Que a Robert Serra lo asesinaran en su casa y sin que sus asesinos encontraran resistencia de cerrojos, porteros, escoltas o cámaras de grabación ya explica varias cosas, la más importante de las cuales es que, víctima y victimarios eran panas, amigos, camaradas, cofrades que se encontraban con frecuencia para realizar convites, donde planificaban tareas, o discutían teoría revolucionaria, o quién sabe si participaban en ritos de algunas de las religiones etnocéntricas a que son tan aficionados los hijos del “presidente eterno”.
Lo confirma el dato de que, según la información disponible, en el momento de quitarle la vida, la violencia se ejerció de un solo lado, el de los criminales, como si Serra hubiese sido sorprendido y objeto de una macabra emboscada.
Igualmente, es llamativo que teniendo el diputado una agenda abierta, día a día anunciada por tuiter y otras redes, sobre las horas que transcurrieron entre las siete y nueve de la noche del miércoles -las últimas que pasó en este mundo- no se dice nada, absolutamente nada.
Es cierto que se ha publicado un tuiter de las 10: 18 PM del miércoles, desde la cuenta de Serra, anunciando su participación en un “Encuentro Internacional de Arquitectura y el Buen Vivir”, pero como se ha usado para poner en evidencia al Secretario Adjunto de la AN, Gustavo Elías Brito, quien, a su vez, había anunciado a las 10:02 el asesinato del diputado, queremos pasarlo por alto.
Sobre todo porque no despejan la gran incógnita de la trama: ¿Con quién o quiénes se encontraría, y cuáles fueron las razones para que, en la ciudad más peligrosa del mundo, un diputado señalizado por sus discursos y declaraciones violentos, ligado a grupos e individualidades que controlan barrios enteros en el Oeste de la capital de donde salen a reprimir a los manifestantes antigobierno, asistiera a la reunión tan desprevenido, desarmado y sin protección, como víctima propiciatoria que se ofreciera al sacrificio?
Un vistazo a la corta pero exitosísima carrera política de Serra, -quien, con apenas 20 años, se opuso en el 2007, como alumno de la UCAB, a los grupos estudiantiles que encabezados por Stalin González y Jon Goicochea se lanzaron a adversar el cierre de RCTV-, nos habla de un joven que, no solo supo aprovechar el ascenso meteórico con que lo premió Chávez, sino que tomó y participó en “iniciativas” que pronto lo convertirían en un imprescindible en las políticas oficialistas de la “Gran Caracas”.
Esas iniciativas fueron, básicamente, conectarse, ligarse, asesorar, e incluso, participar en los “colectivos armados” que, ya desde el 2003 y 2004, tenían una presencia importante en el área metropolitana, pero que, solo cuando el gobierno, a raíz de la caída del ingreso petrolero, y de la muerte de Chávez, comenzó a perder apoyo acelerado en la calle, se revelaron como irreemplazables a la hora de contener a sangre y fuego la ira popular.
Lo llevaba en la sangre, puesto que era un violento por naturaleza y el conjunto de la escenografía política y revolucionaria nacional, así como las permiabilidades del momento, le ofrecían un lugar ideal para que aquel Jesse Pinkman consiguiera de inmediato admiradores, seguidores y hasta fanáticos.
Pero más allá de comparaciones, lo cierto es que si el clima de altísima violencia que caracteriza la vida y la muerte actual de los venezolanos tocaba. aunque fuera de rebote, el calendario político, Serra estaba ahí, y mucho más después que fue electo diputado a la Asamblea Nacional en las elecciones parlamentarias del 2010, y consolidó sus relaciones con los colectivos, promoviendo sus operaciones, presidiendo actos como aquel donde un grupo de niños armados fue presentado como los “guardianes rojos”, y asumiendo su representación, no solo ante el gobierno, sino ante el conjunto de la sociedad civil.
Mucho menos conocida era su actividad porque mejorara su dotación de armas, dinero en bolívares y dólares, motos, patrullas, 4 x 4, y asistencia en todos los órdenes, como se hace notar en la nota de condolencia que la llamada “Coordinadora Simón Bolívar”, hizo publicar en el portal “Aporrea” con motivo su muerte.
