Cuando la fuerza aérea de Chile bombardeó el Palacio de la Moneda el 11 de septiembre de 1973, los sectores que se denominan progresistas para endulzar sus coqueteos con los regímenes de corte leninista, lo interpretaron como el cierre de la vía electoral para alcanzar el socialismo. Repetían que jamás la “derecha” permitiría que el pueblo alcanzara el poder sin empuñar las armas.
La equivocación no estribó en que desde entonces se multiplicaran los movimientos guerrilleros, cosa que ocurrió, pero por otras razones, y que fracasaran estrepitosamente como opción para la toma del poder, sino en que nunca analizaron por qué el golpe fue un éxito y pudo mantenerse tanto tiempo en el poder. ¿Qué permitió el triunfo y la permanencia de Pinochet?
Ninguno de los grupos guerrilleros corrió una suerte distinta de la que acompañó al Che Guevara en Bolivia, no porque les faltara arrojo y valentía, o porque les sobrara ingenuidad al suponer que bastaba considerarse de izquierda para tener la razón, sino porque eso que los marxistas denominan “condiciones” no estaban dadas, y sí lo estuvieron para Augusto Pinochet y el grupo de militares que lo acompañó.
Desconozco si el señor del mazo ha estudiado los acontecimientos chilenos a profundidad, si ha tenido en sus manos no ya el informe del Congreso de Estados Unidos, en los que quedan al descubierto la participación de la CIA y de la ITT, sino el análisis de académicos como Juan J. Linz, Arturo Valenzuela y Alfred Stepan que demuestran que sin las condiciones sociopolíticas y económicas de Chile a esa altura de 1973 era imposible que un grupete militar desbancara, como ocurrió, a Salvador Allende.
Quienes han estudiado la historia coinciden en que el golpe de Estado de Pinochet no fue convencional, ni en su procedimiento ni en sus objetivos, tampoco en la cantidad de sangre derramada ni en la criminal represión contra los desafectos. Se diferenció de manera notable, por ejemplo, de los madrugonazos incruentos, pero exitosos, que ocurrieron en otros países de América Latina y de las recetas popularizadas por Curzio Malaparte y Nicolás Maquiavelo.
No sé por qué el señor del mazo afirma que la situación actual de Venezuela se parece mucho a la que precedió el pinochetazo ni cuáles son los puntos de comparación. Lejos estoy de pretender hacer mofa de las comparaciones históricas que pueden hacer los ciudadanos, sean militares en comisión de servicio civil o civiles al servicio de los militares. No creo que se deban tomar a la ligera las denuncias de magnicidio y de golpe lento, tanto una como otra debe ser investigadas a fondo, pero por personalidades representativas del país asesoradas por enjundiosos y multidisciplinarios expertos. Tan graves denuncias no se deben dejar en manos de los cuerpos de seguridad y de la fiscalía, como tampoco se debe “dejar la guerra en manos de los militares”.
En los libros de Linz, Valenzuela y Stepan se le da mucha importancia al papel de los traidores, sean individualidades o grupos, en la demolición de la democracia. Grupos que fingen lealtad al régimen, o a quienes lo dirigen, y que poseen una agenda propia de intereses; que con actos y declaraciones contribuyen a la inestabilidad y le agregan presión a la olla. Fue el caso del MIR y de Carlos Altamirano, que en lugar de contribuir a la estabilidad del gobierno de Allende le agregaron carburo a la intranquilidad, sea por impacientes o por ignorantes.
Después de 15 años, el caso venezolano ha dejado de ser una experiencia exitosa de la toma pacífica del poder y ya transita el camino hacia el socialismo. El régimen ya se ha equipado de los antídotos institucionales y políticos que les permitieron a los bolcheviques, en Rusia, y a los integrantes del Movimiento 26 de julio, en Cuba, dominar el poder y mantenerse más de 50 años al mando, y sin amenazas exógenas de cuidado. Quizás el actual miedo a los desequilibrios, a la manifiesta inestabilidad, se origina en las deficiencias doctrinarias e ideológicas de la nomenklatura, de la camarilla que se rota los puestos de mando; en fin, al poco conocimiento del marxismo y al excesivo apego a las técnicas estalinistas, y en especial el desconocimiento de la historia patria.
El filósofo Eduardo Vásquez, la voz venezolana más iluminada en las teorías de Marx y en las enseñanzas de Hegel, sostiene que la debilidad más peligrosa del pretendido socialismo del siglo XXI en Venezuela está por el lado del origen de clase de quienes dirigen el Estado, que no son trabajadores ni burgueses; tampoco clase media profesional ni intelectuales, mucho menos oligarcas renegados, sino –en el estricto verbo del barbudo de Tréveris– lumpenproletariat, vulgares desclasados, que son pesados factores de distorsión del socialismo.
No cabe duda de que en los últimos 15 años el lumpen se apropió del paraíso y sin pudores lo ha convertido en un infierno, aunque no a ex profeso, sino por su misma condición de no clase, no importa que como Jorge Giordani exhiban títulos no ganados, salvo el de Cendes. No son obreros ni trabajadores, sino gente mal formada en lo gerencial, en lo profesional y también en lo académico, con las exiguas excepciones de rigor, que se han dejado colonizar por los cubanos como los cubanos lo hicieron con los rusos para implantar en la isla una tupida red de burocracia que les garantiza la supervivencia a los menos aptos en el poder, pero impide la implantación de una sociedad libre y justa, precisamente la razón de ser del socialismo.
No coincido con el señor del mazo. Venezuela hoy se parece bastante más a la Unión Soviética que antecedió a la caída del Muro de Berlín que al Chile traicionado por Pinochet. El hervidero en el que se ha convertido el PSUV y sus aliados pronostican una implosión que arrastrará al basurero de la historia tanto al materialismo histórico como al dialéctico, ese par de estupideces engelianas que reinventó Stalin para someter al pueblo ruso y su vecindario. Las contradicciones en el seno del pueblo serán resueltas sin acudir a la violencia y sin la participación del lumpenoportunismo, aunque no será la semana que viene.
Mientras tanto, el señor del mazo debería pasearse por algunos libros clásicos de la política y de las teorías militares, que ponen su interés no solo en mantener el poder, que siempre es transitorio y provisional, sino en la preservación del país, que es esa suma de historias, saberes y convivencias de los venezolanos todos, para usar su lenguaje, los de izquierda y de derecha, y con generosidad, del lumpen que anda despistado, creyendo que pueden hacer revoluciones y solo producen desgracias. Vendo libro desaparecido de los estantes oficiales: Breve historia de la incompetencia militar de Ed Strosser y Michael Prince; no se aceptan devoluciones.
Ramón Hernández
La seguridad nacional y los golpes con mazo
El Nacional. Caracas, 7 de junio de 2014