“Me despiertan gritos en medio de la noche. Abro los ojos y me quedo muy quieta escuchando. Luego oigo pitos y cacerolas. El celular vibra sobre mi escritorio. Llegan mensajes de WA de cada apartamento. No puedo verlo desde mi ventana, pero un hombre sangra en la calle y golpea el candado del estacionamiento. Nadie sabe quién es ni de dónde viene. ¿Un ladrón? ¿Otra víctima? Nadie le pregunta. Nadie se atreve a auxiliarlo. Se recuesta contra la reja. Los teléfonos de la policía no responden. Lo único que se nos ocurre es hacer ruido para ahuyentarlo y que sea el problema de otros. Se mueve al edificio de al lado. Finalmente llega una patrulla y se lleva al hombre. Son las 2 am y empieza una nueva semana en el infierno”. Susana González Rico, en FB (13/7/2015)
La deshumanización del venezolano avanza “a paso de vencedores”. Perder la identidad de ser social y convertirse en un ser sin piedad, sin solidaridad, sin sentimientos, es una de las peores derrotas que puede ocurrirle a una sociedad. Fue lo que les ocurrió a los alemanes en la época de Hitler. Los convenció la propaganda nazi de que había que exterminar a los judíos, a los homosexuales, a los negros, los gitanos y otras razas “inferiores”, a los discapacitados… y el pueblo más culto del mundo se volcó a hacerlo como si se tratara del más salvaje.
Aquí nos pasa por otra razón: la costumbre. Esa fuerza poderosa que hace que uno acepte como “normales” las cosas que no lo son. Esa fuerza poderosa que nos enajena hasta el punto de no ayudar a alguien que podría estar muriéndose, porque todos sospechamos de todos y porque la desensibilización hace de las suyas dentro de nuestras almas. Esa fuerza poderosa que nos está convirtiendo en desalmados y miserables.
Recuerdo hará cosa de un año que yo estaba en una cola en Chacao, en una de las calles que va hacia la Libertador. En un taxi al lado iba una joven embarazada con su bebé y aparentemente al taxista le dio algo, pues quedó inconsciente tirado sobre el volante. Soltó el freno y chocó al carro que lo precedía. La muchacha se bajó con el niño cargado a pedir auxilio, desesperada, pero nadie se bajó, ni siquiera el conductor del carro chocado. Yo llamé a PoliChacao y avisé, pero tampoco me bajé. Las historias de muchachas embarazadas que piden ayuda, de los ancianos que simulan un ataque, de los niños que lloran y luego resultan ser parte de una banda de delincuentes están a la orden del día.
Peor aún resulta la historia de un asesinado una mañana en el Mercado de Quinta Crespo, cuyo cadáver taparon con bolsas de basura hasta que llegara la furgoneta de la morgue -que al parecer no se da abasto de tantos cadáveres que tiene que recoger- y la gente ¡le pasaba por encima! como si nada. ¡Dios! Es un ser humano que acaba de perder la vida de una manera trágica… ¿cómo no nos conmueve? ¿En qué clases de monstruos nos estamos convirtiendo?
Estos gobernantes tendrán que pagar por muchas cosas, incluyendo ésta. Por eso me indigna cuando veo al ministro del Interior,”Justicia” y “Paz” -con esa mirada de perdido que tiene- asegurando que le han dado “golpes al hampa” y la única manera que encuentra de justificar el armamento de guerra que tienen los pocos delincuentes que atrapan es que son “paramilitares”, como si fuéramos bobos, como si no viviéramos aquí y no hubiéramos oído a Hugo Chávez vociferar cientos de veces que “la revolución es pacífica, pero está armada, no se equivoquen” y la cantidad de armas que han repartido a colectivos ante los que tiemblan los mismos cuerpos de seguridad del estado; como si no hubiéramos visto en vivo y directo –y por eso querían cerrar a Globovisión- el arsenal que tenían los presos de El Rodeo II y Uribana, cuando durante no sé ya cuántos días, se enfrentaron a todos los organismos de seguridad del estado.
La leyenda dice que los zombis son cuerpos sin alma… Venezuela está perdiendo el alma y nosotros… ¡nosotros convirtiéndonos en zombis!…
Carolina Jaimes Branger
Convirtiéndonos en zombis
EL estímulo. Caracas, 14 de julio de 2015