El escándalo en torno al extraño caso de la matica de Acetaminofén confirma una aciaga sospecha. Desde hace tiempo, desconfío de este viral (y oportunista) exhibicionismo de la ignorancia. Me pregunto si tales despropósitos son, efectivamente, improvisados o gratuitos. En los últimos días, tengo la impresión de que cada vez que alguien escribe un tuit sarcástico o hace una mención irónica sobre el hipotético cultivo, el gobierno se fortalece. Quizás, en medio de la burla, pasamos por alto la lógica que sustenta estos graciosos (y trágicos) barbarismos.
Los representantes de la política contemporánea no se caracterizan por su erudición o su sapiencia. Si un dirigente cualquiera (en cualquier lugar del mundo) formula escandalosas falacias o conjuga sustantivos irregulares no deja de ser una anécdota, un ejemplo ilustrativo de las flaquezas del siglo, el deterioro del lenguaje y el desprestigio de la retórica. La particularidad del caso venezolano es que, cuando se dan estas circunstancias, no se trata de errores individuales cometidos por sujetos de pocas luces o desinformados. La tragedia de Venezuela radica en que sus dirigentes, a conciencia, promueven esa mediocridad como discurso e interpretan la ignorancia como una valiosa estrategia de recluta. Para la intelligentsia madurista, el conocimiento es una facultad reaccionaria y el pensamiento crítico una forma de sabotaje.
La élite gobernante venezolana sabe perfectamente que confronta una oposición irascible y dispersa, a la que resulta muy atractivo (y sencillo) seducir con sus juegos de ingenio. A los ojos de un mundo domesticado por la corrección política, en el que la apariencia es la aptitud más excelsa, la acción del ignorante está libre de culpas. Solo aquellos que cuestionan iniciativas ecológicas (como la propuesta por la célebre militante), merecen una rigurosa condena moral. Sospecho que la finalidad de viralizar sandeces como la de la célebre matica forma parte de un plan de mayor envergadura cuya única pretensión es legitimar el principal programa del gobierno. Este es: reforzar el clasismo y el resentimiento. En este sentido, los elogios a Barrabás (la matica, el estetoscopio o el Estado Cumaná, entre otros) solo persiguen estimular la arrogancia burguesa, atizar el narcisismo de la clase media; obligarlos a desahogar sus frustraciones, hacerlos caer, públicamente, en la incorrección política y mostrarlos al mundo como gentes intolerantes que sienten placer en llevar a hogueras virtuales el comentario humilde y desafortunado de una inocente compañera de viaje. Cada desplante individual (más aún, aquellos expuestos por figuras públicas) le permite al gobierno visibilizar un enemigo, señalar al otro, al que sí sabe, al que tuvo oportunidades, al que se cree mejor porque fue a la escuela y, cuando estaba en segundo grado, hizo un germinador en un frasco de compota, pero que, envilecido por los discretos encantos del capitalismo, sacrificó su corazón y su conciencia de pueblo. En esta Venezuela, violada por la codicia de los gendarmes, el mal es el saber.
El problema de fondo es que los estrategas de la ignorancia son plenamente conscientes de la existencia una masa silenciosa (sin perfiles en las redes sociales) que desconoce el significado de la palabra Acetaminofén y que no entiende la actitud hostil e hipócrita de aquellos que condenan la metáfora de la siembra pero, al mismo tiempo, celebran el ingenio del Doctor Arturo Uslar Pietri. El dilema ético es complejo. La responsabilidad, como es costumbre, brilla por su ausencia. La resolución del conflicto, en manos de estos maquiavélicos esperpentos, parece lejana e improbable. Lo único que nos queda es el beneficio (y el derecho) de la duda por lo que, en esta granja de Orwell, cuando el asno rebuzna yo sospecho.
Eduardo Sánchez Rugeles
La estrategia de la ignorancia
Blog Eduardo Sánchez Rugeles. Caracas, 11 de junio de 2015