domingo, 25 de enero de 2015

Rafael Poleo: Correcaminos


Rafael Poleo
Correcaminos
El Nuevo País. Caracas, 25 de enero de 2015

Alberto Barrera Tyszka: La banda de Nicolás

No sé si a ustedes les pasa lo mismo. A mí me cuesta, cada vez más, perseguir las ideas del presidente. Lo oigo hablar, quiero entenderlo, me concentro, trato de mantener el ritmo y la atención… pero siempre hay algo que cruje, siempre hay un traspié, un brinco, un paso en falso, una vuelta en U inexplicable. El discurso de Nicolás Maduro parece una carrera de obstáculos. Te obliga a saltar de un lado a otro, a tropezar y a agacharte, para tratar de comprender qué es lo que realmente está comunicando. Pretende hablar a muy distinta gente a la vez, pretende mandar diferentes tipos de mensajes al mismo tiempo. El resultado es caótico. Parece un fuego artificial que de pronto ha perdido el control y gira sobre el aire, sin sentido ni dirección, disparando luces hacia cualquier lado.
Maduro conoce las fórmulas retóricas. Y seguro las ha ensayado con disciplina. Sabe cuándo rugir y calentar la temperatura de su voz. También ejecuta la rutina de señalar con nombre y apellido a alguno de los presentes, tratando de crear un clima coloquial que sabotee los formalismos del poder. Imita a Chávez de manera constante. Últimamente, incluso, en ciertos momentos habla para dentro, como aspirando las vocales, cuando quiere imprimirle un tono más sentimental a lo que dice. Sí. Maduro conoce todas las fórmulas. Pero las combina mal. No sabe qué hacer con ellas.
Pasa de la descalificación grosera a la invitación melosa. En este minuto te declara la guerra, en el minuto que sigue te declara el amor. Mezcla los conceptos sin demasiado tino. Sin darse cuenta, ha llegado a acusar a la oposición de seguir una de las grandes consignas maoístas: “Agudizar las contradicciones”. Cree que la realidad es una conspiración. Quiere convencernos de que el fracaso del gobierno es una forma de heroísmo. Se define como revolucionario y de izquierda, pero termina proponiendo soluciones mágico-religiosas para enfrentar la crisis. El futuro depende de Dios. “Derecha” es su palabra multiusos. Se contradice a tal velocidad que es casi imposible seguirlo. Maduro no practica la coherencia ni en defensa propia.
También es cierto que, del otro lado, la oposición no tiene un relato alternativo. Durante mucho tiempo, la unidad parecía ser su mejor mensaje. Ahora es una abstracción o una adivinanza. No se puede enfrentar este vacío por Twitter, haciendo chistecitos sobre el Capitán Garfio. Tampoco se puede seguir insistiendo en la prédica de La Salida. Es ilógico. Exigir la renuncia de Maduro no es un programa político, no es un proyecto de país. Tampoco parece tener asidero real entre la gente. Ya casi parece un empeño caprichoso, desvinculado de las angustias de los sectores populares. Es una propuesta que, además, se sitúa en el contexto simbólico que le conviene al gobierno. Pedir la renuncia de Maduro es seguir luchando contra Chávez, es continuar enganchados en contra de su última voluntad. Forma parte de la misma aspiración que tiene el oficialismo: vivir de la memoria. Que Chávez vuelva a ganar las elecciones este año.
Obviamente, la oposición tiene desventajas trágicas. Sus líderes han sido invisibilizados o encarcelados. El control mediático del gobierno es impúdico. Han convertido el silencio en una forma de violencia institucional. Maduro no tiene coherencia, tampoco ofrece ahora una narrativa verosímil frente a la crisis, pero tiene las pantallas y los altavoces. Y tiene el Estado y las instituciones y los militares. Tiene hasta una barra capaz de aplaudirle todo, incluso sus traiciones.
Después de mucha danza, en el discurso presidencial de este miércoles finalmente logré pescar un mensaje claro. Maduro le mandó una señal directa al cártel de los dolarizados, a la élite roja rojita, a la casta que tiene acceso a las divisas a un precio ridículo. No se preocupen. No se angustien. A cuenta del pueblo y de la pobreza, van a poder mantener sus privilegios, van a continuar enriqueciéndose. La fiesta sigue. Al menos para la banda 6,30, la fiesta sigue.

