La popularidad de Maduro sigue bajando, sin que hasta los momentos exista alguna posibilidad de revertir tal situación. Todo lo contrario, más bien la tendencia es a que la caída siga su rumbo ante la profundización de la crisis. Esto trae aparejadas graves consecuencias de gobernabilidad con incidencia determinante a lo interno del PSUV y sus partidos “aliados”, considerados jarrones chinos; es decir, no son tomados en cuenta sino en momentos electorales, pero no para las decisiones de gobierno.
Maduro, envuelto en un matorral de contradicciones y vacilaciones, es un preso de sí mismo y de las corrientes partidistas más radicales que se niegan a entender que el legado del comandante eterno es inviable y ha llevado el país a la ruina, en aras de un dogmatismo que no tiene vigencia alguna en pleno siglo XXI. Ahora bien, el régimen pretende sumir en la pobreza a todos los venezolanos como parte de una política de control social –copia del comunismo de los Castro– sin percatarse de que Venezuela es mucho más compleja, en lo político, en lo económico y en lo social, que la isla caribeña, atrapada –sin salida– en el “mar de la felicidad”.
Los problemas no son enfrentados con determinación, audacia y conocimiento, en función del interés colectivo, sino que el inmovilismo gubernamental intenta ponerlos en una suerte de “invernadero represivo” –si el término vale–, pensando que la gente, por la fuerza del miedo, de la costumbre, de la resignación y de las circunstancias, no va a reaccionar. Pues bien, eso ha funcionado en muy pocas naciones con pueblos empobrecidos, envilecidos, sometidos a atroces cepos dominantes, donde cualquier tipo de disidencia es repelida con la más cruel e inhumana violencia; en sociedades con largas tradiciones y costumbres esclavistas y feudales de sumisión y alienación, como es el caso de algunas dictaduras asiáticas o africanas.
A Maduro y su grupo, conscientes de esta situación, y ante sus carencias y debilidades evidentes para superar la falta de carisma y liderazgo, no les ha quedado otra que aferrarse al recuerdo del presidente fallecido como medio de conexión y pegamento con las desencantadas masas chavistas. De allí que, tanto en el discurso como en la representación visual, Chávez siempre esté presente, con el problema que esto trae aparejado: mientras más se afinquen en la imagen de líder único de la revolución, más difícil será sustituir su omnipresencia en el imaginario popular. Por ello, esta es un arma de doble filo que puede servir para la coyuntura, pero no como solución a largo plazo. ¿Quién se acuerda en China de Mao? ¿Quién exalta en Rusia a Stalin? Igual sucede en muchas partes del planeta donde han gobernado hombres fuertes, autoritarios, déspotas de la órbita comunista.
En suma, eso de vivir colgado de la figura de Chávez –con un fuerte culto a la personalidad– no es suficiente para mantener a Maduro en el poder que se le escurre de las manos por las vías electorales de orden constitucional. ¡Mosca, pues!... Por ello, las elecciones parlamentarias venideras son de crucial importancia.
@Freddy_Lepage
Freddy Lepage
Colgados de Chávez
El Nacional. Caracas, 19 de septiembre de 2014