Que no se calle la calle
MANUEL MALAVER
El Diario de Caracas. Caracas, 27 de abril de 2014
No hay más silencio en las calles de Venezuela, ni tranquilidad, ni paciencia,
ni resignación para que los grupos armados del gobierno o del hampa dispongan de
la vida, libertad y hacienda de los ciudadanos a su haber y entender. Es el fin
de la licencia para matar de bandas que, ya sea por instrucciones de los mandos
políticos y judiciales oficialistas, o de las mafias de paramilitares asolan las
calles, pero cuyos crímenes serán juzgados más temprano que tarde en tribunales
nacionales e internacionales.
No es una aspiración nueva de la Venezuela democrática, puesto que ya en el
2002, 2003 y 2004 la oposición tomó ciudades y pueblos para que los irregulares
del oficialismo entendieran que la destrucción de Venezuela no ocurriría sin
lucha, acusaciones, juicios y castigos pero que, dado los altibajos de la
política, se contuvo, pero no detuvo.
Lo básico a destacar en el contexto, sin embargo, es que, ni siquiera con los
errores de la oposición en el 2005, y los inmensos recursos que manejó el
chavismo a raíz del ciclo alcista de los precios del crudo (2004-2008), el
proyecto neototalitario se hizo de una mayoría de venezolanos que le permitiera
sentar tienda y, muy al contrario, se dispersó con tumbos, vaivenes y barajos
que ya lo hacían avanzar, ya retroceder.
Son los tiempos en que Chávez se ve forzado a recurrir a la ayuda política
extranjera, y en un acto de incalificable violación de la soberanía nacional,
cierra un pacto o alianza con la dictadura cincuentenaria cubana de Fidel y Raúl
Castro, por el que intercambian la reinstauración en la isla del subsidio
soviético, a cambio de que el castrismo le suministrara apoyo para controlar,
vigilar y reprimir a la oposición democrática.
Pero ni aun con ello el chavismo se construye posiciones y trincheras para
avanzar, así como tampoco lo logra con la audaz política clientelar que lo
impulsa a crear el ALBA (Cuba, Nicaragua, Venezuela, Ecuador y Bolivia en un
solo bloque) o comprar el apoyo de gobiernos de países como Brasil. Argentina,
Uruguay, y parte del Caribe y Centroamérica, que le devuelven muy poco mientras
se engullen más de la mitad del billón y medio de petrodólares que ingresó al
tesoro nacional como consecuencia del boom petrolero.
En la contención, no hay dudas que jugó un papel invaluable la política
unitaria que desde el 2006 comenzaron a implementar las organizaciones políticas
opositoras, y que, a partir del 2007, fueron anotándose éxito tras éxito
(elecciones parlamentarias en el 2008 y para gobernadores en el 2010) hasta
llegar al punto de “quiebre e inflexión” que significaron las elecciones
presidenciales del 14 de abril del 2014.
Conviene detenerse en la fecha, pues está en el origen de la actual protesta
nacional anticastrochavista, así como en el sacudón de la política unitaria que,
sí persiste, es porque su dirigencia ha tenido la amplitud necesaria para oír y
plegarse a otras voces.
Lo que sucede es el fin del chavismo como mayoría política (si es que alguna
vez lo fue) a causa de su derrota o casi derrota (apenas habría ganado con 200
mil votos, y si fue derrotado sería con un millón de votos) por el candidato
opositor, Henrique Capriles Radonski, quien, o debía imponerle al chavismo su
triunfo, o convertirse en un líder político nacional para el cual la conquista
del poder no admitía plazos.
Para ello, tenía que agitar la denuncia del fraude, pero no solo en
instancias jurídicas nacionales e internacionales, sino, básicamente, en las
calles de Venezuela que debían ser el gran centro o batalla para el
reconocimiento de su triunfo.
Capriles hace un primer intento, el país se moviliza, pero alegando que no
respaldaba acciones violentas y que podía convencer a multilaterales como
Unasur, Mercosur y la OEA que había ganado, inicia una campaña internacional que
logra imponerle a Maduro un reconteo de los votos, pero “a la manera” de
Maduro.
