lunes, 21 de julio de 2014

Armando Durán: Elecciones, ¿para qué?

. Comencemos por un presunto pero vigente sofisma:

a)    Las elecciones constituyen la esencia de todo proceso democrático.

b)    Hugo Chávez, tras el poco tiempo que pasó en prisión por su fracasada intentona golpista del 4 de febrero, emprendió la compleja circunvalación electoral para conquistar Miraflores por esa vía. Desde ese instante polémico de la historia nacional, Chávez demostró sentir una pasión ciega por el valor de las urnas electorales.

c)    La conclusión aparente de este burdo sofisma es elemental: Chávez fue, desde 1997, cuando decidió abandonar el camino de las armas, hasta el día de su muerte, un demócrata, sin duda heterodoxo, pero a carta cabal.

Fidel Castro, mentor y ejemplo a seguir por Chávez y su “revolución”, solo disimuló los propósitos finales de su proyecto durante los años de lucha contra la dictadura de Fulgencio Batista, cuando no dejaba de reiterar a todas horas que el objetivo central del movimiento insurreccional en Cuba era la rápida restauración de la legalidad democrática mediante dos acciones políticas terminantes: devolverle de inmediato su vigencia a la muy democrática Constitución cubana de 1940, abolida el 10 de marzo de 1952 por el golpe militar de Batista; y la convocatoria a elecciones generales en un plazo no mayor de 12 meses. Nadie tenía razón alguna para poner en duda a priori la sinceridad de este doble compromiso.
Sin embargo, el pensamiento político y los planes secretos de Castro apuntaban en una dirección muy distinta. ¿Derrocar la sangrienta dictadura batistiana? Por supuesto que sí, pero solo como trampolín. Su verdadero y subversivo objetivo iba mucho más allá de la simple reivindicación formal de la democracia, tal como se concebía entonces en todo el continente.
Su ambicioso y terrible proyecto era construir, sobre los escombros de la dictadura y del viejo régimen de democracia representativa, una Cuba nueva, implacablemente revolucionaria, socialista y antiimperialista. Razón por la cual, cada vez que alguien, incluso Richard Nixon, durante su entrevista privada del 19 de abril en Washington, le preguntaba por las elecciones prometidas, Castro eludía el tema afirmando que “los cubanos no desean elecciones por el momento”. Este argumento, después, comenzó progresivamente a ajustarse a la realidad. “Primero hay que hacer la revolución –sostenía Castro– después vendrán las elecciones”. Al cabo de pocos meses, la verdad castrista se impuso en Cuba sin tapujos: Elecciones, ¿para qué? Una pregunta que los venezolanos debemos hacernos ahora, cuando ya el gobierno y parte de la oposición comienzan a pensar y hablar de la elecciones parlamentarias del año 2015.  

2.
Es preciso tener en cuenta que Chávez se proponía hacer en Venezuela, 40 años después, exactamente lo mismo que había hecho Castro en Cuba, pero por otros caminos. Crear en Venezuela un sistema político a imagen y semejanza del cubano, mas con otra apariencia, con un disfraz de democracia. Para lograrlo, y solo para eso, se requería la celebración de elecciones cada dos por tres.

El primer paso en el proyecto de Chávez fue desmontar la antigua estructura del Estado. Chávez utilizó a Cecilia Sosa, presidenta de lo que entonces se llamaba Corte Suprema de Justicia, para poder convocar, fuera de la Constitución vigente, una Asamblea Nacional Constituyente. Luego se produjo la valiosa colaboración de Nelson Merentes, diseñador del famoso “kino”, que garantizó que el chavismo, con apenas la mitad de los votos emitidos, ocupara la inmensa mayoría de los escaños de la Asamblea. Inmediatamente después, con la colaboración de Henrique Capriles Radonski, presidente de la Cámara de Diputados, se disolvió políticamente el Parlamento y se le sustituyó por el llamado Congresillo, un pequeño grupo de diputados designados a dedo, con mayoría más que absoluta de representantes chavistas.

