¿La fiesta del chivo? Se trata de la rumba de un alcalde. No tan lejos de Petare, donde la tristeza se solventa en las “fiestas de negocios”, el pasado sábado en un lujoso hotel de Altamira tuvo lugar un festejo rojo que no encuentra sustentación en ninguna tesis marxista, leninista o maoísta. Un alcalde “bolivariano” fue el anfitrión. Sumergida en champaña costosa, quedó la frase de ser rico es malo. Esa noche, el autor del postulado volvió a perecer, esta vez ahogado en la copa burbujeante de la nueva burguesía “revolucionaria”. A esta novedosa clase social le vale la calificación entre comillas porque siendo los descamisados de otros tiempos, los militantes de la utopía que veían pasar sus días en la UCV, entre el bullicio de los pasillos y la incitación a la lucha violenta en Las Tres Gracias, hoy están convertidos en unos ricachones más estrafalarios que los de la IV República. Con un punto a favor de los mantuanos de la democracia puntofijista, y es que estos al menos disimulaban la desvergüenza tras el pudor heredado de sus ancestros, quienes eran duros a la hora de gastar el dinero; sin embargo, ellos pronto sucumbirían a la tentación de mutarse en proxenetas del erario público, cuestión que les valió cavar su propia tumba, pero, cual maldición gitana su modelo corrompido quedó vivito y coleando. No obstante, los portavoces de la democracia protagónica recogieron los bártulos mantuanos y se hicieron millonarios al calor de un proceso revolucionario. Una transformación atípica porque en vez de emerger un proletariado para hacer la revolución, nació la burguesía roja rojita. A mí no me extraña que siendo los dueños del más grande poder financiero que se conozca en América Latina, estos nuevos ricos se definan como socialistas; no olvidemos que socialista también se definió Hitler en su obra Mein Kampf (Mi Lucha). Hoy la burguesía roja rojita amasando los fabulosos ingresos del nuevo modelo de socialismo no le apena llevar el modo de vida escatológico que bien define Marco Ferreri en su película La grande bouffet. Por eso resulta chocante la celebración del burgomaestre en el hotel Palace de Caracas (antiguo Four Season), por cierto, de muy ingratos recuerdos para el Gobierno revolucionario. Al alcalde de la comilona poco le importa el desabastecimiento que padece el pueblo. El buen gourmet y el desfigurado bon gout de la novicia burguesía roja rojita es la opción que los impúdicos usufructuarios de la riqueza fiscal restriegan en la cara de los venezolanos. Ciertamente que partiendo de la obscenidad de las veleidades mantuanas que acostumbraron los sempiternos amos del valle, entonces sí ser rico es malo, pero ser rico es diabólico cuando vemos cómo los goodfellas de la revolución socialista y bolivariana, botan el dinero a manos llenas. El festín del Palace bien puede contarlo el defensor del Pueblo; él estuvo allí, en el tsunami de las exquisiteces que la noche del pasado sábado degustaron los burgueses “revolucionarios”. ¿De dónde sacan tanto dinero para derrochar? A ninguno de los renombrados artistas (Oscarcito, entre otros) que participaron esa noche les pagaron con devaluados bolívares, tampoco al costoso musical del Chicago de los años 30, un fastuoso espectáculo especialmente traído desde el corazón del imperio para deleitar a los singulares invitados. Mientras, allá en los cerros donde se rumia la miseria y se aleja la esperanza (Ali Primera), el sarao del alcalde resulta una paradoja en revolución. La historia da cuenta del patólogo Thomas Harvey, aquel que logró quedarse con el cerebro de Einstein y lo guardó en una caja de cristal para estudiarlo a ver si encontraba el origen de la genialidad del científico alemán. Hago la referencia cuando me pregunto: qué tendrán en el cerebro los nuevos burgueses criollos, ¿dónde estará el origen de tanto desacierto? Para saberlo tendremos que resucitar a Harvey.
Miguel Salazar
Se ponchó el Alcalde – La gran comilona
Las verdades de Miguel. Caracas, 7 de agosto de 2015