sábado, 26 de abril de 2014

Antonio Sánchez García: La MUD y el desafío de la historia

La MUD y el desafío de la historia
ANTONIO SÁNCHEZ GARCÍA
El Nacional. Caracas, 26 de abril de 2014


Cuando la MUD se vuelva sin temores, resquemores ni reservas hacia el futuro y las fuerzas de la rebelión se fundan con ese reservorio de nuestro pasado sin dudas ni sospechas, habremos creado una fuerza irresistible que derribará todos los diques y abrirá, por fin y definitivamente, los portones de la historia.

¿Es posible? No hay respuesta sin intentar encontrarla. Es el desafío de la historia.



Carl Schmitt, el gran teólogo de la política al que suelo citar como base categorial de muchas de mis apreciaciones críticas, solía centrar el cambio histórico en dos actitudes existenciales fundamentales de la conciencia política: la voluntad y la decisión. Pues la historia, así sea la expresión de las corrientes profundas que empujan en determinada dirección, no puede fijar por sí misma su propio rumbo: para ello depende de la conciencia activa de sus protagonistas.

Hugh Thomas, el gran historiador inglés, supo comprender ese papel de la conciencia activa del liderazgo en un hecho que le parecía contradictorio: enfrentados a dos dictaduras como las de Batista y Pérez Jiménez, Cuba que parecía contar con condiciones mucho más proclives a una transición democrática –había vivido mucho más tiempo y de manera aparentemente más profunda largos ciclos de convivencia democrática– desembocó en una dictadura infinitamente más perversa, ruin y devastadora que la de Batista. Mientras que Venezuela, que a lo largo de todo el siglo XX no había contado más que con un breve período de libertades democráticas, aunque tuteladas por las fuerzas armadas, supo dar un salto descomunal hacia la plena democracia. Al extremo de convertirse en la antípoda paradigmática de la tiranía cubana. Responsables por ese quid pro quo no fueron sus pueblos: fueron dos de sus más excelsos líderes: Fidel Castro y Rómulo Betancourt.

Castro tuvo la infatigable voluntad de apoderarse y dirigir el giro de las circunstancias, decidiendo apostar por la construcción de una dictadura de corte marxista-leninista. Rómulo, que había vivido la experiencia de la III Internacional y conocía al monstruo por dentro, tuvo la infatigable voluntad de crear un partido y aglutinar a su generación tras un objetivo común, con una sola y suprema decisión: construir la República liberal democrática, apostar por la conquista del gobierno y echar a andar el ciclo más provechoso y admirable de la historia moderna venezolana.

Ese ciclo se ha agotado. Y como producto de ese agotamiento histórico ha surgido la crisis existencial que estallara cuando, frente a adversas circunstancias, fallara el liderazgo y fracasaran sus hombres. Para verse el país entrega al voluntarismo y al decisionismo de un hombre que supo cortar, en su momento, el nudo gordiano de la crisis, osar un golpe de Estado y empujar con toda su voluntad a quienes quisieran seguirle tras el asalto al poder. Ese interludio de 14 años llegó a su fin con la muerte de su único sostén, el caudillo, quien, además, no fue capaz de construir instituciones y fundamentar un proyecto viable de país, y en lugar de dar nacimiento a un nuevo ciclo histórico ha venido a terminar de enterrar el que se arrastra desde la ruptura del Pacto de Puntofijo, la debacle de su liderazgo y la traición de sus partidos y personalidades.

Se equivocan quienes creen que ese fracaso es reversible. La incapacidad intelectual y moral de Hugo Chávez como para darle coherencia y consistencia a su proyecto histórico y la ruindad que ha provocado, han terminado por arrastrar ese proyecto –el llamado socialismo del Siglo XXI– hasta el abismo. Agoniza. Nada ni nadie puede rescatarlo.