martes, 9 de septiembre de 2014

Paulina Gamus: El gran salto adelante

Durante tres meses, los venezolanos fuimos espectadores y víctimas de una farsa que el farsante mayor llamó "el sacudón"

"La historia se repite dos veces, la primera como tragedia, la segunda como farsa". Quién nos iba a decir que una de las frases más traídas, llevadas y manidas de Karl Marx iba a ser tan útil para describir los desaguisados de un Gobierno de seudo marxistas. Marx no lo dijo pero es factible creer que no le hubiese molestado una tercera posibilidad, la tragicomedia, verbigracia en el caso venezolano. Hasta hace algunos días, el causahabiente de Hugo Chávez —Nicolás Maduro— se había dedicado a repetir la historia del hundimiento de la Cuba fidelista, según el patrón dictado por el causante. Así se llama en derecho a quien deja una herencia pero, en el caso específico de Chávez, habría que entenderlo además como aquel que causó la catástrofe económica y social de Venezuela. Maduro ha sido el sepulturero.
Sin embargo, parecían soplar vientos de cambio. Durante tres meses, oficialistas y opositores fuimos espectadores y más tarde víctimas de una farsa que el farsante mayor llamó "el sacudón". Sus anuncios harían estremecer los cimientos de la nación. Rafael Ramírez, el segundo hombre más poderoso del país después de Chávez, aún en vida de éste; aquel que usufructuaba tres cargos: presidente de la petrolera estatal PDVSA, vicepresidente del área económica y ministro de Petróleo y Minería, se había reunido con inversionistas internacionales y aseguraba que Venezuela iba hacia la unificación cambiaria y la apertura económica. ¡Ahhh!, y que era inevitable el aumento del precio de la gasolina, la más barata del globo.
Los economistas y opinadores de oficio estuvieron distraídos todo ese tiempo debatiendo sobre cuál debía ser la cotización del dólar único y las consecuencias inflacionarias. A la par, se creaban comités y circulaban por Internet peticiones para protestar contra el aumento del combustible. De vez en cuando aparecía algún capitoste de la hidra de mil cabezas y una sola corrupción, que es el partido de Gobierno, rebatiendo a Ramírez y sus propuestas burguesas y neocapitalistas. En el órgano oficioso de la revolución chavomadurista —Aporrea— se peleaban los marxistas radicales con aquellos que reconocían que por el camino trazado por Maduro y su caterva, íbamos directos al precipicio.
Con la destitución de Rafael Ramírez y su confinamiento a la cancillería murió toda esperanza de rectificación
Para incrementar el suspense, Maduro continuaba anunciando que venía el "sacudón". La gente hacía el esfuerzo sobrehumano que se requiere para ver y oír sus cadenas radiotelevisivas, a la espera de los anuncios que pondrían a temblar a la patria bolivariana. Pero el aposentado en la silla presidencial se iba por las ramas, trepaba hacia las copas de los árboles, escalaba montañas y no soltaba prenda. A las personas de juventud prolongada o en la edad de oro, es decir, a los viejos, nos parecía un remake de El derecho de nacer, aquella radionovela cubana que de verdad sacudió los sentimientos de miles de escuchas en los años 50. Don Rafael del Junco, el abuelo del héroe Albertico Limonta, había agotado no menos de 30 episodios de la serie tratando de revelar una dramática verdad, sin poder articular palabra. Y ahora, por culpa de otros cubanos, el presidente venezolano no terminaba de sacudirnos. Pero llegó al fin la noche del 2 de septiembre. Maduro habló como si él fuera Konrad Adenauer al frente de un país parecido a Suiza. Hizo unos cambios no de caras sino de cargos al mejor estilo de Lampedusa: "Tratativas pespunteadas de tiroteos inocuos, y, después, todo será igual pese a que todo habrá cambiado".

Con la defenestración esa noche del otrora poderoso Rafael Ramírez y su confinamiento a la cancillería —tan disminuida desde tiempos de Chávez— murió toda esperanza de rectificación.

Paradójicamente, el hombre que contribuyó a que Hugo Chávez hundiera a Venezuela sin emitir entonces una sílaba de protesta o desaprobación, parecía estar dispuesto a reflotarla. Pero se impusieron, más que los ideólogos marxistas, los militares cuya única ideología es mantener el statu quo que les permite continuar el saqueo sistemático del erario público.

Para organizar un Estado comunal se requiere planificación y un mínimo de eficiencia, cualidades inexistentes en estos marxistas tropicales y amantes de la vida burguesa
¿Seguirá todo igual, nada cambiará? Ojalá los venezolanos tuviésemos la suerte de seguir tan mal como antes del sacudón de Maduro, porque la realidad que se avecina es la del gran salto adelante de Mao Zedong. Como se recuerda, el mismo fue el propósito de transformar la economía agraria china en una sociedad comunista mediante la industrialización y el colectivismo. El resultado fue una hambruna que causó la muerte de 30 millones de chinos, en su mayoría niños y ancianos. Por supuesto que una parte de esa historia no podría repetirse en Venezuela ni en la versión comedia. Imposible pensar en una industrialización tan desastrosa como aquella de Mao ya que, en dieciséis años, la revolución bolivariana no ha logrado producir un tornillo. El quid está en la colectivización para lo que Maduro designó Ministro de Comunas a Elías Jaua, un comunista irredimible en cuyo curriculum destaca como lo más loable, su pasado de terrorista urbano. Nuestras esperanzas están cifradas en que para organizar un Estado comunal se requiere algún sentido de la planificación y un mínimo de eficiencia, cualidades inexistentes en estos marxistas tropicales y amantes de la vida burguesa.
Clamemos pues al cielo para que nada cambie y para que la historia no se repita en ninguna de sus versiones. Solamente recordemos que al desastre del gran salto adelante de Mao, le siguió la revolución cultural con su secuela de persecuciones, asesinatos, suicidios y destrucción. Fue la venganza del gran timonel por el fracaso de su Salto. Maduro no es Mao Zedong ni Venezuela es la China de entonces, pero el hambre y la represión son iguales en cualquier parte.

Paulina Gamus
El gran salto adelante
El País. Madrid, 6 de septiembre de 2014