En 2009, mientras aún cursaba mis estudios de posgrado en la ciudad de Boston, salí una noche para tomarme unas copas con amigos que estaban de visita de Venezuela. En uno de esos bares frecuentado por estudiantes coincidimos con un compañero de clase sudanés, quien también estaba entreteniendo a un grupo de visitantes. Honrando el intercambio cultural, los dos grupos nos sentamos a beber juntos; por varias horas hablamos más que todo de la política en nuestros respectivos países, y nosotros les recontamos la historia de Hugo Chávez y de su ascensión al poder absoluto.
Mientras les describía lo ocurrido durante el llamado “Carmonazo” -aquel derrocamiento efímero de Hugo Chávez en 2002- compartí también mi perspectiva acerca de lo desorganizado e improvisado del asunto, opinando que no podría haber acabado de otra forma que no fuese en fracaso.
Me sorprendió que uno de los africanos me interrumpió bruscamente para comunicar su desacuerdo con mi análisis: “En África Oriental, algo que sí sabemos hacer bien, son los golpes de Estado. Ese Carmona sí podría haber ganado, pero cometió un error estúpido”. Resultaba que, según los autodenominados “expertos” en el tema, el error de Carmona había sido subestimar la tolerancia del público general ante la incertidumbre.
“Cada vez que compartes los detalles puedes estar creando nuevos enemigos, o inspirando enemigos conocidos que se te opongan de manera directa. Cuando un pueblo está asustado lo que quiere es poder dar el beneficio de la duda. Así es la naturaleza humana. Lo mejor es decir solamente lo necesario, que ‘la situación está bajo control’ y el público se actualizará una vez que todo vuelva a la normalidad”.
“Tal vez el próximo mes”, agregó uno de sus colegas, riéndose.
Recuerdo haber pensado en el momento que dicha lógica debe aplicarse sólo a África. Venezuela, una democracia electoral durante tantas décadas, tenía que ser diferente. Por algo será que el alivio de pensar “por lo menos a eso no hemos llegado” ya representa un conocido cliché con el cual el latinoamericano, ingenuamente, trata con el africano.
Y no podía haber estado más equivocado.
Cinco años más tarde, el pueblo venezolano se ha acostumbrado completamente al no saber, a quedarnos inertes frente la incertidumbre que se ha convertido en una nueva normalidad para Venezuela. El gobierno esboza nuevas políticas, como reformas al sistema de control de cambio, o acabar con los subsidios gasolineros, sin clarificar cuándo, o incluso si estas medidas se implementarán. Los niveles de producción de Pdvsa, el tamaño de las reservas nacionales, cifras de inflación, tasas de homicidios, son todo un misterio. ¿Que pongan el Citgo a la venta representa un acto estratégico o una de desesperación ante la ruina? Durante casi dos meses el año pasado, los venezolanos ni siquiera sabíamos si nuestro presidente estaba vivo o muerto. Dudo que los sudaneses se hubieran calado eso.
Yo mismo me cuento entre los culpables. Habiendo escrito una columna semanal para El Universal durante dos años, me alarmó enterarme el mes pasado que ese antiguo diario había sido vendido a una empresa española con dueños anónimos. La venta encajaba perfectamente dentro de un obvio patrón en donde nuestro régimen fortalece cada vez más su hegemonía mediática a través de testaferros “privados” en el exterior. Me sentí tan seguro de que la línea editorial estaría cambiando que esa misma noche pasé horas copiando cada uno de mis columnas al disco duro de mi laptop, en caso de que las borrarán pronto.
Sin embargo, no hice nada al respecto. Durante casi un mes simplemente seguí escribiendo mi columna igual que siempre, sin preguntar nada, y sin conocer ni la identidad de los dueños del diario al cual estaba fijando mi nombre y mis ideas. Así seguí hasta que llegó el día, no inesperado, en que fui expulsado junto a muchos respetados amigos y colegas.
Me encuentro infinitamente agradecido con El Nacional por haberme ofrecido este cupo en el último bote salvavidas para la opinión independiente en Venezuela. No traigo certidumbres, porque no las tengo, y porque nuestros gobernantes decidieron hace mucho que prefieren mantenernos en la oscuridad. Pero por más que en la ausencia de certidumbre existan inseguridades, también ahí es que se encuentra la curiosidad, la imaginación y la visión. Por ahora eso nos tendrá que iluminar el camino, y aunque parezca lejos, al final habrá algo mucho mejor.
@Dlansberg
Daniel Lansberg Rodríguez
La normalización de la incertidumbre en Venezuela
El Nacional. Caracas, 15 de agosto de 2014