Costumbres Inquietantes
LEONARDO PADRÓN
EL Nacional. Caracas, 27 de abril de 2014
Ciertamente, de todas las costumbres, morir
es la más extraña.
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El venezolano está sucumbiendo al
peligroso caldo de la costumbre. Se nos ha vuelto rutina la crisis. Vivimos bajo
protesta. El paisaje urbano se ha llenado de trancazos, barricadas y marchas.
El gobierno se ha convertido en un obstáculo para la serenidad. A eso,
el país opositor ha agregado sus propios obstáculos. Las cadenas de Maduro
intentan convertir en timidez los antiguos maratones de Chávez ante el
micrófono. Y ya nos habituamos a lidiar con ese engorro. La escasez de productos
es como una tos crónica y las amas de casa han armado, como cuenta Lissette
Cardona en un reportaje de El Nacional, una red de cazadores.
Mujeres que se agrupan para recorrer kilómetros en busca de aceite, café o
azúcar.
La ciudad convertida en bosque, donde hay que avistar por horas
a la presa. En el proceso nacen amistades, intercambian teléfonos, datos. Y
hasta llegan a ejercer el trueque: "La semana pasada cambié dos litros de leche
por dos de aceite y harina de maíz por harina de trigo", le cuenta una residente
de Chacao a la periodista. El bosque, ese es el problema, está atestado de
cazadores.
Galeno decía que la costumbre es una segunda naturaleza. Si
así no fuera, la raza humana se hubiera extinguido de desasosiego.
La
costumbre nos va domesticando el asombro. Tarde o temprano aceptamos las nuevas
realidades que nos presenta ese guionista extravagante que es el destino. Así
como uno se termina acostumbrando a la muerte de un ser entrañable o a la
llegada avasallante de la tecnología, la gente va adecuándose a los nuevos rizos
que elabora la tremebunda política nacional. He aquí el peligro. Anatole France
tuvo a bien alertarnos: "Lo más escandaloso que tiene el escándalo es que uno se
acostumbra a él". Es hora de prender las alarmas.
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Breve
inventario: Nunca debimos, pero nos fuimos acostumbrando a la baranda de Tibisay
Lucena. Y su vacío existencial, su tono de cine francés, su clima de sospecha,
su adicción a los malos fi nales.
Nunca debimos, pero nos hemos ido
amañando con la sonrisita de Jorge Rodríguez y todo lo que siniestramente
oculta. Nos encona, nos vapulea la úlcera, nos extrae groserías. Pero él
persiste.
Nunca debimos, pero hemos terminado aceptando como tradición y
humorada los incesantes tropiezos de Pastor Maldonado en la Fórmula 1. Todo un
desagüe de dólares del erario nacional.
Nunca debimos, pero desde la
alocución del primer Chávez hasta el último Maduro, nos hemos resignado los
ajenos al dogma a recibir insultos de todo calibre y magnitud. Serpientes, eso
nos lanzan. Y en cadena nacional, faltara más.
Nunca debimos, pero nos
acostumbramos a responder a tales insultos. Y en esa sopa gigantesca de
agravios, nació la infección de odio que hoy nos defi ne.
Nunca debimos,
pero se nos hizo hábito desde Páez, Gómez, CAP y Chávez que todo gobierno
ejerciera el desfalco de las arcas públicas.
Nunca debimos
acostumbrarnos.
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Hace poco leí un libro que recorrí con
sobresalto. Un libro considerablemente rudo porque no tiene ni un gramo de fi
cción y todo lo que relata es la Venezuela que hoy somos. Se trata de Y nos
comimos la luz, de María Isoliett Iglesias, curtida reportera de
sucesos de El Universal. Son crónicas sobre la violencia social. Su repulsiva
cotidianidad. Sus personajes, víctimas y verdugos, el entorno y las secuelas, la
tanta sangre derramada. Se reúnen allí historias que rozan lo delirante. Está la
de Fredie, que se gana la vida ofreciendo servicios funerarios en la morgue de
Bello Monte y le reza a los muertos para que lo ayuden a tener un buen día. Está
la del hombre que depositó tres disparos en la espalda de otro solamente porque
su pequeña perra le olisqueó una pierna. O la de aquel que confi esa que él
solamente es la mitad del diablo y que "se aburrió de coleccionar los plomos que
le sacaba a cada uno de sus muertos después de tirotearlos". María Isoliett
logró ahondar en su testimonio y la sensación de escalofrío es inmediata: "Yo
mato porque sí, porque me gusta, porque hay que hacer limpieza (...) Cuando lo
haces una vez, no puedes parar. Es una droga". Silencio. En eso me convertí
después de leer tamaña frase, en silencio.
Algo muy hondo se ha roto en
este país.
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Uno de los trabajos más sólidos sobre el problema
de la violencia en Venezuela lo realizó el sacerdote salesiano Alejandro Moreno.