Alberto Barrera Tyszka
La banda de Nicolás
El Nacional. Caracas, 25 de enero de 2015

Marta Colomina: “Burguesía parasitaria” es roja y quebró el país

Dos fotografías publicadas en La Patilla el día en que Maduro presentó su “memoria y cuentos” revelan, por sí solas, las mentiras y la corrupción del régimen. La primera gráfica capta “el festín de camionetas de lujo” de quienes aupaban en la AN los embustes e insultos del “orador”, y la segunda: vista aérea de una cola gigantesca alrededor del mercado Bicentenario de la Plaza Venezuela. Maduro bramaba en la AN sobre las “dificultades” que la “guerra económica” de la “burguesía parasitaria” de la “derecha”, han hecho pasar a la economía venezolana, y mientras el FMI pronostica para Venezuela en 2015 una caída del PIB del 7% , el cínico Maduro aseguraba que este año “será el de la renovación económica”. Poniéndose la soga en su propio cuello, Nicolás recordó que “el ingreso de nuestro país en 15 años se quintuplicó” y a sabiendas de que la mayoría de esos ingresos fueron dilapidados en corrupción(de la cual surgió la boliburquesía parasitaria chavista); en la regaladera obsesiva de Chávez y de Maduro a sus compinches del continente; en cachivaches y armas de guerra adquiridas a China y Rusia, Maduro dijo que más del 60% de esa inmensa riqueza había sido invertida “en lo social”.Para reforzar tamaña mentira, mostró una gráfica borrosa e ilegible, de las diluídas cifras inventadas por su amanuenses . Añadió haber “invertido seis veces más en educación y nueve veces más en salud”, omitiendo las cifras de deserción escolar, la virtual eliminación del Plan de Alimentación Escolar, escuelas derruidas y maestros con sueldos miserables. “¿Cuál es el avance de un país donde 1.700.000 jóvenes no estudian ni trabajan?” Le pregunta el diputado Julio Borges a Maduro. Baste ver las cifras sobre el incumplimiento de Venezuela de las metas del Milenio del PNUD y del desmantelamiento que hizo Chávez del sistema nacional de Salud para crear “Barrio Adentro” (hoy en ruinas). Los médicos de los hospitales del país reportan que no cuentan con insumos (no hay medicinas, así que pacientes con cáncer y otras enfermedades mueren sin tratamiento). Por no haber, no hay jabón para lavarse las manos, ni guantes, ni cepillos, ni sal yodada, ni nada. El desabastecimiento obliga a cambiar las dietas de los pacientes de hospitales y clínicas: “ya no reciben proteínas, ni lácteos, ni verduras, ni frutas variadas”. En sus “cuentos” en la AN, Maduro volvió a culpar de la escasez a “distribuidores y mayoristas. “¿Como puedes decir que el gobierno controla 74% de toda la comercialización de productos básicos, pero son “otros” los culpables de la escasez?”, vuelve a preguntar Julio Borges a Maduro, y añade: “Maduro: pregúntales a tus panas de Brasil, Ecuador, Bolivia o Nicaragua si ellos tienen esta tragedia de largas colas y la gigantesca inflación de 100% en alimentos”?
