jueves, 12 de junio de 2014

Antonio Sánchez García: La traición de los demócratas

Advertencia:
Siendo la política, en situaciones de crisis de excepción como la que vivimos desde hace 14 años, el enfrentamiento amigo-enemigo, no es posible considerar los resultados de ese enfrentamiento sin tener en cuenta los dos factores determinantes de dicho enfrentamiento: la voluntad dictatorial de unos de imponerle sus objetivos totalitarios al conjunto de la sociedad, acosándola, intimidándola, amenazándola de muerte e incluso confinándola en campos de concentración y asesinándola, por una parte; y la decisión de los acosados, perseguidos y amenazados de luchar y defender con hidalguía, temple y coraje  la convivencia pacífica y democrática del todo social, a todo trance. Incluso al precio de la propia vida que, de todos modos, de no luchar, estará perdida.
A efectos de la comprensión de la particular situación que atraviesa Venezuela, que ve pisoteados y ultrajados los derechos humanos de todos sus ciudadanos, ante la complicidad y/o la apatía y el expreso desinterés de la comunidad internacional –véanse los ominosos ejemplos de la OEA, Unasur, Mercosur e incluso el Departamento de Estado, negándose a reconocer la gravedad de dichas violaciones– hemos creído necesario volver a los antecedentes de la entronización del nazismo a partir de 1933, según el testimonio de Sebastian Haffner en su Historia de un alemán. [1] Todo parecido o semejanza con esta realidad no es casual.
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“El Tercer Reich nació a partir de esta traición practicada por los adversarios políticos de Hitler, así como de la sensación de impotencia, debilidad y repugnancia que aquella generó. El 5 de marzo de 1933 los nazis seguían estando en minoría. De haberse repetido las elecciones tres semanas más tarde, probablemente habrían logrado una verdadera mayoría. No solo el terror había dado sus frutos entretanto, no solo las fiestas habían sumido a muchos en un estado de embriaguez (a los alemanes les gusta embriagarse en las fiestas patrióticas). El factor decisivo fue que en aquel momento la ira y la repugnancia vertidas contra los propios dirigentes cobardes y traidores fueron mucho más fuertes que la ira y el odio de los que era objeto el auténtico enemigo. Durante el mes de marzo de 1933 cientos de miles de personas se afiliaron de repente al partido nazi tras haber estado en su contra hasta ese momento; fueron los denominados «caídos de marzo», víctimas de la desconfianza y el desprecio de los propios nazis. Por entonces cientos de miles de personas, sobre todo obreros, abandonaron sus organizaciones socialdemócratas o comunistas y se pasaron a las «células de producción» nazis o a las SA. Los motivos por los que lo hicieron fueron variados, y a menudo hubo todo un batiburrillo de razones. Sin embargo, por mucho que uno busque, no encontrará ni un solo motivo de peso, bien fundado, sostenible ni positivo, ni uno solo que pueda mostrarse con orgullo. Cada una de las manifestaciones de este proceso tuvo todas las características de un inconfundible ataque de nervios.
“La razón más sencilla y, con solo profundizar un poco, la más intrínseca en la mayoría de los casos fue el miedo. Golpear para no pertenecer al grupo de los golpeados. También tuvo que ver una sensación de embriaguez algo difusa, la euforia de la unidad, el magnetismo ejercido por la masa. En muchos casos influyeron además el asco y la sed de venganza frente a quienes les habían dejado en la estacada. Asimismo, el cambio de tercio fue propiciado por una extraña lógica alemana que se concreta en el siguiente razonamiento: «Ninguna de las predicciones hechas por los adversarios de los nazis se ha cumplido. Aseguraron que los nazis no vencerían. El caso es que han vencido. Por lo tanto, sus adversarios no tenían razón, es decir, que los nazis sí la tienen». En ocasiones, sobre todo en círculos intelectuales, desempeñó un papel importante la creencia por parte de algunos (sobre todo intelectuales) de que había llegado el momento de limpiar la imagen del Partido Nazi y hacer que este tomara un nuevo rumbo afiliándose a él. Por otra parte, muchos actuaron movidos lógicamente por un vulgar y llano dejarse arrastrar y una mentalidad oportunista. Y por último, en el caso de los más simples, de quienes tenían una capacidad de percepción más primitiva y típica de la masa, la razón del cambio fue un proceso similar al que probablemente solía acontecer en una era mítica, cuando una tribu derrotada renegaba de su propio dios, que parecía haberla abandonado, para elegir como protector al dios de la tribu enemiga y vencedora. San Marx, en quien siempre habían creído, no había sido de gran ayuda. San Hitler parecía ser más poderoso. Destruyamos pues las imágenes de san Marx sobre los altares y consagremos estos a san Hitler. Aprendamos a orar: los judíos tienen la culpa, en vez de: el capitalismo tiene la culpa. Tal vez esto nos salve.
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“A nadie se le escapa que toda esta evolución no deja de ser un proceso natural, es más, en realidad forma parte del funcionamiento psicológico normal y sirve para explicar lo inexplicable casi por completo. Lo único que queda pendiente de aclaración es la ausencia absoluta de eso que tanto en una nación como en una persona se denomina «raza»: un núcleo sólido, inmune a la presión y a la fuerza de atracción externas, cierto vigor noble, una reserva intrínseca de orgullo, convicciones firmes, seguridad en uno mismo y dignidad, capaz de ser movilizada llegado el momento. Los alemanes carecen de esta capacidad. Son una nación poco fiable, enclenque, sin núcleo. El mes de marzo de 1933 fue prueba de ello. Cuando llegó el momento de afrontar el reto, en ese instante en el que una nación de raza reacciona como si todos se hubiesen puesto de acuerdo en tomar un impulso espontáneo y generalizado, Alemania reaccionó como si todos se hubiesen puesto de acuerdo en asumir una actitud de pasividad y dejadez generalizadas y en optar por ceder y capitular, en una palabra: Alemania sufrió un ataque de nervios. El resultado de esta crisis compartida por millones de personas fue esa nación unida y dispuesta a todo que hoy se ha convertido en la pesadilla del resto del mundo.
“Al margen del desenlace, la valentía con la que se combatió sigue siendo una fuente inagotable de vigor para la conciencia de una nación. Allí donde debería manar esa fuente de energía a los alemanes no les queda más que el recuerdo de la deshonra, la cobardía y la debilidad. Es inevitable que llegue un día en el que eso tenga sus consecuencias, que consistirán, muy probablemente, en la disolución de la nación alemana y de su condición de Estado”.


[1] Haffner, Sebastian: Historia de un alemán. Ediciones Destino.
 @Sangarccs




Antonio Sánchez García
La traición de los demócratas
El Nacional. Caracas, 12 de junio de 2014