¿Como la guayabera?
SOLEDAD MORILLO BELLOSO
El Universal. Caracas, 20 de abril de 2014
Nuestro país, un rompecabezas con las piezas rotas, sufre de la enfermedad de la desconfianza.
Quienes alguito sabemos sobre el complejo tema de la resolución de conflictos entendemos que en muchos casos es mejor que las reuniones se hagan a puerta cerrada. Pero el proceso de diálogo en Venezuela es la excepción a esa regla no escrita.
Nuestro país, un rompecabezas con las piezas rotas, sufre de la enfermedad de la desconfianza. Ello es cuanto menos comprensible dado los antecedentes de este diálogo al cual llegamos con la lengua afuera y la piel escaldada. Hacer las discusiones intra muros, cual devoto en confesionario, cae como balde de agua helada que alimenta el escepticismo.
Los tirios no tienen crédito en los troyanos y viceversa. Aquí no hay cheques en blanco girados al portador. Conviene a quienes integran ese proceso dejar que cámaras y micrófonos sean el vehículo para la construcción de un mínimo de confianza. Porque los públicos tienen derecho a saber todo lo que en ese diálogo ocurra. El secretismo lleva implícita una opacidad de la que ya los venezolanos estamos hasta la coronilla. El asunto va mucho más allá de lo que algunos necios pueden calificar como el deseo morboso de ser testigos en primera fila de cómo los sentados a esa mesa se lanzan puñaladas con liguita. La Constitución Nacional, que nos fue impuesta en 1999 y que realmente legitimamos en 2007, establece que "... La participación del pueblo en la formación, ejecución y control de la gestión pública es el medio necesario para lograr el protagonismo que garantice su completo desarrollo, tanto individual como colectivo. Es obligación del Estado y deber de la sociedad facilitar la generación de las condiciones más favorables para su práctica".
Lo que pueda suceder en ese escenario de diálogo es crucial para nuestro futuro. Depende de su resultado si llenamos las páginas de obituarios o más bien de noticias sobre cómo vamos saliendo de este atolladero. No transmitir el diálogo es secuestrarnos nuestro derecho ciudadano a algo tan elemental como saber en detalle lo que están discutiendo y decidiendo allí y poder hacer un escrutinio soberano.
Quienes se sienten a la mesa no deben jugar a ser los guionistas de una mediocre película que se titule "El diálogo no será televisado". Si de algo está harto este país es de que lo pretendan dejar como la guayabera.
soledadmorillobelloso@gmail.com