Los políticos de oposición, que no así los de gobierno por obvias razones, tienden a establecer una relación simplista, de causa-efecto, entre lo que el marxismo vulgar llamó “las condiciones reales de existencia”, por un lado, y las conductas políticas de los seres humanos, los grupos y las clases sociales, por el otro. Y así predicen, y tantas veces se equivocan, que a cierto desencanto social, originado en crisis económicas más o menos graves y sostenidas, corresponderían inexorablemente tendencias hacia el cambio social y político.
La verdad es que el esquema es simplista y casi que indemostrable en la práctica, y soy de los que piensan que en general no es la economía la que determina la política, sino que es más bien la sumatoria de circunstancias y variables, entre ellas la económica, las que producen el desencadenamiento de procesos de cambio, sobre todo los de mayor profundidad. La Revolución francesa, la rusa, la china, o la mal llamada “cubana” no tuvieron como razón fundamental de ser motivos económicos, aunque es cierto que existían en los países donde se produjeron graves estados de pobreza e injusticia social.
Parece, pues, que, enquistados en el facilismo del esquema estímulo-respuesta, perdemos la perspectiva del conjunto y olvidamos lo que está frente a nosotros, lo obvio, y es que ese complejo universo que designamos como “pobres” no necesariamente, a pesar de sus pesares, aspire a cambiar sus condiciones de vida. Ahora en socialismo y antes en democracia, es y fue así. Esa lectura idealizada según la cual la vida pudiera ser mejor y próspera, de libertad, justicia e igualdad, no nace desde abajo, sino que es propiciada desde arriba; auspiciada por liderazgos, élites y una cierta filosofía humanista de origen religioso. El marxismo también es una religión plebeya.
La tendencia general de la gente es a considerar suficiente lo que tiene, conformismo lo llaman, aunque alguna mejora siempre será bienvenida. Pero nada de riesgos o cambios de lealtad; complacientes con la realidad a pesar de hambre, de inseguridad y de injusticia; justificadores y racionalizadores de su situación personal.
Si agregamos a ese menú algunos símbolos y mitos histórico-políticos y los adobamos con regalos misioneros y otras dádivas de “por ahora” o “mientras tanto”, encontraremos entonces que no es solo el desbarajuste gubernamental lo que puede llevar al cambio político consistente, sino la confluencia de factores que estamos en la obligación de entender y apremiar.
Que no es la vía electoral ni la implosión que pudiera estarse generando con fuerza en los subterráneos del poder, ni la corrupción, ni el narcotráfico, ni el elemento militar ni la variable externa, por sí solas, las que pueden determinar un cambio en el poder político, sino más bien la siempre inédita conjunción de estos elementos y otros, que hacen eclosión y encuentran cauce cuando menos se piensa. La tarea no está hecha. Hay que seguir haciéndola.
Leandro Area
Desencanto social y cambio político
El Nacional. Caracas, 3 de septiembre de 2014