Primero le advierto a la ciudadanía involucrada que este es un artículo serio, respetuoso de la memoria de los desaparecidos, analítico y sesudo. Quizás un poco suspicaz. Comienzo señalando la asombrosa cantidad de dirigentes políticos del chavismo que han muerto en estos últimos años, que no tiene, a mi juicio, una explicación racional. No tiene historia comparable. Ni fecha en el calendario. No hay teoría científica suficientemente objetiva que lo explique. Son demasiados casos y todos importantes. Es como si la pelona se hubiese empeñado en diezmar la dirigencia oficial. Casi siempre los más radicales. No importan las causas. Siempre es posible simularlas, según explican semanalmente los tres
CSI que veo casi religiosamente. Las Vegas. Miami y Nueva York.
Enredos con inyecciones de polímeros, accidentes, infartos, derrames, choques, ríos crecidos, enfermedades y pare usted de contar. Eso, hasta donde sabemos. Ustedes conocen mejor que yo que el gobierno impuso una ley según la cual las causas de la muerte de los grandes capitanes del gobierno rojo-rojito son como los códigos de ataque atómico que los presidentes de los países con armamento nuclear se pasan los unos a los otros.
Top secret.
Ultra secret.
Hasta hoy, no sabemos de qué murió Chávez exactamente. Es un secreto militar. De seguridad de Estado. Sin embargo, es sumamente curioso, con baja probabilidad de ocurrencia, extrañamente curioso, explicable solamente por fenómenos fuera de este mundo que la parca haga tantas visitas a un solo partido político. Hay cuentos de cuentos. Que si la maldición de Bolívar contra quienes profanaron su tumba. Que si un castigo divino por las ofensas cotidianas que los grandes dirigentes oficialistas disparan regularmente contra curas, obispos y contra el papa mismo. Que si el santerismo cubano salió con los caracoles al revés. ¡Jesús! Líbranos de todo mal. Recordemos tan solo algunos nombres para vuestro asombro. Lo escribo y no termino de creer tantas muertes... casuales… accidentales... Veamos.
¡Ah! lo olvidaba, las teorías revolucionarias. Que si es Uribe y su pandilla de paramilitares. Que si es la CIA, los del Mossad. Leopoldo López, Capriles, Berrizbeitia, la mafia cubana de Miami. La derecha. El imperialismo. La burguesía. Un tal Saleh. Lo que parece más esotérico es que sean todas causas naturales o accidentes aleatorios. Explicaciones van y explicaciones vienen pero igual ronda la parca y su horrible guadaña.
Dicen quienes la han visto de cerca que el palo donde se acopla la hoz de la guadaña tiene los nombres de todos aquellos con “sus días contados”, frase que por cierto aterroriza al diputado gritón de palabras descabelladas. Y hasta tiene razón en chorrearse. Que todos tenemos ya escrito el día que sucede a la agonía. Empezandito por los teóricos, los filósofos. Kleber Ramírez, J. R. Núñez Tenorio, Norberto Ceresole y Rigoberto Lanz. Todos pasaron el páramo. Ya no le quedan defensores en el terreno de las ideas, salvo jaletis tristes como el tal Hernández del Celarg, que come y apoya. Come y aprueba. Come y calla. Come y viaja.
En diputados la lista es larga. De la Asamblea Constituyente a la Asamblea Nacional. Carlos Delgado en 2006. Eduardo Ramírez, 2008. Diego Salazar, 2003. Luis Tascón, 2010. Eliécer Otaiza, 2014. Robert Serra, 2014. Manuel Quijada, 2013. Juan Carlos Figarella, 2012. Estamos hablando de 9 diputados en menos de 10 años. Casi un diputado por año. Cifra aterradora. Orígenes disímiles. Se combinan crímenes y no crímenes.
Los forenses podrían explicar caso a caso, seguramente que sí, pero la concurrencia de varios decesos reclama una explicación de conjunto, integradora que yo no tengo ni idea de cuál pueda ser. Es un cúmulo indiciario. Allí también hay policías, músicos, escritores. La muerte no tiene distingos. Un presidente del Banco Central, Diego Luis Castellanos, en 2012. El contralor general de la república, Clodosbaldo Russián, en 2011. El procurador general de la república, Carlos Escarrá, en 2012.Antes, cuando la IV, los presidentes del Banco Central y los contralores y procuradores fallecían cada 40 años. Y nunca en fechas tan cercanas unos de otros.
En magistrados del Tribunal Supremo encontramos a Trina Omaira Zurita, 2014. Oscar Jesús León Uzcátegui, 2014. Ninoska Keipo, 2012. Blanca Nieves Portocarrero, 2010. Son cifras, aunque pequeñas, amenazantes. Siempre por enfermedades o accidentes; causas distintas.
Amén de ministros, como Gilberto Rodríguez Ochoa. Dirigentes, como Lina Ron. Gobernadores, como William Lara y Jesús Aguilarte. Generales abiertamente chavistas, como Alberto Müller Rojas y el subdirector de la Dicim Wilmer Moreno. Periodistas, como los hermanos García Ponce y Jesús Romero Anselmi. Fiscales, como Danilo Anderson y unos cuantos diputados regionales, alcaldes y concejales.
Pero los de altos cargos, de la alcurnia, de la nomenclatura, la cantidad es exorbitante. Sigo sin entender las causas. Si yo fuera el fiscal general abriera de inmediato una averiguación no vaya a ser que de verdad nada sea casual. ¡Oh, señor qué olvido! Imperdonable. El propio presidente Chávez encabeza la lista de los desaparecidos.
¿No le parece, señor lector, tantas muertes un hecho insólito y digno de mejores análisis y conclusiones? Si yo fuera un jerarca del gobierno de verdad que anduviera un tanto preocupado. Seguro que sí. En todo caso, honor a la memoria de los fallecidos sin distingos de ninguna naturaleza y si hay alguna verdad oculta rogamos que se anuncie.
Corolario. Para terminar este escrito lleno de suspicacia pregunto al gobierno: ¿no les parece extraño que en Cuba nunca mueren ni dirigentes, ni magistrados, ni diputados? Viven matusalénicamente
Eduardo Semtei
¿Coincidencia? ¿Conspiración? Todo es tan raro
El Nacional. Caracas, 27 de octubre de 2014