Y salimos a matar gente: Investigación sobre el delincuente
venezolano violento de origen popular es un libro de dos tomos que
reúne 15 historias de vida y un análisis de gran rigurosidad sobre nuestra
endémica violencia. Como bien lo defi ne Moreno, son "historias de ausencias:
ausencia de familia, ausencia de madre, ausencia de afecto, ausencia de
relaciones vinculantes, ausencia de atención".
Son seres que nacen
marcados por una primera violencia: la violencia del abandono. Se acostumbraron
a no pertenecer.
La primera historia de vida, la de un delincuente
llamado Alfredo, quedó trunca. Faltó una última entrevista, pues primero
llegaron nueve puñaladas a su cuerpo. Apenas tenía 38 años de vida. El padre
Moreno nos descifra cómo el crimen es una vía para acceder a una forma de poder:
"Alfredo, como todos, delinque, en primer lugar, para lucir. (...) Destacarse
sobre todos, ser admirado, ser incluido en el medio, como el principal, el más
signifi cativo, el más poderoso". En nuestro sistema carcelario, por ejemplo,
quien llega a ser pran del recinto es porque es el más violento, el más temido.
Poder y sangre van de la mano.
Moreno subraya lo que ya es
notorio en la crónica roja del siglo XXI venezolano: en los delincuentes nuevos
"atraco y asesinato se han unido: te robo y te mato. Un cambio radical y muy
signifi cativo para la sociedad: la violencia se ha vuelto más sangrienta, más
agresiva, más implacable; el violento ha perdido controles, límites, emociones".
Y, por supuesto, el Estado contribuye ferozmente con 92% de impunidad.
Matar como hábito y agenda.
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Informe rápido de nuevas
costumbres: 1) Por un extraño misterio, las bombas lacrimógenas se quedaron
pastando eternamente en tres cuadras de la parroquia Chacao. Las funciones son
diarias y con horario fi jo. Represión y barricadas a partes iguales. ¿Se
acostumbrarán los vecinos a llorar mientras intentan respirar? 2) Los asaltos
que perpetran los cortejos fúnebres de malandros.
Ya es tradición. El
botín somos los conductores que no lloramos al difunto. La policía conoce el
modus operandi. Ni pendientes.
3) Las noticias delgadas. La prensa que
no le hace carantoñas al régimen ha sido obligada a la anorexia informativa. La
lectura se agota en cinco minutos. Se asiste a la muerte, por asfi xia, del
periodismo impreso.
4) Los colectivos. O paramilitares. O bandas armadas
en motos.
Bautícelos a su real antojo. Ya son parte del paisaje.
Aparecen en los eventos electorales. Llenan el aire de amenazas. Atacan
salvajemente a las protestas. Sitian a los barrios. Son una nueva tribu urbana.
Son intocables.
5) La vida no vale nada. Pablo Milanés dixit. Menos que
un dólar al cambio ofi cial. Basta con ir a comprar Ibuprofeno en Farmatodo.
Con demorar el beso de despedida en la camioneta. Basta una bala
perdida. Basta la irritación de alguien que tropezaste en la fi esta del
callejón. Basta ver bonito a la novia bonita de otro.
6) Las torturas.
Nuevo ingrediente de la pócima revolucionaria.
Manifestar es un derecho
constitucional, pero acostúmbrate a lo que dicen las letras chiquitas: rodilla
en alcantarilla por no ejercer la "rodilla en tierra", electricidad en los
senos, golpes con bates sobre cuerpos envueltos en goma espuma, cascos que
hinchan tu rostro, cuerpos rociados con gasolina, amenazas de violación.
Acostúmbrate a que las torturas ocurren. Pero "no existen".
7) El país
que gira sobre su propio eje y no avanza. El país que no entiendes. El país que
rechaza a su mitad.
8) Si tu carro se queda sin batería, bienvenido a
las aceras. Si no consigues tu champú de siempre, compra otro. Vivir es
experimentar. Si solo te activa el café en las mañanas, intenta ducharte con
agua fría. A fi n de cuentas, la cafeína tiene sus bemoles. Si ahorraste todo un
año para viajar a Disney o Cancún con tus hijos, olvídalo, recapacita, piensa en
bolívares, Venezuela es chévere, pero cuidado con los huecos, los miguelitos en
la carretera, los peajes falsos, en fi n, cuidado con la muerte. Ella también
hace turismo nacional.
9) La denunciante que va presa. La secuestrada
que calla para siempre su historia. La diputada que le prohíben trabajar.
Los cadáveres que comienzan a llenar el Guaire.
10) Planear una
nueva vida. En otro país. Así sea uno que limite por el norte con lo que sea y
por el sur con tus ganas de no morirte.
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La protesta que
encendió el país el 12 de febrero del 2014 lleva ya 42 muertos. ¿Alguien
recuerda el nombre de la última persona asesinada? Hay muertes que poseen más
resonancia que otras. Sin duda.
También puede ocurrir que, simplemente,
nos estamos acostumbrando a morirnos.