Todo lo que toca el régimen, lo arruina: ahí están los “exprópiese” que acabaron con nuestra agricultura: Agropatria, hoy un cadáver, nació destruyendo a la próspera Agroisleña (cuando fue expropiada, Chávez prometió “más alimentos a menor precio”); y la confiscada Friosa, que alimentaba a Guayana, hoy es una ruina con neveras dañadas y anaqueles vacíos. No aprenden: con la recién confiscada Distribuidora Herrera (varios de sus directivos están detenidos) se repite el robo y fracaso oficiales. “¿Cuál es el avance social de un país -inquiere de nuevo Borges a Maduro- en el que los precios de los alimentos han crecido 246% en dos años, miles viven en refugios, se construyen muchas menos viviendas de las anunciadas y hubo 25.000 muertes violentas en 2014?”
15% de incremento salarial murió al nacer devorado por el aumento de la gasolina (silencio sobre el petróleo regalado a Cuba y Petrocaribe) y por la enorme devaluación. Dejó el invisible 6,30, dizque para medicinas y alimentos que, de haber sido usado para ese fin, los anaqueles de mercados y farmacias no estarían vacíos. La corrupción oficial con el control cambiario es tan escandalosa, que el humorista EDO la grafica así: “El dólar a 6,30 será para rubros alimenticios. Por ejemplo, los guisos”. La ruina de Venezuela no es por la caída del petróleo (ningún país petrolero está en quiebra), sino por los 16 años en los que no ha habido rendición de cuentas sobre en qué se gastaron los más de un millón de millones de dólares recibidos. En esos años, vimos surgir unos boliburgueses parasitarios que cayeron sobre la riqueza nacional como una plaga de langostas.
Maduro está derrotado dentro y fuera del país (Dieterich´s dixit). En su viaje a Bolivia, Dilma Rousseff prácticamente le esquivó el saludo y Evo no le mostró la efusividad de siempre. Del muy costoso viaje a China, Rusia y países árabes, vino con las manos tan vacías como las arcas nacionales. Ahora corroído por el miedo y la debilidad de su tambaleante gobierno, la respuesta de Maduro a los problemas del país es cada vez más represiva e irracional: como la de detener a un estudiante que pacíficamente repartía café a quienes hacían cola en uno de los mercados Bicentenario, y en los vasitos de cartón había escrito: “No te acostumbres, podemos vivir mejor”. ¡Y podremos!


