El título del bolero de Manuel Alejandro que hizo famoso Raphael y que interpretaron otros grandes de la canción romántica, viene al pelo en un país en que el género epistolar comienza a tener peso y protagonismo como nunca antes en los últimos quince años. Me atrevería, asumiendo el riesgo de la inexactitud, a prolongar ese lapso hasta toda la era democrática de Venezuela 1958-1998. En los comienzos de esas cuatro décadas las cartas eran manuscritas o redactadas con máquinas de escribir manuales primero y luego eléctricas. Como el servicio de correos venezolano nunca fue un ejemplo de eficiencia y puntualidad, había que tener la precaución de entregarlas en mano si es que la misiva en cuestión tenía una importancia capital. El correo electrónico fue la tabla de salvación: se podía amar, detestar, odiar, pedir matrimonio o su disolución, iniciar o cortar una relación de amistad, opinar, chismear, negociar, mentir y hasta estafar con solo un correo electrónico. Las cartas, lo que se llaman cartas, dejaron de tener distinción y estilo. Nunca sería lo mismo emailear si es que el barbarismo se admite, la inmediatez del correo electrónico le restó personalidad y glamour a la epistolografía.
Durante la égida chavista se pusieron de moda las cartas abiertas que dirigentes de la oposición o simples ciudadanos enviaban al comandante en jefe, a sus ministros y a otros funcionarios. En realidad eran actos de catarsis o desahogo porque jamás, que se sepa, alguno de los receptores acusó el más mínimo recibo. Recordemos que una de las citas más manoseadas por el difunto fue “aquila non capit muscas”, por lo que siendo moscas todos quienes adversábamos al caudillo inmortal, su manera de aplastarnos con un manotazo era ignorarnos. Viajó Hugo Chávez a la eternidad sin boleto de retorno y dejó como heredero de su magna obra a Nicolás Maduro. Casi de inmediato a éste le llovieron cartas abiertas de sindicatos, gremios profesionales, empresarios, presos políticos, familiares de los presos, ONG y un sinfín de instituciones e individualidades. Todos en reclamo de sus derechos y con petición de buscar soluciones al desastre de hospitales, cárceles, servicios públicos, injusta administración de la justicia, violaciones de los derechos humanos, escasez de medicinas, sequía de divisas para la importación de lo más elemental y todos los etcéteras derivados del país en ruinas que recibió como herencia el hijo putativo.
Aunque este nuevo presidente era mucho menos águila que el de cujus, siguió con la práctica de ignorar las epístolas de las moscas. En el habla popular venezolana pistola no es solamente el arma que usan los delincuentes vernáculos para asesinar cada semana entre 150 y 200 personas, sino también una manera de descalificar a otro por tonto o insignificante. Suponemos que cada vez que alguien le anunciaba a Nicolás Maduro que había recibido una epístola de las que ya hemos hablado, él desde su vasta cultura respondía ¿Y quién es el pistola esta vez?
Pero, “a veces llegan cartas con sabor amargo, con sabor a lágrimas, a veces llegan cartas con olor a espinas que no son románticas…… a veces llegan cartas que te hieren dentro de tu alma”. Así, casi como un plagio del bolero de Manuel Alejandro, fue la carta pública que le movió el piso no solo al heredero del desaparecido líder sino a todo su tinglado revolucionario y político partidista. Un tipo extraño, de mirada malévola y sonrisa burlona, llorón cuando Chávez lo desechaba y más llorón cuando lo recogía, un marxista-leninista-estalinista que diseñó a conciencia durante tres lustros, la destrucción de la economía venezolana, un fanático que con sus consejos al líder transformó una próspera nación petrolera en un remedo de Haití o de cualquier miserable país africano, un sujeto que no tuvo empacho en decir en una reunión de gabinete, que la revolución necesitaba tener muchos pobres para sostenerse; ese espécimen fue quien escribió la carta abierta más abiertamente revulsiva de todas las que se hayan escrito en estos últimos quince años.
La epístola que pretende descalificar a Maduro como carente de liderazgo e indigno del legado de Chávez, es además la confesión descarnada de todos los delitos que el finado presidente comandante y su entorno cometieron para sostenerse en el poder y la complicidad del remitente con el robo descarado de 20.000 millones de dólares que se perpetró con la tramitación de divisas. Lo sabía, siempre lo supo, lo denuncia en la carta pero se cuida de identificar a los culpables.
¿Habría escrito esa carta Jorge Giordani si no lo destituyen? ¡Jamás! Henrique Capriles acuñó en su campaña electoral de abril de 2013, el calificativo de enchufados para aquellos que se han aprovechado indebidamente y se han lucrado con el ejercicio del poder gracias al socialismo del siglo XXI. Chávez los destituía, los humillaba pero ellos permanecían en silencio e incrementaban su servilismo y adulación. Sabían que el comandante era experto en reciclar desechos sólidos. Botados de un cargo aceptaban cualquier otro del nivel que fuese con tal de seguir en la movida. La vez Chávez botó a Jorge Giordani, dijeron los cercanos que el hombre entró en profunda depresión y se encerró en su casa sin dejarse ver por nadie hasta que el ídolo lo llamó de nuevo para que continuara con su plan de liquidar la iniciativa privada, sustituir la producción nacional por economía de puertos, expropiar empresas productivas para transformarlas en chatarra, cerrar casas de bolsa y hacer presos a sus directivos para que el dólar negro se elevara a la estratosfera y se incrementaran los negociados ilegales. En fin, hacer todo lo necesario para que floreciera el enriquecimiento corrupto de unas cuantos y el país quedara en la miseria, endeudado con medio mundo y sin divisas para importar los insumos más indispensables.
Esta vez Giordani no permaneció mudo como aquella cuando Chávez lo marginó, sabía que tarde o temprano el hombre al que mareó con su marxismo trasnochado lo llamaría de nuevo. Escribió y publicó la carta con sabor a espinas para que hiriera a Maduro dentro del alma, porque intuyó que su destitución del cargo de ministro de Planificación, directivo del Banco Central de Venezuela y de la petrolera estatal PDVSA, era definitiva. Pretendió darle a su destitución un barniz ideológico —la revolución herida por la contrarrevolución— cuando la verdadera causa es que Maduro debe elegir entre salvar su pellejo o continuar por el despeñadero socialista de factura cubano castrista. ¿Salva el pellejo Maduro con la salida de Giordani? ¿Ha sido el llamado “monje loco”, el único responsable del tsunami revolucionario que ha sumido a Venezuela en la inopia? Esta historia apenas comienza.
Paulina Gamus
A veces llegan cartas
El País. Madrid, 30 de junio de 2014