Conocemos el resultado de esta estrategia como para “recontarla”, así como de
la siguiente batalla en la cual Capriles piensa ganar lo que había perdido en la
calle y en las multilamentarias del 2015.
sin protestar, legitimaron a Maduro y de paso soltaron que la pelea
continuaba pero en las elecciones parlaterales, y que concluye en un estruendoso
fracaso, pues Maduro lleva a cabo un gigantesco fraude, y no solo se impone en
las elecciones municipales por mayoría de votos, sino que se alza con el 70 por
ciento de las alcaldías.
Pero el mayor triunfo madurista fue que la MUD y Capriles, en representación
de la oposición, aceptaron los resultados sin protestar, legitimaron a Maduro, y
de paso, soltaron la perla de que la pelea continuaba pero en las elecciones
parlamentarias del 2015.
Fue el fin de facto de la unidad opositora que venía construyéndose desde el
2006, pues el Secretario General de “Voluntad Popular” (partido que había sido
el “fenómeno” de las elecciones del 8-D, pues se había convertido en el cuarto
partido nacional al sumar 400.000 votos y ganó 15 alcaldías), Leopoldo López,
más la diputada, María Corina Machado, y el Alcalde Metropolitano, Antonio
Ledezma, empezaron a declarar a los medios que se debía retomar la movilización
que se había truncado el 16 de abril y empezar a capitanear la protesta popular
ante un modelo político y económico cuyos resultados no podían portar sino la
etiqueta de “ruina”.
Venezuela a comienzos del año ya era, en efecto, lo que es hoy, un
espectáculo de cientos o miles de consumidores en colas frente a abastos,
mercados y supermercados en los cuales el gobierno les promete que puede haber
llegado la leche, la harina pan, el arroz, el aceite la pasta, la azúcar, o el
papel toalet.
El hampa también se batía con furia sin igual, y el saldo de venezolanos
asesinados en las calles en el 2013 era de 25.000, la inflación se acercaba al
60 por ciento anual, y también escaseaban las medicinas, desaparecían los
servicios públicos, y el transporte, las vías carreteras, y la infraestructura
era ahora una chatarra que anunciaba que había existido alguna vez.
Pero en cuanto a las libertades, los derechos humanos y las garantías
ciudadanas, el madurato también arrasaba con los residuos que se sobrevivían y
la mejor prueba era que ya no había televisoras independientes, las
radioemisoras se reducían y la prensa escrita era asfixiada porque el gobierno
no suministraba dólares para la compra de papel.
De modo que, la mesa estaba servida, no para permanecer impasibles pensando
en las elecciones parlamentarias del 2015, sino en una protestar popular de
“ahora y ya”, que contuviera o le pusiera fin al castrochavismo que ya empezó a
llamarse madurismo.
Fue la iniciativa que tomaron un grupo de estudiantes en la ciudad de San
Cristóbal, en el Estado Táchira, sin ninguna clase de dirección, ni liderazgo, y
que al ser reprimida por el gobierno regional, se trasladó a Mérida, Maracaibo,
Barquisimeto, Valencia, Caracas, Porlamar, Ciudad Bolívar, Puerto Ordaz, Cumaná
hasta convertirse en el incendio que no da muestras de ceder.
Y que contó con dos reacciones opositoras: la reticente, ambigua, distante y
crítica de Capriles y la MUD; y la fervorosa, proactiva, estimulante y
motivadora de líderes como Leopoldo López, María Corina Machado y Antonio
Ledezma.
Lo cierto es que un vendaval o huracán sacudían, no solo al gobierno sino a
la MUD y Capriles que indudablemente habían errado sus cálculos en la
profundidad y extensión de la crisis nacional y sentían amenazados sus
liderazgos ante esta fuerza cuyo escenario era la calle y sus organizadores
desconocidos e incontrolables.
Llegó un momento, por tanto, en que pareció que la división opositora pasaría
de real a formal, -sobre todo en circunstancias que Leopoldo López fue
encarcelado-, pero para desconsuelo de Maduro y CIA, se impusieron las ganas de
no perder la oportunidad de reconvertirlo en un presidente ilegal, deslegitimado
y sin apoyo nacional, y de la unidad opositora puedo anunciar que está muy bien,
demasiado bien.
Sobre todo, no está equivocándose en el camino, ni perdiéndose en fantasías,
ni apostando en milagros que no sean el resultado de políticas bien diseñadas,
calculadas y monitoreadas, luchando, en definitiva por “lo posible” como fórmula
para llegar a “lo imposible”.
Y con una única e irrenunciable consigna: “Que no se calle la calle”.