Ramón J. Velásquez fue un venezolano a quien la palabra sabio no le que quedaba grande. Y en un sentido clásico de la expresión, o el deseo de comprender, de conocer, de abarcar, de saber. Era un profundo conocedor en muchas materias y en destacadas actividades.
Ante todo un gran historiador. Un formador de historiadores y un entusiasta de la memoria histórica. Su obra personal como estudioso de la historia y como compilador de la historia es una de las más importantes de nuestro siglo XX, acaso la más relevante en el campo de la historiografía venezolana. En ese sentido, bastarían las colecciones de Pensamiento Político Venezolano y la labor en el Archivo Histórico de Miraflores para dar una idea de su notable aporte, amén de sus numerosos títulos, La caída del liberalismo amarillo, de primero entre ellos.
También era un periodista muy completo. Desde ser reportero de calle en Últimas Noticias a director de El Nacional. Y un periodista muy riguroso, a la vez que respetuoso del trabajo de los demás. De pluma madura y también filosa, de ser necesario. Su oficio periodístico le preservaba el interés por estar al día con la última noticia, con el hecho en desarrollo, con el titular de mañana.
Y desde luego que Ramón J. Velásquez fue un pedagogo, no quizá en la acepción puramente académica, pero sí en el orden de la vida ciudadana, de la convivencia democrática, del cumplimiento responsable de los deberes, de la pasión por la idea de Venezuela, por el gentilicio venezolano, y por su patria chica, el Táchira, a quien quiso, atendió y promovió en todas su larga y laboriosa trayectoria de hombre público.
Porque eso: hombre público, venezolano dedicado a la vida pública, al dominio de lo público, del interés público, del bien común, esa es la marca de Ramón J. Velásquez; no exclusiva, desde luego, pero sí única en la fisonomía propia de su vocación de servicio. La lucha política es una parte importante de ese llamado. Y esa lucha de Velásquez siempre giró en torno al ideal de la democracia.
Desde su acompañamiento a Diógenes Escalante en 1945, pasando por su testimonio de resistencia a las dictaduras, por su posición de secretario general de la Presidencia en el gobierno constitucional de Rómulo Betancourt, y de ministro de Comunicaciones en el primer quinquenio de Rafael Caldera, o por la presidencia fundacional de la Copre y el impulso a la reforma del Estado, o por su quehacer parlamentario en el Senado de la República.
Y esa lucha prolongada y consistente, lo condujo hasta la investidura de la Jefatura del Estado en 1993, en un momento crucial para la supervivencia de la democracia, lo que fue posible, en sustancial medida, por su capacidad de persuasión política, por su fuerza tranquila, por su autoridad ética y por su exigente sentido de responsabilidad ante el país. El presidente Velásquez, por otra parte, no se limitó a preservar el hilo constitucional en los 8 meses de mandato, sino que adelantó reformas económicas, administrativas y políticas, en la perspectiva de la descentralización, y con el concurso de calificados ministros y otros altos colaboradores.
La crisis que le correspondió sortear, parecía insuperable y una asechante dictadura militar tenía visos de fatalidad. Y por si fuera poco el deterioro político, la dimensión económica incubaba una crisis bancaria de magnitudes destructivas. Ese fue el maremagno que hizo de contexto en los tiempos en que Ramón J. Velásquez aceptó la misión de presidir la República para impedir que la violencia política acabara con la democracia nacional. Los venezolanos estamos en deuda con el presidente Velásquez y esperemos que ahora tengamos la disposición de saldarla.
Y ello será posible, no sólo reconociendo los méritos de su vida y de su obra, sino tratando de aprender de su perseverancia democrática, de su amor por Venezuela, de su voluntad de trabajo y superación, y de su respeto por la pluralidad; en fin, tratar de aprender de su sabiduría, que era vasta y buena, y en especial provechosa para el avance de nuestro país.
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Fernando Luís Egaña
El presidente Velásquez
El Nacional. Caracas, 28 de junio de 2014