Este artículo de Carlos Blanco debió aparecer en la edición del diario El Universal del 3 de agosto de 2014, pero el autor fue retirado del equipo de colaboradores de ese diario.
Amigos, les comunico que El Universal censuró mi columna que debía ser publicada el próximo domingo.
— Carlos Blanco (@carlosblancog) August 2, 2014
En este periódico he escrito por 15 años. No he fallado una semana. Sólo una vez no se publicó a petición mía, el domingo que siguió al 11 de abril de 2002 porque los análisis morían cada diez segundos, abrumados de tanta realidad; no era posible alcanzar la historia en esos días…
Por cierto, este 2014 cumplo 50 años de haber escrito mi primer artículo en la prensa, también en El Universal. En los años 60 era estudiante del Colegio Santiago de León de Caracas y el director del colegio, el doctor Rafael Vegas, mi maestro y guía, habló con su amigo Guillermo José Schael -directivo de este diario- para que yo escribiera. Después de varias correcciones del doctor Vegas se publicó mi trabajo, el cual versaba sobre la Guayana Esequiba. Después he escrito en Últimas Noticias, El Globo, Resumen, El Diario de Caracas, El Nacional, hasta volver en 1999 a El Universal. Entonces, acababa de dejar la dirección de la revista Primicia, y solicité una reunión con Luis Teófilo Núñez y Carlos Croes quienes me abrieron con entusiasmo las puertas de este diario, situación que siguió con Andrés Mata cuando se convirtió en el Editor. Nunca fui censurado en estos 50 años y desearía no serlo en los próximos cincuenta.
Ha sido la casa de mi palabra por tres lustros y, por esta razón, debo condenar actos de censura que se han producido en contra de varios articulistas de este medio, sea por discutir la opacidad de la compra-venta de El Universal, sea porque a juicio de los nuevos directivos se emplean “adjetivos calificativos”. Así han sido censurados Luis Izquiel, Adolfo Salgueiro, Adolfo Taylhardat, Eddie Ramírez, y botados Gerardo Fernández, Axel Capriles, Miguel Ángel Santos, Unai Amenábar, Noel Álvarez, Orlando Ochoa, Per Kurowsky, Mingo, Agustín Blanco Muñoz y Cipriano Heredia. Así como pérdidas esenciales: Marta Colomina, Thays Peñalver, Nitu Pérez Osuna y Ruth Capriles. Esta es la información hasta el momento en el que escribo.
Una operación comercial y algo más
En una sociedad abierta la venta de una empresa es algo normal. También vale para un medio de comunicación. Cuando ocurre, puede haber redefiniciones editoriales, columnistas y articulistas entran y salen, énfasis distintos caben; lo único inadmisible en democracia es que esos cambios obedezcan a razones ideológicas o a la imposición de políticas gubernamentales en los medios de comunicación.
Venezuela vive bajo una dictadura. Si bien es diferente a las tradicionales del siglo XX, tiene los rasgos esenciales del poder dictatorial. Uno de sus objetivos centrales no es, a la moda de Pérez Jiménez, instalar el lápiz rojo del censor en las redacciones sino provocar la asfixia del medio, inducir su cesión o venta, confiscarlo o generar la autocensura. Contra esta dictadura posmoderna ha combatido El Universal a lo largo de estos 15 años.
Un rasgo distintivo del actual régimen como se ha dicho tantas veces es el de generar una nueva clase social, mafiosa, que el tino del periodista Juan Carlos Zapata bautizó en su momento como la boliburguesía. Ávida de enriquecerse, corrupta hasta donde dice full, mero cuello encorbatado del poder rojo cuya mano babosa y tóxica se ha dedicado a avanzar sobre negocios de todo orden.
En el caso de la operación comercial reciente El Universal pasó de las manos de Andrés Mata a las manos de… ¿de quién? Cualquier ciudadano y más aún los que somos parte de este medio tenemos el legítimo derecho de preguntarnos quién compró. No hay duda de que si fue un genio financiero del chavismo tiene derecho, si son recursos bien habidos; pero yo, como columnista de El Universal y como ciudadano de este país, tengo derecho a saberlo. Alguien me podría responder: todo se sabrá pronto; muy bien. Pero yo tengo derecho a preguntarlo sin que esa pregunta sea motivo de censura.
Subyace la demanda por saber las razones por la cuales vendió Andrés Mata. No me lo ha explicado. Lo he llamado para saberlo y su teléfono “no sabe/no contesta” y sólo se oye el ruido de una locomotora que ronronea. Pero me imagino que la respuesta no es difícil: desde que Chávez se burló de su acento norteamericano y lo llamó “Tarzán”, la relación de este diario con el gobierno ha sido complicada, precisamente porque no ha censurado ni a sus articulistas ni a sus periodistas. Después vino lo de la escasez de papel, la supresión de los anuncios del gobierno o de privados fieles al gobierno, así como el marco económico-político del país que influye en todos los sectores y actores. ¿Quién compra en un ambiente asfixiante para medios independientes? ¿Quién sabe hacerlo mejor que Andrés Mata en las condiciones de la autocracia imperante? ¿Quién ve agraciadas perspectivas donde Mata no las vio?
Tengo el derecho a saberlo. Así se lo solicito al nuevo director.
“Adjetivos calificativos”
Uno de los argumentos usados en la censura es que varios articulistas purgados habrían empleado adjetivos calificativos. Es como para asombrarse. Una parte sustancial de la lengua es el adjetivo. La buena prosa no prescribe su abuso y hasta hay diestros que apelan sólo a los sustantivos; pero, intentar suprimir el carácter “brutal” de la represión, la condición “descarada” del robo, lo “impune” de la corrupción, y similares, es censura inaceptable. Se puede tener buena o mala prosa y ésta puede ser una razón para que un editor reconvenga, lo que no se puede admitir es que los adjetivos calificativos que se refieran al régimen o a sus funcionarios sean los que motiven una dimensión más depurada del castellano. Este elemento es especialmente significativo cuando se sabe que en El Universal siempre ha habido cuidado por el buen escribir y es tradición que ningún articulista o periodista tiene el derecho a violar la ley, así como tampoco las vertientes más sanas en las costumbres del periodismo nacional.
Implicaciones
Pienso que es indispensable que se sepa quiénes son los dueños de este periódico, así se despejarán las dudas que hay sobre la posibilidad –nefasta si así fuera – que el régimen le haya puesto la mano. No se trata de que alguien con simpatías chavistas no pueda ser dueño de un medio de comunicación; el asunto es que lo sean el gobierno o personeros del gobierno por interpuesta persona, o miembros de la boliburguesía corrupta, que no se atrevan a dar la cara.
Desearía que este diario siga como expresión e instrumento de la lucha por la libertad, sería ser fiel a esta historia de 15 años en las que ha sido actor fundamental. De no ser así, seguro que será un buen negocio pero no un buen periódico: la publicidad hace un buen negocio; pero, un buen periódico se caracteriza por la alta circulación generada por la credibilidad.
En Venezuela volverán la libertad y la democracia; los entuertos se enderezarán. Con esta columna me aproximo a una puerta apenas entreabierta; es posible que al trasponerla haya un vastísimo silencio, pero también un espacio de luz, refulgente, espléndido.
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Carlos Blanco
La casa de mi palabra
La Patilla. Caracas, 1 de agosto de 2014