domingo, 30 de noviembre de 2014

Carlos Raúl Hernández: El Silbón, la Llorona, la explosión social...

Uno de los mitos populares es la explosión social, posiblemente el más significativo de esta etapa urbana que dejó atrás la ruralidad. Tal vez por la memoria de los levantamientos de febrero de 1936, décadas posteriores se formó una nube de complejos de culpa en el subconsciente colectivo, implícita en la premonición de que un día bajarían los cerros de nuevo a cobrar tantos sufrimientos y egoísmo, y los pobres en las calles tomarían venganza. Cincuenta y tres años después, el 27 de febrero de 1989 esta superstición se consolida con los terribles sucesos de ese día y queda asociada a otra: que no se puede subir el precio de la gasolina. Los últimos gobiernos se sometieron a tan angustiosa profecía: despilfarras el combustible o te asarán con él. Hoy babalaos del análisis social, -ahora hay que ser santero por decisión de Fidel-, repiten la profecía del Baba oduduwa, el "negro hermoso", encarnación del apocalipsis yoruba.

La tal explosión social es como el Silbón, la Llorona, la Bola de fuego, unos y otros castigos sobrenaturales a la maldad. Arvelo Torrealba tomó leyendas llaneras y las convirtió en Florentino y el Diablo tal vez lo más grande de la poesía popular culta latinoamericana, que narra el triunfo del bien sobre el mal después de una intensa noche de arpa, cuatro, maracas y ron, en la que el Príncipe de la Oscuridad varias veces reclama victoria. Levantamientos, turbas, desórdenes, tropeles que quebrantan el orden público ocurrieron en muchas naciones ricas con democracias híper avanzadas. Montreal, Los Angeles, NY, Londres, Estocolmo, París y varias más los vivieron recientemente y al estudiarlos surgen algunas conclusiones que pueden ser útiles a nuestros orishas, a ver si dejan de anunciar catástrofes sanguinarias.

La Comuna de Chacao

Esos levantamientos masivos no surgieron de la miseria, el autoritarismo, la escasez, ni la inseguridad, sino en las ciudades más sofisticadas del mundo actual, con mejor calidad de vida y como consecuencia de otros problemas, como el racismo: árabes atropellan blancos en París y Estocolmo, bandas de delincuentes agreden gente normal en Londres, blancos humillan negros en Los Angeles... y así. El factor esencial es que desórdenes normales se extendieron y se convirtieron en riots por inhibición de la fuerza pública, que por una u otra razón no actuó. Con una diferencia sustantiva: one day after las autoridades políticas y sociales, gobierno y oposición, seglares y religiosos calificaron los hechos de censurables y vergonzantes.

Después de la Comuna de París de 1871 la ciudadanía parisina organizó diversos actos de expiación por las atrocidades revolucionarias y hasta edificaron la Iglesia del Sagrado Corazón en Montmartre como desagravio al Altísimo y a las víctimas del aquelarre. En Venezuela, lejos de edificar siquiera un kiosko, ni prender una vela, toda la elite dirigente, el derrier de Latinoamérica de 1989, se dedicó a enaltecer los bochornosos acontecimientos y a culpar de ellos, no a los atracadores que tomaron las calles, sino al gobierno, los ricos, los políticos, "el paquete económico", el aumento de la gasolina, y a la gran convicta, la Babilonia que permitía eso: la democracia. Más de 40 parlamentarios, incontables curas, escritores, periodistas, dejaron claro que la delincuencia masiva era más bien un acto de justicia social. La desgracia de Venezuela no fueron los tristes acontecimientos, sino una elite capaz de sublimar un monstruoso crimen colectivo.

La Declaración de Mall Aventura

Los disturbios y saqueos del 27 de febrero surgieron de la confluencia de tres elementos: la huelga de la Policía Metropolitana, el aumento de los precios de los pasajes un día antes que la gente cobrara su quincena, y el efecto demostración de lo que ocurría. Si se compara lo ocurrido en la Venezuela de 1989 con los ejemplos de las urbes citadas, coinciden en la inhibición de aparato represivo. Hoy se vive el mito que sus intelectuales inorgánicos crearon y cada vez que algún babalao quiere coger titulares o hacer una admonición solemne, desempolva el estallido social. No habrá nada de eso porque el diputado Freddy Bernal no va a poner la policía en huelga de brazos caídos y cada vez que aparece una guarimba, los grupos irregulares y la Guardia Nacional dejan muy claro que no son tímidos.

La gente está más entretenida en buscar juguetes, electrodomésticos baratos y pinos para decorar. Pero el gobierno estimula, con el nuevo atropello contra MC Machado, el plan decembrino de los opositrolles de acosar las urbanizaciones del Este de Caracas y Baruta para amargarles la fiesta, tal cual meses anteriores. La decisión del comando revolucionario del Mall Aventura es ahogar el Niño Jesús y los demás niños en gases lacrimógenos, luego de evaluar que las navidades distraen de los problemas del país. Con eso solo ensombrecerán las posibilidades electorales opositoras (el parecido: Fidel las suspendía en Cuba porque eran "una treta del consumismo capitalista"). Les falta ordenar que 24 y 31 todos salgan a la calle vestidos de luto y a las doce de la noche, en vez de abrazos estridentes, se escuche una atronadora mentada de madre. Eso provoca hacerlo, pero en protesta porque a este país le tocan líderes tan insólitos.
Carlos Raúl Hernández
El Silbón, la Llorona, la explosión social...
El Universal. Caracas, 30 de noviembre de 2014