La crisis de gobernabilidad se hace cada vez más patente. El tiempo pasa impregnado de un espeso y atosigador inmovilismo que mantiene al país en ascuas, sin que se vislumbre salida alguna a la grave situación económica, política y social. Maduro piensa que consiguiendo algunos miles de dólares puede correr la arruga –hasta donde alcance– de cara a las elecciones parlamentarias de este año, sin percatarse –al menos así parece– de que, mientras más se tarde en tomar las decisiones impostergables que se requieren, mayor será el costo político que tendrá que pagar y mayor será el deterioro de su mermada popularidad, hasta el punto de que en el seno de las propias filas chavistas crece la percepción de su falta de destreza para sortear la tormenta del descontento.
No basta con invocar al presidente difunto todos los días, no basta con seguir comprando medios de comunicación, no basta con la autocensura de otros, no basta con la imposición del silencio; al final, igualmente, forzado por las circunstancias, tendrá que hacer algo. Algo que nadie sabe a ciencia cierta qué será, porque la declaraciones contradictorias y las mentiras de los altos voceros oficialistas lo que hacen es confundir más a quienes de suyo ya lo están. Se espera lo peor, mientras la improvisación, las carencias y la caída –en barrena– de la calidad de vida de los venezolanos hacen insostenible el mantenimiento del actual estado de cosas marcado por una aberrante espiral del caos, con un peligroso aumento de la entropía de un régimen que se niega tozudamente a facilitar válvulas de escape para aliviar las tensiones. Ante semejante cuadro, no es difícil inferir que el desenlace final no va a ser bueno para nadie.
La arrogancia, la prepotencia y la autosuficiencia que muestran quienes están en el poder los hace cometer errores que van desdibujando, en el plano doméstico y en el ámbito internacional, la imagen que a punta de audacia, de petróleo y regalos construyó Chávez. Estos “herederos” no están a la altura de las circunstancias y son absolutamente incompetentes para ejercer las funciones y responsabilidades de las que se han apoderado para minar las bases de la democracia. Como ejemplo está la barrabasada que cometieron en ocasión de la presencia de los expresidentes Pastrana, Piñera y Calderón, impidiendo torpemente la visita a Leopoldo López en Ramo Verde. Convirtieron en relevante noticia internacional, en extraordinario, lo que, a lo mejor, hubiese tenido un desenlace de más bajo perfil. En fin, una pifia que desnuda el talante autoritario y militarista de un gobierno debilitado, que no está en condiciones de tales aspavientos, antes, por el contrario, le sale una dosis de humildad para ver si puede capear los fuertes vientos en ciernes.
Maduro luce acorralado por sus propias deficiencias, por las fallas de una corte que en nada ayuda a la solución de los problemas; sino, más bien, siguen atizando el fuego, sin percatarse de que el que juega con candela se quema o sale chamuscado. Esto en medio de la papa encendida del aumento del precio de la gasolina, cuyas impredecibles consecuencias pretenden paliar con una publicidad vacua, inconsistente con la terca realidad.
Freddy Lepage
La conspiración contra Maduro
El Nacional. Caracas, 30 de enero de 2015