viernes, 27 de junio de 2014

Vladdo: El plan V

Si EE. UU. no ha podido 'arreglar' la situación de Cuba, ¿cómo podemos esperar que Colombia solucione los líos de Venezuela? Ya con nuestros problemas tenemos más que suficiente.

Digeridos los resultados de las elecciones en las cuales Juan Manuel Santos retuvo el mandato por otros cuatro años, ya con la adrenalina en sus niveles normales y las aguas de la sensatez de vuelta a su cauce, vale la pena repasar uno de los temas alrededor del cual hubo más división y polémica en la reciente campaña presidencial: la situación en Venezuela.
Las críticas que empezó a recibir el Presidente al inicio de su gestión, cuando decidió limar asperezas con Hugo Chávez para convertirlo en su “nuevo mejor amigo”, se agudizaron aún más en esta contienda electoral, una de las más agresivas en la historia del país. Comentarios muy pugnaces se vieron y oyeron, de lado y lado de la frontera, dirigidos, sobre todo, a poner en evidencia la supuesta connivencia del presidente colombiano con el régimen de Nicolás Maduro.

De hecho, a través de las redes sociales y los medios de comunicación tradicionales, innumerables organizaciones, políticos y periodistas venezolanos terciaron en un debate presidencial que solo incumbía a los colombianos. Es más, en vísperas de la segunda vuelta, la web de uno de los principales diarios de Caracas publicó un video que ‘destapaba’ la cercanía de Santos con Maduro y le endosaba, en consecuencia, cierta complicidad con las denunciadas violaciones de los derechos humanos en el país vecino.
Por su parte, en este lado del Arauca, los adversarios de la reelección explotaron un ficticio paralelo entre los dos mandatarios para meterle miedo al electorado, pronosticando que un triunfo del presidente colombiano significaría un salto al vacío o, peor aún, una victoria del “comunismo ateo”, antesala inexorable de la hecatombe. Además, aprovechaban cualquier oportunidad para exigirle que condenara cada acción u omisión del sucesor de Chávez, como si aquel fuera un ministro del gabinete de la Unidad Nacional y no el presidente de un país con el cual compartimos más de dos mil kilómetros de frontera.
 
No se necesita ser Umberto Eco para darse cuenta de la gran pifia en la que incurrieron quienes usaron el término ‘castrochavista’ para etiquetar a Juan Manuel Santos y presentarlo como un clon de Hugo Chávez o de Fidel Castro. Dadas las marcadas diferencias entre aquel y estos dirigentes políticos –tanto en sus orígenes, como en su formación y su trayectoria–, es absurdo insistir en meterlos a todos en un mismo saco.
 
Es evidente que Venezuela está atravesando una crisis que afecta a millones de ciudadanos, pero también es cierto que son los venezolanos quienes tienen que resolver su situación; de lo contrario, ¿dónde queda la autonomía de los países? ¿Para qué son, entonces, los organismos multilaterales? Una cosa es que los ciudadanos seamos solidarios ante la difícil situación que viva un pueblo hermano, como el venezolano, y otra muy distinta pretender que sean nuestro presidente o nuestra Cancillería los llamados a resolverla.
 
Gústenos o no, vivimos en un mundo en el cual hay unas normas que rigen las relaciones internacionales y, en este contexto, María Ángela Holguín ha actuado como corresponde. Sería interesante saber si quienes rechazan el tacto y la mesura de la canciller colombiana frente a la situación de Venezuela se han detenido a pensar qué habría pasado si, por ejemplo, en medio de los escándalos de los ‘falsos positivos’ o de la ‘parapolítica’, el gobierno de Chávez hubiera metido la mano para ‘ayudar’ a salvar nuestra democracia.
Para no ir muy lejos, y solo en gracia de discusión, si Estados Unidos, la primera potencia económica, política y militar del mundo, no ha podido ‘arreglar’ la situación de Cuba, ¿cómo podemos esperar que Colombia solucione los líos de Venezuela? Ya con nuestros problemas tenemos más que suficiente.
 
Vladdo


Vladdo
El plan V
EL Tiempo. Bogotá, 27 de junio de 2014