¡Huérfanos! No uno, ni dos; sino cientos de ellos. Porque, cuando el 19 de mayo de este año le arrebataron la vida al pediatra oncológico Jesús Gerardo Reyes Kattar, cientos de pacienticos con cáncer, atendidos por Jesús, perdieron también al padre putativo que batallaba junto con ellos para ganarle a la enfermedad. A Jesús lo mató un desalmado, porque no lo puedo tildar de otra manera. Un delincuente a quien la justicia solo consideró oportuno castigar con 10 años de prisión. Una condena ridícula que no compensará jamás la enorme pérdida de la familia Reyes Kattar, ni la de centenares de niños y adolescentes con cáncer que ya no tendrán a su doctor al lado dándoles esperanzas.
El caso, como todos recordarán, causó consternación e incluso generó protestas de trabajadores, pacientes y médicos del hospital J. M. de los Ríos, quienes trancaron la calle exigiendo seguridad y justicia. Ese 19 de mayo, lo último que se supo del doctor Reyes Kattar –quien a finales de ese mismo mes cumpliría apenas 44 años– es que salió de su guardia nocturna del hospital oncológico Luis Razetti rumbo a su casa. Su hermana Mayiri, al ver que no respondía a sus llamadas, decide ir al día siguiente a su apartamento y lo encuentra maniatado y sin vida. Una escena desafortunada, dura, dolorosa e impactante que nadie debería presenciar jamás. Una escena final totalmente inmerecida y mucho menos para alguien dedicado a salvar vidas.
Mayiri lo describe como un hombre excepcional, buena gente, amigo de todo el mundo, abocado a su profesión; sin hijos propios, pero con cientos de ellos, porque sus pacientes no eran un simple número de historia: eran sus niños valientes. Su misión como pediatra oncológico fue mucho más allá del simple diagnóstico y aplicación del tratamiento: era un padre, un amigo y un confidente de esos “niños o adolescentes que están empezando la vida y padecen una enfermedad que los llena de miedo y dudas”, como él mismo escribió en una oportunidad para describir su experiencia. Un médico que no se ponía la bata porque decía que eso asustaba a los niñitos.
Por eso, la indignación de su hermana y de los médicos que trabajaron con él cuando conocieron la sentencia del tribunal. Es verdad que, a diferencia de otros casos, la justicia quizá actuó con cierta rapidez. Encontraron al responsable, Wilkerman Infante Carrillo, de 21 años –quien desde los 19 años había entrado a distintos recintos penitenciarios por robo y algunos hechos de sangre–. Wilkerman, el asesino, estará recluido durante una década en Yare III. Pero, para los deudos, para quienes aún lloran a “Chucho” y lamentan su trágica muerte, diez años de condena –en un país donde las cárceles son escuelas para aprender a delinquir aún más– no indemnizará nunca el homicidio de Jesús, cometido con saña por un joven que, al cumplir con su pena –si es que acaso no es liberado antes– saldrá de la cárcel con mucha juventud a cuesta y, probablemente, con más experiencia en la actividad que lo llevó tras las rejas. “En este país, los delincuentes se reproducen más rápido que la gente decente”, dice Mayiri, entre el dolor, las lágrimas y la rabia.
Una afirmación que refrendan la cirujana neonatal Tibisay Osorio y Yelitza Fernández, maestra hospitalaria del Instituto Oncológico Luis Razetti, quienes trabajaron con eldoctor Reyes Kattar, a quien describen como un hombre entregado a sus pacientes. “Muchas veces, con su dinero, organizaba excursiones y paseos para los niños: les regalaba la oportunidad de alejarse de los sinsabores propios de la enfermedad. Les regalaba felicidad. Los enseñaba a no sentir vergüenza por la pérdida del cabello, ni por usar el tapabocas”, recuerdan.
Morir a manos del hampa, en Venezuela, es una posibilidad cada vez más certera. Un giro infortunado del destino que sesga la vida de gente valiosa, con futuros prometedores. Por eso, Mayiri, Tibisay y Yelitza, a casi cuatro meses del asesinato de Jesús, no se resignan. Como tampoco se resignan las madres de los niños con cáncer que Jesús atendía. Porque su muerte, de una forma u otra, significó también la paralización o retroceso de los avances hacia la curación de sus hijos enfermos…
Apenas diez años privado de libertad estará el asesino del doctor Reyes Kattar, uno de los cuatro doctores más destacados en el área de oncología pediátrica del país. El mismo número de años que pasó el doctor Reyes velando por la vida de los niños en el J. M. de los Ríos... “Podría narrar muchas anécdotas que ilustran lo que significa trabajar con pacientes pediátricos oncológicos; pero sin vivir esa dolorosa experiencia no se podría comprender a cabalidad. Un niño o un adolescente con cáncer es un ser especial a quien la vida le ha puesto un reto muy difícil de superar. Y tener que compartir con ellos esa adversidad desde el principio, sus alegrías entremezcladas con enojo, dolor y tristeza durante el tratamiento, poniendo él y su familia toda su fe en uno como médico, confiando que todo saldrá bien, me ha impulsado a crecer como ser humano. Ser testigo de cómo ese niño o adolescente se desarrolla como persona y enfrenta el cáncer en una pelea que, en ocasiones, lo acerca a una muerte prematura, ha hecho que no solo como médico, sino como persona, comprenda y valore más los pequeños detalles de la vida; que admire y haga una reverencia ante esa madurez que adquieren en forma fortuita cada uno de estos pacientes”… Este era Jesús y a su asesino poco le importaron las muchas vidas que dependían de él.
José Domingo Blanco (Mingo)
Pediatra sin bata… y sin vida
El Nacional. Caracas, 12 de septiembre de 2015