Mi nieta, con esa voz de susurro ante la que siempre claudico sin oposición, tomándome de la mano me dijo muy suave al oído: “Abuelo, quiero escribirle una carta al Niño Jesús, ¿me ayudas?”.
Como una tromba se reunieron en mi los recuerdos de años, las memorias de siempre que reviven la presencia de mis padres, de cada uno de mis hijos y la de los niños de nuestras calles que, como Panchito Mandefuá, siguen abandonados por quienes se creen dueños del destino de la patria.
Todos niños que con sus envoltorios de fe e inocencia llenaron nuestros corazones.
—¿Y qué quieres pedirle al Niño?
—Que quiero que mi papi vuelva a mi casa… para dormir y jugar con él y los regalos que me traiga el Niño Jesús.
Aun cuando su solicitud me estremeció, la tristeza vivida la mañana del 25 de diciembre fue mucho mayor. El dulzor del beso que me dio, como regalo de Navidad, se me atragantó cuando con voz llorosa y débil me dijo: “No me lo trajo, abuelo. No me trajo a mi papi…”, y tomó una muñeca en sus brazos para irse llorosa a su cuarto.
El Niño Jesús, aquel niño que entre los niños se escondió cuando Herodes ordenó un magnicidio mil veces comprobado, debe haber defraudado esa mañana a muchos niños venezolanos, aquellos que en los miles de hogares han perdido padres o madres, ahogados en los indetenibles ríos de violencia que con caudales de terror inundan nuestra sociedad.
Hogares, como los de las familias de los presos de conciencia que se arropan con la soledad que provoca el padre ausente, a la espera de inexistentes juicios justos, donde la justicia de rodillas es obediente al capricho que provoca la ira incontenible de la irracionalidad.
Padres separados, víctimas de un sistema judicial corroído, ineficiente al extremo de mantener prisioneros por largos periodos a personas sin cumplir con la más elemental regla de presunción de inocencia hasta celebrar su juicio.
Si bien el Niño no pudo cumplir con el deseo de mi nieta, espero que el año que apenas comienza venga preñado de buena fortuna.
Los deseos para el venidero se pudiesen centrar en la vuelta a los valores republicanos, la libertad, la igualdad y, sobre todo, el respeto al ciudadano, sus derechos constitucionales y la soberanía de nuestra patria, sin engaños ni mentiras.
Feliz 2015 y, más aún, nuestros mejores deseos para que reine la paz en Venezuela y erradiquemos la violencia.
Leopoldo López Gil
Mi nieta y el Niño Jesús
El Nacional. Caracas, 2 de enero de 2015