miércoles, 3 de diciembre de 2014

Eleonora Bruzual: El odio no se come

Durante tres lustros, o sea desde 1999 a inicios de 2014, en Venezuela hubo un ingreso gigantesco por concepto de petróleo ya que el alza de precios del crudo desde 1998 fue continuo hasta alcanzar casi un 1.400%. Hoy podemos decir que si para algo sirvió ese aumento y esos ingresos fue para convertir a Venezuela en la gallina de los huevos de oro de cuanto chulo se retrató con el tropero Hugo Chávez y le aplaudió sus barbaridades. De su banda colorada integrada por ávidos militares y por izquierdosos corrompidos. Todos con un denominador común: el resentimiento que llevaron a convertir en ideología y acompañarlo del odio que inyectaron a gran parte de un pueblo –los más pobres- a los que le fueron borrando dignidad y amor propio a cambio de promesas tanto de bienes materiales como de represalias contra quienes convirtieron en enemigos de una mal llamada revolución y sus huestes. Como el gran mentor y principal beneficiario de esos ingresos fue Fidel Castro y su camarilla, el tirano antillano se ocupó de aplicar aquí los mismos métodos con los que arruinó a Cuba y por supuesto de Venezuela sacaron fortunas que jamás imaginaron.
Ingresos por altos precios del petróleo que Chávez creyó inacabables como su vida misma y por eso fue destruyendo industrias, fincas, empresas, comercios hasta dejar Venezuela arrasada, buena parte de su pueblo más pobre que cuando llegó al Poder y una banda de ladrones rojos enriquecidos a unos niveles realmente imposibles de auditar. Hoy ni existe Chávez, ni los altos precios.
La gente de esta Venezuela hoy arruinada sabe muy bien donde están esos millones de millones de dólares. Sabe de los cubanos, nicaragüenses, ecuatorianos, bolivianos, argentinos, uruguayos, brasileros, hondureños, dominicanos, chinos, rusos, bielorrusos, iraníes, españoles, enriquecidos gracias a la enfermiza traición que a su país hizo Hugo Chávez y que hoy, ya cuando lo que queda es poco, sigue Maduro y ese combo abyecto que lo único que sabe es sembrar hambre, odio y muerte.
El billete de 100 bolívares -el de más alta denominación- vale 65 centavos de dólar al tipo de cambio paralelo que en definitiva es el que impera y marca precios en este país donde más del 95% de los productos que se consumen son importados.  Esto, unido al espanto de un país donde la Peste Roja se comió las reservas internacionales, puso su pezuña sobre el oro y vació las arcas endeudando el país a los extremos de hipotecar el futuro de nuestros jóvenes. Demandas a granel perdidas en muchos tribunales internacionales ponen aún peor el panorama.
La Revolución que tanto gustaba decir Chávez que había llegado para quedarse, hoy, sin dinero con qué sobornar y recolectar chulos aplaudidores está boqueando… Borraron de buena parte del pueblo la disciplina y amor al trabajo. Les prostituyeron a punta de bolsas de mala comida pero gratis, alcohol barato en toda convocatoria a apoyar el espanto con boina roja, promesas de casas que jamás alcanzaron el número necesario. La patente para invadir y destrozar la propiedad privada, impunidad para el crimen por grave que éste fuera. Todo eso les hizo abrigar la ilusión de que aquel infame mentiroso les había vengado tanto de Colón y los Reyes de España como del cruel Imperio, de sus empleadores, de sus conciudadanos que les daban trabajo en sus casas, les curaban en los hospitales, les formaban en buenas escuelas y liceos y los “Parias de la Tierra” eran ahora dueños de Venezuela.
Pero nada de eso es cierto. Después del mayor ingreso por altos precios del petróleo, ingreso que sirvió para que ladrones criollos y foráneos se enriquecieran, llegó el Hambre. Venezuela pasó de país petrolero a tierra de colas hasta para mendigar un desodorante. Hoy marcan como ganado a aquéllos que creyeron en Chávez para que no puedan llevar más de un kilo de harina o un litro de aceite.
Pobre país arrasado donde exigirán partida de nacimiento para comprar una bicicleta, mientras que Nicolás Maduro es presidente y no ha presentado la suya para demostrar que no es colombiano.
A esa parte del pueblo muy necesitado y muy cómodo le hicieron más dependiente, más indigno, más paupérrimo, le avivaron un resentimiento que envenenó sus vidas... Ahora cuando la chorocracia acabó con todo, cuando los jerarcas rojos ni siquiera piensan en el barrio de donde salieron porque hoy viven en palacetes en las elegantes urbanizaciones y a ellos, los dejaron más pobres que lo que eran, esos parias, esa “Famélica nación” sabrá demasiado tarde que el odio no se come.



Eleonora Bruzual
El odio no se come
Diario Las Américas. 1 de diciembre de 2014