Cualquiera podría afirmar, con toda razón, que la imposibilidad de viajar al exterior es asunto baladí al lado de la larguísima lista de penurias, mucho más gruesas, que padecemos los venezolanos. Si no hay trigo para el pan, no se consiguen reactivos para el tratamiento del cáncer y el dinero apenas alcanza para pagar el alquiler del apartamento, ¿qué importancia puede tener que, con la estampida de las líneas aéreas y la dolarización de los pasajes, haya que olvidarse de la peregrinación anual a Disney World, la Feria del Libro en Buenos Aires, el Festival de Jazz en Montreux o, algo bastante menos superfluo, la visita anual a hijos y nietos, quienes por causa del avatar nacional fueron a parar a un destino tan exótico como Auckland, Nueva Zelanda.
Pues bien, la desaparición de ese derecho que, a ojos del gobierno resulta un odioso privilegio para cuya satisfacción sería necesario quitarle a los niños pobres el pan de la boca (se le adeuda a la líneas aéreas más de 4 mil millones de dólares), no sólo obedece a las deficiencias propias de un modelo que estimula la corrupción desenfrenada, sino que también hace parte de las características de los regímenes conocidos como del "socialismo real". En el pasado el resultado fue la conversión de esos países en gigantescas prisiones de las cuales era prácticamente imposible salir, tanto física como mentalmente, porque las barreras para viajar resultaban, apenas, parte de un sistema de aislamiento total que implicaba la desaparición del libre flujo informativo, la intervención del proceso educativo, la adulteración de la historia y la imposición, por parte de un gigantesco aparato propagandístico, de una falsa realidad.
Despojadas del derecho a la información, generación tras generación, las sociedades vivían en desconocimiento de la realidad exterior y en conflicto permanente sobre la interior, pues si bien sufrían los rigores de la mala vida, carecían de elementos de juicio que les permitieran establecer la verdad verdadera. Por eso muchos soviéticos sólo se enteraron plenamente del horror del estalinismo luego de la caída de socialismo real y aún algunos añoran los viejos tiempo del imperio soviético. Ustedes dirán que en Venezuela eso no ocurrirá porque en el mundo de hoy el aislamiento total es imposible. Pero lo cierto es que a pesar de la dura pelea de la sociedad civil la nomenklatura lo viene logrando. Después de 15 años de disfrute sensual del poder sus miembros no resistiría ni media hora en la apiñada y ahora añorada sección de clase turista de un vuelo trasatlántico, acostumbrados a viajar en jets privados a sus mansiones de Miami, donde les espera un muelle y refinado tren de vida que la Venezuela del socialismo real no les puede dispensar.
@rgiustia
Una cárcel llamada Venezuela
Roberto Giusti
El Universal. Caracas, 3 de junio de 2014