viernes, 10 de julio de 2015

Laureano Márquez: Carta al Papa Francisco

Caracas, Venezuela.
10 de julio de 2015 A.D. (Anno Domini)
Su Santidad
Papa Francisco
Nunciatura Apostólica,
Paraguay.

Santo Padre:
Quien le escribe vive de la gracia que produce el humor y toda gracia nos viene de Dios. Sé, además, que usted valora el humorismo, celebra la alegría y anda siempre con una sonrisa amable y buena que nos entusiasma. Con todo respeto, yo hago una broma sobre su elección en mis presentaciones cuando hablo de usted: digo que si antes ya creía yo en el Espíritu Santo, luego de su designación creo mucho más, porque al único argentino humilde, el Espíritu Santo lo encontró. Ya sabe usted que en Venezuela a sus paisanos les han dado fama de pedantes, cosa que naturalmente no es cierta. Sus connacionales, como los venezolanos, a pesar de la mala propaganda que nos hacen nuestros conductores (y no hablo de los de automóviles), somos mayoritariamente gente buena, amable y honesta.
Su Santidad: realiza usted su primer viaje pastoral a América Latina. Visita un Ecuador convulsionado por protestas y también a Bolivia y Paraguay, donde según el cronograma, se encuentra usted en este instante. Sé que el tema Venezuela ha estado presente en sus inquietudes y homilías en este viaje de manera directa o indirecta. Cuando habla usted de “los sectarismos”, “la tentación de las dictaduras” o “los liderazgos únicos”, yo, como venezolano, me siento plenamente identificado. Nosotros no contamos en este instante con eso que usted llama: “la inmensa riqueza de lo variado”, sino con la infinita pobreza del pensamiento intransigente. No tenemos nosotros que explicar a Su Santidad lo que nos sucede, porque usted es un hombre informado y sensible ante los padecimientos del mundo. Venezuela va mal, Santo Padre, y va a estar peor en los próximos tiempos, como consecuencia de terquedades de diverso tipo: la insistencia en una política económica absurda, que empobrece y deteriora el país y la obstinación en consolidar un modelo político excluyente en el cual la disidencia no tiene cabida o es criminalizada, todo esto bajo la formal apariencia de formas democráticas. Una nueva forma de dictadura se cierne sobre Latinoamérica, la que se vale de la democracia y de la popularidad inicial con la que cuentan las propuestas demagógicas y populistas para desmontar la propia democracia democráticamente. Esa es la contradicción que padecemos. Nuestros gobernantes no aceptan el descontento, consideran toda crítica como “intento de golpe de Estado”; en nombre de la lucha contra la pobreza, empobrecen más a la población, sabiendo que se somete mejor a un pueblo empobrecido. Ya sabe usted, que es de acá, que nuestras instituciones son débiles, que nacimos a la historia demasiado atados a caudillos y personalismos. Después de dos siglos de historia, tristemente seguimos en lo mismo. No hemos consolidado un liderazgo racional, ni civismo político, ni honestidad administrativa. Donde más hemos fallado, se ve, es en la elevación cultural de nuestras naciones, que siguen atadas a pensamientos simplistas que son caldo de cultivo para liderazgo manipulador y oportunista.
Toda epístola, como nos enseñó San Pablo, tiene una motivación. La de esta es pedirle a S. S. que convoque a nuestros gobernantes a un retiro espiritual, una especia de cónclave en el Vaticano; que se sienten a reflexionar juntos, al auxilio de la espiritualidad, sobre nosotros y nuestro destino. Invite a gente de pensamiento e inteligencia a que les hable y les oriente sobre el difícil arte del gobierno y la tolerancia. Invítelos a que coman cada uno llevando su bandeja, como ha hecho usted, viajando en autobús, transitando las calles y conectándose otra vez con ese pueblo al cual se tornan tan ajenos cuando llegan al poder. Llévelos a la Capilla Sixtina, dígales que se tumben en el piso y contemplen la creación de Miguel Ángel y mediten sobre lo que significa ser imagen de Dios para quien conduce y determina los destinos de millones de seres. Ojalá tocara usted en el corazón de nuestros líderes en ese rincón de bondad que todo ser humano tiene, allí en el lugar de todas las sinceridades que cada uno sabe de sí mismo. Ojalá se confesaran con usted o al menos reconociesen que también son pecadores.
En fin, Santo Padre, le dejo esa idea. Sé que les haría bien a nuestros líderes un momento de introspección mística. Gracias por visitarnos. Vuelva pronto. Si viene a Venezuela le encargo un kilo de harina de maíz, que me dicen que en Roma se consigue sin problema.
Con el más profundo respeto, se despide de Su Santidad su obediente y humilde servidor.

Laureano Márquez
Carta al Papa Francisco
Tal Cual. Caracas, 10 de julio de 2015