Marta Colomina
“Burguesía parasitaria” es roja y quebró el país
El Nacional. Caracas, 25 de enero de 2015

Leonardo Padrón: Etapa culminante

Hay años que parecen comenzar por la mitad. Como si ya el tiempo les hubiera marcado el rostro. Años que se estrenan con la emergencia de un reloj de arena que se ha roto y va perdiendo su contenido a toda velocidad. Es la sensación que estamos viviendo los venezolanos en este primer párrafo de 2015. La crisis plena de sub-tramas, perfora los días con la atrocidad de una bala perdida. Se agota el tiempo.
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Macaracuay. La joven, con el bebé enfermo a cuestas, se acerca a la cabeza de la gigantesca cola de gente que espera que el Bicentenario abra sus puertas. Objetivo; pañales. Habla con el militar que custodia el orden. Le pide una excepción. Que no tiene con quién dejar a su hijo, que no lo puede someter a esa enormidad de tiempo, que por favor. Los cercanos oyen su pedimento y replican: “¡Haz tu cola!”, “¡No seas viva!”, “¡Cuidado con una vaina!”, le dicen al guardia. Ella entiende que es inútil. Ve al primero de la cola y parece reconocerlo. Pero no atina a precisar de dónde. Al día siguiente, ese mismo hombre le vende a la desesperada mujer un bulto de pañales, que no suele pasar de 130 bolívares, en la escandalosa cifra de 1.500 bolívares.
Más nunca olvidará al bachaquero estrella de la zona.
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El presidente se dirige a una breve dosis de pueblo dispuesta en Miraflores para darle la bienvenida al país. Una veintena de seguidores grita: “¡Vamos, Maduro, al yanqui dale duro!”.
Mientras, en las agencias internacionales se afanan en transmitir profusos análisis sobre el acercamiento entre Obama y Raúl Castro.
Esa sensación de estar en otra latitud de la historia.
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Un día, en la isla de Margarita, en ensayo un atajo para llegar a la playa sin tanto tráfico. Siguiendo el dato de un amigo remonto una colina. Llego a un pueblo. Pierdo la pista. Busco a quién preguntarle el rumbo que me llevará al mar. Pero la resolana quema y las calles están solas. No hay nadie en los porches de las casas. Las esquinas son una foto vacía. ¿A quién le pregunto? Manejo lentamente buscando el perfil de un peatón, algún niño que vuelva del abasto, una señora al ras de las trinitarias. Nada. Parece un pueblo fantasma. El atajo se ha convertido en extravío. Hasta que veo una silueta que camina al otro extremo de la calle. ¡Salvado! Freno a su lado y le pregunto cómo llegar a mi destino. El hombre, con tres gestos, me informa que es sordomudo y sigue su camino. Me quedo perplejo, y sonrío. No sé cuáles son las posibilidades, estadísticamente hablando, de que algo así ocurra. Me toca buscar la ruta de salida por mis propios medios.
Así el país. Nadie nos va a indicar el rumbo. Nadie debe hacerlo. Nos tocan a nosotros mismos.
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Graciela estaba contenta porque por fin había encontrado aceite para cocinar. La marca le resultaba desconocida, pero era un detalle menor. Entonces se fijó en el aspecto del aceite. Raro. Probó un poco. Más raro aún.
El noticiero narró el episodio final: en varios supermercados del estado Táchira han estado vendiendo aceite vegetal mezclado con aceite de motor.
Un crimen.
En un país desesperado, los inescrupulosos hacen fiesta.
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Primera angustia del mes: los pronósticos de los especialistas se están cumpliendo. Le economía ha entrado en caída libre. No hay otro tema de conversación. El país entero se ha convertido en una larga cola. Que no avanza. Que se asfixia en su marasmo. Que tiene años formándose. El socialismo del siglo XXI nos ha convertido en ciudadanos precarios: si no tiene cédula de identidad no podrás alimentarte. Si no tienes el tiempo para envejecer en una cola no podrás alimentarte. Si quieres seguir comiendo lo que comías antes no podrás alimentarte. Olvida tus hábitos, busca lo que haya, madruga, defiéndelo con las uñas, forcejea, compra un puesto en la cola, y no tomes fotos, no asomes tu rabia, conviértete en resignación. Esta revolución exige sacrificios. La humillación es uno de ellos.
Las colas de ciudadanos son el nuevo paisaje urbano. Hay un evidente menoscabo de la dignidad. El gobierno, en un ritornello exasperante -por falso- habla de guerra económica. Pero con registrar un poco la historia se detecta que las colas de seres humanos en pos de comida son escenas comunes en los experimentos de modelos económicos fallidos que ha intentado el mundo.
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En las relaciones afectivas la mentira puede tocar el cáncer. Dejar de creer en el otro es una grave lesión. Así ocurre entre los venezolanos y el gobierno. Como la esposa que sabe de memoria los pretextos del marido ante cada llegada tarde.
La mentira se ha convertido en el acto reflejo de la revolución bolivariana. Maduro y su gabinete insisten en que la gira presidencial fue exitosa. Le ponen fanfarria, cadena, globitos de colores a la noticia, pero nadie les cree. Estamos ante el éxito más clandestino del planeta.
El poder siempre miente, pero maduro ha acumulado méritos para hacer historia. Los venezolanos hemos sido recurrentes en un error. Elegir espejismos. Ya nos hemos dado de bruces contra la mentira demasiadas veces. Basta. No caben más frustraciones. Hemos llegado al punto de quiebre.

