“Si en este momento, por un azar infortunado del destino, los precios del petróleo llegaran a bajar de una manera importante en el mercado mundial, Venezuela sería un caso para la Cruz Roja Internacional. Aquí vendrían a repartir sopas en las esquinas. Venezuela es un país políticamente muy inmaduro. Un país, además, que tiene un grave peligro: un país que no sabe cuáles son sus debilidades. Que no conoce muy bien cuáles son sus flancos débiles. Que no está haciendo nada para reforzarlos o prevenir cualquier catástrofe. Estamos viviendo, felizmente, una vida de parásitos. El problema fundamental, el problema central de Venezuela, el que debería ser tema de enseñanza y reflexión en todos los sectores, es que este es un país vulnerable. Este es un país improductivo. Si algo presenciamos, es el fin de las ideologías. El mundo estuvo envenenado de ideologías hasta ayer. Hoy en día no hay propuestas mágicas. Hoy en día no hay sino trabajo, producción y organización. No estamos discutiendo la viabilidad de un proyecto nacional”.
Las palabras del párrafo anterior pertenecen al doctor Uslar Pietri. Esta, una de sus tantas intervenciones, encerraba una advertencia: la necesidad de dejar la dependencia de la renta petrolera. Cuando lo escuché de nuevo, me pareció premonitorio. El precio del petróleo bajó. Y aunque es verdad que aún la Cruz Roja no ha llegado a nuestras esquinas para repartirnos la sopa; las colas inmensas en automercados y farmacias son el reflejo de esa mendicidad que nos está invadiendo. Bajaron los precios del petróleo, el Estado está quebrado, desmanteló el sector productivo y acabó con la empresa privada. Somos testigos de la quiebra de un país que un día disfrutó la bonanza más grande de la historia; pero donde sus habitantes somos cada vez más pobres. Las colas, interminables y absurdas, son nuestra Cruz Roja, porque son las que nos garantizan que, con algo de suerte, conseguiremos los ingredientes para prepararnos el plato de sopa.
En todos los regímenes comunistas los líderes terminan con los bolsillos abarrotados y sus arcas llenas; mientras mantienen al pueblo como borregos, con un lavado de cerebro permanente, obedeciendo los dictámenes del tirano de turno. El pueblo pasa a ser el mendigo del sistema, hambriento de dádivas, porque solo de esa manera un régimen opresor puede mantenerse en pie. Por algo Fidel amaba a las masas. Las masas no tienen criterio, no piensan, no son racionales y obedecen solo a sus instintos primitivos. Cuando la gente está en las colas buscando comida, o un medicamento, o artículos para la higiene ¿a qué está obedeciendo? Pues, a los instintos básicos de supervivencia. Pero, ¿cuánto cuesta un kilo de dignidad? En esas colas ya no solo está el pueblo olvidado, ese al que Chávez “empoderó” e hizo visible. Ahora está toda Venezuela. El país está en las colas. Y el gobierno, mientras, esconde la basura debajo de la alfombra: manda a hacer las filas en los sótanos del Bicentenario, en un intento por ocultar una realidad imposible de tapar. La fe en los rostros de los venezolanos de hoy es la esperanza por conseguir un lavaplatos, un kilo de azúcar o un litro de leche, porque a eso nos lleva la cola: a la esperanza de conseguir lo que necesitamos para garantizar el sustento de nuestras familias. Y esa es la gente, es ese pueblo que está en las colas al que Maduro debería temerle. Porque son ellos, y no Obama, quienes exigirán el cambio de rumbo y de conductor…
El chavismo agravó lo que pretendía corregir. Chávez acabó con lo que, en algún momento, pudo haber sido un gran país. Tuvimos la bonanza petrolera para serlo. Pero se la robaron y despilfarraron. Se la regalaron a los Castro y se las depositaron en sus cuentas personales. De ello, pareciera no haber ninguna duda. Estamos como nunca en nuestra historia: quebrados, pobres y ranchificados. Nos volvimos una tierra indómita y salvaje a merced de malandros, ladrones, narcotraficantes, secuestradores, estafadores y timadores de oficio. Vivimos la imposición de los antivalores como parámetros moralmente aceptados y avalados desde el régimen. Son las nuevas pautas de “buena” conducta. Pero, ¿acaso se puede esperar otra cosa de un régimen que expropia, y toma por la fuerza lo que no le pertenece, en nombre del pueblo, para luego exprimirlo –como un parásito– hasta volverlo inservible? El éxito es un pecado mortal. La mediocridad se premia. La pobreza y el parasitismo se ensalzan.
Hace poco fue 4 de febrero. Y a propósito de la fecha entrevisté a Carlos Guyón, quien, entre otras cosas, contó que en principio él y Jesús Urdaneta eran quienes tenían la misión de tomar Miraflores. A última hora, Chávez cambió la orden: el propio Hugo Rafael sería el encargado de tomar Miraflores. Guyón no sabe si ya, para ese entonces, Chávez era una ficha de los Castro y había logrado –previo cobro de honorarios– la triangulación entre la Cuba comunista de los Castro y la guerrilla colombiana. El resto, ya es historia. Chávez fracasó en su intentona –el único que no logró el objetivo– y después llegó al poder por la vía electoral, con la promesa engañosa de acabar con la corrupción y hacer de Venezuela una potencia. Por más que se afanen en esconderlo, es más que notorio y evidente en las deplorables condiciones en las que Chávez dejó el país ¡y lo bien que lo ha hecho su sucesor en continuar y superar su obra! Venezuela luce hoy rostro de mendigo.
José Domingo Blanco Mingo
Venezuela tiene rostro de mendigo
El Nacional. Caracas, 7 de febrero de 2015