Y por todo ello, y mucho más, nada más lógico y natural, entonces, que el mismo día de arrancar el “Plan de Desarme Voluntario”, -anunciado por el Ministro del Interior y Justicia, Miguel Rodríguez Torres, el último domingo del mes pasado- el diputado Robert Serra fuera encargado de convencer a los colectivos del “23 de Enero” de que aceptaran la fatalidad de una muerte honrosa, pero inapelable.
Momento crítico de especial significación para “negociador y negociados”, y quizá de no pocas sorpresas, porque era difícil entender para los segundos cómo el poder, el status quo, podía quebrar al más rebelde de los ángeles protectores y convertirlo en un agente de un Maduro, un Cabello y un Rodríguez, para quienes, lo más importante, era complacer a la casta militar que exigía, como última joya de su corona, que la población civil en general, y los colectivos en particular, fuesen desarmados.
Era una difícil e ingrata tarea para un funcionario que tanto los había promovido y apoyado, pero sin la cual, era imposible que bajaran los índices de criminalidad en el Área Metropolitana, y que, además, resultase creíble aquel “Plan de Desarme Voluntario” que con tanto orgullo exhibían Maduro, Cabello, Rodríguez Torres y sus militares.
El mismo que había arrancado con un compromiso de los civiles con los militares que tanto hacían para que se mantuvieran en el poder: el gobierno debía por las vías pacíficas o violentas, desarmar los colectivos y, para lograr las primeras, el trabajo de líderes como Roberto Sera, era indispensable.
Todo obliga a pensar que Robert Serra encontró la muerte en estos avatares: conversando, discutiendo, polemizando, y quién sabe si, hasta amenazando a estos guerreros que, derivando todo su poder de la eficacia que le habían procurado las armas, eran, lógicamente, reacios a negociarlas y entregarlas.
Hablamos de miles de Aka-47, ametralladoras Uzi, pistolas de cualquier calibre, granadas, bazookas, y de todo cuanto se puede requerir, no solo para reprimir manifestantes, sino para tumbar gobiernos, o enfrentarlos.
Y definitivamente, empadronadas, lo cual puede explicar porque los asesinos de Serra prefirieron usar armas blancas para ultimarlo, instrumentos que se hacen indetectables en cualquier tipo de investigación.
Fue un crimen horrendo, de bestialidad carcelaria, ejecutado con premeditación y alevosía, que alcanzó a Serra y a una amiga que lo acompañaba, María Herrera, los cuales fueron amordazados, objetos de más 20 puñaladas cada uno, y dejados ahí, como un mensaje que se quisiese enviar a algún interlocutor en particular.
Pudo haber sido al gobierno de Maduro, Cabello, Rodríguez Torres y sus militares que, más o menos, tendrían que leerlo:
“Si quieren nuestras armas, vengan a buscarlas, aquí, al barrio: Nos van a encontrar con nuestros militantes, activistas y simpatizantes armados hasta los dientes y dispuestos a morir por la revolución”.
En otras palabras: que momentos especialmente críticos para los gobiernos chavistas y postchavistas que, se vieron forzados a crear una fuerza civil armada para amenazar y enfrentar a los militares contrarrevolucionarios, pero que ahora, cuando estos ya no existen, los militares maduristas exigen su desaparición, pero abriendo las esclusas a una crisis de consecuencias impredecibles.
Porque, es posible que los “colectivos armados” estén divididos, que algunos como “Tupamaros” hayan pactado con el gobierno y estén por el desarme, pero que “La Piedrita” y “Alexis Vive” lo rechazan, no existen dudas.
De algunos de estos grupos, o de sus facciones, pudo salir el cuchillo que masacró a Serra y a María Herrera, pero unidos o desunidos, grupos de civiles armados, fanatizados, ideologizados y al margen de la ley, siempre son peligrosos.
Especialmente para gobiernos que los usaron y después quieren tirarlos a la basura… como condones.
Manuel Malaver
¿Quiénes y por qué mataron a Robert Serra?
La Razón. Caracas, 5 de octubre de 2014