lunes, 21 de julio de 2014

Iván Simonovis: El Prisionero Rojo

En su calabozo sentado en la cama con los pies en el borde y codos apoyados en las rodillas, Iván se recuesta en la pared, mira hacia arriba como buscando al Todopoderoso

Hoy quisiera compartir con ustedes, los PRELIMINARES de mi libro de confesiones El Prisionero Rojo. “El Comisario Iván Simonovis está preso; no sabemos exactamente por qué, pero lo único claro y verdadero es que está preso y que lo estará hasta cumplir los 30 años de condena que le sentenciaron el 3 de abril de 2009.

En su calabozo sentado en la cama con los pies en el borde y codos apoyados en las rodillas, Iván se recuesta en la pared, mira hacia arriba como buscando al Todopoderoso, pero sólo logra ver el techo de su aposento carcelario. Sonríe con dolor e ironía, cierra los ojos y entra en una especie de limbo.

Pasan por su cabeza las escenas más representativas de su vida, tal como ocurre cuando las personas sienten que están a punto de morir. Las repasa varias veces para que queden indelebles en su mente, porque esas imágenes son lo único que podrá llevar consigo a partir de este momento. El 3 de abril de 2009 estaba en Maracay, pues lo habían transferido para ir al Tribunal.

Ese día escucharía la sentencia sobre su caso. Iván se sintió como un concursante de un reality show que se prepara para escuchar el veredicto de su nominación y no sabía si recoger todo y hacer su maleta para irse, o dejarlo todo así para cuando regresara a su celda pocas horas más tarde. En el fondo, Iván es realmente parte de un reality show, una suerte de “Gran Hermano Judicial Venezolano”.

En este show de la realidad patrocinado por el Gobierno y ejecutado por el lado oscuro del Poder Judicial en el más crudo estilo de The Truman Show, una persona que todos imaginan quién puede ser, pero que al mismo tiempo es invisible al público, controla la vida de todos los participantes.

Se supone que lo haga a través de jueces, fiscales y testigos falsos, les pone obstáculos y conchas de mango, según como venda más al público, a su público claramente.

A los participantes -que no entendieron nunca cómo, cuándo ni porqué los llamaron a participar en este absurdo juego- los hace llorar y sufrir con saña, los mantiene en tensión por largo tiempo, los deja padecer de enfermedades y afecciones, los lleva al límite del agotamiento físico, emocional y moral, y cuando el público alcanza el punto máximo de atención y los participantes están conteniendo el suspiro, llega la estocada final en forma de sentencia.

Después los jueces y los fiscales, protagonistas sonrientes, salen por una puerta, aunque se piensa que la sonrisa no sea por el trabajo cumplido, sino por haber hecho bien el mandado, y aunque no es el mandado aquel por el que se juramentaron en la universidad, no; es por el mandado que les dio aquél, el que nadie ve, pero que todos imaginan quién es.

Por otro lado, salen los abogados ganadores sin sonrisa ni placer, porque saben que ganaron una batalla que no pelearon ellos, en un juicio donde su intervención más importante era para adherirse a los planteamientos de la fiscalía, donde no pudieron presentar ni una prueba demoledora ni contundente, donde la diligencia no quedó ni siquiera bien hecha.

Salen sorprendidos, sin saber cómo fue que pasó, pero pasó... e igual salen con la cabeza en alto y la cara al viento... Si esta justicia fuera una iglesia, ya hubiese pasado a manos de Lutero, porque igual que en la iglesia de aquella época, muchos de sus representantes ante el pueblo han perdido la habilidad de interpretar la Constitución y las leyes.

Después del dolor, del llanto, toca escuchar los aplausos del otro lado y a los que reclaman, y se forman de nuevo las discusiones. Pero la suerte está echada: el que ganó, ganó, y el que perdió que se devuelva para su calabozo... porque ésa es la única diferencia que hace de este caso una realidad y no un formato de TV, que aquí todos los participantes quieren salir, ninguno se quiere quedar hasta el final, ni mucho menos llevarse el premio mayor. Iván ganó en este reality show... una sentencia de 30 años de cárcel.

Simonovis tiene 54 años de edad, la mitad de ellos andados en las calles de Caracas y otras partes del país, arriesgando su vida de día y de noche, luchando por imponer la justicia, trabajando por mejorar las instituciones policiales.

Por las condiciones de reclusión en las que vive, sabemos que ésta no es una sentencia de castigo... es una sentencia de muerte, ordenada por el régimen revolucionario venezolano".

Iván Simonovis
El Prisionero Rojo
Diario Las Américas. Miami, 20 de julio de 2014