi amigo está preocupado. Sus compañeros de tertulia mañanera le insisten en que el país está quebrado, que todas las cifras están en rojo y que falta poco para que la esperanza, que es lo último que se pierde, también se desplome y desaparezca por alguna alcantarilla de los 150 viceministerios que fueron creados y puestos en marcha este año. A cada paso mi amigo siente que un escalofrío le recorre el espinazo y que el simple gesto de sacar la cartera puede dejar en cero su anémica cuenta bancaria.
Su único lujo es mantener un gato, que no es de raza ni cariñoso. Lo ha mantenido como si se tratara de una costumbre, y mucha veces se ha propuesto corregirla: cerrarle el balcón para que no pueda entrar cuando regrese de sus correrías nocturnas o dejarlo olvidado en el veterinario. En su propio quehacer ha roto con varias rutinas: el café, el cigarro, los turrones de pascua y la tableta de chocolate que lo acompaña desde la infancia; ha espaciado las visitas al sastre y se ha desprendido de las corbatas; ha reducido a dos sus encuentros diarios con el mantel y ha devenido en un adorador de la penumbra, solo enciende un bombillo a la vez. Vive un periodo especial, pero sin discursos de Fidel ni instructivos del Partido Comunista.
Cuando supo el Sábado de Gloria que el ministro de Alimentación anunciaba que dentro de tres años, sin falta, toda la producción de alimentos estaría en manos del Estado, tosió tres veces seguidas. Maldijo. Imaginó todos los anaqueles vacíos en 2017 y los países amigos enviando ayuda para contrarrestar la hambruna venezolana. El martes se enteró de que la empresa Lácteos Los Andes había sacrificado la calidad de sus productos porque sus proveedores no contaron con divisas para adquirir los reactivos indispensables para comprobar la calidad y el estado de la leche que procesan; que todo el año pasado y lo que va de este han vendido lácteos y jugos sin haber descartado que no generarían una matanza en la población por la contaminación de sus productos con alguna bacteria o virus mortal. Como en la obra de teatro de Henrik Ibsen, tan aplaudida por los camaradas antes de ser gobierno, el negocio estuvo (¿está?) por encima de la salud del pueblo. La puntada que sintió mi amigo en la boca del estómago le duró hasta el jueves, cuando leyó que el “alto gobierno” aseveraba que no había ladrones socialistas. Sonrió con la noticia, no creía que Marx pudiera hacer milagros tan arrechos.
Animado siguió leyendo y supo que no habrá azúcar, jamón, desodorantes, detergentes, esponjas para fregar, servilletas, huevos, aceite, café y todos los demás productos de uso diario porque el gobierno no considera prioritarios la tinta y demás insumos que se utilizan en la fabricación de los envases y de las etiquetas. El socialismo del siglo XXI repite los errores que tanta gracia le causaron al Che Guevara cuando siendo ministro de Industria de Cuba importó medio millón de pares de zapatos a mitad de precio y cuando llegaron al puerto de La Habana descubrió que todos eran del mismo pie.
La gran fortuna es que no hay ladrones socialistas, y que el producto de la venta de 2,1 millones de barriles diarios de petróleo a poco más de 100 dólares cada uno ingresan al fisco completicos, nadie los toca para usos que no sean el bien de la patria, ningún socialista mete la mano en las arcas públicas, que quienes lo hacen son vulgares capitalistas. Mi amigo cerró el periódico y quedó sorprendido con su hallazgo: no hay socialistas en el gobierno. Vendo carta de navegación, astrolabio y brújula. Anímate, Nicolás, bota ese GPS que te mandó Raúl de parte de Fidel.

Fausto Masó: ¿Volver a Rómulo?