Con la nueva Constitución surgió la necesidad de darles forma real a los cambios constitucionales y para ello se convocó a nuevas elecciones generales. Desde entonces, y con la única excepción del referéndum de 2007, Chávez ganó todos los comicios organizados por un Consejo Nacional Electoral cuya única finalidad consistía en asegurar el triunfo de los candidatos rojos-rojitos. En este esquema, el nuevo Tribunal Supremo de Justicia se encargaría de darles siempre la razón a los intereses del gobierno. Llegando incluso, como en el caso del referéndum revocatorio, a propiciar todos los desafueros imaginables. Invalidar las llamadas planillas planas, por ejemplo, demorar las veces que hiciera falta la fecha del referéndum para permitirles a las misiones tener un efecto sentimental en los electores, alterar las condiciones electorales para avasallar los derechos de la oposición y llegar incluso al extremo de transformar el referéndum en plebiscito.
 
3.
Todavía faltaba un ingrediente fundamental para que la grosera manipulación del sistema electoral venezolano cumpliera con los requisitos formales de las elecciones democráticas. Vaya, que para que el juego electoral chavista tuviera pelaje democrático también era necesario disponer de una oposición que se prestara al juego. Tarea imprescindible después de los sobresaltos del año 2002, cuando desde Miraflores se promovió una falsa división de las fuerzas opositoras: de un lado, los golpistas y la violencia; del otro, los demócratas y la paz. La sombra del mariscal Petain y su república de Vichy comenzó a flotar sobre Venezuela gracias a la Mesa de Negociación y Acuerdos negociada por Chávez con César Gaviria y Jimmy Carter. Hasta que se divulgó la infame lista Tascón. Y después, cuando hasta el propio CNE se vio obligado a admitir que las máquinas captahuellas también le ofrecían al régimen muy siniestras posibilidades antidemocráticas.

Efecto directo de estos dos factores de la manipulación electoral fue que los ciudadanos, organizados en lo que se llamó la sociedad civil, impulsaron la tesis de la abstención en las elecciones parlamentarias de 2005. La dirigencia de los partidos de oposición se vio obligada a retirar sus candidaturas, pero a pesar de la magnitud de la abstención –única derrota electoral de Chávez– rápidamente se reagruparon para denunciarla y participar con mucho entusiasmo en la elección presidencial de 2006. Bueno es recordar que antes de las primarias de la oposición para elegir por la base al candidato, los tres precandidatos, Manuel Rosales, Julio Borges y Teodoro Petkoff, se reunieron con la directiva del CNE, admitieron la imparcialidad del árbitro y se comprometieron públicamente a aceptar los resultados oficiales de la próxima elección presidencial.

Ahora el régimen se prepara para nuevas andadas. La oposición también. El año que viene se celebran elecciones parlamentarias, pero por primera vez desde hace años de años, la “normalidad” política del país está alterada desde febrero por las protestas, en principio estudiantiles, y desde hace semanas mucho más amplias. La incapacidad del régimen a la hora de gestionar la crisis y el silencio insolidario de la MUD han debilitado por igual al gobierno y a la oposición más convencional y oportunista. Nada casualmente, la notable pérdida de popularidad del régimen no se ha traducido en un incremento significativo de la popularidad de la MUD.

Ante esta realidad que tanto perturba al régimen, la oposición “bien pensante” también se siente acorralada. Para Ramón Guillermo Aveledo y compañía, las elecciones chavistas han sido siempre el recurso agónico que les permite a los dirigentes más desgastados creerse parte del poder y no morir políticamente, aunque sea al elevado costo de distanciarse aún más de los sentimientos y las preocupaciones del ciudadano de a pie. O sea, de sus potenciales electores. No obstante, el único esfuerzo que parecen estar dispuestos a realizar, sin tener en cuenta para nada lo que ocurre a su alrededor, es, por una parte, condenar a quienes aspiran a una “salida” urgente de Maduro; por otra parte, tratar de devolverles a los venezolanos su esperanza en el voto, según ellos, única salida constitucional a la crisis. Tal como declaró hace pocos días Gerardo Blyde: “Cualquier salida constitucional pasa por cambiar el CNE”. O sea, por la vía electoral.

Lo cierto es, sin embargo, que para Chávez, y para Maduro mucho más, las elecciones siguen siendo el mecanismo perverso que le ha servido al régimen para legitimarse desde 1999 ante una comunidad internacional atenta solamente a las apariencias. En la práctica política de todos estos años, solo para eso han servido las elecciones en Venezuela. Para legitimar lo ilegitimable. Hasta ahora, con la colaboración activa de quienes, una vez más, temen quedar fuera del juego.

Armando Durán
Elecciones, ¿para qué?
El Nacional. Caracas, 21 de julio de 2014