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Este año va a pasar algo. Es la sensación general. La frase recurrente. No hay almuerzo, reunión, ascensor o transporte público donde nos se ventile esa noción. Todo están tan grave que muy pocos estiman que la cuerda donde se sostiene el país pueda soportar tanta tensión.
En la televisión se suele anunciar el arribo de la etapa culminante de una telenovela. La historia misma suele dar los síntomas de que se acerca a su desenlace. Los personajes comienzan a descubrir secretos, los conflictos se aproximan a su temperatura de cocción, las escenas se acompañan con música trepidante. El espectador entiende, entonces, que el relato se avecina a su fin. Pero la televisión también sabe mentir. Muchas veces el anuncio de “etapa culminante” le da paso, semanas después, a un locutor que advierte la llegada de los “capítulos decisivos”. Quince capítulos más tarde se promocionan los “capítulos finales”, para luego prologar la espera con la “semana final”, hasta que se agotan los señuelos y llega el tan anunciado “¡Capítulo Final!”.
Venezuela ha pasado, desde hace más de 10 años, por varios momentos donde se sienten los acordes de una inminente resolución. Y luego nada ocurre. La frustración se expande y los fogones del chavismo transpiran humo con más fuerza. Se impone, entonces, ser prudentes. Leer los síntomas con cautela. Al trasluz, en su envés, entre líneas.
En todo caso, así está hoy el país. En clima de etapa culminante.
Hay un detalle acuciante: nadie sabe cuál es el rostro del “después” que se acerca. ¿Acaso la salida de maduro es la coronación definitiva de Diosdado Cabello?. ¿Se avecina una junta de gobierno conformada por civiles y militares?. ¿Son posibles unas elecciones presidenciales antes de lo previsto?. Si la transición viene ¿cuál será su rostro?
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Hace una semana murió en París uno de los poetas argentinos más desconocidos e importantes del siglo XX: Arnaldo Calveyra. La prensa internacional se llenó de reseñas y antiguas entrevistas. Ante una pregunta de El País de España sobre Argentina, Calveyra confesó: “Este país está preso. Por la gente mediocre. La gente mediocre ha tomado el poder. Es un misterio por qué ha sido poseído por la mediocridad. La gente (…) tiene la cabeza una relación perversa y entiende que no se puede gobernar sin robar”. Suena perturbadoramente familiar. Es un escalofrío que nos vincula. Como la muerte de los fiscales Alberto Nisman y Danilo Anderson.
Mediocridad. Allí residen buena parte de los problemas que nos aquejan. En un reportaje publicado por El Nacional titulado “El bajo perfil del equipo contra la crisis” se demostraba que las personas convocadas para recuperar la economía del país poseían más lealtad ideológica que eficacia profesional. “El ser mejor dejó de ser valioso”, sentenció Robert Lespinasse, ex presidente de la Sociedad Venezolana de Psiquiatría. La capacidad y aptitud para un oficio no parecen ser indispensables para acceder a algún puesto en la administración pública de un país en emergencia económica.
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El país es un avión en picada. Y nadie de la tripulación se ocupa de pedir que nos amarremos los cinturones. Se siente el vahído en el estómago. El mareo de la caída.
La oposición también está en su punto de máxima tensión. Si no sabe asumir la responsabilidad histórica que se le presenta habrá fracasado para siempre.
En estos días tanto Henrique Capriles como María Corina Machado han hablado sobre la vuelta de tuerca que están propiciando para ensamblar una auténtica unidad en la oposición. El intento se siente genuino. No hay otra opción. Estamos viviendo el momento más crítico de nuestra historia contemporánea. Salvar el país es imperativo. Ya al venezolano le importa un carajo la retórica política, la ideología, el color de la camisa, el número de estrellas de la bandera. Solo le importa ser normal.
Queremos un país normal.
La música de desenlace está en el aire. Todo parece indicar que hemos llegado al punto de quiebre. O nos ahogamos en el mar de la felicidad socialista o nos salvamos a través del instinto de supervivencia que suele redimir a las sociedades en crisis.
Ya ocurrió la segunda angustia del mes: la Memoria y Cuenta del presidente al país fue un desatino monumental. Todo se precipita.
Se agota el tiempo.

Leonardo Padrón
Etapa culminante
El Nacional. Caracas, 25 de enero de 2015