¿Volver a Rómulo?
FAUSTO MASO
El Nacional. Caracas, 26 de abril de 2014
 
El gobierno de Nicolás Maduro quiere sustituir las importaciones porque se quedó sin dólares. En vez de traer la carne y la leche de Argentina y Uruguay desea volver a la política de sustitución de importaciones de Rómulo, Leoni y Caldera, tratar que de Venezuela produzca cemento y cabillas, leche y carne, no haya entonces necesidad de importar fertilizantes, envases. Rómulo quería generar empleo, Maduro aplica la política de sustitución de importaciones porque no le dan más créditos en el extranjero. En el pasado también las exportaciones no tradicionales generaban 4.000 o 5.000 millones de dólares adicionales a los que produce Pdvsa. Maduro quiere que los empresarios privados lo saquen del hoyo económico. Se equivoca: hay que cambiar de modelo, privatizar las empresas estatizadas como las del cemento. Sin confesarlo, Maduro le propone al país volver a esa Venezuela de los gobiernos civiles, retornar a la política de Betancourt, Leoni, Caldera y Pérez de sustituir importaciones por producción nacional, porque así de paso habrá empleo de calidad en Venezuela. Maduro necesita dar un salto atrás de 50 años, solo que el otro día, en cadena nacional, demostró que no saber nada de economía. Cree que de la noche a la mañana surgirá la producción nacional y que después de expropiar, confiscar y arruinar a los empresarios con un simple gesto volverán a producir. No es tan fácil.
Maduro no sabe distinguir entre un empresario y un bolichico, un chavista y un agricultor, un industrial y un farsante. Ofrece créditos y dólares, nos arriesgamos a que otra vez, como ocurrió en el sector eléctrico, empresas fantasmas, estafadores, agarren centenares de millones de dólares y traigan al país pura chatarra. Eso ocurrió cuando el propio Chávez creyó resolver los apagones a realazos. ¿Cómo distinguir a un verdadero empresario de un bolichico? Es fácil para cualquiera que no sea chavista, claro.
Hay otro agravante. Cuando el mejor negocio que hay en Venezuela es conseguir dólares a bolívares 6,30, a 10 o a 50 y cambiarlos en el paralelo a 65, inevitablemente aparecerán muchos falsos importadores como debe estar ocurriendo ya, que preferirán dejar las divisas en el extranjero. El control de cambios funciona ocasionalmente y por breve tiempo en circunstancias muy especiales, por ejemplo, una guerra. En Venezuela con 4 tipos de cambio, en los cuales la entrega de dólares se realiza según la voluntad del funcionario, sin división de poderes, sin una verdadera Contraloría, es imposible evitar una corrupción masiva.
Nicolás Maduro no ha descubierto tampoco todavía el agua tibia. Necesita suprimir el control de cambios. Ahora, con el agua al cuello, quiere de la noche a la mañana producir en el país. Imposible. ¿Con qué empresarios? Con los sobrevivientes de estos 14 años, ya expropió, por ejemplo, las fincas al sur del lago, los centrales azucareros, Lácteos Los Andes, acabó con un desarrollo económico logrado poco a poco.
Venezuela es un caso único en el mundo, un país que utilizó su enorme riqueza petrolera, la multiplicación de sus recursos cuando el barril multiplicó por diez su recio para arruinarse. Los dólares que llegaron al gobierno sirvieron para acabar con la economía nacional, al importar a precios subsidiados. El gobierno compraba los alimentos y los distribuía en el país como si el valor del dólar fuese 6,30, hasta que se acabaron los dólares y Venezuela enfrenta inevitables tiempos difíciles, este populismo ramplón llegó a su final y la popularidad de Nicolás Maduro cae 14 puntos según las encuestas, y seguirá desplomándose porque en los próximos meses no hay forma de evitar el desastre. Lo asombroso es que el propio Maduro y su gobierno no se dieran cuenta hace un año de lo que se avecinaba; no sacaron cuentas elementales hasta el último momento en que llamaron a los empresarios para que los salven. Es tarde, demasiado tarde y todavía no perciben lo que le viene encima.


Antonio Sánchez García: La MUD y el desafío de la historia

La MUD y el desafío de la historia
ANTONIO SÁNCHEZ GARCÍA
El Nacional. Caracas, 26 de abril de 2014


Cuando la MUD se vuelva sin temores, resquemores ni reservas hacia el futuro y las fuerzas de la rebelión se fundan con ese reservorio de nuestro pasado sin dudas ni sospechas, habremos creado una fuerza irresistible que derribará todos los diques y abrirá, por fin y definitivamente, los portones de la historia.

¿Es posible? No hay respuesta sin intentar encontrarla. Es el desafío de la historia.



Carl Schmitt, el gran teólogo de la política al que suelo citar como base categorial de muchas de mis apreciaciones críticas, solía centrar el cambio histórico en dos actitudes existenciales fundamentales de la conciencia política: la voluntad y la decisión. Pues la historia, así sea la expresión de las corrientes profundas que empujan en determinada dirección, no puede fijar por sí misma su propio rumbo: para ello depende de la conciencia activa de sus protagonistas.

Hugh Thomas, el gran historiador inglés, supo comprender ese papel de la conciencia activa del liderazgo en un hecho que le parecía contradictorio: enfrentados a dos dictaduras como las de Batista y Pérez Jiménez, Cuba que parecía contar con condiciones mucho más proclives a una transición democrática –había vivido mucho más tiempo y de manera aparentemente más profunda largos ciclos de convivencia democrática– desembocó en una dictadura infinitamente más perversa, ruin y devastadora que la de Batista. Mientras que Venezuela, que a lo largo de todo el siglo XX no había contado más que con un breve período de libertades democráticas, aunque tuteladas por las fuerzas armadas, supo dar un salto descomunal hacia la plena democracia. Al extremo de convertirse en la antípoda paradigmática de la tiranía cubana. Responsables por ese quid pro quo no fueron sus pueblos: fueron dos de sus más excelsos líderes: Fidel Castro y Rómulo Betancourt.

Castro tuvo la infatigable voluntad de apoderarse y dirigir el giro de las circunstancias, decidiendo apostar por la construcción de una dictadura de corte marxista-leninista. Rómulo, que había vivido la experiencia de la III Internacional y conocía al monstruo por dentro, tuvo la infatigable voluntad de crear un partido y aglutinar a su generación tras un objetivo común, con una sola y suprema decisión: construir la República liberal democrática, apostar por la conquista del gobierno y echar a andar el ciclo más provechoso y admirable de la historia moderna venezolana.

Ese ciclo se ha agotado. Y como producto de ese agotamiento histórico ha surgido la crisis existencial que estallara cuando, frente a adversas circunstancias, fallara el liderazgo y fracasaran sus hombres. Para verse el país entrega al voluntarismo y al decisionismo de un hombre que supo cortar, en su momento, el nudo gordiano de la crisis, osar un golpe de Estado y empujar con toda su voluntad a quienes quisieran seguirle tras el asalto al poder. Ese interludio de 14 años llegó a su fin con la muerte de su único sostén, el caudillo, quien, además, no fue capaz de construir instituciones y fundamentar un proyecto viable de país, y en lugar de dar nacimiento a un nuevo ciclo histórico ha venido a terminar de enterrar el que se arrastra desde la ruptura del Pacto de Puntofijo, la debacle de su liderazgo y la traición de sus partidos y personalidades.

Se equivocan quienes creen que ese fracaso es reversible. La incapacidad intelectual y moral de Hugo Chávez como para darle coherencia y consistencia a su proyecto histórico y la ruindad que ha provocado, han terminado por arrastrar ese proyecto –el llamado socialismo del Siglo XXI– hasta el abismo. Agoniza. Nada ni nadie puede rescatarlo.