jueves, 10 de julio de 2014

Diego Bautista Urbaneja: La democracia de Ramón J. Velásquez

La democracia venezolana, cuando se da, es algo producto de la acción de los venezolanos
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El fallecimiento de Ramón J. Velásquez, uno de los más insignes venezolanos de las últimas cinco décadas "se fajó con Venezuela hasta el final", como me dijo mi hermano Luis Alejandro al lamentar su muerte -esto me lleva a reflexionar sobre su concepto acerca de la democracia venezolana, esa a cuya defensa dedicó parte tan importante de su vida.

No era para él la democracia un asunto de definiciones teóricas sobre una forma de gobierno. Por supuesto que su idea de la democracia encerraba unos requisitos mínimos: partidos, elecciones, libertades políticas fundamentales, equidad social... Pero más allá de eso, pensaba que la forma práctica y concreta que debía adquirir la democracia era aquella que emanase de la historia nacional. Nuestra democracia tenia que tener -además de aquellos requisitos mínimos- esos otros rasgos que nuestra historia determinara como elementos característicos de una democracia venezolana.

Para definir tales rasgos podía Velásquez recurrir a su vasto, y sobre todo íntimo, conocimiento de nuestra historia política. No sé si había alguien que la conociera tanto y tan profundamente. Lo que esa historia decía es que en Venezuela, democracia es ante todo convivencia. Que en este país nadie cobra las facturas completas y que siempre hay un margen para el olvido fructífero de las faltas, reales o supuestas, del adversario. Que siempre hay espacio para que quepa uno más. Que es estúpido, que es antihistórico, que es antinacional, trazar líneas divisorias infranqueables.

Destino

La otra cosa que la historia le enseñaba al gran tachirense era que la democracia venezolana no es un destino predeterminado, al que el país vaya marchando dando pasos progresivos, en vista de una democracia cada vez más plena, de modo que si por si acaso hay un retroceso, se puede estar seguro de que es algo accidental y transitorio y que pronto se reanudará la marcha. No hay nada que se pueda llamar "larga marcha hacia la democracia". No. La democracia venezolana, cuando se da, es algo producto de la acción de los venezolanos concretos de cada momento. Es pues un logro sumamente frágil, pues esos venezolanos que logran instaurar algo que se pueda llamar democracia lo hacen siempre en lucha a brazo partido con factores adversos de mucha monta, productos también de nuestra historia. De allí ese otro rasgo de la democracia venezolana: su fragilidad. Por eso el camino democrático siempre se puede desandar, siempre se puede marchar en dirección opuesta. Que ello ocurra o no dependerá de lo que los hombres de cada momento hagan y nunca se podrá está seguro de cuál de las rutas predominará o si alguna va a hacerlo.

Puentecito

Cuando a Velásquez le tocó ser presidente de la República, en aquellos críticos meses de finales de 1993, definió su tarea como la de lograr que el país atravesara el puentecito de madera que lo separaba de las elecciones de diciembre de ese año. Pues bien y en realidad, se me hace que para él la democracia en Venezuela siempre estaba atravesando un puentecito de madera.

Ello hacía más ímproba e incesante la tarea de los demócratas. No había que descansar un instante en mantener en pie la democracia por los múltiples medios que la vida va ofreciendo. De allí su pasión por las pequeñas técnicas del ejercicio del poder, que enseñan cómo sostener las formas de gobierno frente a las acechanzas. Las expone en esas dos obras maestras que son Las confidencias imaginarias de Juan Vicente Gómez y La caída del Liberalismo Amarillo. Un buen demócrata ha de conocerlas y ahí las tiene analizadas de forma insuperable.

Convivente

Así llegamos a Ramón J. Velásquez y a cómo realizó ese trabajo en los diversos roles que la democracia venezolana le ofreció, para que pusiera en práctica esas dos convicciones: la democracia venezolana ha de ser convivente y a la democracia venezolana hay que defenderla todos los días. Convivencia y fragilidad. Si dejó de ser convivente en algún momento, si dejó así de ser democracia venezolana, no fue porque él cejara nunca en su esfuerzo de que lo fuera siempre. Si el frágil puente de madera se desprendió, o quedó maltrecho, no fue porque las manos de Velásquez dejaran nunca de repararlo o de sostenerlo con su propia mano allí donde podía.

Ya es hora de que oigamos las voces que nos envía la historia de Venezuela sobre cómo ha de ser nuestra democracia y de cuánto hay que luchar para recuperarla y para luego sostenerla, ahora que ese paradigma de amplitud y de denuedo que se llamó Ramón J. Velásquez nos acaba de dejar.

dburbaneja@gmail.com